«Sin la contribución de Ratzinger, el Concilio no hubiera existido en la forma en que lo conocemos»

Benedicto XVI 70
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(Catholic World Report)- El veterano periodista alemán habla de su nueva biografía de Benedicto XVI en la que refleja con detalle la infancia de Ratzinger, su personalidad, educación y el papel que ha tenido en acontecimientos clave de la Iglesia.

El veterano periodista alemán Peter Seewald conoció a Joseph Ratzinger hace casi treinta años. Desde entonces ha publicado dos libros-entrevistas con el cardenal Ratzinger, convertidos en éxitos de ventas —La sal de la tierra y Dios y el mundo: creer y vivir en nuestra época—, como también el libro de 2010, Luz del mundo: el Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos y el de 2017, Benedicto XVI: Últimas conversaciones.

También es autor de Benedicto XVI : una mirada cercana, y de la biografía ilustrada Una vida para la Iglesia: Benedicto XVI. Su obra más reciente es una ambiciosa biografía del papa emérito: Benedicto XVI: Una vida, ya disponible en español.

Recientemente, Seewald ha mantenido correspondencia con Carl E. Olson, editor de CWR, sobre su biografía de Benedicto XVI, y habló detalladamente de la infancia de Ratzinger, su personalidad, educación y el papel que ha tenido en acontecimientos clave de la Iglesia, especialmente el Concilio Vaticano II.

Empecemos con un poco de historia. ¿Cuándo y cómo conoció a Joseph Ratzinger?

Mi primer encuentro con el entonces cardenal tuvo lugar en noviembre de 1992. Como autor en el Süddeutsche Zeitung Magazine, me pidieron que escribiera un retrato del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ya entonces Ratzinger era el hombre de iglesia más buscado del mundo, solo detrás del papa. Y el más controvertido. Había una larga fila de periodistas que esperaban poder entrevistarle. Tuve la gran suerte de que me recibiera. Parece ser que mi carta de presentación suscitó su interés porque en ella prometía ser objetivo. Y era lo que yo quería.

¿Qué acceso ha tenido a él a lo largo del tiempo?

Yo no era fan suyo, pero me hice esta pregunta: ¿quién es realmente Ratzinger? Hacía tiempo que le habían etiquetado como el «Panzer Cardinal», el «gran Inquisidor», un tipo sombrío y, por ende, un enemigo de la civilización. En cuanto alguno proclamaba estas virtudes, podía estar totalmente seguro de recibir el aplauso de los compañeros periodistas y la audiencia dominante.

¿En qué se diferenciaba usted?

Había estudiado con antelación los escritos de Ratzinger y, sobre todo, su diagnóstico de la época. Y me quedé atónito al ver que el análisis de Ratzinger confirmaba el desarrollo que estaba teniendo la sociedad. Además, ninguno de los testigos de la época que yo había entrevistado, sus compañeros de estudio, asistentes, colegas, que realmente conocían a Ratzinger, confirmaron la imagen de persona intransigente, sino todo lo contrario. Con excepción de personas como Hans Küng y Jürgen Drewermann, sus famosos oponentes. Yo quería verlo por mí mismo, in situ, en el edificio de la antigua Santa Inquisición de Roma.

¿Fue un momento inolvidable?

Sí. La puerta de la sala de visitantes, donde estaba esperando, se abrió y entró una figura no demasiado alta, modesta y casi delicada, vestida con una sotana negra, que me extendió la mano amigablemente. Su voz era dulce y su apretón de manos no te destrozaba los dedos. ¿Se suponía que este era el «Panzer Cardinal»? ¿El príncipe de la Iglesia deseoso de poder? Ratzinger me puso fácil el inicio de la conversación. Nos sentamos y empezamos a hablar. Le pregunté qué tal estaba. Fue la clave. Parece ser que nadie se había preocupado de preguntarle esto. Como si lo hubiera estado esperando, se abrió completamente y me dijo que se sentía anciano y agotado, que había llegado el momento de que hubiera fuerzas más jóvenes y que estaba deseando entregar su cargo. Como sabemos ahora, nada de eso sucedió.

¿Cómo dio forma ese acceso y ese tiempo juntos a esta biografía?

