La Iglesia vaciada

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(Javier Urcelay/Ahora información)- Parece ser que los obispos españoles están preocupados por la disminución del número de asistentes a las misas dominicales después del confinamiento. Lo han notado también en la bajada de la recaudación en los cepillos de las iglesias. Y la cuestión preocupa. La caída podría llegar a un 40%.

Es ya un lugar común decir que el coronavirus ha cambiado nuestras vidas, y que algunos cambios han llegado ya para quedarse. Son frases hechas y tópicas que se repiten en los periódicos. Sin embargo, no hay nada que haya venido para quedarse que no estuviera ya de alguna forma presente. Y, desde luego, muchas cosas que han venido, se irán por la misma puerta cuando “esto” pase: mascarillas, geles, distancias sociales…

Lo que sí ha hecho el coronavirus, es acelerar algunas tendencias prexistentes, es decir, adelantar de alguna manera el futuro previsible. Por ejemplo, las compras por internet, el teletrabajo, la explosión de las redes sociales, el dominio de las cinco grandes tecnológicas, la tendencia de los poderes a controlar nuestras vidas y dictar nuestros comportamientos… y el vaciamiento de las iglesias.

La tendencia al vaciamiento de las iglesias viene observándose, de manera constante, desde hace ya bastantes años. Los españoles, que hace algunas décadas constituíamos la “reserva espiritual” de Occidente junto con irlandeses y polacos, nos hemos ido “europeizando”, y con ello abandonando la religión y la práctica religiosa.

Las iglesias españolas van despoblándose, y encontrar en ellos un menor de cuarenta años, o incluso varones, empieza a ser raro. Según una reciente encuesta del CIS, ya sólo el 57% de los españoles se declaran católicos, diez puntos menos que al inicio de la pandemia, y cuando hace apenas un par de décadas la cifra estaba en torno al 90%.  Entre la juventud, la asistencia regular a la misa dominical está por debajo de uno de cada diez. En una reciente encuesta de World Vision y Barna Group, a la pregunta sobre la importancia de la dimensión religiosa en sus vidas, el 60% de los jóvenes entrevistados respondía que poco o nada.

Tampoco el panorama de los curas es mucho más alentador. Rara avis es un celebrante que baje de los sesenta, o de los setenta, o incluso de los ochenta…es decir, sacerdotes jubilados que siguen al pie del cañón, porque falla la “tasa de reposición”. Los seminarios están vacíos, las congregaciones religiosas subsisten gracias a las vocaciones de los países subdesarrollados. Los jesuitas, franciscanos, agustinos y dominicos están en torno a cinco seminaristas en España, muchos menos si contamos sólo a los nativos. Si la tendencia continúa, en quince o veinte años, desaparecerán de nuestro país las que han sido principales órdenes religiosas durante siglos. Por otra parte, los pueblos se quedan sin cura que les diga misa, es decir, en situación análoga a la que antes oíamos contar de los países de misión, donde los fieles tenían que andar 30 kilómetros para recibir los sacramentos.

No voy a entrar en las causas de todo lo anterior, porque desde luego que deben ser múltiples y complejas. Sólo señalo que van en paralelo con la proliferación eclesiástica de planes pastorales, comisiones de trabajo, documentos consensuados y deseos de los obispos, y más que obispos, de resultar simpáticos y políticamente correctos. Y en paralelo, también, a esa tendencia actual de convertir a la iglesia en una ONG. Porque, si la cosa va de ayudar a los más necesitados, a los migrantes, refugiados y marginados, ¿para qué necesita un jóven comprometerse al celibato, la pobreza, la obediencia…?

En este contexto, el coronavirus no ha cambiado nada, pero si puede haber acelerado las cosas, es decir, la progresión hacia una “iglesia vaciada”, y en esto sí que podemos descubrir algunas responsabilidades.

El trabajo de los curas -sanar las almas- no fue considerado “trabajo esencial” durante el confinamiento, y nuestros obispos aceptaron de buen grado y con plena sumisión todo aquello. Tampoco era el momento de organizar plegarias y rogativas como antaño. Un bien superior, la salud de la población, justificaba todos los sacrificios, incluido el del culto divino. Los sacerdotes deberían seguir diciendo sus misas en privado, y los fieles no habría ningún problema porque podrían seguir la Eucaristía desde sus casas, en la televisión, por internet, o incluso por la radio.

