(Christopher R. Altieri/The Catholic Herald)- «El Papa deberá aceptar la renuncia del cardenal Marx», escribí el viernes pasado. «Si no lo hace, es porque debe de estar haciendo algún tipo de examen de conciencia de él mismo».
Ahora que el papa Francisco ha considerado oportuno rechazar la oferta del cardenal Marx y exigir que siga en su puesto como arzobispo de Múnich y Freising, debo decir que mi segunda frase decía originalmente: «Si no lo hace, debería pensar en ofrecer la suya».
Es la última vez que suavizo algo.
Es difícil, en cualquier circunstancia, juzgar las motivaciones de otra persona. Cuando se trata de una figura muy pública, en medio de acontecimientos trascendentales, es casi imposible. Como cristianos, e incluso como seres humanos decentes, es justo conceder el beneficio de la duda y suponer la mejor de las intenciones.
Cualesquiera que sean las razones del cardenal Marx para presentar su renuncia, el rechazo del Papa Francisco hace que todo el asunto parezca minuciosamente manejado, orquestado, coreografiado.
Aunque no se le acusa formalmente de ningún delito concreto, el cardenal Marx ha admitido sus graves errores y ha presentado su dimisión como un acto concreto de responsabilidad personal por los fallos de la Iglesia. «Siento que al permanecer en silencio, al no actuar y al centrarme demasiado en la reputación de la Iglesia, me he hecho personalmente culpable y responsable», escribió el cardenal Marx para explicar su oferta de dimisión.
«Con mi dimisión -explicó además el cardenal Marx- quiero dejar claro que estoy dispuesto a asumir personalmente la responsabilidad no sólo de los errores que haya podido cometer, sino de la Iglesia como institución a la que he contribuido a dar forma y moldear en las últimas décadas.»
El Papa Francisco no se lo permite.
«La respuesta del Santo Padre me ha sorprendido», escribió el cardenal Marx en un comunicado publicado en la web de la archidiócesis que aún dirige. «No esperaba que reaccionara tan rápidamente y tampoco esperaba su decisión de que continuara mi servicio como arzobispo de Múnich y Freising».
No debería haberse sorprendido tanto.
El Papa Francisco comenzaba su carta al cardenal Marx agradeciéndole su valentía al estilo de la de Cristo. Unas palabras que recuerdan a su elogio al cardenal Donald Wuerl, el sucesor del tío Ted McCarrick en la sede de Washington, DC, puesto contra las cuerdas por las evidencias y que Francisco escribió cuando finalmente, con poco entusiasmo e incluso a regañadientes, aceptó la renuncia de Wuerl.
«Tienes suficientes elementos para ‘justificar’ tus acciones y lo que significa encubrir delitos o no afrontar ciertos problemas, y para cometer algunos errores», escribió el Papa Francisco al cardenal Wuerl. «Sin embargo, tu nobleza te ha llevado a no elegir este camino de defensa».
«Por esto, estoy orgulloso», continuaba el Papa Francisco, «y te doy las gracias».
El Papa Francisco se lo ha agradecido también al cardenal Marx.
«Me conmueve el detalle y el tono tan fraterno de su carta», continúa el cardenal Marx. «En obediencia acepto su decisión, tal y como le prometí».
En su carta, el Papa Francisco aborda sus temas de conversación favoritos.
«Toda la Iglesia está en crisis a causa del asunto de los abusos», escribe el Papa Francisco al cardenal Marx. «Además, la Iglesia hoy no puede dar un paso adelante sin asumir esta crisis».
No se equivoca.
El problema está en cómo esa afirmación se compagina con lo que dice después y con los modos y órdenes que ha elegido y establecido en el gobierno de la Iglesia.
Toda la Iglesia está implicada en la crisis. Los obispos la han creado. Los obispos tienen todo el poder. Los obispos tienen todas las cartas.
Los rangos inferiores del clero viven en perpetuo miedo hacia sus superiores eclesiásticos, mientras que los laicos rezan pidiendo socorro y ven cómo las instituciones construidas con sus donativos se derrumban bajo el peso de la corrupción y el mal gobierno.
«Estoy de acuerdo contigo en calificar de catástrofe la triste historia de los abusos sexuales y el modo en que la Iglesia los ha afrontado hasta hace poco», escribe el Papa Francisco.
«Hasta hace poco», dice. Hasta hace muy poco. Pregunte a los fieles de Cincinnati, de Knoxville, de Nashville y Filadelfia, de Green Bay, de Lyon, de Cracovia y Gdańsk y Kalisz, de toda la nación de Chile y de Orán en la propia Argentina natal del Papa, ¿cómo está la Iglesia hoy? Pregunte a los fieles de Crookston. Pregunte a cualquier religiosa que viva o trabaje en casi cualquier lugar del mundo. Y luego pregúntenle al obispo Hoeppner. Pregunte al obispo Zanchetta.
