Se cumplen 40 años del atentado a Juan Pablo II: ¿quién lo ordenó?

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(Il Timone)- Cuarenta años después del atentado a Juan Pablo II seguimos sin saber quien lo ordenó. Pista búlgara, KGB, CIA, al final solo son una certeza los Lobos Grises. El papa, ese papa, molestaba a todos, y todos apretaron el gatillo. Pero el propósito secreto de Ağca se hizo realidad.

A las 17:17 horas del 13 de mayo de 1981, el papa Juan Pablo II fue alcanzado por dos balas en la Plaza de San Pedro, durante su recorrido entre los fieles en un Fiat Campagnola. Quien disparó fue el terrorista turco Memet Ali Ağca, un joven de 23 años. Estos, hasta la fecha, siguen siendo los únicos hechos ciertos, junto con lo que escribió el juez Rosario Priore en el procedimiento penal de la última sentencia del caso, dictada por el Tribunal de Roma en 1998. «Es necesario recordar», escribe Priore, «lo que salió a la luz y se demostró después de las dos investigaciones anteriores sobre el atentado al Sumo Pontífice, y que, además, fue respaldado por las pruebas de la presente investigación; que este crimen fue el resultado de una conspiración a altísimos niveles y que al margen del ejecutor, mejor dicho de los ejecutores materiales, hubo organizaciones de entidad probablemente estatal».

La pista del Este y la «locura» de Ağca

Sin embargo, lo que sucedió en la preparación del 13 de mayo de 1981 sigue siendo un misterio. Alì Ağca fue indultado en 2000 por el entonces presidente de la República Carlo Azeglio Ciampi y ahora es un ciudadano libre en Turquía.

Las pistas y las hipótesis, así como las responsabilidades que salieron a la luz con más o menos claridad, son muchas, pero el contexto es sin duda el de la Guerra Fría, en la que los dos bloques, occidental y soviético, se enfrentaron en el tablero internacional. «Dificultades, obstáculos, desviaciones, por no decir verdaderos boicots» encontrados en la investigación, escribe nuevamente Priore, son una demostración de cuán «fuertes, dominantes y abrumadores son los intereses de los Estados, las organizaciones y los individuos, a pesar de los cambios de los contextos y las caídas de los muros».

El propio Ağca proporciona una primera reconstrucción del supuesto complot para matar al papa. El juez Antonio Marini, quien también estuvo a cargo de la investigación junto con Priore en 1986, la resumió ante la Comisión Parlamentaria de Mitrokhin en la sesión del 31 de mayo de 2005. El complot consistía, dice Marini, en «un sistema acusatorio que realmente conseguía que se acelerara el pulso porque se hablaba de KGB y de Unión Soviética – al menos por lo que se desprende de las declaraciones de Ağca -, que había dado la orden a los servicios secretos búlgaros para matar al Sumo Pontífice, los cuales utilizaron la mafia turca a través de Bekir Celenk, quien a su vez hizo uso de la organización terrorista de los Lobos Grises». Pero de todo esto al final solo quedaría «alguna certeza sobre los turcos, una total incertidumbre sobre los búlgaros o sobre quién, en lugar de los búlgaros, pudo haber dado la orden», como dirá el juez Priore a la Comisión Mitrokhin. De hecho, en 1986 la sentencia de primera instancia absolvió a los acusados búlgaros y turcos por falta de pruebas que demostraran su participación en el complot.

Todo frustrado por las contradicciones y aparentes locuras de Ağca, incluida aquella en la que llegó a afirmar ser una reencarnación de Jesucristo o ser parte del tercer secreto de Fátima (esto se confirmaría en parte con la interpretación que en el año 2000 la Santa Sede ofreció del mismo secreto). Ağca se retractó de sus versiones más de 100 veces en el transcurso de los procedimientos. Precisamente la imposibilidad de confiar en él confirma ser el punto débil que hace que todo naufrague cada vez que parece que una solución está cerca. «El punto verdaderamente emblemático de este trágico suceso que involucró al papa», dijo el juez Marini a la Comisión Mitrokhin, «es este: siempre se ha llegado a una intersección según la cual la verdad, el esclarecimiento de la verdad, sin Ağca no se podía lograr; con Agca no era posible lograrlo».