La situación era excepcional y lo primero, la salud de todos, era lo primero. Lo importante era seguir las recomendaciones del Ministerio de Sanidad -el “Ministerio de la Verdad” orweliano-, que se convirtió en gran administrador apostólico: cuándo podrían abrir las iglesias, con qué aforo, en qué horarios y con qué ritual: mascarillas, pasillos, señalizaciones, espaciamiento en los bancos…

Los obispos completarían el cuadro con más instrucciones sanitarias: circulación para acercarse a recibir la comunión, extensión de los brazos para la distancia de seguridad con el sacerdote, mamparas en los confesionarios (en los pocos que siguen funcionando), y sustitución del signo de la paz por una pequeña inclinación de cabeza, o un guiño a la señora de al lado.

En España fueron muy pocas las voces episcopales que se dieron entonces cuenta de lo que todo aquello significaba, del mensaje que se estaba dando a la feligresía con tanto anteponer la salud y tanta sumisión a los dictados del gobierno orweliano.

El primero, naturalmente, que la salud es lo primero, y ante ello, todo lo demás tiene que ceder, incluido el culto divino y los derechos de Dios. Un mensaje sin duda novedoso en la historia de la Iglesia, y que de haberse conocido antes hubiera ahorrado mucho mártir en el Coliseo y mucha madre Teresa atendiendo moribundos contagiosos.

El segundo, es que el gobierno tiene autoridad para abrir y cerrar iglesias y para disponer el orden interior en las mismas. Y si el gobierno puede decidir que no se pueden hacer procesiones el día del Corpus en el atrio de la iglesia, supongo que con más motivo se le está legitimando para que mañana disponga quitar el crucifijo de las escuelas o prohibir la celebración en las calles de la Semana Santa.

El tercero, es que, ante el bien superior de la salud, internet o la televisión suplen sin problema a la asistencia y participación directa en los sacramentos. Y, qué duda cabe, acaba hasta resultando más cómodo: elijo horario, oigo misa en un sofá, y hasta me paso de un canal a otra si el cura me aburre en la homilía. ¡No digamos ya la ventaja que tendría para las confesiones!

Conclusión: una parte de los católicos españoles que tenían el hábito de la asistencia dominical a misa, han perdido esa rutina durante los confinamientos, que están siendo suficientemente largos  y frecuentes como para hacernos cambiar de hábitos. Y una vez pasadas las restricciones, casi como que se han acostumbrado ya a que ir a misa pueda ser un poco como a la carta y un poco como cuando apetece.

A ello se suma el que, tantas medidas de seguridad, tanta distancia en los bancos y tanto gel hidroalcohólico en las iglesias hace que, ¿quién no?, todos pensemos que en las iglesias es uno de los sitios donde hay más riesgo. Total, que lo voy dejando, que por ahora no voy, que no quiere decir que haya dejado de ir a misa…

Así a lo tonto, y aun cuando este resultado estuviera lejos de lo que pretendían los obispos con sus recomendaciones, lo cierto es que hemos acortado algunos años en nuestro caminar hacia una iglesia vaciada. Lo que se nota también en la recaudación de los cepillos. La situación es preocupante.

Hace algunos meses escribí un artículo al que titulé “la profecía de Ratzinger”. Se trataba de la visión profética de un espíritu privilegiado, como el del papa emérito, sobre el futuro de la Iglesia en Europa. Algunos acogían ese panorama con alborozo -una iglesia minoritaria pero fervorosa-, y a otros se nos helaba la sangre: una Cristiandad en ruinas y un mundo mayoritariamente sin Dios.

La iglesia vaciada no es solo una tragedia para la Iglesia y para los creyentes. Es una tragedia, de incalculables consecuencias, para la humanidad, para las almas. Y será el fin de España como nación.

Cada uno haría bien en reflexionar sobre su papel y sus responsabilidades.

