Napoleón y las religiones

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(La Nef)- Después de un decenio de persecuciones y descristianización, solucionar la cuestión religiosa se le hizo necesario a Napoléon Bonaparte, que llegó al poder gracias al golpe de Estado del 18 brumario (9 de noviembre de 1799).

Napoleón Bonaparte recibió una estricta educación católica. Se educó en un colegio dirigido por religiosas. Cuando era adolescente, su madre le obligaba a asistir a misa y, una vez, recibió una azotaina de su tío por haberse equivocado al ayudar durante la misma. Hizo su primera comunión en la escuela militar de Brienne, un día que sería para él de “los más felices de su vida”, tal y como confesó un día al general Drouot. En Brienne, el reglamento disponía la oración matutina y vespertina, una misa rezada diaria, confesión los sábados y una misa cantada los domingos, además de las vísperas solemnes.

Sin embargo, en su juventud, siendo ya un joven oficial, se convirtió en un “ferviente lector de Rousseau”, especialmente de La profesión de fe del vicario saboyano. La idea de una religión natural, alejada de los dogmas, le influyó profundamente. Su fe en un Ser supremo es algo que prevalecerá, aunque, ¿seguiría acaso profesando íntegramente la fe del credo? Se trata de una cuestión aún en disputa. El repudio de Joséphine, la nulidad canónica de su primer matrimonio y sus numerosas aventuras, así como sus dos hijos naturales, demuestran que su vida privada no siempre fue del todo acorde con la moral católica. Su pertenencia a la francmasonería es un hecho más que probable. Su padre había sido francmasón y varios de sus hermanos también lo fueron. Su iniciación habría tenido lugar durante la campaña de Egipto. Sus sentimientos religiosos concordaban bien con el relativismo que profesa la francmasonería. Consideraba la francmasonería como un influyente poder sobre el que podía apoyarse políticamente. Por ello, impondría a las dos obediencias del momento, el Gran Oriente y la Gran Logia general de rito escocés, la fusión, situando a dos de sus hermanos a la cabeza de aquella nueva obediencia unificada. Sus últimas palabras, pronunciadas en el lecho de muerte en Santa Helena y recogidas por el general Bertrand -«parece que no hay nada más»- son sin duda testimonio de una incierta fe, aunque son objeto de discusión. Por el contrario, tenemos constancia de que pudo confesarse y recibir los sacramentos antes de morir.

Napoleón y la Iglesia católica.

La política de Napoleón, en lo relativo a la Iglesia católica, no se inspiraba en fuertes convicciones, sino más bien en la necesidad de una pacificación nacional tras los estragos y divisiones que había provocado la Revolución, así como en la voluntad de controlar una institución que el régimen anterior ya había intentado nacionalizar antes de tratar de hacerla desaparecer. Desde los primeros momentos del Consulado, la Iglesia pudo contar con cierta libertad. Aunque el clero constitucional seguía celebrando en las iglesias autorizadas, el clero refractario (es decir, el que no prestó juramento a la República y siguió siendo fiel al papa) pudo abandonar la clandestinidad o retornar del exilio. De las 87 diócesis creadas por medio de la Constitución civil del clero, 59 aún conservaban a su obispo constitucional, es decir, no reconocido por el papa. Por su parte, de las 139 diócesis que existían antes de la Revolución, 83 aún conservaban a su obispo, fiel al papa y por ello en el exilio. La unificación y la reconciliación resultaban imperativas. Fue Bernier, cura de Angers (que se había unido al ejército de la Vendée entre 1793 y 1795), quien sugirió al Primer Cónsul el restablecimiento de las negociaciones con la Santa Sede. Las negociaciones tendrán lugar en París, por medio de los enviados del papa Pío VII. Se prolongaron algo más de un año y concluyeron el 15 de julio de 1801 con la firma de un concordato. El documento es notablemente breve, dispuesto en diecisiete artículos breves a los que precede la afirmación de que «la religión católica, apostólica y romana es la religión de la amplia mayoría de ciudadanos franceses» (aunque no es, por tanto, una religión de Estado). El artículo primero garantizaba la libertad del culto católico. Los artículos II y III afirmaban la necesidad de una «nueva circunscripción de diócesis francesas». Los artículos IV, V y VI estipulaban el proceso de nombramiento de los obispos por parte del Cónsul, aunque correspondía al papa su investidura canónica, asegurando además que estos debían prometer «obediencia y fidelidad al gobierno», así como el resto de clérigos (artículo VII). Tras cada misa, debía realizarse una plegaria pública por la República y sus cónsules (Domine, salvam fac Republicam; Domine, salvos fac Consules, artículo VIII). Aunque los obispos tenían la libertad para crear nuevas parroquias y nombrar al párroco, esto no podía realizarse sin el beneplácito del gobierno (artículos XI y X). Podrían reabrir el capítulo y los seminarios (artículo XI). Toda iglesia y capilla “no alienada” retornaría a manos de las diócesis, salvo aquellos bienes confiscados y vendidos durante la Revolución, que permanecerían en manos de sus propietarios (artículos XII y XIII). Los obispos y sacerdotes recibirían del gobierno un “trato adecuado” (artículo XIV). Se trataba, por tanto, de una libertad vigilada y limitada lo que se concedía a la Iglesia. A pesar de todo, Pío VII firmará el concordato el 15 de agosto siguiente. Para poder llevar acabo la rearticulación de las diócesis (que quedarían en 10 arzobispados y 50 obispados) y la renovación del episcopado prevista en el documento, Bonaparte exigió la renuncia de los obispos constitucionales mientras que, por su parte, el papa exigió lo mismo a los obispos titulares. De los 83 obispos aún fieles a Roma, 36 se negaron a dimitir. Junto a algunos centenares de sacerdotes que les siguieron, constituyeron lo que se ha denominado como “Petite Église” o “Pequeña Iglesia”. Es interesante señalar que ninguno de estos obispos contrarios al concordato osó ordenar sacerdotes, lo que condujo a que, en apenas unos años, la Petite Église no tuviese párrocos ni obispos.

