Ante la maldad, nuestro sacerdotes necesitan ser mártires

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Cuando mi madre murió demasiado pronto de cáncer, en 2013, después de que el último de sus ocho hijos se fuera de casa, yo no podía saber lo mucho que llegaría a echarla de menos en los años siguientes. Tal vez sea mi nostálgico corazón irlandés, pero a medida que los años sin ella se han ido ampliando, muchas veces me he encontrado deseando un día o dos más con ella. 

Últimamente, Judy Wells se presenta ante mí como un fantasma parecido a Jacob Marley. Sus manos, que en su día se estrecharon en oración, parecen ahora balancear una linterna de advertencia sobre sus veintinueve nietos, que parecen atrapados como una familia de gacelas pastando en medio de un campo de leones agazapados. 

El recuerdo de mi madre me habla al alma: Abre los ojos, Kevin. Lucha con valentía por tus hijos ahora: los pastores se han ido.

Más de dos docenas de sacerdotes desfilaron por el pasillo en el funeral de Judy Wells. Imagino que querían ofrecer su gratitud por la estima de su sacerdocio. Creo que esos sacerdotes se dieron cuenta de que mi madre, al igual que la Virgen, solo esperaba de ellos heroísmo. Mi madre quería hombres como sacerdotes que fijaran sus ojos en Dios y lucharan por su familia como ella lo hizo en su día; hombres dispuestos a asumir el peso de su identidad y el tormento de la cruz. Mi madre quería mártires. 

La corriente séptica de pus moral que se ha apoderado de la conciencia del mundo retumba hoy a través de nuestra Iglesia católica. Dentro de este arrollador mosaico diabólico -la agenda trans, la normalización de la homosexualidad, la impiedad, la vulgaridad y la hipervigilancia tipo Disney- los sacerdotes que mi madre estimaba parecen haber callado sospechosa y gravemente. Un ataque sistemático en curso, a nivel mundial, contra la verdad y las leyes naturales de Dios parece surgir con más fuerza cada día, aunque apenas se sabe que es un problema. 

Debido a que muchos sacerdotes están más callados que la Atlántida en el fondo del mar, innumerables escuelas católicas se han visto contaminadas por las sombras alargadas de la antropología de la reingeniería. Nueve de mis sobrinos, todos en escuelas católicas, han sido contaminados por el adoctrinamiento LGBTQ de profesores y administradores. 

El año pasado, mi sobrino de cuarto grado -que aún cree en Santa Claus- vio cómo su compañera de clase comenzó a presentarse como un chico; nuevo nombre, uniforme y baño. Este cambio fue promovido e impulsado por el padre de la niña, el entonces subdirector de la escuela católica de la archidiócesis de Baltimore. Unos meses después de que este hombre renunciara a su cargo administrativo, se reveló públicamente como alguien que vilipendia a la Iglesia católica. En un podcast parecía presentarse como un ateo. Este es el mismo hombre que el año pasado dirigió las oraciones matutinas para más de 500 niños de escuelas católicas. 

Frente a esta marea roja que se está imprimiendo en el carácter desmoronado de nuestra nación y en demasiadas de nuestras escuelas, el clero parece, en general, haberla borrado misteriosamente de las homilías, las conferencias y sus escritos. ¿Es que se están encogiendo de hombros ante su sagrado juramento de defender la doctrina moral de la Iglesia? ¿Es por miedo? Sea como fuere, un gran silencio parece haber caído en las parroquias de todo el país. 

Mientras tanto, este oscuro camino de ideologías se ha ramificado en múltiples arterias de la Iglesia, incluso en las más altas esferas de la jerarquía. Los cardenales Gerhard Marx, de Alemania, y Jean-Claude Hollerich, de Luxemburgo, han dicho recientemente que la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad podría no ser ya correcta. Es Hollerich, de hecho, el que el papa Francisco ha nombrado para supervisar el actual proceso del sínodo sobre la sinodalidad. 