La pista turca

Lo que permanece firme y seguro son siempre y solo los Lobos Grises, una organización bien conocida también por los servicios secretos occidentales (especialmente alemanes y franceses) y con lazos comprobados con la CIA. Según el juez Priore, los Lobos Grises «indiscutiblemente estaban vinculados a Estados Unidos». Pero esto no puede llevar a conclusiones simples, porque los Lobos Grises eran sobre todo una organización criminal mercenaria al servicio de quien pagaba más, y en su interior Ağca estaba categorizado como “trabajador probado” (le habían ayudado a fugarse de la prisión turca en 1979, donde estuvo por haber asesinado al editor del periódico Millyet), y era conocido por su frialdad y cierta capacidad para mantener la boca cerrada. Igualmente innegables son los vínculos entre la formación terrorista turca y Bulgaria. Asimismo, se proporcionaron reconstrucciones del atentado al papa culpando solo a los círculos del fanatismo islamista, que fue el caldo cultural de los Lobos Grises (ver Marco Ansaldo y Yasmin Taskin, Uccidere il Papa, Rizzoli, 2011).

Esta formación, originalmente brazo armado de una realidad política turca, fundada por el coronel Alparslan Türkeş (1917-1997), terminó siendo proscrita y en la época  de los hechos era una realidad multiforme y ramificada en Europa. Como indica el juez Priore a la Comisión Mitrokhin, los Lobos Grises habrían favorecido en algún momento el nacimiento de la “pista bulgara”, precisamente por recomendación de los servicios secretos occidentales, incluida la CIA. Aun así, el rasgo característico del grupo sigue siendo siempre el de una formación oficialmente xenófoba, racista y panturquista, pero esencialmente «una suerte de empresa del crimen a disposición de cualquier Estado o paraestado», infiltrada y contra infiltrada varias veces por los servicios secretos de diferentes naciones de Oriente y Occidente.

Entre Estados Unidos y Unión Soviética

La politización del atentado al papa por parte del servicio de inteligencia de Estados Unidos se confirmó gracias a una específica comisión senatorial estadounidense, que en 1991 investigaba precisamente los casos de «politicization» de algunas investigaciones llevadas a cabo por la CIA. Entre estas salió a la luz que en 1985, bajo la dirección de William Casey, había habido presiones en el caso del atentado a Juan Pablo II para acreditar la tesis de la responsabilidad del bloque soviético. El servicio estadounidense primero alimentó la «pista bulgara» y, después, la demolió en todos los aspectos. Si, por un lado, se puede suponer que la CIA pudo haber tenido interés en atenuar la atención sobre la pista soviética para gestionar los equilibrios de la Guerra Fría, por el otro, resulta complicado sostener que la CIA estuvo involucrada en la fase preliminar del atentado al papa. Casi como queriendo enviar un mensaje al pontífice polaco para que no abriera demasiado los canales con Oriente, a la vez que Ronald Reagan definía a la URRSS como «el Imperio del mal».

En el frente opuesto hubo participación de los servicios del bloque soviético. En primer lugar el búlgaro, dado que en cualquier caso Ağca, tras escapar de la cárcel de Estambul en 1979 y tras un periodo en el que encontró refugio en Irán, permaneció al menos un par de meses en Sofía, donde recibió toda la ayuda posible. El interés de los búlgaros siempre ha sido el de superar en todos los sentidos el descrédito mundial que siempre han encontrado. Esto también se desprende del acceso a los archivos de la Stasi cuando cayó el Muro de Berlín: las rogatorias internacionales permitían, de hecho, tener documentos del servicio de seguridad de la antigua Dar, de los que resulta evidente la colaboración entre búlgaros y alemanes orientales para «frustrar la campaña anti-búlgara y anti-socialista» nacida con el atentado al papa. Pero en esos documentos no se encontraron elementos reales de que Bulgaria, o la KGB, fueran responsables de haber ordenado el atentado.

Como declaró el ex funcionario de la KGB Vasilij Mitrokhin, retirado tres años después del atentado de 1981, «mientras que durante cuarenta años se había conseguido detener todos los ataques a los estados comunistas del Este, el desafío de la Polonia de Walesa y de Wojtyla al sistema soviético fue el comienzo de la desintegración del bloque soviético». El dato es indiscutiblemente evidente: el papa polaco molestaba a los comunistas. Aun así, como concluye el informe final de la Comisión Parlamentaria de Mitrokhin, «de los documentos encontrados hasta ahora no ha surgido ningún nuevo elemento que demuestre la participación de la Stasi, los servicios búlgaros o la KGB en la planificación, la organización y la ejecución del atentado de mayo de 1981».

