Francisco, en la Jornada de los Pobres, nos llama a superar nuestra ‘rigidez interna’

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El Santo Padre ha aprovechado la homilía en la Misa de la Jornada de los Pobres para arremeter contra la némesis de su pontificado: la rigidez.

Es gracias a la ternura, a la compasión que lleva a la ternura, que puede brotar la esperanza y aliviarse el dolor de los pobres, superando las cerrazones, las rigideces interiores que, hoy, son la tentación “de los restauracionistas que quieren una Iglesia toda ordenada, toda rígida: esto no es del Espíritu Santo», ha dicho el Papa en la misa de la V Jornada Mundial de los Pobres, celebrada en la Basílica de San Pedro.

Francisco pidió a todos los cristianos que no se aparten de los más débiles y habló de los dos aspectos de la historia: el dolor de hoy y la esperanza de mañana, las dolorosas contradicciones de la realidad humana, por un lado, y el futuro de la salvación en el encuentro con el Señor, por otro.

También tuvo una sutil referencia a otro de sus temas recurrentes, el medio ambiente -ahora que acaba la cumbre del clima en Glasgow, COP26, a la que finalmente no pudo acudir- al afirmar: “No hace falta hablar de los problemas, polemizar, escandalizarse -todos sabemos hacerlo-; hay que imitar a las hojas, que discretamente transforman el aire sucio en aire limpio cada día. Jesús quiere que seamos «convertidores del bien»: personas que, inmersas en el aire pesado que todos respiran, respondan al mal con el bien (cf. Rm 12,21). Personas que actúan: parten el pan con los hambrientos, trabajan por la justicia, levantan a los pobres y les devuelven su dignidad, como hizo aquel samaritano.”

Les ofrecemos las palabras del Papa, publicadas en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

Las imágenes que Jesús usa en la primera parte del Evangelio de hoy nos dejan consternados: el sol se oscurece, la luna deja de brillar, las estrellas caen y los poderes celestiales tiemblan (cf. Mc 13,24-25). Pero, un poco después, el Señor nos abre a la esperanza, precisamente en ese momento de oscuridad total el Hijo del hombre vendrá (cf. v. 26), y ya en el presente se pueden vislumbrar los signos de su venida, como cuando se observa una higuera que empieza a brotar porque el verano está cerca (cf. v. 28).

Con la ayuda de este Evangelio podemos leer la historia considerando dos aspectos: los dolores de hoy y la esperanza del mañana. Por una parte, se evocan las dolorosas contradicciones en las que en cualquier tiempo la realidad humana permanece inmersa; por otra parte, se percibe el futuro de salvación que le espera, es decir, el encuentro con el Señor que viene para liberarnos de todo mal. Contemplemos estos dos aspectos con la mirada de Jesús.

El primer aspecto: el dolor de hoy. Estamos dentro de una historia marcada por tribulaciones, violencia, sufrimientos e injusticias, esperando una liberación que parece no llegar nunca. Sobre todo, los que resultan heridos, oprimidos y a veces pisoteados son los pobres, los anillos más frágiles de la cadena. La Jornada Mundial de los Pobres que estamos celebrando nos pide que no miremos a otra parte, que no tengamos miedo de ver de cerca el sufrimiento de los más débiles, para quienes el Evangelio de hoy es muy actual: el sol de sus vidas frecuentemente se oscurece a causa de la soledad, la luna de sus esperanzas se apaga, las estrellas de sus sueños caen en la resignación y su misma existencia queda alterada. Todo eso a causa de la pobreza que a menudo están forzados a vivir, víctimas de la injusticia y de la desigualdad de una sociedad del descarte que corre velozmente sin tenerlos en cuenta y los abandona sin escrúpulos a su suerte.

