Necesitamos un san Gregorio VII. Así lo escribe el sacerdote Francisco José Delgado en su blog alojado en InfoCatólica, en un artículo que, por su interés, les ofrecemos a continuación:
La Iglesia ha sufrido muchas crisis a lo largo de la historia. Es algo normal, teniendo en cuenta que, como dice Jesucristo al Padre sobre sus discípulos, la Iglesia no es del mundo, pero está en el mundo. Precisamente muchas de esas crisis han venido por las relaciones entre la Iglesia y el mundo, y esa doble realidad que tiene, de no ser de él, pero estar en él. Y sin duda una de las crisis más profundas fue la que se vivió en el llamado «siglo de hierro», que corresponde, más o menos, con el siglo X d.C., aunque se extiende hacia el XI.
Como no estoy especializado en historia, no entraré en los pormenores de la situación de la Iglesia durante ese siglo. Sólo diré que, simplificando un poco, la profunda crisis que se vivió derivó de la subordinación del poder eclesial, y en particular del papado, a los gobiernos temporales del mundo. Europa vivía una época de fragmentación, tras la caída del imperio carolingio, que llevó a duras luchas de poder entre los señores feudales, los cuales tendían a aumentar su poder de forma ilimitada, sin ningún contrapeso que los frenara. El nacimiento del Sacro Imperio Romano Germánico no solucionó el problema de la incapacidad de la Iglesia para limitar el poder temporal, porque se perdió el equilibrio que se había alcanzado entre el Papa y Carlomagno.
En ese contexto aparece Hildebrando, monje cluniacense que, tras ocupar cargos de gran responsabilidad al servicio de algunos papas, fue elegido por aclamación popular como Romano Pontífice en 1073, llegando a ser Gregorio VII.
Como parte de la congregación benedictina de Cluny, Hildebrando había experimentado la necesidad de sustraer el orden espiritual al dominio de lo temporal y que, para ello, era necesario reforzar el poder del papado. Al llegar él al solio pontificio lo hizo mediante la llamada Reforma Gregoriana, cuyos principios fueron luego resumidos en el Dictatus Papae, una colección de proposiciones sobre el papel del Papa en la Iglesia y ante el mundo.
Aunque se discute la autoría de estas sentencias, me gustaría recordar un par de ellas para mostrar el estilo de gobierno que representa la Reforma Gregoriana:
La proposición 12 dice «quod illi liceat imperatores deponere», es decir, «que a él (al Papa) le es lícito deponer a los emperadores». Al margen de que esto responde a la estructura sobre la que se funda el Sacro Imperio, aquí queda claramente definido quién está sobre quién: el poder espiritual sobre el poder temporal. En una sociedad cristiana (y hay que remarcar esta condición), esa es la única estructura que responde al orden de las cosas. Que lo espiritual se supedite a lo temporal es siempre un desorden que termina por dañar la sociedad, a cuyo bien deben inclinarse los poderes temporal y espiritual. Si la sociedad no es cristiana, que es la realidad que tenemos actualmente, la estructura debe ser la misma, aunque evidentemente sin la posibilidad práctica de la acción sobre el poder temporal. En ambas situaciones, y particularmente en esta última, la labor de la Iglesia debe ser la de generar una sociedad cristiana, no la de preocuparse por apuntalar un poder temporal. Algunas ideas sobre este papel de la Iglesia las desarrollé en este artículo.
Es semejante la proposición 27: «quod a fidelitate iniquorum subiectos potest absolvere», es decir «que puede absolver de la fidelidad (se entiende del juramento de fidelidad) a los súbditos de los inicuos». Esta proposición añade un matiz, que es el de la valoración moral de los gobernantes. En el mundo antiguo la fidelidad del súbdito hacia el gobernante se establecía por medio del vínculo religioso del juramento. El Papa señala aquí su potestad de poder dispensar de ese juramento a causa de la iniquidad del príncipe, lo que supone una limitación moral del poder temporal. La respuesta histórica de los poderes temporales será la defensa de la idea de que el poder espiritual debe estar sometido al poder temporal. Así sucederá siglos después en la reforma protestante, cuando triunfen doctrinas heréticas que se irán proponiendo a partir de este momento. Creo que el aspecto esencial de la Reforma Gregoriana en cuanto al orden político está aquí: la Iglesia tiene la misión de actuar como fuerza de control moral sobre el poder temporal, para lo que debe por una parte generar una sociedad cristiana y, por otra, mantener una independencia, que es en el fondo una superioridad, de los poderes temporales. Esta es, en mi opinión, la herencia más valiosa de San Gregorio VII.