Nunca me hubiera imaginado lo que sucedió después de esa hora, que con el tiempo escribiría cuatro libros de entrevistas con Ratzinger, o con el papa Benedicto. Me habían expulsado del colegio, no tenía el bachillerato, había abandonado la Iglesia a los 18 años y como joven revolucionario, la fe no tenía mucho que ver conmigo. Sin embargo, en algún momento, el declive cultural y moral de nuestra sociedad me hizo pensar. Tenía claro que la desintegración de nuestros valores tenía que ver con haber arrinconado los valores del cristianismo, con un mundo sin Dios. Empecé a investigar las cuestiones religiosas y encontré que era una aventura participar en los servicios religiosos de nuevo. Y, además, vi en Ratzinger a un hombre que, a través de la transmisión de la fe católica y sus propias reflexiones y oración, podía proporcionar las respuestas adecuadas a los problemas de nuestro tiempo.

¿Qué cualidades tenían e inculcaron Joseph y María Ratzinger en sus tres hijos -Georg, Maria y Joseph-, para que los tres hermanos tuvieran un sentimiento vocacional religioso tan fuerte a una edad tan temprana?

Tal vez deberíamos decir que en el hogar ancestral de la familia Ratzinger hubo muchas vocaciones. Uno de los hermanos de Joseph padre era sacerdote, una de sus hermanas monja y su tío Georg, también sacerdote, se había hecho famoso fuera de Alemania como miembro del Reichstag y escritor. La familia del futuro papa vivía una fe profunda arraigada en la tradición del catolicismo bávaro liberal. Este ejemplo tuvo un efecto educativo y contagioso. Benedicto XVI dijo sobre su madre que era una mujer muy sensual y cálida. De ella aprendió a sentir emoción y amor por la naturaleza. Como gendarme, su padre era estricto pero, sobre todo, era un hombre recto que valoraba la verdad y la justicia y, como antifascista, pronto se dio cuenta de que Hitler quería la guerra.

¿Qué importancia tuvo la relación entre Joseph padre y Joseph hijo?

Enorme. Gracias a su honestidad, valor y lucidez, el padre fue un modelo para el hijo, que sabía que su padre le amaba de verdad. Los padres nunca insistieron en que sus hijos fueran «algo especial». El padre era muy inteligente, tenía una vena poética, observaba las enseñanzas de la Iglesia y, al mismo tiempo, vivía un catolicismo muy realista. Tenía, sobre todo, una mente muy lúcida y no tenía miedo de criticar incluso a obispos que habían aceptado el régimen nazi.

Benedicto XVI ha dicho sobre su padre: «Era un hombre de intelecto. Pensaba de modo distinto a lo que se solía pensar en esa época, y con una superioridad soberana que era convincente». Cuando estaba discerniendo una vocación sacerdotal, confesó «que la personalidad religiosa firme y poderosa de su padre fue un factor decisivo».

¿Cuáles son las características clave de la la juventud de Ratzinger -en términos de lugares y hechos-, que conformaron su mente como adolescente y joven adulto?

Si hubo una época en la que Ratzinger fue realmente feliz fueron sus años de infancia en la ciudad barroca bávara de Tittmoning, cerca de Salzburgo, poco antes de que los nazis subieran al poder. La belleza y el ambiente de este lugar típicamente católico y la belleza de sus paisajes dejaron su impronta en él. Más adelante Ratzinger hablaría de su «tierra de ensueño». Fue en Tittmoning donde tuvo «su primera experiencia personal con un lugar de adoración».

No era solo por las «imágenes superficiales y naífs», que pueden impresionar naturalmente la mente de un niño, sino porque detrás de ellas «empezaron a asomar profundos pensamientos». En esa misma época fue testigo de cómo su padre, un comisario de la gendarmería, prohibía las reuniones nazis. Se había suscrito al periódico antifascista Der gerade Weg (El camino recto) y consideraba a Hitler «un perdido» y un «criminal». Como funcionario, se le presionaba para que se uniera al partido nazi, sobre todo a partir de 1933, pero él siempre se negó.

Usted escribe: «Obligaron a Joseph a unirse a las Juventudes Hitlerianas cuando cumplió 14 años. Pero él se negó a aparecer ‘en servicio'». ¿Cómo podría resumir su visión sobre las Juventudes Hitlerianas en particular, y sobre el movimiento nazi en general?