Pero, por otra parte, está el segundo aspecto: la esperanza del mañana. Jesús quiere abrirnos a la esperanza, arrancarnos de la angustia y del miedo frente al dolor del mundo. Por eso afirma que, justo cuando el sol se oscurece y todo parece que se hunde, Él se hace cercano. En el gemido de nuestra dolorosa historia, hay un futuro de salvación que empieza a brotar. La esperanza del mañana florece en el dolor de hoy. Sí, la salvación de Dios no es sólo una promesa del más allá, sino que ya está creciendo dentro de nuestra historia herida —tenemos un corazón enfermo, todos—, se abre camino entre las opresiones y las injusticias del mundo. Precisamente en medio del llanto de los pobres, el Reino de Dios despunta como las tiernas hojas de un árbol y conduce la historia a la meta, al encuentro final con el Señor, el Rey del universo que nos liberará de manera definitiva.  

En este momento, preguntémonos, ¿qué se nos pide a nosotros cristianos ante esta realidad? Se nos pide que alimentemos la esperanza del mañana aliviando el dolor de hoy. Están unidos: si tú no vas por delante aliviando los dolores de hoy, difícilmente tendrás la esperanza del mañana. La esperanza que nace del Evangelio, en efecto, no consiste en esperar pasivamente que en el futuro las cosas vayan mejor, esto no es posible, sino en realizar hoy de manera concreta la promesa de salvación de Dios. Hoy, cada día. La esperanza cristiana no es ciertamente el optimismo beato, es más, diría el optimismo adolescente, del que espera que las cosas cambien y mientras tanto sigue haciendo su propia vida, sino que es construir cada día, con gestos concretos, el Reino del amor, la justicia y la fraternidad que inauguró Jesús. La esperanza cristiana, por ejemplo, no fue sembrada por el levita o por el sacerdote que han pasado delante de aquel hombre herido por los ladrones. Fue sembrada por un extraño, por un samaritano que se ha parado y ha hecho el gesto (cf. Lc 10,30-35). Y hoy es como si la Iglesia nos dijese: “Detente y siembra esperanza en la pobreza. Acercate a los pobres y siembra esperanza”. La esperanza de aquella persona, la tuya y la de la Iglesia. A nosotros se nos pide esto: que seamos, en medio de las ruinas cotidianas del mundo, incansables constructores de esperanza, que seamos luz mientras el sol se oscurece, que seamos testigos de compasión mientras a nuestro alrededor reina la distracción, que seamos amantes y atentos en medio de la indiferencia generalizada. Testigos de compasión. No podremos nunca hacer el bien sin pasar por la compasión. Como mucho haremos cosas buenas, pero que no tocan la vida cristiana porque no tocan el corazón. Lo que nos hace tocar el corazón es la compasión. Nos acercamos, sentimos la compasión y hacemos gestos de ternura. Precisamente el estilo de Jesús: cercanía, compasión y ternura. Esto se nos pide hoy. 

Hace poco recordé algo que repetía un obispo cercano a los pobres, y pobre de espíritu él mismo, don Tonino Bello: «No podemos limitarnos a esperar, tenemos que organizar la esperanza». Si nuestra esperanza no se traduce en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común, los sufrimientos de los pobres no se podrán aliviar, la economía del descarte que los obliga a vivir en los márgenes no se podrá cambiar y sus esperanzas no podrán volver a florecer. A nosotros, especialmente a nosotros cristianos, nos toca organizar la esperanza —hermosa esta expresión de Tonino Bello: organizar la esperanza—, traducirla en la vida concreta de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político. Me hace pensar al trabajo que hacen tantos cristianos en las obras de caridad, al trabajo de la Limosnería Apostólica. ¿Qué se hace allí? Se organiza la esperanza. No se da una moneda, no, se organiza la esperanza. Esta es una dinámica que hoy nos pide la Iglesia.

