Un vía crucis superpolítico

Santidad, ¿podría hablarnos un poco más de Cristo?

Polémicas por la decisión del Vaticano de hacer compartir la cruz a una ucraniana y una rusa. Pero ¿qué otra cosa puede hacer la Iglesia si no es indicar la vía del perdón a los hombres que están en guerra entre ellos?

 

Me duele disentir con el padre Antonio Spadaro, pero cuando trató de arreglar diplomáticamente la polémica sobre la presencia de una enfermera ucraniana y una estudiante rusa en la decimotercera estación del vía crucis del Coliseo, se equivocó.

El rito tendrá lugar en el Coliseo el viernes, y tanto el embajador ante la Santa Sede, Andriy Yurash, como el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica ucraniana, Sviatoslav Shevchuk, tuvieron duras palabras sobre las dos mujeres que llevan la cruz juntas. «Los gestos de reconciliación entre nuestros pueblos solo serán posibles cuando la guerra haya terminado y los autores de crímenes contra la humanidad sean condenados conforme a la justicia».

La Iglesia es un partido

En el Vaticano se han sorprendido. «Si ni siquiera delante de la cruz de Cristo, el Viernes Santo, ¿dónde?», escribió acertadamente Marco Tarquinio en Avvenire. Pero las palabras de Spadaro («es necesario entender una cosa: Francisco es un pastor, no un político»), así como las del nuncio apostólico en Ucrania, monseñor Visvaldas Kulbokas («no es un signo político») contienen, al menos en parte, un equívoco. Porque es cierto que el papa Francisco no ha hecho un gesto «político», pero sí es cierto que su gesto es político, es más: es «superpolítico». Es un gesto «súper», que es, al mismo tiempo, político y «más» que político.

Porque esta es la naturaleza misma del cristianismo: tratar con lo humano hasta su extrema fealdad, miseria, atrocidad y, al mismo tiempo, señalar un camino de verdad y de perdón que repercute en la carne, la vida y la historia (es decir, la política) de la humanidad en cada época. La Iglesia es un partido, nos enseñó el cardenal Newman. ¿Y no queréis que este extraño partido se entrometa en nuestros asuntos? Es decir, ¿que no haga una política extraña, una superpolítica? Si la predicación y las advertencias fueran suficientes para cambiar el mundo, entonces bastaría con leer a Gramellini o a Saviano cada mañana. En cambio no es así.

Enemigas y amigas

Llamar a dos mujeres a la cruz es la forma que tiene el papa y la Iglesia de llamar a los hombres de nuestro tiempo -sean agresores o agredidos, santos o asesinos- a reconocer que existe un error, un pecado, que llevó hace dos mil años a clavar clavos en la carne del Hijo de Dios y hoy a matar a los inocentes en Mariúpol, Járkov y Odessa.

Reunir a la ucraniana Irina y a la rusa Albina para pedir al único Dios que nos ayude a encontrar el camino de la paz y del perdón es la única manera de tomar conciencia de que la verdad enviada libremente por el Misterio a la historia tiene que ver con la carne y los huesos. Tiene un rostro. Y hoy ese rostro tiene los rasgos de dos mujeres concretas: enemigas en el campo de batalla, pero amigas en la vida y a la sombra del Nazareno crucificado.

Perdón, es decir, súper-don

Luigi Giussani, comentando la gran fuerza del papa de rodillas, escribió en el año 2000: «Por tanto, el hombre pide perdón para afirmar algo positivo, la bondad de Cristo presente y vencedor en la historia. Y para que esta positividad sea para todo el mundo el Papa se pone de rodillas, cargando con las culpas de todos y de cada uno. No juzgándolas en nombre de una moral abstracta o de leyes dictadas por los hombres, sino renovando la dinámica propia de la conversión y el perdón, que no es debilidad, sino fuerza que recrea de nuevo lo humano puesto ante la Presencia divina».

Si hiciéramos caso al arzobispo Shevchuk, tendríamos que esperar al final de la guerra y a que la justicia humana nos perdone ante Dios. Es exactamente lo contrario. Al hombre capaz de todo el mal e incapaz de todo el bien, la Iglesia le señala la vía del perdón, es decir, del súper-don, como el camino principal para hacer una superpolítica a la altura de sus aspiraciones.

 

Publicado por Emanuele Boffi en Tempi

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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