Joseph había visto cómo, a partir de 1933, se perseguía a los sacerdotes y se restringía cada vez más a la Iglesia. Como alumno del internado episcopal de Traunstein, se mantuvo alejado de las Juventudes Hitlerianas hasta que le obligaron a unirse a ellas. El hecho de que se negara a participar en los ejercicios de las JH dice mucho sobre su valiente actitud hacia un régimen odiado. Cuando estaba en el colegio era un admirador de las acciones que llevaba a cabo el grupo de resistentes la «Rosa Blanca» [este grupo, que abogaba por la resistencia no violenta, estaba formado originalmente por los hermanos Hans y Sophie Scholl, Alexander Schmorell, Willi Graf, Christoph Probst y Kurt Huber, un profesor de filosofía y musicología, ndt]. Más tarde confesaría que «los grandes perseguidos del régimen nazi, como Dietrich Bonhoeffer, fueron grandes modelos para mí».

En una ocasión, en un discurso de elogio a su hermano, dio una visión de lo drásticas que fueron las experiencias de esos años. El terror del régimen nazi y la necesidad de un nuevo inicio habían fortalecido en Georg, y en él, su deseo de dedicarse a una vida con Dios y para Dios. «En un momento de la historia con el viento en contra y la experiencia de una ideología no musical y anticristiana, su brutalidad y su vacío espiritual», escribió, «formaron dentro de él una firmeza y una determinación interior que le dieron la fuerza para seguir adelante».

En 2005, ya papa, en un encuentro con jóvenes en el Vaticano, explicó que su decisión de entrar al servicio de la Iglesia fue también una explícita contrarreacción al terror de la dictadura nazi. En contraste con esta cultura de inhumanidad, él comprendió que Dios y la fe indicaban el camino justo. «Con su poder procedente de la eternidad, la Iglesia», mantenía Ratzinger, «se mantuvo firme en el infierno que había envuelto a los poderosos. Se había demostrado a sí misma que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella».

Usted menciona el impacto que tuvo en él leer a Guardini, Newman, Bernanos, Pascal y otros, pero resalta la importancia que tuvieron en el Ratzinger seminarista Las confesiones, de san Agustín. ¿Por qué y de qué modo este libro fue tan relevante para él?

En una ocasión Ratzinger me dijo que, si tuviera que llevarse dos libros a una isla, estos serían la Biblia y Las confesiones, de san Agustín. Cuando era un joven estudiante, Ratzinger era infinitamente inquisitivo. Absorbía como una esponja el mundo intelectual que se abría ante él. Y mientras encontraba que el pensamiento de santo Tomás de Aquino estaba «demasiado cerrado en sí mismo», era «demasiado impersonal» y, en última instancia, de algún modo inanimado y carente de dinamismo, en cambio encontró en san Agustín que la persona apasionada, que sufre, que busca, estaba allí realmente, una persona «con la que se podía identificar», afirmó. En el Doctor de la Iglesia encontró a su alma gemela. «Sentí que era un amigo», confesó Ratzinger, «un contemporáneo que me hablaba directamente». Con toda la razón y toda la hondura de nuestro pensamiento.

Ratzinger tuvo algunos patrones, pero su maestro real era Agustín, el gran padre de la Iglesia Latina, como le describía Ratzinger, y «una de las figuras más importantes de la historia del pensamiento». Se encontraba tan bien expresado en Agustín que, cuando hablaba del Doctor de la Iglesia, siempre sonaba un poco como un autorretrato de Ratzinger: «Siempre estuvo buscando. Nunca se conformó con la vida tal como es y como todo el mundo la vive. […] Él quería encontrar la verdad, lo que el hombre es, de dónde viene el mundo, de dónde venimos nosotros, adónde nos dirigimos. Quería encontrar la vida justa, no solo la vida».

Durante sus estudios, aparentemente Ratzinger disfrutaba con las clases de un gran número de profesores, desde los «progresistas» a los «tradicionales». ¿Cómo le ayudó esto desde el punto de vista teológico y pastoral? ¿Y por qué Gottfried Söhngen fue tan importante para él durante un tiempo?

Al finalizar la guerra y la locura nazi, una locura también por la falta de Dios, los signos indicaban que había que repartir y renovar. Los profesores del Departamento de Teología de la Universidad de Múnich eran los mejores en su campo. La Escuela de Múnich se caracterizaba por una mente abierta y, al mismo tiempo, por una teología orientada por la historia.

