Francisco pide «no confundir el bienestar con la alimentación del mito de la eterna juventud»

Papa Francisco audiencia (Vatican Va)
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Inspirándose en la figura de Nicodemo, el Papa ofreció su 13ª catequesis sobre la vejez ante varios miles de fieles y peregrinos que se dieron cita esta mañana en la Plaza de San Pedro.

Francisco destacó que vivimos en una época en la que “el mito de la eterna juventud es una obsesión”, puesto que suele despreciarse la vejez. Sin embargo, prosiguió, la vida terrenal es un “inicio” y no una “conclusión”, por lo que “caminamos hacia la eternidad”.

El Santo Padre recordó que «ser viejos no sólo no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el tiempo oportuno para iluminarlo, deshaciendo el equívoco de una esperanza perdida».

«La técnica se deja atraer por este mito en todos los sentidos: esperando vencer a la muerte, podemos mantener vivo el cuerpo con la medicina y los cosméticos, que ralentizan, esconden, eliminan la vejez. Naturalmente, una cosa es el bienestar, otra cosa es la alimentación del mito», dijo el Papa en la catequesis de hoy.

En ese sentido el Pontífice hizo hincapié en que «la vejez por eso es un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios».

Les ofrecemos la catequesis completa pronunciada por Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Entre las figuras de ancianos más relevantes en los Evangelios está Nicodemo —uno de los jefes de los Judíos— el cual, queriendo conocer a Jesús, pero a escondidas, fue donde él por la noche (cfr. Jn 3,1-21). En la conversación de Jesús con Nicodemo emerge el corazón de la revelación de Jesús y de su misión redentora, cuando dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (v. 16).

Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” es necesario “renacer de lo alto” (cfr. v. 3). No se trata de empezar de nuevo a nacer, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva reencarnación abra de nuevo nuestra posibilidad de una vida mejor. Esta repetición no tiene sentido. Es más, vaciaría de todo significado la vida vivida, cancelándola como si fuera un experimento fallido, un valor caducado, un envase desechable. No, no es esto, este nacer de nuevo, del que habla Jesús, es otra cosa. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos consiente “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. No es un renacer físicamente otra vez.

Nicodemo malinterpreta este nacimiento, y cuestiona la vejez como evidencia de su imposibilidad: el ser humano envejece inevitablemente, el sueño de una eterna juventud se aleja definitivamente, la consumación es el puerto de llegada de cualquier nacimiento en el tiempo. ¿Cómo puede imaginarse un destino que tiene forma de nacimiento? Nicodemo piensa así y no encuentra la forma de entender las palabras de Jesús. ¿Qué es este renacer?

La objeción de Nicodemo es muy instructiva para nosotros. En efecto, podemos invertirla, a la luz de la palabra de Jesús, en el descubrimiento de una misión propia de la vejez. De hecho, ser viejos no sólo no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el tiempo oportuno para iluminarlo, deshaciendo el equívoco de una esperanza perdida. Nuestra época y nuestra cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan el mito de la eterna juventud como la obsesión —desesperada— de una carne incorruptible. ¿Por qué la vejez es despreciada de tantas maneras? Porque lleva la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo.

La técnica se deja atraer por este mito en todos los sentidos: esperando vencer a la muerte, podemos mantener vivo el cuerpo con la medicina y los cosméticos, que ralentizan, esconden, eliminan la vejez. Naturalmente, una cosa es el bienestar, otra cosa es la alimentación del mito. No se puede negar, sin embargo, que la confusión entre los dos aspectos nos está creando una cierta confusión mental. Confundir el bienestar con la alimentación del mito de la eterna juventud. Se hace mucho para tener de nuevo siempre esta juventud: muchos maquillajes, muchas operaciones quirúrgicas para parecer más jóvenes. Me vienen a la mente las palabras de una sabia actriz italiana, la Magnani, cuando le dijeron que tenía que quitarse las arrugas, y ella dijo: “¡No, no las toques! Han hecho falta muchos años para tenerlas: ¡no las toques!”. Es esto: las arrugas son un símbolo de la experiencia, un símbolo de la vida, un símbolo de la madurez, un símbolo de haber hecho un camino. No tocarlas para resultar jóvenes, pero jóvenes de cara: lo que interesa es toda la personalidad, lo que interesa es el corazón, y el corazón permanece con esa juventud del vino bueno, que cuanto más envejece mejor es.

La vida en la carne mortal es una bellísima “incompleta”: como ciertas obras de arte que precisamente en su ser incompletas tienen un encanto único. Porque la vida aquí abajo es “iniciación”, no cumplimiento: venimos al mundo así, como personas reales, como personas que progresan con la edad, pero son para siempre reales. Pero la vida en la carne mortal es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para custodiar intacta y llevar a cumplimiento la parte más valiosa de nuestra existencia en el tiempo del mundo. La fe, que acoge el anuncio evangélico del reino de Dios al cual estamos destinados, tiene un primer efecto extraordinario, dice Jesús. Esta consiente “ver” el reino de Dios. Nosotros nos volvemos capaces de ver realmente las muchas señales de aproximación de nuestra esperanza de cumplimiento de lo que, en nuestra vida, lleva la señal del destino para la eternidad de Dios.