Hay una imagen de la esperanza que Jesús nos ofrece hoy. Es una imagen sencilla e indicativa al mismo tiempo, se trata de las hojas de la higuera, que brotan sin hacer ruido, señalando que el verano se acerca. Y estas hojas aparecen, subraya Jesús, cuando las ramas se ponen tiernas (cf. v. 28). Hermanos, hermanas, esta es la palabra que hace surgir la esperanza en el mundo y que alivia el dolor de los pobres: la ternura. Compasión que te lleva a la ternura. Nos toca a nosotros superar la cerrazón, la rigidez interior, que es la tentación de hoy, de los “restauracionistas” que quieren una Iglesia totalmente ordenada, completamente rígida. Esto no es del Espíritu Santo. Y debemos superar esto, y hacer germinar en esta rigidez la esperanza. Y depende de nosotros también superar la tentación de ocuparnos sólo de nuestros problemas, para enternecernos frente a los dramas del mundo, para compadecer el dolor. Como las tiernas hojas del árbol, estamos llamados a absorber la contaminación que nos rodea y a transformarla en bien. No sirve hablar de los problemas, polemizar, escandalizarnos —esto lo sabemos hacer todos—, es necesario imitar a las hojas que, sin llamar la atención, cada día transforman el aire contaminado en aire puro. Jesús quiere que seamos “transformadores de bien”, personas que, inmersas en el aire cargado que respiran todos, respondan al mal con el bien (cf. Rm 12,21). Personas que actúan, que parten el pan con los hambrientos, que trabajan por la justicia, que levantan a los pobres y les restituyen su dignidad, como hizo aquel samaritano.

Es hermosa, es evangélica, es joven una Iglesia que sale de sí misma y, como Jesús, anuncia la buena noticia a los pobres (cf. Lc 4,18). Me detengo sobre ese adjetivo, el último. Es joven una Iglesia así, con la juventud de sembrar esperanza. Esta es una Iglesia profética, que con su presencia dice a los desalentados y a los descartados del mundo: “Ánimo, el Señor está cerca, también para ti hay un verano que brota en el corazón del invierno. También de tu dolor puede resurgir esperanza”. Hermanos y hermanas, llevemos esta mirada de esperanza al mundo. Llevémosla con ternura a los pobres, con cercanía, con compasión, sin juzgarlos —nosotros seremos juzgados—. Porque allí, junto a ellos, junto a los pobres, está Jesús; porque allí, en ellos, está Jesús que nos espera.

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Comentarios
37 comentarios en “Francisco, en la Jornada de los Pobres, nos llama a superar nuestra ‘rigidez interna’
    1. Debemos restaurar el orden en la Iglesia. Las proclamas ideológicas de Francisco ni son doctrina ni vienen del Espíritu Santo, sino que se le oponen.

      1. El Papa no se centra en el tema de las lecturas del domingo que hablan del juicio final, sino que Francisco se va «por los cerros de úbeda» con su idea de la pobreza.

  1. Un empleado que entra a trabajar a las 9.30 en vez de las 9, padecerá la rigidez de la normativa laboral y será sancionado. Un contribuyente que paga 80 en vez de los 100 que le corresponden, padecerá igualmente la rigidez de la normativa tributaria y será sancionado. Un conductor que conduce a 120, superando el límite de los 100 en ese tramo de carretera, padecerá también la rigidez del Código de la Circulación.

    Lo que le pasa a Bergoglio es que odia la rigidez católica porque ha asumido en su totalidad, aunque a veces disimuladamente, la rigidez del pensamiento único y sus dogmas ambientalistas, migracionistas, ecumenistas, globalistas, pseudo sanitarios, migracionistas desarraigadores, abortistas, eutanásicos, homosexualistas y legeteberos. Los empleados vaticanos no vax han padecido la rigidez bergo liante en forma de despido.

    1. Rigidez por rigidez, es mucho más saludable la católica, que lleva al Cielo, mientras que la del pensamiento único anti católico lleva al infierno, como comprobará Bergoglio si no se convierte a la rigidez católica.

    2. Excelente. Ese tiene toda la rigidez de las órdenes de la elite, rígidamente trazadas y programadas rigurosamente para el 2030 por los rígidos ingenieros sociales maquiavélicos.