Necesitamos a San Gregorio VII
Opino que la crisis terrible que vivimos en la Iglesia en este momento viene del triunfo asfixiante de aquellas doctrinas que pretendían supeditar la Iglesia a los poderes temporales. Y que ha sido un triunfo pacíficamente aceptado por la misma jerarquía de la Iglesia.
No ha sido, como en el caso del cisma anglicano o de las deformaciones protestantes, una disolución del poder papal a favor del poder religioso del monarca de turno, sino una forma mucho más eficaz y peligrosa: la del sometimiento del poder espiritual al poder de las ideologías, que son las que hoy ejercen el poder temporal. Por supuesto, está lejos de mi intención pretender que los últimos papas se hayan dejado dominar por las ideologías, o algo semejante, sino que digo que se ha dado en toda la Iglesia una subordinación, incluso teórica, a estos poderes del mundo. Es decir, me refiero a una orientación casi total del cuerpo eclesial, a una forma de pensar que se ha convertido prácticamente en única, no a la actitud concreta de tal o cual eclesiástico.
Porque la Iglesia ya no pretende construir una sociedad cristiana, sino que ha idealizado expresiones muy ligadas a un periodo determinado como las que encontramos en la llamada Epístola a Diogneto: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. […] Los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo».
Sin embargo, con todo el respeto debido al autor de esta carta, esa sólo puede ser entendida como la posición coyuntural de los cristianos. Los cristianos están llamados a construir una sociedad genuinamente cristiana en la que lo espiritual domine lo temporal y lo ordene hacia el fin de todo, que es Dios. Al final de los tiempos sólo habrá una verdadera sociedad (el infierno no podrá nunca considerarse una sociedad en sentido propio) y en esa sociedad todo estará iluminado por el Señor. San Gregorio VII entendió que la Iglesia debía orientarse en esa dirección ya en este mundo, y fue capaz de reformarla en ese sentido, salvándola de lo que parecía una crisis insuperable. San Gregorio VII pagó caro ese empeño, siendo expulsado de Roma por el emperador y muriendo, como él reconoció, en el destierro. El papa, el obispo o el sacerdote que hoy quisiera conducir a la Iglesia por este camino, muy posiblemente recibirá un trato semejante por parte del mundo. Necesitamos a San Gregorio VII.
Artículo publicado en el blog de Francisco José Delgado, alojado en InfoCatólica.
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voy a poner 5 puntos de los joseicos;
1. creemos en la ecologia y el cuidado del planeta asi como en los animales.
2. rezamos a los angeles pues atraves de ellos llegamos a jesus.
3. creemos en la buena alimentacion de los niños pues ellos son el futuro de el imperio.
4. bendecimos a todas las parejas que se unen incluido homoxesuales.
5. apollamos a los inmigrantes, como mejora del imperio.
Todo cristiano puede ser a su vez joseico si sigue mi filosofia.
La bendición de parejas sodomíticas es inaceptable, pues conllevaría la idea de que se puede bendecir el pecado y tal cosa es absurda.
La sodomía es contraria a la ley natural; pues dado que el fin natural primario del acto sexual es la procreación, y dicha procreación en las personas se da a partir de un proceso de fecundación sexual entre un varón y una mujer, la sodomía es contraria a tal fin del acto.
Aun así, los otros cuatro puntos son más aceptables, así que no se los reprocho.
Llevo años defendiendo la confesionalidad del Estado como el ideal al que se debe aspirar, aunque no siempre sea posible. Pero te miran como a un cavernario si dices eso.
Atencion el alma se le da a los robots solo los sacerdotes joseicos, lo cual quiere decir que tienes que ser obligatoriamente sacerdote joseico.
doti alma doti espiritu y la bendicion a un robot asi se le da alma y espiritu a un robot. por parte de los joseicos.
Todo llega con el tiempo. dios habla y todo se cumple.
Marcos 1:15
y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio.
Por encima de cualquier criterio para legislar tiene que estar la Escritura y la Tradición. Si no es así, la masa de mediocres que es quien decide en democracia lo que se legisla y lo que no, actuará según su criterio embrutecido. Las consecuencias no se hacen esperar: mueren más personas por abortos que por coronavirus, un niño puede decidir cambiar de sexo pero no se le permite entrar en un bar, una niña puede decidir asesinar al hijo de sus entrañas, pero no puede tomarse una cerveza, el estado paga las operaciones de cambio de sexo pero no tenemos cobertura dental y etc… . El estado o es confesional o acaba persiguiendo a la fe, pues sólo es cuestión de tiempo que comience a legislar contra ella. Cierto es que el infame concilio aborrece de los estados confesionales, pero también muchos católicos fieles aborrecemos de ese concilio.