Las señales son las del amor evangélico, de muchas maneras iluminadas por Jesús. Y si las podemos “ver”, podemos también “entrar” en el reino, con el paso del Espíritu a través del agua que regenera.

La vejez es la condición, concedida a muchos de nosotros, en la cual el milagro de este nacimiento de lo alto puede ser asimilado íntimamente y hecho creíble para la comunidad humana: no comunica nostalgia del nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. En esta perspectiva la vejez tiene una belleza única: caminamos hacia el Eterno. Nadie puede volver a entrar en el vientre de la madre, ni siquiera en su sustituto tecnológico y consumista. Esto no da sabiduría, esto no da camino cumplido, esto es artificial. Sería triste, incluso si fuera posible. El viejo camina hacia adelante, el viejo camina hacia el destino, hacia el cielo de Dios, el viejo camina con su sabiduría vivida durante la vida. La vejez por eso es un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios. Aquí, yo quisiera subrayar esta palabra: la ternura de los ancianos. Observad a un abuelo o una abuela como miran a los nietos, como acarician a los nietos: esa ternura, libera de toda prueba humana, que ha vencido las pruebas humanas y es capaz de dar gratuitamente el amor, la cercanía amorosa del uno por los otros.

Esta ternura abre la puerta a entender la ternura de Dios. No olvidemos que el Espíritu de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios es así, sabe acariciar. Y la vejez nos ayuda a entender esta dimensión de Dios que es la ternura. La vejez es el tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros. Que el Espíritu nos conceda la reapertura de esta misión espiritual —y cultural— de la vejez, que nos reconcilia con el nacimiento de lo alto. Cuando nosotros pensamos en la vejez así, después decimos: ¿por qué esta cultura del descarte decide descartar a los ancianos, considerándoles inútiles? Los ancianos son los mensajeros del futuro, los ancianos son los mensajeros de la ternura, los ancianos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida. Vamos adelante y miremos a los ancianos.

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Comentarios
7 comentarios en “Francisco pide «no confundir el bienestar con la alimentación del mito de la eterna juventud»
  1. Es raro, siempre el Espíritu sugiere las mismas cosas que la ONU y demás. Vaya a saber qué entienden por Espíritu. Digo, porque hay algunos buenos y otros malos 😏

  2. El Papa comete un error al decir que esta vida «no es cumplimiento», pues contrariamente a lo que dice Francisco, el Señor le dijo al joven rico que si quería heredar la vida cumpliera los mandamientos. Además debería matizar su frase:»El anciano camina hacia el cielo de Dios.» Camina hacia el cielo si cree y cumple, pues en caso contrario camina hacia la perdición.

  3. Al Papa le convendría rodearse de un equipo de buenos asesores que le ayudaran a redactar sus discursos, para no caer en catequesis insulsas y con errores teológicos.

    1. somos muchos los que no leemos tanta tontería.
      Cuando aparece un artículo por aquí, lo que hago es leer lo que se explica sobre la «catequesis».

  4. Los ancianos inspiran mucha ternura, eso es cierto.

    No me había fijado nunca en esta perspectiva del » nacer de nuevo» sólo tenía la del abrazo del Padre al hijo prodigo, pero es interesante este nacimiento lento, pausado, silencioso, fruto de cultivar virtudes como la paciencia, la ternura, la humildad etc. que por acción del Esp.Santo nos van asemejando más a Cristo, con el transcurrir de los años.

    Todo es un proceso, nacer del agua y del Espíritu, que a veces irrumpe en nosotros de forma repentina pero q siempre continua pausadamente moldeándonos hasta dibujarnos a imagen y semejanza de Dios.

    La vejez es importante, ha hecho camino. Hay arrugas en el corazón del anciano y mucho ha escrito Dios en él. Aunque no en todos, claro. Siempre hay excepciones.

    1. «No me había fijado nunca en esta perspectiva del » nacer de nuevo» sólo tenía la del abrazo del Padre al hijo prodigo»

      Eso es porque no le ha interpelado el diario monjil condenado por el Santo Oficio; de haberlo hecho sabría que también la samaritana pródiga y el joven rico pródigo y la adúltera pródiga nacieron 4 ó 5 veces (como el tiempo es superior al espacio, Francisco dixit, en el Matrix sinodal…), muy pausadamente: total, no hay prisa, ya que el tiempo es superior y estamos en continuo proceso sindalisticoespialidoso amoroso, como dijo Pablo (el apóstol, no mi primo, que queda muy ‘rígido’ poner «San»). Y como en el cielo se sufre muchíssssimo (vean a Jesús si no; no pongo «Señor» que queda muy ‘fariseo’), hay arrugas en el corazón del anciano y también en el estómago, el bazo y el hígado. ¡Todo lleno de arrugas interpeladas!; aunque siempre hay excepciones: puede haber arrugas en las palmas de las manos sinodales y amorosas. Y olé.

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