«Incluso entre los católicos se ha colado la absurda opinión de que la fe es un asunto privado y que en la vida pública se puede tolerar, aprobar y promover algo que es intrínsecamente malo».
«Ahora Estados Unidos, con su conglomerado de poder político, mediático y económico», dice el cardenal Müller en una entrevista a kath.net, «está a la cabeza de la campaña más sutilmente brutal para descristianizar la cultura occidental en los últimos cien años».
(Catholic World Report)- «Quien relativiza el claro reconocimiento del carácter sagrado de toda vida humana con juegos tácticos, sofismas y escaparates debido a sus preferencias políticas, se opone públicamente a la fe católica». Así lo explica el cardenal Gerhard Müller en una entrevista exclusiva para kath.net sobre la defensa del aborto del nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que es miembro de la Iglesia católica. El ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe continúa diciendo: «Ahora Estados Unidos, con su conglomerado de poder político, mediático y económico, se sitúa a la cabeza de la campaña más sutilmente brutal para descristianizar la cultura occidental en los últimos cien años».
Eminencia, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos ha criticado con firmeza la política proaborto del nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Por otra parte, algunos obispos estadounidenses creen que la crítica de la Conferencia Episcopal a Biden es poco acertada. El cardenal Blase Cupich, de Chicago, escribió en su cuenta personal de Twitter que la Conferencia Episcopal de Estados Unidos había emitido «una declaración poco meditada» con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente. ¿Considera justificada la crítica de la Conferencia Episcopal, o los obispos exageran?
Un obispo católico se distingue de los políticos e ideólogos del poder por su obediencia a la Palabra de Dios revelada. Sería un falso apóstol si relativizara la ley moral natural en aras de su preferencia política, o para favorecer a uno u otro partido. Todo ser humano reconoce las exigencias de la ley natural en su conciencia gracias a su razón. Cuando los que ostentaban el poder político y religioso en la época de los apóstoles trataron de prohibirles proclamar la enseñanza de Cristo bajo amenaza de castigo, estos respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5,29).
Quien relativiza el claro reconocimiento del carácter sagrado de toda vida humana con juegos tácticos, sofismas y escaparates debido a sus preferencias políticas, se opone públicamente a la fe católica. El Vaticano II y todos los papas hasta Francisco han descrito el asesinato deliberado de un niño antes o después de su nacimiento como la más grave violación de los mandamientos de Dios.
El presidente de la Conferencia Episcopal estadounidense, el arzobispo Gómez, declara al presidente Joe Biden su clara opinión: «Como enseña el papa Francisco, no podemos permanecer en silencio cuando cerca de un millón de vidas no nacidas son desechadas en nuestro país año tras año a través del aborto.» ¿Cuál es la enseñanza de la Iglesia sobre el aborto?
«Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 51).
El presidente Joe Biden se ha presentado -no sólo el día de su toma de posesión- como un católico creyente y practicante. En su opinión, ¿qué credibilidad tiene esto, dada su larga serie de declaraciones a favor del aborto y su declaración oficial en el 48º aniversario de Roe v. Wade, la decisión del Tribunal Supremo que legalizó el aborto: «En los últimos cuatro años, la salud reproductiva, incluido el derecho a elegir, ha sido objeto de un ataque implacable y extremo»? ¿Y también su anuncio de que su administración apoyará masivamente el aborto en Estados Unidos y en todo el mundo, incluso financieramente?
Hay buenos católicos, incluso en los más altos cargos del Vaticano, que, en su ciego sentimiento anti-Trump, lo aguantan todo o restan importancia a lo que ahora se está desatando en EE.UU. contra los cristianos y todas las personas de buena voluntad.
Ahora Estados Unidos, con su conglomerado de poder político, mediático y económico, se sitúa a la cabeza de la campaña más sutilmente brutal de descristianización de la cultura occidental en los últimos cien años. Restan importancia a la vida de millones de niños, que ahora son víctimas de la campaña mundial de aborto organizado bajo el eufemismo de «derecho a la salud reproductiva», aludiendo a los defectos de carácter de Trump.
Un hermano muy respetado me reprochó que no debía fijarme en el aborto, porque ahora que Trump ha sido expulsado, esto elimina el peligro, mucho mayor según él, de que ese loco apriete el botón nuclear. Sin embargo, estoy convencido de que la ética individual y social tiene prioridad sobre la política. Se cruza una línea cuando la fe y la moral se rigen por un cálculo político. No puedo apoyar a un político proaborto solo porque construye viviendas públicas, como si tuviera que soportar lo que es absolutamente malo a causa de algo relativamente bueno.
En Estados Unidos, hay obispos que dicen públicamente que Biden, por sus declaraciones y acciones públicas con respecto al aborto, no está en plena comunión con la Iglesia católica; por ejemplo, el arzobispo de Denver, Samuel J. Aquila, y el ex arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput. Chaput defiende la idea de que Biden no debe recibir la comunión. En cambio, el cardenal Wilton D. Gregory, arzobispo de Washington, D.C., dijo que no se apartaría de la práctica actual de permitir que Biden siga recibiendo la comunión. ¿Cómo valora esto?