No hay motivos para el optimismo, y pocos para la esperanza humana. Pero si para avivar la esperanza virtud teologal. Dios ha vencido al mundo, y Él sabrá sacar bien del mal: omnia in bonum.

Publicado por Javier Urcelay en Ahora Información.

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Comentarios
22 comentarios en “La Iglesia vaciada
    1. Para esto han sido elegidos desde los años setenta siempre los más negados y mediocres de cada promoción: para deshacer, desmoronar, desbaratar y desolar, que es lo único que sabe hacer eficazmente un mindundi con poder.

      1. Eso significa que Dios ya no es el que da vocaciones a quien quiere sino que unos entendidos las otorgan a los que a ellos les conviene. Como que Dios le va a dar la Gracia del celibato a los que ellos se vayan sacando de la manga.

    2. Y el vaticano II proclamando que cualquiera se salva en cualquier religión, por supuesto que no ha contribuido a vaciar nada como siempre.
      Con el cuento chino de que se malinterpretó por no reconocer que simplemente está mal.
      ¿Para qué vamos a ser católicos si el «Espiritu Santo suscita muchos caminos de salvación santidad y Gracia» y » no rehusa servirse de otras religiones como caminos de salvación»?. A misa para qué. De aquellas chorradas, estas consecuencias.

    3. Y qué decir de tantos «católicos» que dan mal testimonio señalando a los «otros» como los únicos culpables ? Qué cada uno asuma su responsabilidad …

  1. Así es. Lo que ha hecho el Coronavirus es adelantar una situación ya existente en la Iglesia. Al que de alguna manera la Iglesia iba a llegar más tarde o temprano. Una Iglesia sin fieles compuesta por una mayoría de personas mayores, con una crisis tremenda de vocaciones al sacerdocio, la vida religiosa y al matrimonio.
    Dentro de 20 años hubiésemos estado mucho peor.

    No se si todavía es posible hacer algo para cambiar la situación. Supongo que sea difícil porque no sólo depende de la Iglesia, si no del rumbo de la sociedad etcétera.

    Pero al menos hay que intentar oponer resistencia.

    1. La resistencia es oración y santidad. Las lecciones para eso están en las Santas Escrituras y Sagrada Tradición testimoniadas y explicadas por nuestros santos muertos. Escuchemos los muertos, que viven en el Señor.

  2. Era de esperar.
    Muchos años con misas hechas sin solemnidad y homilias huecas.
    Años de catequistas sin control (algunos no iban ni a misa dominical).
    Coqueteo con el mundo desde hace décadas.
    Y ahora se dan cuenta??
    Porque no llega dinero al cestillo?

  3. No conocéis a vuestro mayor enemigo, pensáis que es el papa francisco pero no lo es el verdadero enemigo es satanás, por eso hay que hacer una biblia mitad biblia de Jesús mitad biblia de satanás por que conociendo a satanás sabréis como actúa.

  4. Casi todo depende de casi nada. Falta encontrar el casi nada. Jean Guitton dijo que un «solo santo bastaría». Yo diría quizás un solo libro, que a lo mejor ya se está escribiendo, también lo dijo Guitton cuando vino a Madrid año 1995. Quizás mandar recibir a Jesús en la boca y de rodillas… Qué más podría ser?

  5. Para imponer una dictadura, hace falta algún tipo de moralidad, aunque esa moralidad sea exageradamente forzada. Pero una dictadura a base de trans, gays, promiscuidad festejos sin freno. Se acaba como en Roma, al final no se puede controlar a la población que ha perdido la cabeza y la salud a base de trasnochar y de francachelas, porque cuando la moralidad se degrada tanto el individuo acaba perdiendo hasta la salud corporal.

