Alejandro VII, a pesar de gobernar la Iglesia en el siglo XVII, tomó unas medidas muy parecidas a las que hemos sufrido los dos últimos años.
Un día como hoy, en 1599, nacía en Siena, Fabio Chigi, quien acabaría convirtiéndose en el Papa 237 de la Iglesia católica, con el nombre de Alejandro VII.
Este Pontífice tuvo que tomar, al comienzo de su pontificado, unas decisiones que, a pesar de separarnos más de cuatro siglos, son de lo más actuales: las restricciones para evitar contagios; eso sí, hay que precisar que la mortalidad de la peste a la que se enfrentaban en esa época era muchísimo más mortífera que el actual coronavirus.
Al poco de ser elegido, una epidemia de peste amenazó los Estados Pontificios, el territorio del que era soberano, que abarcaba una extensión considerable de la parte central de la península italiana.
Según algunos historiadores, esta peste que fue terrible en sitios como Cerdeña o Nápoles, tuvo muchísima menor incidencia en los territorios papales; y eso fue así gracias a Alejandro VII.
La peste afectó al territorio del Papa desde mayo de 1656 hasta agosto de 1657. Se suspendió el comercio con Nápoles; después, se bloqueo la entrada de viajeros que vinieran de allí; más tarde se aislaron localidades, incluida Roma.
Conforme iban aumentando los casos se tomaron medidas más radicales. “Se prohibieron diversas actividades económicas y sociales. Se cancelaron las fiestas y ceremonias públicas, civiles y religiosas”, dice el seminarista Gustavo Catania, filósofo del Monasterio de São Bento de Sao Paulo, según recogió la BBC. El Papa también levantó medidas como el ayuno ―más duro que en nuestra época― con el objetivo de que la gente estuviera más sana.
La suspensión de las misas, sin embargo, según recogió Gaudium Press, no se produjo. El Tractatus de avertenda et profliganda peste politico-legalis del Cardenal Girolamo Gastaldi, comisario pontificio para la salud en el tiempo de la peste, refutaría esa afirmación que leemos en el artículo de la BBC.
En la parte titulada “Sobre la dispensa de algunos días de la cuaresma” y de fecha del 3 de febrero de 1657, este purpurado, en nombre del Papa, “insta a todos a compensar la dispensa concedida de carne con la frecuencia de los Santos Sacramentos y con el crecimiento de la limosna y de las oraciones”, pues el mal se debería atacar con “remedios no menos sobrenaturales que naturales”, y de esa manera purgar las “reliquias del mal”.
Además, no hay ningún edicto que prohíba las misas, excepto las solemnes. Pero de todas formas, en esos casos, se recomienda que sean sustituidas por oraciones en casa.
El Pontificado de Alejandro VII
Tras superar una enfermedad, Chigi se doctoró en filosofía, teología y derecho en la universidad de su ciudad natal. Su carrera eclesiástica se inició con su nombramiento como vicedelegado pontificio en Ferrara.
Posteriormente, fue inquisidor de Malta y nuncio en Colonia. Inocencio X le creó cardenal y le nombró secretario de Estado en 1652.
En 1655 muere el Pontífice ―al que retratara Velázquez― y, tras 80 días de cónclave, fue elegido Chigi el 7 de abril, adoptando el nombre de Alejandro VII.
Durante su pontificado, este Papa dedico grandes esfuerzos a impulsar las artes, fomentando la arquitectura y el embellecimiento general de Roma. Encargó diversas obras a Bernini; de hecho, a él debemos la conocida columnata que rodea la Plaza de San Pedro. También encargó al famoso escultor obras como la ornamentación de la iglesia de Santa María del Popolo, la Scala Regia, la Cátedra de San Pedro o su propia tumba en la basílica vaticana.
Alejandro VII tuvo sus roces con el poderoso cardenal Mazarino, consejero del rey francés Luis XIV, una cuestión que hizo que las relaciones con Francia fueran tensas, incluso después de la muerte del purpurado. Con España tuvo mejor relación, favoreciéndonos en nuestras reclamaciones sobre Portugal.
El Papa Chigi confirmó la condena a los jansenistas de su predecesor mediante la bula Ad Sanctam Beati Petri Sedem, en la que declaraba que cinco de las proposiciones de Jansen eran heréticas.
Estamos acostumbrados a que los últimos Papas eleven a los altares a centenares de beatos y santos; sin embargo, eso no es lo normal en la historia bimilenaria de la Iglesia. Durante su pontificado, Alejandro VII beatificó y canonizó a Francisco de Sales y canonizó a Ramón Nonato, Tomás de Villanueva, Juan de Mata y Félix de Valois.
Murió en 1667, siendo sepultado en el impresionante sepulcro, que, como hemos dicho realizó Bernini para él.