Su director de tesis, Gottfried Söhngen, reconoció inmediatamente el enorme talento de Ratzinger y con el tema de su tesis doctoral –titulada «El pueblo y la casa de Dios en la Doctrina de la Iglesia de Agustín»– le condujo por un camino que, junto a la enseñanza sobre la Iglesia, tuviera también como objetivo el amor a la Iglesia. Según Ratzinger, Söhngen era alguien que «siempre pensaba desde las fuentes mismas, empezando por Aristóteles y Platón, pasando por Clemente de Alejandría y Agustín, hasta Anselmo, Buenaventura y Tomás, para llegar a Lutero y, por último, a los teólogos de Tübingen del siglo pasado». El método de sacar «de las fuentes» y conocer «de verdad las grandes figuras de la historia intelectual desde el encuentro personal» se convirtió en un factor decisivo para él.

El tema de su habilitación, que Söhngen había escogido para él, fue sin duda uno de los grandes momentos de la vida de Benedicto XVI. Después de que la disertación tratara sobre la Iglesia antigua y abordara un tema eclesiológico, ahora debía volver a la Edad Media y los tiempos modernos. El título era «La teología de la historia en San Buenaventura». Los resultados de la investigación de Ratzinger, y su fórmula de la Iglesia como Pueblo de Dios desde el Cuerpo de Cristo, sustituyó entonces en el Concilio el concepto inadecuado de Iglesia como Pueblo de Dios, que también podía entenderse desde un punto de vista político o meramente sociológico.

¿Por qué el joven Ratzinger atrajo tan rápidamente la atención como sacerdote, profesor y teólogo?

Por el modo que tenía de impartir sus clases el profesor de teología más joven del mundo. Los estudiantes escuchaban atentamente. Había una frescura sin precedentes, un nuevo acercamiento a la tradición, combinado con una reflexión y un lenguaje que no se había oído antes. Se consideraba a Ratzinger la nueva y esperanzadora estrella en el cielo teológico. Sus clases se transcribían y se distribuían continuamente en toda Alemania.

Y, sin embargo, su carrera universitaria casi fracasó. La razón fue un ensayo crítico de 1958 titulado «Los nuevos paganos y la Iglesia». Ratzinger había aprendido de la era nazi que la institución sola es inútil si no hay personas que la sostengan. No se trataba de conectarse con el mundo, sino de revitalizar la fe desde dentro. En su ensayo, el entonces profesor de 31 años escribía: «La apariencia de la Iglesia de los tiempos modernos está determinada fundamentalmente por el hecho de que, de un modo totalmente nuevo, esta se ha convertido y sigue siendo cada vez más la Iglesia de los paganos […], de paganos que siguen llamándose cristianos, pero que en realidad se han convertido en paganos».

En esa época era un hallazgo ultrajante y escandaloso.

Ciertamente lo era, pero si lo lees hoy, demuestra rasgos proféticos. En él, Ratzinger afirmaba que, a largo plazo, la Iglesia no se libraría de «tener que romper pieza por pieza la apariencia de su congruencia con el mundo y volver a ser lo que es: una comunidad de creyentes». En su visión, hablaba de una Iglesia que se volvería, una vez más, pequeña y mística; que tendría que encontrar su camino de regreso a su lenguaje, su visión del mundo y la profundidad de sus misterios como una «comunidad de convicciones». Solo entonces podría desplegar todo su poder sacramental: «Solo cuando empiece a presentarse de nuevo como lo que es podrá llegar de nuevo al oído de los nuevos paganos con su mensaje, que hasta ahora han estado bajo la ilusión de que no eran paganos en absoluto».

Aquí Ratzinger utilizó por primera vez el término Entweltlichung (literalmente, desmundanización = separación del mundo). Con ello siguió la advertencia del apóstol Pablo, según el cual las comunidades cristianas no deben adaptarse demasiado al mundo, puesto que dejarían de ser la «sal de la tierra» de la que había hablado Jesús.

Usted escribe que «el acontecimiento eclesial más importantes del siglo XX» –es decir, el Concilio Vaticano II– «parecía hecho a medida para él».

Solo se puede entender el Concilio Vaticano II desde su contexto histórico. El papa Juan XXIII vio la necesidad de buscar una nueva relación entre la Iglesia y la modernidad ante un mundo que había cambiado en la posguerra. En retrospectiva, parece una coincidencia celestial que Ratzinger, no solo recibiera la cátedra de Dogmática en Bonn en esa época, sino que después de dar una conferencia sobre el entonces inminente Concilio, se convirtiera rápidamente en un consejero cercano del cardenal Josef Frings de Colonia, que tuvo un papel predominante en Roma. El joven teólogo estuvo literalmente predestinado a dar un impulso decisivo al Concilio. Sin su contribución, este no hubiera existido en la forma en que lo conocemos.