Decenas de miles de católicos siguen reuniéndose en las diócesis de todo el mundo en la «fase preparatoria consultiva» de dos años para intercambiar pensamientos e ideas sobre la futura Iglesia. Teniendo en cuenta la denostada catequesis del último medio siglo, es desgarrador -en realidad, es horroroso- imaginar lo que se avecina al concluir el sínodo en el otoño de 2023.

En octubre de 2023, al inicio de la asamblea, se espera que Hollerich presente un informe sobre las mentes de los católicos de todo el mundo. El cardenal ha sido citado recientemente diciendo: «No hay ninguna homosexualidad en el Nuevo Testamento. Solo se habla de los actos homosexuales, que hasta cierto punto eran actos de culto pagano. Eso estaba naturalmente prohibido. Creo que es hora de hacer una revisión en el fundamento de la enseñanza».

¿Incluirá el documento final la propuesta de normalizar y apoyar los actos homosexuales en la Iglesia católica? Aunque los perversos y los manipuladores de la doctrina moral han estado al acecho en la Iglesia durante algún tiempo, no son el centro de este artículo. Se trata más bien del preocupante presagio del grave silencio del clero y de su falta de respuesta a la crisis de la creciente agenda mundial woke.

¿Se trata de un ascenso indisimulado de la ausencia de padre que ha cubierto al clero? ¿Por qué la mayor parte ha optado por el silencio en lugar de guiar a los feligreses? ¿Por qué no todos los sacerdotes trabajan enérgicamente para proteger la pureza de los niños en edad escolar de sus parroquias? Las respuestas son, por supuesto, multitudinarias, así que antes de proponer cuál podría ser la principal causa de esta antipaternidad, permítanme que hable una vez más de mi madre. 

Judy Wells evaluaba las cosas con sobriedad. Junto con mi padre, quería proteger a sus hijos de los movimientos que podrían manchar indeleblemente sus almas. Dado que su temor existencial era la silenciosa resaca del pecado que podía acabar con un niño, se esforzó por dirigirnos hacia las opciones que traerían la paz y la eternidad con Dios. Por supuesto, como mi madre sabía que la marea de pecado del mundo era más poderosa que su mirada protectora, se arrodillaba junto a nosotros cada noche para enseñarnos a rezar. Y mientras rezábamos las oraciones de los niños pequeños, imagino que mi madre rogaba sin palabras a Dios que fuera la luz piloto dentro de nosotros que nunca se apagara. 

Ninguno de mis hermanos prestaba atención, pero mi madre nos había ofrecido su vida como holocausto. No quería otra recompensa que la esperanza tácita de que sus hijos mantuvieran su fe y crecieran en la virtud. Los ocho somos fieles católicos; en cuanto a nuestra virtud, ¡sin comentarios! 

Como los pájaros que construyen un grueso nido de invierno paja a paja, mi madre nos fortalecía y protegía de las tentaciones del mundo que ella sabía que podían erosionar nuestras conciencias y arrastrarnos a los negros campos de minas del pecado. Las comedias de mal gusto como Three’s Company estaban prohibidas. El número anual de trajes de baño de Sports Illustrated, desconcertantemente, nunca llegó a nuestro buzón. Antes de alcanzar la fama nacional, Howard Stern se había convertido en una gran presencia en una emisora de radio local, pero no lo sabíamos.

Cuando me hice mayor, solía entrar sin avisar en el dormitorio de mis padres y encontrar a mi madre en la penumbra de la tarde, arrodillada y sola rezando el rosario por sus hijos. Ella levantaba la vista con ojos vacilantes que contaban historias claramente diferentes: su timidez al verse atrapada en la cruda desnudez de la oración y su esperanza de que yo me arrodillara a su lado. Esa mirada sincera se me quedó grabada para siempre.