Esta crisis no sólo forma parte de nuestra historia. Está en nuestro presente. No viviremos para ver el final de la misma. No soy yo quien lo dice. Lo dice el padre Hans Zollner SJ, director del principal instituto de protección de la infancia de la Iglesia. «Esto no terminará en nuestra vida», dijo Zollner a una audiencia en la Universidad de Fordham en marzo de 2019, «al menos en los países donde aún no han empezado a hablar de ello.»
Durante mucho tiempo, parecía que todo lo que harían los clérigos sobre la crisis sería hablar. El gobierno de Francisco en estos aspectos ha hecho que este observador del Vaticano añore los días de las charlas interminables.
«Darse cuenta de esta hipocresía en la forma de vivir la fe es una gracia», escribió el Papa Francisco al rechazar la oferta del cardenal Marx. «Es un primer paso que debemos dar». ¿Cuántas veces va a dejar pasar la oportunidad de dar ese primer paso?
«Tenemos que hacernos cargo de la historia, tanto personalmente como en comunidad», sigue escribiendo el Papa Francisco. «No se puede permanecer indiferente ante este crimen. Asumirlo significa entrar uno mismo en crisis». Efectivamente.
«Hacer ‘propósitos’ que cambien la vida sin ‘poner la carne en el asador’ no lleva a ninguna parte», escribe también el Papa Francisco.
Dios mío, ¿es que realmente solo piensa en forma de eslóganes?
Lo que sí sabemos es que gobierna por medio de ellos: «Sinodalidad» es uno de ellos. «Responsabilidad, rendición de cuentas, transparencia», es otro.
La transparencia del Papa Francisco o de cualquier otro líder de la Iglesia bajo su mandato hace tiempo que se ha convertido en letra muerta.
Si somos precisos, era ya letra muerta cuando el cardenal Marx proclamó desde la tribuna en el ejercicio de relaciones públicas que fue la reunión de protección de la infancia en febrero de 2019: «Entiendo [la transparencia] no como la mayor masa posible de información diversa y descoordinada divulgada», sino como «acciones, decisiones, procesos, procedimientos, etc.», que son «comprensibles y rastreables.»
En otras palabras, el clérigo de primera categoría encargado de hablar sobre el término clave de la triple consigna (¿palabra de moda?) del tema de la cumbre sobre abusos de 2019 no pudo ni siquiera abordar el tema sin convertir su discurso en una charla sobre otra cosa.
«La fe no se puede administrar», llegó a decir el cardenal Marx en esa charla. «El Espíritu de Dios no puede ser capturado en un archivo o carpeta». Tiene razón, por supuesto. El Espíritu Santo no puede ser capturado en un archivo o carpeta.
Sin embargo, ¿sabes lo que puede ocurrir y con frecuencia ocurre?
Si tu respuesta es «Evidencia del crimen» vas bastante bien encaminado. Si añades: «Pruebas de todo tipo, desde argucias, trampas e incompetencia ordinaria hasta conspiraciones criminales que se extienden por todo el mundo, a través de continentes y generaciones», has acertado de pleno.
Me gustaría poder decir que el Papa Francisco al menos ha sido creíble y convincente, pero la verdad es que ni siquiera se ha acercado.
Su carta de agosto de 2018 a los fieles de todo el mundo estaba plagada de clichés y desprovista de consideraciones prácticas en cuanto a la reforma. Era, en una palabra, inadecuada. De hecho, ni siquiera mejoraba su carta a los fieles de Chile, que había aparecido unos meses antes.
«Si el Papa Francisco no ha desperdiciado esta última oportunidad de tratar a los fieles como si fueran una parte responsable de la Iglesia», escribí sobre aquella carta a los fieles de todo el mundo, «en vez de decir que lo son y actuar como si no lo fueran, debe estar muy cerca de hacerlo.»
Eso fue en agosto de 2018.
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Menudo caos
Sería un bien para la Iglesia que ambos dimitieran.
También haría mucho bien que te compartes como un verdadero sacerdote.
El Sacerdote Mariano ya se comporta como verdadero sacerdote, mientras tu te comportas como un falso católico.
No pongo en duda que sea católico pongo en duda que realmente sea sacerdote.
A que parroquia puedo ir a oírle en la misa?
Por mi parte no me importa que dudes de mi catolicismo mi comunicación parroquial no lo ha dudado jamás y me fío más de el criterio de la comunidad que el tuyo que solo sabes decir troll aquel que no opina igual.
Pienso igual que usted Sacerdote Mariano, que bien que se fueran los dos
Impresentable el articulista, e impresentable el artículo.
La verdad es que desconozco a la persona que escribió este artículo pero me parece muy sencillo el razonamiento: Si tú cometes un error y grave, resuélvelo, no te excuses y después renuncia, el irse es lo más fácil. Esa es la razón por la que no se le debe aceptar la renuncia y que se deje de explicaciones el autor del artículo, +el no ha hablado personalmente con ninguno de los dos como para sentirse autorizado para desautorizar tanto al Papa como al Cardenal.