¿Cuáles son las razones para esta afirmación?

Ya comenzó en el período previo al Concilio con el legendario «Discurso de Génova», que había escrito para el cardenal Frings. Juan XXIII dijo después que este discurso expresaba exactamente lo que había querido lograr con el Concilio, pero no había conseguido formular. En su discurso de apertura, el papa declaró, en referencia a este discurso, que se había propuesto «afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea». Al mismo tiempo, afirmó que la tarea del Concilio era transmitir la doctrina «pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones».

Ratzinger estaba bien preparado. Algunas de las áreas de trabajo que resultarían ser las claves del Concilio -como la Sagrada Escritura, la patrística, los conceptos del pueblo de Dios y de revelación- eran sus temas especiales, debido a las especificaciones de su consejero doctoral, Söhngen. Además, gracias a su educación en la Escuela de Múnich, llevó consigo la visión de una forma de Iglesia dinámica, sacramental e histórico-salvífica, que contrastaba con la imagen fuertemente institucional y defensiva de la Iglesia de la escuela romana de teología.

Para modificar la relación entre la Iglesia local y la Iglesia universal, entre el Oficio de Pedro y el Oficio de obispo, había desarrollado de antemano la imagen de Communio, que iba a ser decisiva para el concilio. La constitución de la Iglesia debía ser «colegial» y «federal», con un énfasis simultáneo en la primacía del Papa y la unidad en la doctrina y el liderazgo.

Además, como conocedor de la teología protestante y a través de su preocupación por las religiones del mundo, Ratzinger estaba familiarizado no solo con los temas del ecumenismo, sino también con la relación de los católicos con el judaísmo. En otras palabras, exactamente el tema principal para el borrador de la constitución Gaudium et spes que, junto con el de la revelación, se convertiría en el documento más importante del Concilio.

Ya en sus primeras declaraciones sobre los borradores preparados por Roma para el inminente concilio, el entonces profesor de 34 años guió al cardenal Frings, de 74 años. Las expertas opiniones de Ratzinger no solo estaban dirigidas a la crítica. En una declaración del 17 de septiembre de 1962, por ejemplo, dijo: «Estos dos borradores corresponden, en el más alto grado, a los objetivos de este concilio, tal como lo declaró el papa: renovación de la vida cristiana y adaptación de la práctica eclesiástica a las necesidades de esta época, para que el testimonio de la fe brille con nueva claridad en medio de las tinieblas de este siglo».

Sin embargo, surgieron problemas que habían sido infravalorados.

Sí. Ratzinger se convirtió en el portavoz del Concilio Vaticano II junto con el influyente cardenal de Colonia, que adoptó todos sus textos. La curia había asumido que sus presentaciones solo necesitaban ser selladas por la asamblea de cardenales, y el concilio podría concluirse en cuestión de semanas. Ratzinger se comprometió a garantizar que la agenda dada y los procesos predeterminados pudieran interrumpirse y así renegociar todo. Tradicionalista en su actitud básica, pero moderno en su hábito, lenguaje y orientación, fue capaz de ganar reconocimiento y audiencia tanto en el campo conservador como en el progresista. En retrospectiva, por supuesto, también se dio cuenta del daño colateral que había causado con el levantamiento de los cardenales, que había ayudado a incitar, a saber, una «fatídica ambigüedad del concilio en la opinión pública mundial, cuyos efectos no podían preverse». Esto dio impulso a las fuerzas que consideraban la Iglesia como una cuestión política y sabían cómo instrumentalizar los medios de comunicación. «Cada vez más se formó la impresión», señaló en ese momento, «de que en realidad nada estaba decidido en la Iglesia, que todo estaba a punto de ser revisado».

Casi al final del volumen, usted escribe: «Investigaciones recientes demuestran que su contribución [de Ratzinger] [al Concilio] fue mucho mayor de lo que él mismo reveló».

Esto ya comenzó con el innovador «Discurso de Génova» de noviembre de 1961 y su llamamiento a que la Iglesia descartase lo que impide el testimonio de la fe, desde los informes de expertos en los borradores, en los que criticaba la falta de ecumenismo y estilo pastoral del discurso, hasta los once grandes discursos del cardenal Frings que pusieron en ebullición la Sala del Concilio. Además, estaba el trabajo textual que hizo como miembro de varias comisiones del consejo.