Mi madre era una persona tan ingenua y mansa como jamás conoceré, pero asumía las cosas por Dios. Luchó por Dios. Llamaba a las puertas de los vecinos, preguntando a los católicos caídos en desgracia, con impecable cortesía, si querían unirse a nuestra familia en la misa dominical. Escribía a mano cartas tiernas y suplicantes a las parejas que vivían juntas, animándolas a separarse y a renovar sus relaciones castas. Se ofreció como voluntaria en una clínica abortiva en una parte horrible de la ciudad para aconsejar y restaurar las almas marcadas de las madres solteras y embarazadas. 

Como mi madre luchó con un espíritu indomable, hoy se sentiría desconsolada ante las masas de sacerdotes que se desentienden de la protección de los jóvenes, los que ondean la bandera blanca y se niegan a subir al Gólgota para enfrentarse al pus venal. Jesús se volvió hacia Jerusalén y fue masacrado; la mayoría del clero de hoy ha hecho una genuflexión ante el poder del mundo y recostará cómodamente su cabeza en la almohada esta noche. 

Mi madre sabía que los sacerdotes estaban destinados a ser víctimas y mártires, hombres que entregaban totalmente sus vidas a Dios mientras se enfrentaban a comportamientos libertinos, ideologías distorsionadas y el mal desenfrenado. Sus vidas eran una especie de expiación sagrada para que su rebaño estuviera protegido. Dado que los sacerdotes santos han comprendido este papel reparador durante milenios, los mejores de ellos han sufrido la muerte, han soportado el tormento y el desprecio solitario del rechazo. El valor es la sagrada y antigua herencia de los santos sacerdotes; hasta ahora, se ha transmitido de generación en generación.

Los sacerdotes mártires heredan y asumen los retos y problemas propios de la generación en la que nacen. El sacerdote fuerte se defiende. San Gregorio Magno se enfrentó a varias bandas de bárbaros, y san Ireneo hizo retroceder a los gnósticos después de ver al mártir san Policarpo predicar a los romanos paganos que odiaban a Cristo, quienes lo quemaron en la hoguera. En una palabra, los sacerdotes siempre han asumido el pecado de la época que se cernía sobre ellos. 

San Ignacio de Loyola hablaba del agendo contra que deben sufrir los sacerdotes para imitar la humillación y la destrucción de Cristo. La demostración de valor de un sacerdote y su disposición a sufrir en su acción contra el pecado de su tiempo es su testimonio más vivo de amor crucificado. Cuando los padres católicos vean a su párroco como el cordero sacrificado, uno dispuesto a combatir sistemáticamente los gases venenosos de hoy que estrangulan a sus hijos, verán a Jesucristo infundido en él. Y lucharán junto a él. 

El martirio para el sacerdote de hoy es un solo acontecimiento: la lucha contra este sísmico trastorno ideológico de la moral. Lamentablemente, debido a que muy pocos sacerdotes han elegido comprometerse -y han permanecido sin hacer ruido dentro de ese compromiso-, un sinnúmero de laicos católicos de hoy apoyan plenamente la «atención a la afirmación de género», las transiciones sexuales, el matrimonio homosexual y, por supuesto, el uso libre de anticonceptivos. Algunas de las personas más peligrosas del mundo en lo que respecta a la lucha por el aborto, la eutanasia y la nueva agenda woke son católicos. 

Está claro que es un largo invierno en nuestra Iglesia que se derrumba. Por primera vez en la historia de la cristiandad, las emociones han ganado la partida a la razón en el ámbito moral, y los jóvenes católicos huyen en masa de la Iglesia. Estas son malas noticias para los veintinueve nietos de mamá. 

Si estos jóvenes se adhieren a la doctrina moral establecida -o comparten con otros lo que sus propios padres comparten ocasionalmente sobre la vida y el matrimonio alrededor de la mesa del comedor-, sufrirán en la sociedad actual. Un sector en rápida expansión del mundo intransigente los alienará e incluso odiará por creer en el gobierno de Dios sobre su creación. Los nietos de mi madre están en el matadero. El domingo pasado, mi hija menor eligió a Juana de Arco como su santa en la Confirmación, y yo pensé: ¡Hombre, es una buena elección! 

