Sí, se supone que Francisco hablaba en broma cuando sugirió que su sucesor sería Juan XXIV. Pero el Santo Padre no da puntada sin hilo, y la ‘gracia’ casa demasiado bien con su obsesión por hacer irreversibles sus reformas.
Como Juan XXIII, el Papa que abrió el último concilio para ‘actualizar’ la Iglesia y abrirla al mundo, el sucesor de Francisco habrá de continuar por esa misma vía del ‘espíritu del Vaticano II’. Al menos, esa es la intención de Francisco, que, bromas aparte, ha nombrado más cardenales ‘de su cuerda’ que ningún pontífice en fecha reciente y que en varias ocasiones ha confesado su obsesión de dejar ‘atadas’ sus reformas in saecula saeculorum.
Podríamos decir que es una de las grandes paradojas de este Papado: repudiar con fuerza la ‘rigidez’ de quienes quieren una continuidad sólida y visible con el pasado de milenios de la Iglesia y elogiar continuamente la voluntad de cambio, la apertura al cambio, para luego pretender que lo que salga de las decisiones del Papa actual deba ser escrupulosamente respetado y dejado intacto por sus sucesores de aquí al final de los tiempos. El cambio, sí: pero solo en una única dirección.
Otra paradoja, o la misma expresada de modo distinto, es la que se expresa en su versión más extrema en las palabras del pontífice en la Santa Misa por la Apertura de la Asamblea Plenaria del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas en el 50 aniversario de su instauración: “Restaurar el pasado nos matará a todos”. Pero, ¿qué es anhelar un Juan XXIV sino un deseo de restaurar los años 60-70?
Aunque en un Papa tan expresivo y locuaz como Francisco se advierte de forma más exagerada, no es un rasgo exclusivo de este Pontífice y tiene mucho de humano. Es tan natural el deseo de que nuestras obras no queden destruidas y deshechas a nuestra muerte como que, en el invierno de nuestra vida, veamos en los ideales de nuestra juventud el rumbo de la historia. Por la implacable ley de la cronología, sin embargo, Francisco será con toda probabilidad el último Papa que vivió conscientemente el inmediato postconcilio como un joven sacerdote.
Esa es una de las razones por las que, pese a todos los esfuerzos de condicionar su sucesión nombrando cardenales afines, no es una apuesta segura que el próximo Papa vaya a ser Juan XXIV…, ni Francisco II.
“A un Papa gordo le sigue un Papa flaco” es un viejo dicho de la Curia Romana, en el sentido de que el Colegio Cardenalicio tiende a favorecer la alternancia y a buscar el punto medio eligiendo en el nuevo Pontífice una figura que contraste con el anterior. Pensando, incluso, en los motivos más humanos, más a ras de tierra, conviene recordar que los cardenales no están atados por lo que pudieran dar a entender a un Papa difunto, ni este puede ya premiarles o castigarles por su decisión.
Todo cuerpo vivo, incluidas las instituciones, tiende en primer lugar a la autoconservación, a la supervivencia, y muchos cardenales podrían, viendo el panorama de fuga masiva de fieles, calcular que un segundo Francisco podría dejarles con una institución muy disminuida, por decirlo poco. Y aun comulgando plenamente con las ideas renovadoras de Francisco, no pocos pueden concluir que las prisas no son buenas para nada.
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El nuevo testamento ya es antiguo,no se dice jesus se dice dios o señor, no se usa la cruz se usa el hamsa.
el hamsa es union de todas las religiones.
Deja de fumar cosas raras !!!
A la hoguera con los libros de los Joselillos.
El decadente pontificado de Francisco ha demolido en ocho años lo indecible. Augurar otro pontificado similar, sería como el puyazo que acabaría de sangrar a la Iglesia para dejarla exhausta. Pero ningún Papa podrá dar el estoque, ya que Cristo sostiene a la Iglesia, y por ello debemos confiar que Dios proveerá.
Francisco es pedro el romano,tenia que hacer una nueva iglesia y eso es lo que ha hecho.
A Francisco le sale el tiro por la culata. Contra Dios no se puede.
Exactamente: como no creen en Dios, lo sacan de la ecuación, y quieren conseguirlo todo humanamente, como pelagianos que son. Y Dios es soberano, el único y verdadero soberano y deshará de veras todo lo que de absurdo y estúpido y hasta maligno hay en toda esta Iglesia, aunque sus tiempos no son los nuestros y no veamos cómo ni el momento.
La expresión «…acabará con todos», se referirá a todos los corruptos, modernistas, masones y sodomitas. Supongo que conoce aquello de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Francisco, ha muerto.
Muchas personas buenas, buenas de verdad, grandes cristianos que conozco (padres de familia numerosa que además son voluntarios de catequesis, visitas a cárceles y mil cosas… y de misa, rosario, todo) que sin duda me superan en santidad… pues están convencidos de que que Dios bendice las parejas homosexuales, los segundos matrimonios de divorciados y todos deben comulgar, viva la misericordia… Esto es lo que se ha conseguido.
Porque son Bergo-glianos
No serán grandes cristianos ni tan buenos por tanto.
Es significativo el nombre elegido por los últimos pontífices. En el último siglo ha habido una tendencia a escoger el de los inmediatos predecesores, entre otras razones por aquello de hacer visible una continuidad en el gobierno de la Iglesia. En los últimos cuatro casos vemos, por ejemplo, que Juan Pablo I escogió el suyo, claramente, para indicar que continuaría la labor de los dos Papas del CVII: Juan y Pablo. Juan Pablo II lo mismo, al haber durado un mes escaso el pontificado anterior. El caso de Benedicto XVI rompe la tendencia, pero no tanto: tras tanto Juan y Pablo, quiere expresar un nexo con los pontificados anteriores al CVII, pero sin alarmar a los novadores con un Pío, lo que le obligaba a remontarse al pontifice anterior a los últimos Píos (Pío XI y Pío XII), pero sin salirse del siglo XX: Benedico XV. Francisco, en cambio, es un «unicum»: jamás ha habido un pontifice llamado así, como tampoco ninguno que haya hecho con la Iglesia lo que él.