  6. Se creían que haciendo una Iglesia masticable al mundo, moderna en el sentido superfluo y misericordiosa, saltandose la verdad, iban a atraer a multitudes de gente, y les ha salido rana, como es lógico.
    La verdad no se negocia, la misericordia no se relativiza y a Dios no se le hace una imagen a opinión propia dael teólogo del momento, intentando ser más misericordioso que el mismo Dios, y relativizando al original, obviando verdades reveladas; si duda Dios tiene su propia personalidad y no puede ser de distintas maneras, conforme al gusto teologico, diciendo,npor ejemplo, que es el padre de todas las religiones, cuando todas creen en un padre distinto, sin importar que ha dicho Dios de si mismo.
    Esto hace que la gente deje de creer en verdades absolutas, y relativo en a Dios, apartando lo finalmente de su vida.

    1. La consigna del beati-progre para estos casos es decir: «No hay que poner límites a la misericordia de Dios». Es su torpe falacia para disimular que lo han amordazado, mutilado quirúrgicamente su Revelación y finalmente suplantado.

  7. El vaticano II nos enseña que Dios le ha dado el derecho natural a cada ser humano para profesar la religión de su conciencia sin ser coartado en nada excepto por alterar el orden público. No coartar en nada significa que tus hijos no pueden ser católicos porque les estás coartando sus derechos a elegir religión y que no puede haber proselitismo pues es coartar las conciencias. ¿Entonces para qué se ha molestado Dios en revelarnos cual es la religión que salva? ¿Si todas salvan para qué vamos a ser católicos?.
    Si es que no saben lo que dicen aunque le hagas un esquema. Confunden que Dios obligue con su religión con que Dios te fuerce a profesarla. Son muy torpes estos liberales.

    1. El liberal se cree que ya es libre, aunque Cristo le diga que la verdad te hace libre, le da igual, no significa nada esa frase.
      ¿Donde pone en el génesis que Dios le dio a Adán y Eva el derecho a elegir la religión de su conciencia? Y les presentó a buda, a mahoma y al jare crisna también?. Si Dios te da derecho natural basado en tu dignidad humana para elegir otro dios, quiere decir que te tiene que salvar porque si no me está engañando. Y para colmo permite el pecado original para confundirme aún más. ¿Pero qué clase religión chabacana es esta?

      1. ¿Iglesias vaciadas? Pero si las habeis vaciado durante 60 años proclamando que no hace falta ser católico para salvarse ¿para qué tienen que llenarse si ya se salvan? Lo dice el Vaticano II claramente sin malinterpretación posible, pues pone que: «hay otros caminos». ¿qué pasa, que no puedo ir por otro camino porque te duele la cesta del cepillo? Mira que es simple¿ como que no eres católico si no aceptas el cvii, es que no ves que el no católico es el que acepta esa chorrada de razonamiento?

    2. Si la religion verdadera no es obligatoria significa que Dios no me puede exigir ser católico, ergo no hay que llenar iglesias, es una opción de varias. ¿no me enseña el cvii que Dios me da libertad religiosa basada en mi naturaleza y dignidad humana?.
      Una cosa obligatoria no significa que sea a la fuerza, pero que no sea a la fuerza tampoco significa que tenga el derecho y la libertad de tener otra. ¿Pero cual libertad si era la verdad la que te hacía libre?¿Profesar la mentira tambien te hace libre? ¿El inf1erno es ser libre?

  8. El poderoso no sería tan poderoso si la gente no sería tan lamebotas. Entonces, el adinerado compraría bienes y servicios, y no gente que es lo que hace un poderoso.

  9. De todas formas, yo creo que por el bien común y por evitar que se propague el contagio, toda prudencia y escrupulosidad en las normas higiénicas está bien observarlas, y es lógico que haya disminuido la asistencia física a los templos. Yo animaría a los católicos a que, aunque asistamos menos , oremos más, estemos más unidos a Dios y a los hermanos cristianos . Y hagamos el esfuerzo por acercar más almas a Dios y a la Iglesia, de tal manera que cuando esto pase (si pasa) llenemos las iglesias de fieles de todas las edades. Intentemos atraer a los jóvenes y a los niños que son el futuro del Pueblo de Dios. Hagamos un esfuerzo. Hagamos «PROSELITISMO» en el buen sentido de la palabra, ( aunque le pese a alguien.)
    Ánimo , hermanos , prediquemos con el ejemplo de vida y con la Palabra y oremos más.
    Que así sea.

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