Como ya se ha mencionado, Ratzinger escribió el borrador con el que Frings, el 14 de noviembre de 1962, provocó la anulación del procedimiento del Concilio establecido por la curia. Él estaba detrás del rechazo del 21 de noviembre de 1962 del borrador las Fuentes de la Revelación, que había criticado como «frío en el tono; de hecho, francamente chocante». Ese fue el punto de inflexión. A partir de entonces, algo nuevo podría suceder, el verdadero concilio podía comenzar. Joseph Ratzinger había a) definido el Concilio, b) lo llevó en una dirección de futuro y c) a través de sus contribuciones había jugado un papel decisivo en la conformación de los resultados.

Con la contribución de Ratzinger a Dei verbum, la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación –que, junto con Nostra aetate, Gaudium et spes y Lumen gentium, es una de las claves del concilio–, se abría una nueva perspectiva, lejos de una comprensión excesivamente teórica de la revelación de Dios y dirigida hacia una comprensión histórica y personal, basada en la reconciliación y la redención.

En su biografía, más adelante, se lee: «Las puertas se acababan de cerrar en la última sesión cuando un trabajo hercúleo empezaba para Ratzinger, una batalla que duró 50 años en aras del legado del Concilio». ¿Cuáles son los rasgos principales de sus contribuciones y qué quería hacer, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y como papa, en relación con el Concilio?

Para ser claros, los padres conciliares no legitimaron ninguna retórica que llevara a la secularización de la fe. Ni se cuestionó el celibato ni se prospectó la posibilidad del sacerdocio femenino. Tampoco se prohibió el latín en la liturgia, ni se pidió a los sacerdotes que dejaran de celebrar la Santa Misa ad orientem junto al pueblo.

Sin embargo, estaba claro que el Concilio Vaticano II había reforzado las fuerzas que vieron en él la oportunidad de tirar por la borda los principios básicos de la fe católica con la ayuda de un amenazante «espíritu del Concilio» al que hacían continua referencia. Ratzinger y sus compañeros de armas habían subestimado que el deseo de cambio también podía desarrollarse en el deseo de deconstruir la Iglesia católica. Y subestimaron la influencia de los medios de comunicación, que buscaban el cambio sistemático en la Iglesia.

Por tanto, empezó para Ratzinger una lucha de 50 años para mantener el legado real del Concilio. Lo que Juan XXIII quería, y Ratzinger dijo, fue precisamente no el impulso para debilitar la fe, sino un impulso para la «radicalización de la fe». Él se veía a sí mismo como un teólogo progresista. Sin embargo, ser progresista antes tenía un significado distinto al que tiene ahora, a saber: se entendía como el esfuerzo por un mayor desarrollo de la tradición, y no como un empoderamiento por medio de auto-creaciones vanidosas. La búsqueda de lo contemporáneo, afirmaba, nunca debe llevar al abandono de lo que es válido.

Por último, ¿habrá más de un volumen de esta biografía? ¿Cómo va su redacción?

El texto del segundo volumen de la edición inglesa ya está disponible. Ya han sido publicadas las ediciones alemana, italiana y española. Esta segunda parte nos lleva desde el tiempo del Concilio y la colaboración con Juan Pablo II al pontificado de Benedicto XVI y los años como papa emérito. También revela, en particular, el trasfondo de su renuncia. Espero que Bloomsbury Press publique pronto este volumen.

(Traducido del alemán al inglés por Frank Nitsche-Robinson)

Publicado por Carl E. Olso en Catholic World Report.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
21 comentarios en “«Sin la contribución de Ratzinger, el Concilio no hubiera existido en la forma en que lo conocemos»
  1. Un artículo que genera muchas dudas, no sobre Ratzinger, sino sobre su autor y el que lo publica.
    Se nota que el entrevistado desconoce totalmente la diferencia entre progresismo, conservadurismo y tradicionalismo, carece de un conocimiento serio de los distintos autores progresistas, de sus ideas y de cómo influenciaron en el Concilio Vaticano II, es cierto que muchos obispos eran ignorantes en materia de teología pero hacer de Ratzinger como auxiliar de un cardenal el alma que organiza y dirige el concilio es una enorme mentira, una muestra de ignorancia o maldad.
    Los análisis más o menos serios de cómo funcionó el concilio nos muestra la presencia de distintos bloques, las nuevas ideas que se introdujeron no eran de Ratzinger al cuál se debe sólo el mal resultado de la hermenéutica de la continuidad su único aporte.
    En ninguna de sus encíclicas o libros Benedicto nos muestran una capacidad intelectual superior a las encíclicas de Juan Pablo II.