La vida salvada y la mano de la Providencia

En los mil recovecos de una investigación que duró más de 15 años, se pueden mencionar: la pseudo-reticencia del servicio de inteligencia francés, que podría haber tenido información del atentado con anterioridad y de alguna manera incluso se lo habría comunicado al Vaticano; el caso del secuestro de Emanuela Orlandi, hija de un trabajador de la Santa Sede, vinculado al atentado por el propio Ağca y por otros elementos de la investigación; cuestiones relacionadas con el número de disparos en la plaza de San Pedro, para algunos solo dos, para otros tres (además del papa, también fueron alcanzadas dos turistas estadounidenses); las dificultades denunciadas por el juez de instrucción respecto a las rogatorias con el Vaticano, definidas con un lacónico «formales». Así, el atentado al papa, uno de los acontecimientos más importantes del siglo pasado, sin duda el más importante si observamos la realidad con mirada sobrenatural, queda sin mandante. Si los occidentales, y especialmente los estadounidenses, podían tener interés en desacreditar a sus oponentes responsabilizando del atentado a los comunistas del Este, es incluso obvio que para los países del bloque soviético Juan Pablo II era un peligro seguro para la estabilidad de todos ellos.

Los Lobos Grises son, por tanto, la única certeza. ¿Quién compró sus servicios? Es muy probable que el eslabón final, Ağca, y los que estaban con él en la Plaza de San Pedro, solo conocieran una parte del plan, o incluso lo ignoraran. Una vez llevado a cabo el atentado, los intereses contrapuestos de los dos bloques que se enfrentaban en la Guerra Fría, interviniendo al más alto nivel con acciones de espionaje y contraespionaje de excepcional poder, lograron indudablemente que se corriese un tupido velo sobre los hechos.

Un fuego cruzado procedente del Este y del Oeste (¿quizás también desde dentro de las aulas sagradas?) golpeó por tanto al papa, no solo aquel 13 de mayo de 1981, sino durante mucho tiempo. Si no había muerto, había que silenciarlo, herirlo, pisotearlo, eclipsarlo en nombre de la razón de Estado, de los equilibrios: el papa anticomunista, de hecho, se revelaría también como anticapitalista, y además de derribar el Muro de Berlín por un plan providencial, también sobrevivió para pulverizar a un mundo que se ha olvidado de Dios. Además, tras el atentado, en los bolsillos de Alì Ağca se encontró una carta de reivindicación en la que decía estar «obligado a matar al papa» para protestar contra el imperialismo ruso y estadounidense y contra sus asesinatos en todo el mundo.

Debido a una extraña heterogénesis de los fines, el fracaso del atentado cumplió precisamente la intención fanática que Ağca había escrito. Quizás este sea precisamente el corazón del misterio del 13 de mayo de 1981 y el papel, aún no entendido del todo, que la Providencia reservó a Juan Pablo II. El de derribar el Muro del imperio comunista soviético. Y el de empezar a erosionar las contradicciones del liberalismo occidental desde dentro.

Publicado por Lorenzo Bertocchi en Il Timone.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
10 comentarios en “Se cumplen 40 años del atentado a Juan Pablo II: ¿quién lo ordenó?
  1. Si, lo recordamos
    Y recordamos que quisieron colarnos que este era el tercer secreto de Fátima.
    Pero la Virgen, nuestra Madre, hablaba de lo que estamos empezando a ver en nuestro tiempo y lo que vendrá.
    Oremos mucho

  2. Dice acertadamente el articulista: «Ese Papa molestaba a todos», y esto es así porque San Juan Pablo II no se vendió al pensamiento único globalista, sino que lo denunció con voz profética.
    En cambio ahora ocurre lo contrario, el Papa Francisco no molesta a nadie, porque guarda silencio en los temas que no gusta oír al mundo, e incluso se alía con determinados aspectos ideológicos del NOM.

    1. Por eso San Juan Pablo II estuvo a punto de ser mártir (no lo fue porque la Virgen de Fátima desvió la bala), mientras que el Papa Francisco difícilmente será mártir.

    2. Intentaron matar a Juan Pablo II los mismos que han echado a Benedicto del Pontificado (que ya les cantó las cuarenta a los de la ONU por el globalismo mucho antes de ser papa) porque iban en contra de sus intereses de un nuevo orden mundial, desde hacía ya mucho tiempo. Ahora parece ser que han puesto al papa adecuado para sus intenciones.

  3. Nuestro amadísimo San Juan Pablo II fue el San Elías que la Santísima Trinidad nos concedió durante 26 largos años.
    Hizo tanto bien que solo en el cielo podremos saber su alcance total y real.
    Dejó a muchos hijos e hijas espirituales a lo largo del todo el mundo y que ahora, con su ayuda, procuramos librar la batalla espiritual en la que estamos inmersos, con todas nuestras energías puestas en el Reino de Jesucristo.

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