Resulta alentador que, en este punto de inflexión en el tiempo, siga habiendo un remanente de sacerdotes-héroes, aquellos que están dispuestos a trabajar para enfrentarse sin reparos a esta sombra cambiante de los nuevos códigos morales. Los reconocerás por su magnanimidad, su vigilancia y su indómita voz profética. Estos sacerdotes firmes y llenos de alegría son los intercesores de los niños huérfanos de hoy. Su fuerza no es suya; se la ha dado Dios. Por eso, estos hombres saben que fueron ordenados para ser mártires, lo que saben que es incompatible con permanecer en silencio durante estos días oscuros. 

«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10,11). Instintivamente, el buen pastor no tiene miedo de los peligros y el odio del mundo. No tiene miedo porque está atado a su obligación: la salvación de las almas. Un pastor mantiene su rebaño a salvo; eso marca su identidad. 

Por desgracia, tal vez este comentario ofrezca la razón fundamental por la que los sacerdotes han pasado a la clandestinidad y parecen existir tan pocos sacerdotes heroicos. Esto es lo que me dijo uno de los sacerdotes a los que mamá quería: «Hace veinte años, cuando era sacerdote por primera vez y predicaba sobre doctrinas morales difíciles, el temor podría haber sido: ‘¿Qué pensarán mis feligreses; cómo asumirán mis feligreses mi homilía sobre la anticoncepción o la homosexualidad?’. Hoy la pregunta es: ‘¿Qué dirá mi obispo? ¿Cómo me tratará si predico sobre la homosexualidad? ¿Qué dirá el papa? ¿Qué hará?’. Creo que el cambio es el siguiente: hace veinte años se temía al público. Hoy se tiene miedo del liderazgo en nuestra Iglesia». 

Para que la marea de la historia pase de la decadencia a un lugar de gracia, queda una única opción. Los sacerdotes tímidos y desprevenidos deben aferrarse a la cruz rompiendo las cadenas autoimpuestas por una prudencia mal aplicada, un miedo cobarde al mundo y el desmantelamiento de sus homilías para atender a los feligreses distorsionados. Deben dejar de mirar por encima del hombro a su obispo y empezar a inclinar el cuello para mirar sobrenaturalmente al rostro de Dios. En lugar de considerar cualquier alboroto o consecuencias negativas que su obispo pueda imponer por una homilía franca sobre la chusma woke y su pus, estos sacerdotes harían mejor considerando el estado de su alma eterna. 

Y, por último, queridos sacerdotes, recordad las sencillas palabras de vuestro patrón, san Juan Vianney, que decía: «No tratéis de agradar a todo el mundo. Tratad de complacer a Dios, a los ángeles y a los santos: ellos son vuestro público». Considerad la posibilidad de grabar esas veinticuatro palabras en vuestra alma.

El resto del laicado católico reza y ayuna por vosotros. Buscamos una vanguardia -padres espirituales magnánimos dispuestos a luchar- para enfrentarnos a este pus. Hasta entonces, la guerra se desata contra nuestros hijos. Este, Padres, es vuestro martirio. 

 

Publicado por Kevin Wells en Crisis Magazine

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
3 comentarios en “Ante la maldad, nuestro sacerdotes necesitan ser mártires
  1. Recemos mucho por los sacerdotes. Yo rezo esta oración al final de los Rosarios:

    Espíritu Santo, fuente de luz eterna
    llena los corazones de las almas consagradas con el fuego de la fe
    para que la transmitan completa a todo el mundo
    Y que nosotros nos arrepintamos y convirtamos
    Amen.

  2. Dan deseos de imprimir esta carta, reproducirla y repartirla entre muchos sacerdotes y obispos… Lo mismo que la homilìa de hoy 2/5/22 del Padre Santiago Martìn, sobre San Atanasio… Son los temas que uno lee en la prensa catòlica, en los videos de Youtube, pero jamàs se mencionan en las homilìas…

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