    1. El problema es que nos quieren hacer creer que Ratzinger es la Tradición. La mente pensante del concilio todo el mundo sabe que fue Rahner, su gran amigo y que resulta de que es el mismo Rahner condenado por el Santo Oficio por her eje modernista. Yo creo que estan creidos que somos ton tos realmente, y por eso nos intentan colar el mito de Ratzinger como salvador del concilio y que gracias a él el concilio es más católico.

  2. Es curioso que Ratzinger como Papa apena si nombra el Concilio Vaticano II como referencia en sus escritos…es que no estaba a gusto con su contribucion? Cual es la razon?

  3. De los 7 comentarios no considero que los cinco primeros hayan sido incorporados por Belzunegui porque tratan sobre un trabajo del reverendo Thomas de julio de 2020 no sabemos el motivo de reiterar en este artículo comentarios anteriores sin contar con la aprobación de Belzunegui salvo que Belzunegui sea Info y se traiga algo de julio para defender al CVII y a la moral de la situación aplicada en lo intelectual a la defensa del Concilio Vaticano II, es decir, que estas personas como el reverendo Thomas argumentan desde una moral de la situación para justificar las maldades de toda índole pero esa moral de la situación permanece implícita y sin explicitar. Sólo los que conozcan pueden entender lo que se comenta.

  4. Qué manipulación más increible, qué forma de blanquear lo que no es blanco y qué forma más tonta tienen los católicos de creerse todo esto. Empecemos con una pequeña salvedad: ¿Ratzinger tuvo problemas con el Santo Oficio sí o no?, el Santo Oficio no lo condenó, pero estuvo en la lista negra de «sospechosos de modernismo». Empecemos por ahí, y si quereis podemos seguir. No os inventeis mitos.

  5. El entrevistado por toda la cara dice que gracias a Razinger tenemos la «colegialidad». Pero qué me estas contando.¿la colegialidad está condenada por la Iglesia si o no? Pues si está condenada, de qué mérito de Ratzinger me estás hablando. A ver, ¿queda claro que Jesucristo no fundó una iglesia colegial sino que fundó una iglesia jerárquica y monárquica sin la colegialidad del vaticano II?. Que siguen enmendandole la plana al propio Jesucristo porque les da la gana y de ahí no salen y no razonan nada. Pues teneis un problema entonces.

    1. «¿queda claro que Jesucristo no fundó una iglesia colegial sino que fundó una iglesia jerárquica y monárquica sin la colegialidad del vaticano II?»
      No no queda claro, jerárquica sí en la persona de Pedro y sus Sucesores, monárquica, en el sentido de absolutista, no en modo alguno. Es más Jesús hizo colegio con su grupo, no fue solo en su ministerio.
      En fin….
      Un saludo,

  6. Ejemplo de colegialidad propiamente dicha: la iglesia “orto doxa” oriental. Tienen un pa pa que es el patriarca de constantinopla y luego cada pais tiene su propio pa pa, de manera que todos los pa pas junton y reunidos en colegialidad, son la autoridad máxima de la “iglesia”. La autoridad y la jurisdición está en cada patriarca y en cada obispo y la recibe cada uno en el momento de su consagracion como obispos supuestamente de Cristo, y el de constantinopla es simplemente el presidente del colegio de obispos. Son los doce apóstoles iguales: los doce son el pa pa.

