100 años de la muerte de Benedicto XV, el Papa desconocido

100 años de la muerte de Benedicto XV, el Papa desconocido

Hoy se cumplen 100 años de la muerte de Benedicto XV, uno de los Papas más desconocidos del siglo XX.

El 27 de abril de 2005, el Papa Benedicto XVI, elegido pocos días antes para suceder a Juan Pablo II, explicaba por qué había elegido ese nombre: “He querido llamarme Benedicto XVI para vincularme idealmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período agitado a causa de la primera guerra mundial”. Pero, ¿quién fue Benedicto XV y qué hizo?

El 22 de enerode 1922 fallecía en Roma, a los 67 años, il Piccoletto, mote cariñoso con el que era conocido Benedicto XV debido a su pequeña estatura. Un siglo después, queremos que conozcan al Papa número 258 de la historia de la Iglesia que es, posiblemente, el Pontífice del que menos se ha hablado y escrito del siglo XX.

Conocido por su incansable llamamiento a la paz, ya que le tocó vivir la terrible Primera Guerra Mundial, Giacomo Della Chiesa, que así se llamaba, vivió unos años en Madrid -dato poco conocido- y. de la mano del famoso cardenal Rampolla, ingresó en la estructura de poder de la Santa Sede. Hoy intentaremos que conozcan un poco más a Benedicto XV.

El joven Della Chiesa

Giacomo Della Chiesa nació en Génova el 21 de noviembre de 1854. Fue el tercero de cuatro hijos, del marqués Giuseppe ―perteneciente a una familia patricia cuyos orígenes se remontan a la época de san Ambrosio― y de la marquesa Giovanna Migliorati.

Alumno externo del seminario de su ciudad, a los 15 años expresó el deseo ser sacerdote, pero su padre se lo prohibió: “Volveremos a hablar de ello cuando hayas terminado tus estudios laicos”. El 2 de agosto de 1875, con 20 años, el joven Giacomo se licenció en derecho y, con el consentimiento de su padre, ingresó en el Colegio Capranicense de Roma, donde fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1878, con 24 años.

Admitido en la Pontificia Academia de Nobles eclesiásticos, donde eran formados jóvenes pertenecientes a familias patricias para el servicio diplomático de la Santa Sede, en 1883 fue destinado a Madrid, para ejercer de secretario del Nuncio Mariano Rampolla del Tindaro, a quien conocerán si son lectores habituales de InfoVaticana.

El ascenso al cardenalato

Con Rampolla regresó a Roma en 1887, cuando éste fue creado cardenal y nombrado secretario de Estado de León XIII. Minutante y sustituto de la Secretaría de Estado, primero con Rampolla, y luego con el cardenal Merry del Val ―que fue nombrado secretario de Estado por el nuevo Pontífice, Pío X, cuando éste sucedió a León XIII en 1903―, Della Chiesa se dedicó también a dar clases en la Academia Pontificia de Nobles eclesiásticos.

Consagrado obispo por Pío X en la Capilla Sixtina el 22 de diciembre de 1907, con 54 años, Della Chiesa fue designado para dirigir la diócesis de Bolonia, donde llegó la tarde del 18 de febrero de 1908. El 25 de mayo de 1914, tres meses antes de la muerte de Pío X, éste le creó cardenal.

Eran tiempos convulsos: el 28 de julio el Imperio Austrohúngaro declaró la guerra a Serbia y, por su parte, Alemania hacía lo propio con Rusia el 1 de agosto, y con Francia el 3. El 4 de agosto, las tropas alemanas invadieron Bélgica para atacar a Francia y el mismo día Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania. Prácticamente toda Europa está involucrada en operaciones de guerra: comenzaba la Primera Guerra Mundial.

El cónclave de 1914

En este inquietante contexto moría Pío X el 20 de agosto. El cónclave para sucederle se inició en la Capilla Sixtina el 31 de agosto. Desde el comienzo de éste, se perfilaban tres posibles candidatos a suceder al Papa Sarto: Domenico Serafini, un benedictino y asesor en el Santo Oficio que representaba la continuidad con Pío X en la lucha contra el modernismo; Pietro Maffi, arzobispo de Pisa, cercano a la familia real italiana; y Giacomo Della Chiesa, nuestro protagonista.

Dicen que, en las primeras votaciones, Maffi y Della Chiesa estaban igualados, aunque pronto el segundo fue destacando, convirtiéndose Serafini en su principal oponente. El 3 de septiembre de 1914, en la décima votación, los partidarios de Maffi dieron sus votos a Della Chiesa, lo que le otorgó la victoria sobre Serafini, siendo elegido Papa. Tomó el nombre de Benedicto XV en honor a Benedicto XIV, quien fuera también arzobispo de Bolonia en el siglo XVIII.

