San Carlos Borromeo y la epidemia de su tiempo

San Carlos Borromeo epidemia
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En marzo de 2020, en plena pandemia de coronavirus, nos hicimos eco de un artículo que Roberto de Mattei, experto en Historia de la Iglesia, publicó en Adelante la Fe. El escrito explicaba cómo san Carlos Borromeo, santo al cual celebramos hoy, encaró una fuerte epidemia que asoló la diócesis de la que era arzobispo, la de Milán.

Dado que aún seguimos con restricciones coronavíricas en medio mundo, y encontrándonos en la festividad de este importante santo, creemos pertinente traer algunos extractos del citado artículo:

“Todo había comenzado en el mes de agosto de aquel año. Milán estaba en fiesta para recibir a Don Juan de Austria, que iba a pasar por el Camino Español por haber sido nombrado gobernador de Flandes. Las autoridades de la ciudad se desvivían por agasajar al príncipe hispano con los máximos honores. Pero Carlos, que ya llevaba seis años ejerciendo como prelado de la archidiócesis, seguía con preocupación las noticias que llegaban de Trento, Verona y Mantua, donde la peste ya había comenzado a segar vidas. Los primeros casos se dieron en Milán el 11 de agosto, precisamente cuando llegaba Don Juan de Austria. El vencedor de Lepanto, seguido del gobernador don Antonio de Guzmán y Zúñiga, se alejó de la ciudad mientras Carlos, que había ido a Lodi para asistir a los funerales del obispo, se apresuró a ir allí. En Milán reinaban el miedo y la confusión, y el arzobispo se dedicó por entero a asistir a los enfermos y mandó elevar oraciones públicas y privadas. Dom Prosper Guéranger sintetiza con estas palabras la inagotable caridad del obispo: «Ante la ausencia de las autoridades locales, organizó los servicios sanitarios, fundó y renovó hospitales, consiguió dinero y víveres y decretó medidas preventivas. Ante todo, hizo las diligencias para proporcionar socorro espiritual, asistencia a los enfermos, sepultura a los muertos y la administración de los sacramentos a los habitantes de la ciudad, que estaban confinados en su casa, entre otras medidas preventivas. Sin temor al contagio, sufragó personalmente los gastos visitando hospitales, encabezando procesiones de penitencia y haciéndose de todo a todos como un padre y verdadero pastor» (L’anno liturgico – II. Tempo Pasquale e dopo la Pentecoste, Paoline, Alba 1959, pp. 1245-1248)”.

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“San Carlos estaba convencido de que la epidemia era un azote enviado por el Cielo en castigo por los pecados del pueblo, y de que para remediarla era preciso recurrir a medios espirituales: la oración y la penitencia. Reprochó a las autoridades civiles que hubieran cifrado su confianza en medios humanos y no divinos. «¿No habían prohibido todas las reuniones pías, y todas las procesiones durante el tiempo del Jubileo? Tenía el convencimiento de que ésas habían sido las causas del castigo» (Chanoine Charles Sylvain, Histoire de Saint Charles Borromée, Desclée de Brouwer, Lille 1884, vol. II, p. 135). Los magistrados que gobernaban la ciudad siguieron oponiéndose a las ceremonias públicas por temor a que las aglomeraciones aumentaran el contagio. Pero Carlos, que estaba guiado por el Espíritu de Dios –señala otro de sus biógrafos–, lo convenció aduciendo varios ejemplos, entre ellos el de San Gregorio Magno, que había detenido la plaga que asolaba Roma en el año 590 (Giussano, op. cit. p. 266).

Mientras se propagaba la epidemia, el arzobispo ordenó tres procesiones generales, que tendrían lugar los días 3, 5 y 6 de octubre en Milán a fin de aplacar la ira de Dios. El primer día, aunque no fuera cuaresma, el santo impuso cenizas en las cabezas de millares de personas congregadas mientras las exhortaba a la penitencia. Concluida la ceremonia, la procesión se dirigió a la basílica de San Ambrosio. Él mismo iba a la cabeza del pueblo vistiendo capa morada y capucha, descalzo, con la cuerda de penitente al cuello y portando una gran cruz. En la iglesia predicó sobre la primera lamentación del profeta Jeremías, Quomodo sedet sola civitas plena populo, y afirmó que los pecados del pueblo habían provocado la justa indignación de Dios.

