‘El árbol de la vida’: una reflexión sobre el mal, el perdón y la gracia

El árbol de la vida
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Este domingo nos gustaría recomendarles una gran película, ‘El árbol de la vida’ (Terrence Malick, 2011), una película estéticamente maravillosa que nos habla de la tendencia del hombre al mal, del perdón y de la gracia. Nos acercaremos a esta película, cómo no, de la mano de nuestro páter cinéfilo.

La película tiene un argumento sencillo, pero, a la vez, complejo. Comienza con la muerte de Jack en la Guerra de Vietnam. A continuación, un largo flashback se hace eco de los sentimientos de culpa que ello acarrea en su familia, de los remordimientos de sus padres, de los arrepentimientos por parte de sus hermanos, etcétera. Todo ello, mezclado con escenas que narran el origen del universo y la evolución de las especies.

La película

Terrence Malick es un director legendario. Como otros tantos cineastas que ya han aparecido a lo largo de estas páginas, su filmografía es escasa, pero, con ella, ha demostrado su mano para el séptimo arte. Pero no solo eso, sino que también su propia biografía y hasta su persona son míticas (en el sentido estricto del término), puesto que se sabe muy poco de ellas: después de rodar dos obras maestras, desapareció durante veinte años, y, cuando volvió, ofreció un tipo de cine distinto al que estamos acostumbrados, más pendiente de la belleza y la evocación de sus imágenes que del ritmo y la narración. En este sentido, El árbol de la vida es su cinta más destacada.

Malick nació en Illinois en 1943. Aunque sus padres también eran norteamericanos, sus abuelos eran libaneses, por lo que se siente muy vinculado a la cultura del Medio Oriente. Tenía dos hermanos menores: Chris y Larry. Este último era un virtuoso de la guitarra, por lo que vino a España para estudiar con el maestro Andrés Segovia (1893-1987). Sin embargo, y debido a la presión que recibía por parte de su padre, que quería hacer de él un músico de éxito, se autolesionó la mano para no tocar más y acabó suicidándose. Este hecho conmocionó mucho a Malick y condicionó tanto su pensamiento como su carrera, puesto que no perdonó a su padre por propiciar, de alguna manera, la muerte de su hermano (un tema que ha explorado en la cinta que nos ocupa y en otras, como To the Wonder y Knight of Cups).

Más adelante, el futuro cineasta estudió Filosofía en la Universidad de Harvard, donde se graduó con una nota excelente, y comenzó su doctorado en la de Oxford, pero no lo acabó, ya que dejó a medias su tesis sobre Heidegger. No obstante, encontró en el cine un filón para plasmar su mundo interior, por lo que rodó un cortometraje –Lanton Mills (1969)– y participó en la escritura de varios libretos, aunque sin permitir que fuera acreditado: Harry el sucio, Aquellos años, etcétera. Y así, pese a que la experiencia de guionista le satisfizo, la de director de cortometrajes, no; por este motivo, decidió perseguir y destruir todas las copias de su primera obra y dedicarse de lleno al largometraje.

El primero de ellos fue Malas tierras, un film, inspirado en hechos reales, que narraba las peripecias de una pareja de delincuentes. Como la historia tenía claras reminiscencias de la película Bonnie y Clyde, decidió dedicárselo al director de esta: Arthur Penn (1922-2010). El mundo del cine se fijó en él, y le auguró una buena carrera, si seguía por esos derroteros. Pero, como él no estaba interesado en agradar a nadie, con su siguiente film, se alejó notablemente de los cánones establecidos por la pantalla grande: Días del cielo. Y es que, en efecto, se trata de una cinta estéticamente muy bella, pero que, a nivel narrativo, no tiene nada que ver con los estándares habituales; además, tardó tres años en grabarla y otros dos en editarla, demostrando, así, que no se trataba de un cineasta corriente. De este modo, aunque la película fue considerada una obra maestra, el público quedó algo desconcertado.

¿Y qué pasó luego? A la verdad, no se sabe muy bien. Fue llamado para rodar El hombre elefante, pero él se negó (finalmente, se haría cargo de ella David Lynch); comenzó a grabar imágenes para una extraña película titulada Q, con la que quería explorar los orígenes del universo y el surgimiento del hombre en la Tierra (nunca la concluyó, pero muchas de estas filmaciones pueden ser vistas en El árbol de la vida y en el documental Voyage of Time), y, después, desapareció. Tal vez presionado por la incipiente fama que estaba alcanzando (ya que, con solo dos películas en su haber, había logrado concitar el interés de academicistas y críticos especializados), huyó a Francia, donde se le perdió la pista durante veinte años. Además, como él mismo nunca concede entrevistas a nadie ni se deja ver en público, su vida allí continúa siendo un misterio: algunos dicen que daba clases de Literatura; otros, que de Filosofía, y otros, que de pintura. Tampoco se sabe muy bien si experimentó una conversión a la fe católica, puesto que esta está muy presente en la filmografía posterior a su regreso.