  7. Lo católico: hay un sólo pa pa que recibe toda jurisdición y toda autoridad directamente de Cristo en el momento que acepta su elección por los cardenales. Ni su autoridad ni su jurisdición procede de ningún modo de los cardenales o del “colegio” de los obispos, sino que es el pa pa el que concede la jurisdición y la autoridad correspondiente a los otros obispos pero no en el momento de la consagración de éstos, sino después. Por eso hay obispos auxiliares, que son los que no reciben del pa pa ni jurisdicion ni autoridad. La consagración en sí misma no otorga ninguna jurisdición y ninguna autoridad. Por eso consagrar obispos con o sin permiso, no es un acto c is ma t ico, es como mucho, un acto de desobediencia. El acto ci s mat ico es otorgar jurisdición y autoridad al margen del pa pa, o sea, lo que hacen los ortodoxos y la iglesia patriotica china. Pero aquí viene la trampa del CVII:

  8. El CVII ilegalmente establece que la máxima autoridad y jurisdición de la Iglesia reside por un lado en el pa pa, y por otro lado en el colegio de los obispos en el cual también está el pa pa presidiendolo. O sea, lo católico y también lo ortodoxo. Pues señores, Cristo no puso eso. La iglesia bicéfala no existe pues Cristo no fundó ninguna iglesia bicéfala. Decir lo católico no tapa que también estás aceptando lo «ortodoxo» que está condenado. Decir «soy católico pero tambien soy ortodoxo» significa que no eres católico. Lo católico excluye lo no católico, no se da a la vez lo católico y lo no catolico condenado. Lo siento por el vaticano II, pero conmigo no cuela. Además, es solo pastoral, qué me importa lo que ponga?

  9. Pues lo estoy diciendo claro, estais poniendo a Ratzinger como el lider de una gran ilegalidad: la colegialidad de la iglesia. Pero menos mal, sabemos que fue Rahner.

  10. En la práctica, a los curas que abrazaban al comunismo con su «teología de la liberación», no les ocurría nada, pero todo el peso de la ley caía sobre todos aquellos que siguieran manteniendo la doctrina y la tradición. En un acto de cinismo sin precedentes, Pablo VI afirmó que el humo de Satanás se había colado en la Iglesia, mientras se las hacía pasar de todos los colores a los pocos que denunciaban la deriva del Cuerpo Místico de Cristo. Benedicto XVI es uno de los RESPONSABLES de todo esto y sólo más tarde, en su calidad de papa, dio pasos atrás en las acciones del concilio, sin reconocerlo y afirmando hasta el día de hoy que el Vaticano II no suponía una ruptura, sino una continuidad, «la hermeneutica de la continuidad». Creo que él sabe el desastre del que fue responsable, porque otra cosa no, pero inteligencia nunca le ha faltado, y que ese conocimiento se ha ido afianzando en los últimos años de su vida, de ahí los puentes que tendió con la FSSPX.

  11. Otra tont ada que se dice es lo de los esquemas preparatorios del concilio. Los esquemas preparatorios de todo concilio es el texto del propio concilio que ya está hecho y simplemente se vota para corregir posibles errores gramaticales, signos de puntuación mal puestos, posibles malas redacciones… pero no se cambia el texto ni el contenido porque ya es el texto definitivo. El único texto preparatorio del cvii es el de la liturgia, todos los demás documentos no son los textos preparatorios que había que retocar, son textos que Rahner había redactado en su casa. Y el esquema preparatorio de la liturgia tiene la curiosidad de que su experto teologo redactor era un he reje condenado por el Santo oficio, el sublime «de Lubac» que Juan XXIII habia puesto alli a sabiendas.

  12. Peter Seewald escribió dos libros-entrevista al cardenal Ratzinger muy buenos. Ojalá se hubiera detenido ahí. Al salir «su» cardenal elegido Papa en 2005, a Seewald se le subió a la cabeza. Se consideró su descubridor, su portavoz, el gran autorizado a escribir un libro tras otro sobre/con Benedicto (cada uno peor que el anterior), publicó libros de fotos de Ratzinger, en Alemania vendían hasta postales con una cita de Ratzinger, y luego entre paréntesis firmado: Peter Seewald. Ha vivido a costa del nombre de Benedicto, poniendo su firma bajo cada cita o foto de Ratzinger/Benedicto. En él veo como al triunfo del comercialismo (y defiendo el libre mercado, por supuesto. Pero no un marketing feroz que ni la coca cola, aprovechándose de un Papa..) sobre el intelecto y la fe.

  13. De 30 (ahora 31), 14 comentarios son de Belcebunegui y, como siempre, usando la sala de comentarios como un blog más de esta web. La dirección de IV tiene que entender que esto es insoportable para los lectores. No debería permitirse el spam.

  14. Heermenegildo,obviamente Ratzinger,está orgulloso de este Concilio,ya que fue asistido por el Espíritu Santo,lo que sí,estará agotado por el mal uso que se le da,para un lado y para el otro.

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