    3. Rigidez ninguna. Por favor lee el Evangelio.
      Sin duda, te dedicas a mirar la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo

      Cada uno es libre con sus obsesiones. Las del Santo Padre están claras, las tuyas también,

    4. El Evangelio nos relata cómo Cristo secó la higuera por no dar fruto. Estos que no dan fruto deberían poner sus barbas a remojar para no ser ellos la higuera actual que, «rígida» por haberse secado, sólo sirva para echar al fuego.

  2. Si no entiendo mal, la culpa de que hayan pobres es porque hay ricos? Si no hubieran ricos no habrían pobres? Parece que la culpa de todo es culpa de los ricos

    1. Resumen simple de la homilía; «católico rígido, voy a por ti para llevarte con mis mandileros y mi querida B’nai B’rith al infierno».
      Obispo Cisco.

        1. Ciertamente.
          ¿Y cómo es posible que se pueda ser tan estulto y no tener temor de Dios? Catalina Emerick nos muestra en sus profecías lo que iba a suceder en nuestros días.
          Existen visionarios de los cuales uno duda, pero de ella, no.

  3. Me es absolutamente imposible leer una homilía del actual papa.
    «Rigidez», palabra comodín y obsesiva de Bergoglio. No falta en ninguno de sus guisos.

    1. dejar de apoyar los ocultos líderes mundiales que paran las economias para forzar un cambio de paradigma, con escusas de falsedades, eso genera pobreza y muerte, sus objetivos. Y?

  4. Un visitante que no pague para entrar NO podrá conocer los museos vaticanos. ¡Cuánta rigidez del gobernante del Vaticano! ¡Debería pensar que los pobres también tienen derecho a ver ese legado cultural!

  5. Es triste el espectáculo que día a día este viejo nos da.
    Sus opiniones son satánicamente retorcidas. Muchos creen que lo que dice es inspiración del Espíritu Santo, y no se dan cuenta de que habla siempre en sentido vago y ambiguo.

    1. A mí no me parece nada «vago y ambiguo». Fíjese lo claro que lo tiene:

      «Nos toca a nosotros superar la cerrazón, la rigidez interior, que es la tentación de hoy, de los “restauracionistas” que quieren una Iglesia totalmente ordenada, completamente rígida. Esto no es del Espíritu Santo».

      Por un lado. ¿cómo es capaz de ver el interior de las personas y si tienen cerrazón y rigidez o no? Me recuerda a cierto dictador venezolano diciendo aquéllo de que se lo había dicho «un pajarito». Por otro lado, si alguien quiere restaurar algo es porque o está roto o no funciona. Parece no querer que se arregle. Además, le parece mal una Iglesia ordenada, a la que acusa de «rígida». Es decir, la Iglesia ha sido «rígida» durante milenios y ajena a la acción del Espíritu Santo, que por lo visto se tomó vacaciones hasta ahora. Porque, si no es la Iglesia de antes, ¿qué es lo que quieren restaurar esos rígidos «restauracionistas»?

  6. Pero si Dios y las cosas de Dios son orden y reflejan el orden!

    Ya me imagino la casa de la Sagrada Familia toda desordena o cada quien haciendo lo que quería a la hora que quería.

    Imaginen la última cena con todo en desorden y los apóstoles llegando tarde, etc.

    El orden viene de Dios! El desorden y la laxitud del diablo

  7. Francisco es tan nulamente rígido, que ha ido negando los dogmas marianos y ha llamado «tontera» la suplicada proclamación del quinto, María Corredentora.

  8. Es cierto, P.Mariano. Hoy, cuando los textos evangélicos estan en desacordo con las políticas modernistas del Vaticano, simplemente, cambian de tema, y divagan ségun les interese. Asi, tenemos que concluir que esta Iglesia no Proclama la VERDAD ni posee el Espíritu Santo…

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