La segunda de las procesiones encabezada por el cardenal se dirigió a la basílica Mayor de San Lorenzo. En su sermón, aplicó a la ciudad de Milán el sueño de Nabucodonosor narrado por el profeta Daniel, «haciendo ver que la venganza divina había caído sobre la urbe» (Giussano, Vita di San Carlo Borromeo, p. 267). El tercer día, la procesión se dirigió desde la catedral hasta la basílica de Santa María en las inmediaciones de San Celso. San Carlos portaba en sus manos la reliquia del Santo Clavo de Nuestro Señor, que el emperador Teodosio había donado a San Ambrosio en el siglo V, y concluyó la ceremonia con un sermón titulado Peccatum peccavi Jerusalem  (Jeremías 1,8).

La peste no tenía visos de disminuir, y Milán era una ciudad desierta, porque un tercio de la población había perdido la vida, y los demás estaban en cuarentena o no se atrevían a salir de su casa. El arzobispo ordenó que en las principales plazas y encrucijadas de la ciudad se erigiesen unas veinte columnas de piedra coronadas por una cruz para que los residentes de todos los barrios pudiesen asistir a las misas y rogativas públicas asomados a las ventanas de sus viviendas. Uno de los santos protectores de Milán era San Sebastián, el mártir al que habían recurrido los romanos durante la peste del año 672. San Carlos propuso a los magistrados milaneses reconstruir el santuario dedicado al santo, que estaba en ruinas, y celebrar durante diez años una fiesta solemne en su honor. Por fin, en julio de 1577 cesó la peste, y en septiembre se colocó la primera piedra del templo cívico de San Sebastián, donde el veinte de enero de cada año se sigue celebrando todavía una Misa para conmemorar el fin de la epidemia”.

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Comentarios
8 comentarios en “San Carlos Borromeo y la epidemia de su tiempo
  1. San Carlos Borromeo era un hombre de gran fe. En cambio ahora hay muchos obispos de fe débil, que ante la nadería del covid se apresuraron a cerrar iglesias y prohibir sacramentos.

    1. La nadería del COVID?
      Millones de muertos en el mundo, siendo los más afectados gente de mayor edad, que es la que asiste a las parroquias.
      Es que de cajón.
      Lo contrario supone no solo la más falta de empatía ética sino desde luego cristiana.
      Lo reitero: los Seminarios deben mejorar su formación, no cabe duda.

      1. Igual de millones de muertos que de la gripe común. Dígame: ¿ha habido millones de muertos jóvenes y sanos? No. Eso sería una horrible pandemia que mata a todo el mundo. Un virus que sólo mata ancianos y gente con patologías previas no deja de ser terrible, pero no más terrible que cualquier otro virus, como el que ya le he señalado.

        Debería dejar de llevar la contraria por norma si su único criterio es meterse con quienes profesan la fe católica de manera íntegra (cosa que usted no hace). ¿No se cansa? Pareciera que alguien le obligara a leer y escribir en esta página. Si no le gusta la línea editorial ni los comentarios de la mayoría, ¿qué hace aquí sufriendo? Porque lo que es convencer a alguien, ya se lo digo yo: no va a convencer a nadie.

  2. Ésa epidemia no fue causada por una sopa de murciélago que comió un señor y luego ¡ zaz¡ surgió el virus.
    No, Ésa epidemia fue de verdad, y no cerraron templos y comulgaban,, y aquí, ya no quieren dar la Comunión en la boca,,, » no vaya uno a contagiar»
    y éso que llevamos 1000 días casi desde aquella famosa sopa instantánea.
    San Carlos Borromeo , tan santo .
    Ven y ayuda.

    1. Ambas cosas son ciertas, desde luego: la pandemia existió, ya lo creo, igual algunos de los que aquí escriben y pontifican, no conocen a nadie. pero que salgan de casa y de la parroquia, y salgan a la calle. Y lo otro también; la manipulación.

      1. Igual nos quiere convencer de que usted sale mucho a la calle. Será que escribe todos sus comentarios contestatarios mientras camina, porque no para. Tenga cuidado, pues, que igual se da contra una farola, que puede llegar a ser más peligrosa que el covid (sobre todo si se da con ella en la cabeza).

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