Posteriormente, Benedicto XV nombraría a Serafini prefecto para la Congregación de los Institutos de Vida Consagrada el 27 de enero de 1916 y, tras la muerte del cardenal Girolamo Maria Gotti, prefecto de la Congregación de Propaganda Fide, el 24 de marzo de 1916.

El cardenal Merry del Val no fue reelegido secretario de Estado por el nuevo Papa, y fue nombrado secretario de la Congregación del Santo Oficio. El nuevo secretario de Estado fue Domenico Ferrata, pero duró poco, ya que falleció el 10 de octubre de ese año. En su lugar, Benedicto XV nombró al cardenal Pietro Gasparri, quien firmaría en 1929 ―ya con Pío XI― los Pactos de Letrán.

Llamadas a la paz

Benedicto XV fue coronado Papa el 6 de septiembre de 1914 en la Capilla Sixtina. A los dos días, el 8 de septiembre, mediante la exhortación apostólica Ubi Primum, el Santo Padre se dirigía a “todos los católicos del mundo” y manifestaba la amargura que le producía la guerra que asolaba Europa. “Cuando desde esta cima apostólica volvimos nuestra mirada a todo el rebaño del Señor confiado a Nuestro cuidado, inmediatamente el inmenso espectáculo de esta guerra llenó nuestros corazones de horror y amargura, constatando que gran parte de Europa, devastada a hierro y fuego, está roja con la sangre de los cristianos”, lamentaba el nuevo Papa.

El 1 de noviembre firmaba su primera encíclica, ‘Ad beatissimi Apostolorum’, en el que realizaba un apremiante llamamiento a la paz, rogando a los príncipes y gobernantes que consideraran el desgarrador drama de la guerra, quizás “el espectáculo más desolador y lúgubre de la historia de los tiempos”.

La difícil situación de la Santa Sede, “prisionera” en Roma desde el 20 de septiembre de 1870, se agravó cuando el 24 de mayo de 1915 Italia, que había permanecido neutral durante el primer año del conflicto, entró en la guerra: los estados enemigos de Italia retiraron sus representantes diplomáticos acreditados ante el Vaticano y los trasladaron a Suiza.

Al día siguiente, 25 de mayo, en una carta al cardenal Serafino Vannutelli, decano del Colegio cardenalicio, Benedicto XV expresó su amargura por el hecho de que su invocación por la paz hubiera caído sido ignorada:

El 28 de julio siguiente, en el primer aniversario del estallido de la guerra, dirigió una sentida exhortación a todos los pueblos beligerantes y a sus gobernantes para que pusieran fin a la “horrenda carnicería que deshonra a Europa desde hace un año”. Y en la alocución de Navidad de ese mismo 1915, dirigida al Sacro Colegio Cardenalicio, condenó por enésima vez la regresión anticristiana de la civilización humana.

La guerra continuaba, pero Benedicto XV no cedía en su empeño y, el 1 de agosto de 1917, envió a los líderes de los pueblos beligerantes a exhortación apostólica Dès le début, en la que indicó soluciones particulares, adecuadas para el fin de la “masacre inútil”.

La expresión del Pontífice suscitó más protestas que consenso. Mientras las Potencias Centrales la consideraron un instrumento destinado a arrebatarles la victoria, en Italia y Francia hay quienes incluso la juzgaron al servicio de Alemania y sus aliados; tanto es así, que Georges Clemenceau definió a Benedicto XV como el “Pape boche” (Papa alemán).

Del fin del «non expedit» a la preocupación por las misiones

Pero no todo era la guerra. Mediante la Bula Providentissima Mater, del 27 de mayo de 1917, el Pontífice promulgó el nuevo Código de Derecho Canónico, ya impulsado por el Concilio Vaticano I y, especialmente por Pío X.

Con el Motu proprio Dei providenti, del 1 de mayo de 1917, instituyó la Sagrada Congregación para la Iglesia Oriental y, con el Motu proprio Orientis catholici, del 15 de octubre de 1917, fundó el Pontificio Instituto para la Estudios Orientales en Roma.

Benedicto XV, en marzo de 1919, acabó con el famoso “non expedit”, la disposición por la cual, desde 1868, se desaconsejaba a los católicos italianos el participar en las elecciones políticas del país y, por extensión, en la vida política italiana.

Con la carta apostólica Maximum illud, del 30 de noviembre de 1919, Benedicto XV dedicó su atención al trabajo realizado por los misioneros que, a veces con riesgo de su propia vida, están llamados a predicar el Evangelio a toda criatura. Exhortó a los heraldos de la palabra divina a realizar su arduo apostolado con todo el entusiasmo que aconseja la caridad cristiana, comprometiéndose a preparar un clero indígena capaz de autoadministrarse.

El 5 de agosto de 1921, el Papa escribía una carta sobre la condición de miseria en la que se encontraba el pueblo ruso, en plena guerra civil tras el ascenso de los bolcheviques al poder.