Incluso entre los católicos se ha colado la absurda opinión de que la fe es un asunto privado y que en la vida pública se puede tolerar, aprobar y promover algo que es intrínsecamente malo.
Concretamente, en la práctica, los cristianos de una legislatura o de un gobierno no siempre consiguen adoptar la ley moral natural en todos los puntos. Pero nunca deben participar en el mal de forma activa o pasiva. Al menos deben protestar contra él y, en la medida de lo posible, oponerse a él, aunque sufran discriminaciones por ello.
Es bien sabido que un cristiano que declara su oposición a la corriente principal de la propaganda LGBT, al aborto, a la legalización del consumo de drogas y a la abolición de la sexualidad masculina o femenina es calificado de «extrema derecha» o incluso de «nazi», aunque de hecho los nacionalsocialistas con su ideología biologista-darwinista eran diametralmente opuestos a la antropología cristiana.
Aquellos con una afinidad espiritual (que desprecian a los demás con comparaciones nazis pero, al mismo tiempo, se indignan cuando se les compara con los nazis) se reúnen, en cambio, donde la gente se rebela contra Dios, que creó al hombre a su imagen y semejanza: como hombre y mujer.
¿Pueden los obispos estadounidenses contar, en principio, con que el papa Francisco apoye su compromiso provida de forma generalizada, de modo que cualquier desacuerdo en las relaciones con un presidente en funciones se quedaría, como mucho, en una cuestión de tacto?
El Santo Padre nunca ha dejado de oponerse en los términos más claros posibles al aborto como asesinato premeditado, y por esta razón ha sido calumniado vilmente por aquellos a quienes, por otra parte, les gustan citarlo y no dejan de compararlo con el anterior papa, Benedicto XVI. Espero que a nadie se le ocurra la perversa idea de equilibrar el aborto y la eutanasia con la admisión de inmigrantes y migrantes en la frontera con México y, por tanto, de aceptar «silenciosamente» los crímenes contra la humanidad como parte del trato.
Dadas las posiciones proabortistas del nuevo Presidente, ¿pueden y deben los católicos estadounidenses secundar simple y obligatoriamente sus llamamientos a la «unidad» y a la curación de las heridas?
La reconciliación es el don que Dios nos ha dado a través de Jesucristo. Precisamente, para los cristianos en la política esto debería ser también una norma para su discurso y sus acciones. Pero una ruptura ideológica en la sociedad no se supera cuando una parte margina, criminaliza y destruye a la otra, de modo que, al final, todas las instituciones, desde los medios de comunicación hasta las empresas internacionales, están ahora gobernadas únicamente por representantes de la corriente capitalista-socialista.
En Estados Unidos, como ahora en España, las escuelas católicas, los hospitales y otras instituciones sin ánimo de lucro sostenidas con fondos públicos están siendo obligadas a aplicar políticas inmorales; si se niegan, son cerradas. Hasta el más ingenuo debe ser capaz de ver a estas alturas si el discurso sobre la reconciliación de la sociedad va en serio o es sólo un truco de propaganda.
Los mismos que hablan de ello a gritos deberían examinar críticamente su propia contribución a la división. El lema «Si no quieres ser mi amigo, te parto la cara» no es el camino correcto hacia la reconciliación y el respeto mutuo.
¿Sería imaginable una reacción tan fuerte contra las políticas proaborto en Austria, Alemania y la Suiza alemana?
Desde el siglo XVIII, junto con el absolutismo, tenemos incluso en las católicas Francia, Austria y Baviera la impía tradición de la Iglesia oficial del Estado (galicanismo, febronianismo y josefinismo).
La Iglesia ya no se define en términos de su misión divina para la salvación de todos los hombres, sino en términos del servicio que puede prestar a la sociedad dentro de los parámetros del bien común y la dependencia del Estado. Sólo una vez, durante la Kulturkampf [guerra cultural alemana] contra el absolutismo estatal prusiano y contra la ideología totalitaria, hubo una oposición práctica en nombre de su misión superior (Pío XI, Encíclica Mit brennender Sorge, 1937).
Desde entonces, los católicos [de habla alemana] se han subordinado en gran medida a los objetivos gubernamentales seculares (la llamada «relevancia del sistema») y han luchado contra la agresiva descristianización de la sociedad solo en la esfera privada. Un obispo de Europa Central se enfrenta hoy a la disyuntiva de o sobrevivir sometiéndose al conformismo o ser tachado de fundamentalista por la gente ignorante.
Mientras que en Estados Unidos la participación de un gran número de obispos católicos en el mayor evento provida del mundo, la Marcha por la Vida, se ha convertido en algo casi rutinario, en Alemania se pueden contar con una mano los pocos obispos valientes que acuden a la Marcha por la Vida.
No es mi trabajo evaluar la conducta de los obispos a nivel individual. Siempre me ha impresionado Clemens August von Galen, que el 18 de octubre de 1933 fue consagrado obispo de Münster [Alemania]. El lema de su escudo episcopal era: Nec laudibus – nec timore. «Ni la alabanza de los hombres ni el temor de los hombres deben movernos».