Y es que, en efecto, tras dos décadas desaparecido, y cuando todo el mundo pensaba que se había retirado para siempre de la dirección, volvió a la pantalla grande con La delgada línea roja, una cinta grabada en secreto y que tal vez sea uno de los mejores títulos bélicos de todos los tiempos. Desde entonces, no ha parado de rodar, aunque siempre dejando un amplio ínterin entre sus películas y redundando en los mismos temas: la familia, el vacío interior, la existencia de Dios, la belleza, los remordimientos, la presencia del mal en el mundo, etcétera. En este sentido, tal vez el largometraje que más se aparte de su actual trayectoria sea El nuevo mundo, donde narra el famoso amor entre Pocahontas y John Smith, aunque también se puede vislumbrar en él la dicotomía que el director establece entre la naturaleza salvaje (donde, en su opinión, vive Dios) y la civilización humana (donde vive el diablo). Una de sus últimas películas ha sido Vida oculta, en la que habla abiertamente de su fe a través del beato Franz Jägerstätter (1907-1943), que se negó a prestarle juramento de fidelidad a Hitler, motivo por el cual fue asesinado.

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 ¿Qué podemos aprender de ella?

Aunque son muchos los temas que aborda la película, podemos resumir todos ellos en tres: los dos caminos que ofrece la vida (el de la gracia y el del mundo), la tendencia al mal que vive en el hombre y el perdón. El primero es claro, pues, nada más empezar el metraje, una voz en off advierte que existen dos vías por las que puede optar el ser humano, algo que recuerda al siguiente pasaje de la Sagrada Escritura: «Mira: yo pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla. Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una vez pasado el Jordán» (Dt. 30, 15-18).

En cuanto al segundo tema, la tendencia de todo hombre al mal, está intrínsecamente vinculado al primero. La prueba está en el pasaje bíblico que cita, también en off, el protagonista de la cinta, Jack: «Sabemos que la ley es espiritual, mientras que yo soy carnal, vendido al poder del pecado. En efecto, no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco; y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es buena. Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Pues sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Y, si lo que no deseo es lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí. Así, pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero, lo que está a mi alcance, es hacer el mal» (Rom. 7, 14-20).

Por último, y teniendo como base los dos puntos anteriores, podemos decir que el tercer tema que aborda la cinta es el perdón. Y es que, si el hombre está llamado a elegir el bien, pero tiende al mal, todos debemos disculpar los errores que los demás cometen, pues son tan frágiles ante la tentación como cualquiera de nosotros. Por este motivo, en el Evangelio, el Señor, ante la pregunta de san Pedro, que le inquiere cuántas veces ha de perdonar a quien le ofende, espeta lo siguiente: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt. 18, 22). Y, a continuación, propone una parábola, en la que revela todo lo que Dios le ha perdonado al hombre –metafóricamente, diez mil talentos– y, por tanto, todo lo que el hombre ha de perdonar a otro hombre: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné, porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» (Mt. 18, 32).

Por otro lado, debemos decir que, a lo largo de toda la cinta, adquiere un papel fundamental la gracia, es decir, la ayuda que Dios presta al hombre, para que este, venciendo su mal connatural, haga el bien. Esto es patente, principalmente, en la escena del bautizo del protagonista, donde el sacerdote, siguiendo las rúbricas del ritual sacramental, invoca la ayuda de aquel, a fin de que este sea auxiliado cuando sufra las tentaciones que sobre él ejercerán el mundo, el demonio y la carne (presentes sutilmente durante todo el metraje). Sin embargo, también queda muy claro que esta ayuda divina es solo un ofrecimiento del cielo, que el hombre ha de tomar o no, conforme al criterio de los dos caminos, y que Dios no obliga a nadie a aceptar dicho auxilio.

Esta reseña, y 99 más, las pueden encontrar en el libro ‘100 películas cristianas’, publicado por Homo Legens.

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Comentarios
7 comentarios en “‘El árbol de la vida’: una reflexión sobre el mal, el perdón y la gracia
      1. José, que Dios le guíe en estos momentos tan importantes y le conceda el don del arrepentimiento por los pecados que haya cometido. Confesión, Unción de los enfermos y Comunión es la mejor manera de prepararse para partir. Aunque la unción a veces puede curar (a mi abuelo le curó cuando ya todos se habían despedido de él y vivió muchos años más). Un abrazo.

      2. Solo te diré que no tengas miedo porque Dios te va aliviar este dolor y se que pronto te dara la paz que todo ser humano quiere tener NO TENGAS TEMOR ALA MUERTE TENED MEJOR TEMOR A DIOS QUE SE QUE TE VA DAR LA PAZ Y EL AMOR que tanto deseas.

        Que Dios y la Virgen de Garabandal te protegía y te alivie de la preucupacion y las tentaciones de este mundo abominable amen

  1. José: Creo que conmigo nunca ha discutido. Por eso no hay porque ponerse en paz. Me impresiona lo que dice en su segundo comentario y le aseguro que no le faltarán mis oraciones.
    Sobre esta película, pude verla entera cuando era pequeño. Y no tenía que andar mucho porque tenía el cine frente a mi casa.
    Recuerdo la escena en que una chica le muestra una cuna a un chico y le dice con tristeza: «Esa cuna…» Tal vez en ella la meció su madre, ya fallecida, cuando era pequeña. La pena que me causó fue tal que abandoné la sala de proyección, pero nunca he olvidado ese título.

  2. He hecho el comentario antes de leer el artículo y veo que no habla de la película a la que quería referirme. Tiene el mismo título, es de 1957, yo la vi a medias cuando tenía tal vez seis años, fue dirigida y rodada por Edward Dmytryk (en aquella época las películas no se grababan) y protagonizada por «Monthy» Clift, Elizabeth Taylor, Eva Marie Saint, Lee Marvin, etc. La acción se desarrolla en vísperas de la guerra civil americana (1861-65).

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