(Padre Pablo Pich-Aguilera)- Me parecería un atrevimiento merecedor de la horca intentar “explicar” el nuevo libro de Natalia Sanmartin “Un cuento de Navidad para Le Barroux”. Ella sabe que a la literatura hay que acercarse desde el punto de vista del aficionado. Sería, pues, absurdo, desgranar el libro buscando su sentido a partir del análisis fragmentario. El libro es un libro de amor (Amor), y el amor no se analiza, se canta y se baila, porque es la madre de toda verdadera poesía.
Solamente tengo una cosa segura, el punto de llegada al cual se ordenan todos los elementos del libro: la Santa Misa. La última frase del libro nos lo indica cuando dice la abuela: “Feliz Navidad, tesoros míos, apuraos, apuraos, que van a dar las doce y el Señor nos espera en la Misa del Gallo”.
Aquí ya puedo equivocarme y estar proponiendo locuras, pero me la juego un poco. Para poder hablar de algunos elementos que aparecen en el libro y como ideas que puedan ayudar a que sirvan como materia de meditación y contemplación, propongo ampliamente y sin entrar en detalles, que son muchísimos:
- La Encarnación: el Señor ha venido a plantar Su tienda para jugar con nosotros, representados en las estrellas que hacen referencia a la descendencia de Abrahán. Esta idea está bellísimamente expresada en la frase: “Dios encerró una noche como esta el cielo entero dentro de una pequeña cueva de Belén para que su Hijo pudiese jugar con ellas”.
- El silencio/oración: es recurrente la contemplación del niño del libro, que le capacita para ir entendiendo y reconociendo los signos divinos, el amor de su madre de la tierra y la del Cielo, protagonistas de esta
- Dios habla: aparentemente parece que Dios no habla en el cuento, pero lo hace a través de las letanías (de la Virgen) durante todo el Es la poesía, el lenguaje del amor. Hay una conexión entre las letanías expresadas por los labios de los distintos personajes y el hecho que el niño las ve en la realidad. Y el modo de hablar de Dios es particular en cada uno. Habla distintamente a Gedeón y a Abraham, y por supuesto, al niño. Este punto es fundamental en el libro.
- El misterio de la Navidad: en cada Navidad, conmemoramos el nacimiento del Señor, y cada año debe renovarse en nosotros toda la fuerza de ese nacimiento. Así le ocurre a nuestro protagonista, en quien nace Cristo en una tercera Navidad, quizás recordándonos ese tercer día en que Cristo resucita como esa “gran señal”. Me atrevo a decir que el niño es “redimido” esa noche. Allí lo entiende
- Las madres: queda claro el papel esencial, ya lo hemos dicho, tanto de la madre, la abuela (como madre de la madre del niño, haciendo guiños, quizás, a la importancia de la tradición) y de la Madre del Cielo, que con distintas figuras aparece durante el libro y actúa de forma misteriosa y maternal (en las letanía figuradas en las realidades terrenas que las expresan: Casa de oro, Estrella de la mañana, Puerta del cielo, Torre de marfil, Rosa mística…)
- La Santa Misa: es el culmen hacia el que camina todo el cuento, como ya hemos dicho. Allí es donde nos quiere llevar el Señor a través de nuestras madres, al Santo Sacrificio de la Misa. Por eso la abuela se acerca “con temor y temblor, igual que Abraham caminando hacia Moriah”, el lugar del sacrificio. Sabemos que el sacrificio de Isaac prefigura el de
Para poder sacar todo el néctar de este maravilloso cuento tenemos que establecer un paralelismo, leer a la vez dos textos: el libro que nos ha escrito Natalia, y el primer capítulo del libro “La restauración de la cultura cristiana”, de John Senior, que contiene las ideas que nos pretende transmitir el cuento.
Ambos textos comienzan y terminan igual, citando algunas letanías lauretanas: “Rosa mystica, Turris davidica, Turris ebúrnea, Domus aurea, Foederis arca, Ianua caeli, Stella matutina”.
Para no divagar, simplemente voy a poner diversas citas del primer capítulo del libro de John Senior para que sean luz para poder saborear (porque el cuento de Natalia es para saborear, es pura poesía) un cuento aparentemente superficial y piadoso.
Sería interesante leer también la Presentación que hace la misma Natalia del libro de Senior editado por la Editorial Homo Legens. Hablando de Senior y los otros dos profesores que inspiraron este viaje dice: “esos tres profesores católicos que comenzaron un buen día a conspirar con las estrellas, preparados por la Providencia y guiados por Nuestra Señora –a la que John Senior amaba tanto– para participar en un combate bello y terrible que se inició hace mucho tiempo y que todavía no ha terminado”.
Comenzamos con las citas que pondré sueltas, tal como las tengo subrayadas en el libro aunque si queréis haceros un favor, lo mejor sería comprar el libro y leerlo entero:
“Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana… ¿Por qué llamamos de este modo tan misterioso y maravilloso a la Santísima Virgen María? Ricardo de San Víctor, un maestro espiritual de la Edad Media, dice en un oscuro latín: “Ubi amor ibi oculus” (Donde está el amor allí está el ojo), lo cual quiere decir que el amante es el único que realmente ve la verdad acerca de la persona o cosa que ama. Esto es el complemento perfecto de otra famosa frase: “Amor cæcus est” (El amor es ciego), ciego a toda la mentira del mundo, pues sólo ve la verdad. Cuando un joven se enamora de una mujer, sus amigos suelen decir “¿Qué le ha visto?”. Y Nuestro Señor responde: “Dejen al que tiene ojos que vea”. Si amas, comprenderás. Ubi amor ibi oculus.