El concordato, que según los numerosos anticlericales presentes en las altas instancias de poder de las diversas asambleas había realizado grandes concesiones a la Iglesia, se completó con los artículos orgánicos que se sometieron a votación el 8 de abril de 1802. Estos artículos orgánicos no habían sido negociados con la Santa Sede. Situaron a la Iglesia aún más bajo la potestad reglamentaria del Estado y contenían diversas disposiciones. Disposiciones que satisfacían las aún enquistadas mentalidades galicanas de algunos clérigos. Entre los artículos más perjudiciales debemos señalar la prohibición de la publicación de las actas de la Santa Sede sin permiso del gobierno y la prohibición a los obispos de desplazarse fuera de su diócesis sin “el permiso del Cónsul”.

El viaje de Pío VII a París para la coronación de Napoleón (2 de diciembre de 1804), su posterior cautiverio en Savona y Fontainebleau (1809-1814), son episodios más políticos que religiosos.

Napoleón y el resto de religiones

Tal restricción regulatoria impuesta a la Iglesia también afectó a los protestantes. Un apéndice separado de los artículos orgánicos se consagraba a los “cultos protestantes”. El texto distinguía entre “Iglesias reformadas” (calvinistas) e “Iglesias de la Confesión de Augsbourg” (luteranos), estipulando que ambas debían organizarse en consistorios locales (de, al menos, 600 fieles). Todos los pastores recibirían el sueldo del Estado. Como a la Iglesia católica, ambas “confesiones protestantes” quedaron bajo el estrecho control de las autoridades políticas: «no podrán establecer relación con ninguna potencia extranjera»; «Ninguna decisión doctrinal o dogmática, ningún formulario» y «ningún cambio de disciplina» podrán publicarse sin el previo acuerdo del gobierno; tan solo podrán reunirse en sínodo regional o nacional con la autorización del gobierno. El judaísmo también fue objeto de tres decretos reguladores publicados en 1808, tras consultar con una asamblea de ancianos y con un Gran Sanedrín. La organización del judaísmo fue una copia de la decretada a las Iglesias protestantes, instituyendo consistorios regionales dependientes de la autoridad del Consistorio central de París. Podrían considerarse otros muchos aspectos para comprender la obra de Napoleón en lo que a religión se refiere, como por ejemplo el mantenimiento del divorcio, que no se aboliría hasta la restauración de la monarquía, o la promulgación del Código Civil que, por algunos de sus principios, se trata de un código aconfesional, inspirado en la filosofía ilustrada.

Publicado por Yves Chiron en La Nef.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
5 comentarios en “Napoleón y las religiones
  1. «Hizo su primera comunión…» La primera comunión no se hace, se recibe. Es de primero de catequesis. Feliz Día del Señor

    1. Pedro …

      Sí,….pero ese artículo es traducido del Francés , y es expresión oficial y consagrada la siguiente » Faire sa premiére communion «…

    2. La corona imperial y la mitra papal fueron buenos socios obligados por las circunstancias historicas… como lo fueron el fascismo italiano, el franquismo español y los gobiernos militares sudamericanos.

      1. Para tu tranquilidad .

        Napoleón saco la corona de la mano del Papa , y se la puso el mismo , después puso la corona a Josefina como se ve en la pintura de David .
        La autoridad de la Iglesia esta salva …

  2. El tío , es el futuro Cardenal Fesch , Obispo de Lyon , medio hermana de la madre de Napoleón .
    El cual hizo muchísimo para templar el Emperador .

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