En Polonia, por el contrario, los obispos son decidida y llamativamente provida. ¿Valora usted sus esfuerzos?
Más que todas las demás naciones europeas, los polacos llevan 200 años sufriendo y luchando por la democracia constitucional y la fe católica. Sin embargo, circulan prejuicios malintencionados contra este país. Incluso en los círculos eclesiásticos se adoptan acríticamente estos lugares comunes y estereotipos. La defensa de los obispos, sacerdotes y laicos polacos se asocia a un fundamental sentimiento tradicionalista de una nación que, tras la dictadura nacionalsocialista y comunista y el dominio extranjero, aún no está tan madura para la democracia.
De Alemania y Austria, precisamente, llegan ofertas de formación para la democracia y las relaciones con la sociedad secularizada. En definitiva, deberíamos ser más solidarios con nuestros hermanos y hermanas católicos. Podríamos aprender cosas importantes los unos de los otros y lograr juntos mucho bien para la Iglesia católica en el mundo actual.
(Traducido del alemán al inglés por Michael J. Miller)
Publicado en Catholic World Report.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.
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A veces me pongo a pensar (sólo a veces): ¿Qué pasaría con la Iglesia Católica en EEUU si deciden excomulgar al presidente del país en pleno auge de su mandato, más allá que se dé allí, un presidente católico cada muerte de asteroide de 323 kilogramos en el espacio. ¿Pasaría totalmente desapercibido porque lo que es justo, es justo? ¿Sería la puntilla para que todos los cañones masónicos (que por Washington abundan) apunten contra la Iglesia dando luz a alguna que otra «historia humana» que la hunda en la mala fama, a manera de revanchismo? También pienso que la Iglesia no tiene allí una fuerza moral ni institucional ni política después de tantos escándalos en medio de un rebrote de todas las fuerzas del pensamiento único que han llevado a que muchos que se dicen «católicos» hayan decidido hacer a Dios a su imagen y semejanza.
Para que se atreviera a hacer eso de excomulgar al presidente primero debería haber hecho limpieza en el episcopado de gente sin fe y en el presbiterio de frutas podridas, con sencillez, amor y ejemplaridad al mismo tiempo. Sólo entonces, como una sola voz, podría atreverse a eso y, con eso, asumir con gallardía el desafío del martirio. Pero me temo que eso no es cosa de estos tiempos y menos de la pasta de hombres que andan mayoritariamente por aquellas tierras gobernando la Iglesia con más poder (aparentando lo contrario o diciendo que no lo es) que verdad y profecía. Ni hay voluntad en el papado. Si no se atreve con China…
El cardenal Müller ha hablado muy bien. Lástima que no coincida toda la jerarquía eclesiástica.
Por su cooperación formal con el aborto, Biden está exco mulgado «latae sententiae»
Lamentablemente hay muchos católicos, empezando por Francisco, para quienes el aborto es un tema secundario; una cuestión más entre muchas otras. Y si un líder tiene cosas que les gusta, aunque sea defensor del aborto y de la ideología de género, lo votan sin ningún reparo.
Votar a Hitler porque también hacía cosas buenas no estaba justificado, y de igual manera un católico no puede votar a Biden, porque la perversión de su programa es grave e intrínsecamente inaceptable, aunque pueda gustar en algunos temas.
Parece que solo nos queda recurrir al que ha dicho que la venganza es suya. Viene Pronto y trae Consigo el salario. El hecho de que bidet, en complicidad, con Gregorio, crea que es católico, porque él lo dice y el otro, le da la comunión, no significa que Dios lo asuma así.
La Iglesia está podrida y llena de masones, pero Dios los juzgará, primero a sus consagrados a los que dirá: «gime sacerdote que por tu culpa ese se ha condenado y tu con él».
No se quien será ese «hermano», que prefiere a Biden apoyando al aborto que a Trump, por el peligro de apretar el botón nuclear. Ese «hermano» (será hermano masón) no se ha dado cuenta de que Trump ha hecho más por la paz y la unión entre países, que todos los presidentes anteriores que se enfrascaron en guerras. Con Biden habrá más peligro de una guerra porque China y el resto de enemigos de EEUU, le tratarán de chulear
Hace poco he leído «La Reforma que viene de Roma»(Coordinadores K. Rahner, M. Von Galliy y O. Baumhsuer; Ed. Plaza & Janes, Barcelona, 1970) uno de los libros de divulgación sobre el Concilio de más éxito a finales de los sesenta. La impresión que me ha dejado su lectura se asemeja a la que dice usted: es como si la Iglesia Católica de entonces abrazase gozosa las perspectivas abiertas por un mundo en progreso y en vías de alcanzar su mayoria de edad, y deseara emparejarse con él para iluminarlo, claro es, pero desde una actitud acomplejada por su propia evolución como Iglesia Católica , tachada casi siempre de inmovilismo.
La Iglesia tiene que abrazar y acompañar al mundo para iluminarlo con la luz de Cristo, no para dejarse atrapar en él.