Yo creo, y éste es el tema y la tesis de este libro, que la verdadera devoción a María es ahora nuestro único recurso.
Yo duermo, pero mi corazón vigila
La cultura cristiana es el medio natural de la verdad, asistida por el arte, ordenada intrínsecamente –es decir, desde dentro– a la alabanza, la reverencia y al servicio del Señor nuestro Dios. Para restaurarla, debemos aprender este lenguaje.
La Santísima Virgen dijo a su Esposo en el momento de la Encarnación: “Él me introdujo en sus habitaciones”. Los santos que comentan este pasaje nos dicen que cada una de nuestras almas, como la Virgen, deben descender a las habitaciones con el Señor, donde Él le dirá: “Come, amiga, bebe, embriaguémonos, mi bienamada”. Los santos hablan de esto como de una determinada etapa de la vida espiritual. Debemos pasar por ella para arribar al Reino de los Cielos, que es el único objetivo de la vida cristiana, y que tiene por lenguaje a la música, palabra cuya raíz etimológica significa silencio , como en mudo y en misterio .
Nuestra acción, cualquier cosa que hagamos en el orden político y social, debe tener su fundamento indispensable en la oración, el corazón de la cual es el santo sacrificio de la Misa, plegaria perfecta de Cristo mismo, sacerdote y víctima, en la cual el sacrificio del Calvario se hace presente de un modo incruento. ¿Qué es la cultura cristiana? Esencialmente la Misa.
La Cristiandad, que el secularismo llama Civilización Occidental, es la Misa y todo el aparato que la protege y favorece.
Para reservar el Santísimo Sacramento, construimos una pequeña Casa de Oro, y sobre ella una Torre de Marfil con una campana y un jardín alrededor con rosas y lirios de pureza, emblemas todos de la Virgen María – Rosa Mystica, Turris Davidica, Turris Eburnea, Domus Aurea –, que llevó su Cuerpo y su Sangre en su seno, Cuerpo de su cuerpo, Sangre de su sangre. Alrededor de la iglesia y del jardín donde enterramos a los fieles difuntos, viven los que se ocupan de ella: el sacerdote y los religiosos cuyo trabajo es la oración, y que conservan el misterio de la fe en ese tabernáculo de música y palabras que es el Oficio Divino. Y en torno a ellos se reúnen los fieles que participan del culto divino y realizan el resto de los trabajos necesarios para perpetuar y hacer posible el Sacrificio: producen el alimento y confeccionan el vestido, construyen y salvaguardan la paz, para que las próximas generaciones puedan vivir por Él, por quien el Sacrificio continuará hasta la consumación de los siglos.
La restauración de la cultura cristiana en todos sus aspectos espirituales, morales y físicos exige un cultivo del suelo en el cual el amor de Cristo pueda crecer, y esto significa que nosotros debemos repensar, como se dice, nuestras prioridades.
Reinstalar en nuestros hogares “las caricias de una dulce armonía”, a fin de que nuestros hijos crezcan mejor que nosotros, con música en sus corazones, y que, cantando las viejas canciones durante toda su vida, se dispongan a escuchar un día el cántico del Bienamado:
Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven: que ya se ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. Ya han brotado en la tierra las flores,
ya es llegado el tiempo de la poda
y se deja oír en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. Ya ha echado la higuera sus brotes,
ya las viñas en flor esparcen su aroma. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
El amor nace y crece, no puede ser fabricado ni exigido, y solamente crecer á con las dulces armonías de la música.
El peor defecto de la literatura clásica inglesa es la omisión: María Santísima, nuestra madre, y el Santísimo Sacramento, están ausentes. Es ésta la desaparición de los dos misterios más importantes de la fe católica, y de una serie de elementos accidentales de la vida católica, como el culto a los santos, la veneración de las reliquias, el uso de medallas, de escapularios, del agua bendita y del rosario.
Que se restaure la gran liturgia gregoriana y tridentina (…) la obra de arte más refinada y más bella que haya existido en el mundo; el corazón, el alma, la fuerza más determinante de nuestra civilización occidental, y la madre nutricia de tantos santos.
Si nos hemos cocinado en la olla familiar de la imaginación cristiana, habremos aprendido por absorción a escuchar este lenguaje, esta misteriosa música del Esposo. Comenzaremos a amarnos los unos a los otros como Él nos ama. Y veremos finalmente, al término de esta noche oscura, a la Estrella de la Esperanza que brilla al comienzo de la mañana. Veremos porque amaremos – Ubi amor ibi oculus – pero solamente con su ayuda: Rosa mystica, Turris Davidica, Domus aurea, Stella matutina… Estrella de la mañana.
Me parece que todos estos elementos configuran el libro de Natalia y son relativamente fáciles de hallar representados en el cuento. A partir de aquí, cada uno debe escuchar en el silencio para seguir aprendiendo el lenguaje del amor, que es el que se utiliza en “Un cuento de Navidad para Le Barroux”. Aquellos que busquen evidencias, aspectos técnicos, una realidad más superficial, no ha comprendido ni el libro ni a su autora.
Por tanto, me atrevo a apuntar: el cuento versa sobre la maternidad, y más en concreto sobre Nuestra Madre del Cielo, María Santísima, que se ha quedado con nosotros y nunca nos abandona. Una Madre que nos habla y nos da signos de su presencia (las letanías). Una Madre que nos conduce a su Hijo en la Santa Misa, para que pueda renovar en cada una de ellas toda Su obra de Redención.
Para más información y profundidad, lean a los Santos Padres y verán como este cuento está inundado de imágenes dignas de aquellos primeros padres, ¡llénense de poesía para poder descifrar el lenguaje del Amor!
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Es lo lógico!