La posguerra

El fin de la guerra, invocada incesantemente por el Pontífice, llegó finalmente en el otoño de 1918. Benedicto XV continuó trabajando en favor de los más afectados y, con la Encíclica Paterno iam diu, del 24 de noviembre de 1919, invitó a los que se preocupaban por la humanidad a ofrecer dinero, alimentos y ropa, especialmente para ayudar a los niños, la categoría más expuesta a las consecuencias del conflicto.

Para ser el primero en dar ejemplo, en la encíclica el Santo Padre informaba que había donado a esos niños afectados la suma de 100.000 liras italianas. Esa suma, teniendo en cuenta el poder adquisitivo, serían poco más de 150.000 euros hoy en día.

El Papa dedicó también su atención a los trabajos de la Conferencia Internacional de la Paz, inaugurada en París el 18 de enero de 1919 y destinada a concluir con el famoso Tratado de Versalles, del 28 de junio de 1919.

Benedicto XV escribió la encíclica Quod iam diu el 1 de diciembre de 1918, en la que invitó a rezar a los católicos de todo el mundo, esperando que los delegados adoptaran decisiones basadas en principios cristianos de justicia.

“Ha cesado la lucha. Es cierto que aún no ha venido la paz solemne a poner término a la guerra, pero al menos el armisticio que ha interrumpido el derramamiento de sangre y la devastación en la tierra, en el aire y en el mar ha dejado felizmente abierto el camino para llegar a la paz”, escribió el Santo Padre.

Benedicto señalaba en el documento que aún había que pedir al “benignísimo Dios”, que se dignara a “completar en cierto modo y llevar a perfección el beneficio tan inmenso otorgado a la humanidad”.

“Muy pronto se van a reunir los que por voluntad popular deben concertar una paz justa y permanente entre todos los pueblos de la tierra. Los problemas que tendrán que resolver son tales que no se han presentado mayores ni más difíciles en ningún humano congreso. ¡Cuánto, pues, no necesitarán del auxilio de las divinas luces para llevar a feliz término su cometido!”, exclamaba el Pontífice.

El Papa escribió que los católicos, “sin excepción”, “tienen el deber de alcanzar con sus ruegos la “sabiduría que asiste al trono del Señor” para los referidos delegados. Es Nuestra voluntad que todos los católicos queden advertidos de este deber. Por lo tanto, para que del próximo congreso salga aquel inestimable don de Dios de una paz ajustada a los principios de la justicia cristiana, os habéis de apresurar vosotros, Venerables Hermanos, a ordenar que en cada una de las parroquias de vuestra diócesis se realicen las preces públicas que bien os parecieren, para tornar propicio al “Padre de las luces””. Sin embargo, por desgracia, los frutos del tratado no fueron los esperados y, al no cerrar con acierto el conflicto, serían un caldo de cultivo para el ascenso del nazismo en Alemania.

Nueva llamada a la paz

Benedicto XV, preocupado por las consecuencias del reciente conflicto mundial, escribía en la encíclica Pacem, Dei munus, del 23 de mayo de 1920, una nueva exhortación a la paz y a la reconciliación, y una llamada a reducir los presupuestos militares. “Restablecida así la situación, reconocido de nuevo el orden de la justicia y de la caridad y reconciliados los pueblos entre sí, es de desear, venerables hermanos, que todos los Estados olviden sus mutuos recelos y constituyan una sola sociedad o, mejor, una familia de pueblos, para garantizar la independencia de cada uno y conservar el orden en la sociedad humana. Son motivos para crear esta sociedad de pueblos, entre otros muchos que omitimos, la misma necesidad, universalmente reconocida, de suprimir o reducir al menos los enormes presupuestos militares, que resultan ya insoportables para los Estados, y acabar de esta manera para siempre con las desastrosas guerras modernas, o por lo menos alejar lo más remotamente posible el peligro de la guerra, y asegurar a todos los pueblos, dentro de sus justos límites, la independencia y la integridad de sus propios territorios”, escribió Su Santidad.

La muerte de il Piccoletto

Antes de morir, observaba como los estados acreditados ante la Santa Sede -14 en el momento de su elección- habían pasado a 27. Y también se enteró de que, el 11 de diciembre de 1921, se había inaugurado una estatua dedicada a él en una plaza pública de Constantinopla, al pie de la cual está escrito:

“Al gran Pontífice de la hora trágica mundial Benedicto XV. Benefactor de los pueblos sin distinción de nacionalidad y religión, en señal de agradecimiento del Oriente. 1914-1919”.

A principios de enero de 1922, el Pontífice enfermó de una gripe que pronto se convertiría en bronconeumonía. Producto de ello, el día 22 de ese mes falleció a la edad de 67 años, en compañía de sus sobrinos. Sus últimas palabras fueron: «Ofrecemos nuestra vida para la paz en el mundo». Su cuerpo hoy descansa en las grutas vaticanas.

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