«No hay pecado que pueda cancelar la imagen de Cristo presente en cada uno de nosotros»

Vatican Media
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«Deseo asegurar mi oración por Nigeria, lamentablemente una vez más ensangrentada por una masacre terrorista».

Lo dijo el Papa Francisco durante la audiencia general de esta mañana, que debido a la situación del coronavirus en Italia se ha celebrado, como viene siendo habitual desde hace unas semanas, en la Biblioteca Apostólica del Vaticano.

Francisco ha dedicado la catequesis a otra dimensión de la oración: la bendición. Las primeras páginas de la Biblia, comentó el Pontífice, «es un continuo repetirse de bendiciones». «La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos», dijo el Papa más adelante.

«No hay pecado que pueda cancelar completamente la imagen del Cristo presente en cada uno de nosotros», afirmó el Santo Padre durante su catequesis, «ningún pecado puede cancelar esa imagen que Dios nos ha dado a nosotros». Un pecador puede permanecer en sus errores durante mucho tiempo, dice Francisco, «pero Dios es paciente hasta el último instante, esperando que al final ese corazón se abra y cambie». Dios es como un buen padre y como una buena madre, aseguró el Papa argentino, «nunca dejan de amar a su hijo, por mucho que se equivoque, siempre».

El Santo Padre comparó a Dios con la madre que va a visitar a su hijo a la cárcel. «Así nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos».

Su Santidad comentó que una experiencia intensa es leer los textos bíblicos de bendición en una prisión, o en un centro de desintoxicación. «Hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien», incluso si sus parientes más cercanos les han abandonado».

«Dios no puede cancelar en nosotros la imagen de hijo, cada uno de nosotros es hijo, es hija. A veces ocurren milagros: hombres y mujeres que renacen», explicó el Papa. Porque la gracia de Dios cambia la vida, dijo, «nos toma como somos, pero no nos deja nunca como somos».

Ante la bendición de Dios, también nosotros respondemos bendiciendo —Dios nos ha enseñado a bendecir y nosotros debemos bendecir—: es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias.

«Dios no ha esperado que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos, sino que nos ha amado primero, cuando todavía estábamos en el pecado», afirmó Francisco.

«No podemos solo bendecir a este Dios que nos bendice, debemos bendecir todo en Él, toda la gente, bendecir a Dios y bendecir a los hermanos, bendecir el mundo: esta es la raíz de la mansedumbre cristiana, la capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de bendecir», manifestó el Santo Padre. «Si todos nosotros hiciéramos así, seguramente no existirían las guerras», añadió.

El Papa quiso decir algo a la gente que está acostumbrada a maldecir, «la gente que tiene siempre en la boca, también en el corazón, una palabra fea, una maldición». «Cada uno de nosotros puede pensar: ¿yo tengo esta costumbre de maldecir así? Y pedir al Señor la gracia de cambiar esta costumbre», dijo.

Al final de la catequesis el Papa quiso recordar la situación terrible por la que pasan los cristianos de Nigeria, que sufrieron el sábado pasado un atentado con más de 100 víctimas. «Deseo asegurar mi oración por Nigeria, lamentablemente una vez más ensangrentada por una masacre terrorista», dijo el Papa, que quiso recordar a los muertos: «Dios les acoja en su paz y consuele a sus familiares; y convierta los corazones de quien comete tales horrores, que ofenden gravemente su nombre».

También recordó el 40 aniversario del asesinato de cuatro misioneras norteamericanas acontecido en el contexto de la guerra civil de El Salvador. «Con empeño evangélico y corriendo grandes riesgos llevaban comida y medicinas a los desplazados y ayudaban a las familias más pobres. Estas mujeres vivieron su fe con gran generosidad. Son un ejemplo para todos para convertirse en fieles discípulos misioneros», señaló Su Santidad.

Les ofrecemos la catequesis del Santo Padre, publicada en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

Catequesis 17. La bendición

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy nos detenemos en una dimensión esencial de la oración: la bendición. Continuamos las reflexiones sobre la oración. En las narraciones de la creación (cfr. Gen 1-2) Dios continuamente bendice la vida, siempre. Bendice a los animales (1,22), bendice al hombre y a la mujer (1,28), finalmente bendice el sábado, día de reposo y del disfrute de toda la creación (2,3). Es Dios que bendice. En las primeras páginas de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones. Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 61).

Al principio del mundo está Dios que “dice-bien”, bien-dice, dice-bien. Él ve que cada obra de sus manos es buena y bella, y cuando llega al hombre, y la creación se realiza, reconoce que «estaba muy bien» (Gen 1,31). Poco después, esa belleza que Dios ha impreso en su obra se alterará, y el ser humano se convertirá en una criatura degenerada, capaz de difundir el mal y la muerte por el mundo; pero nada podrá cancelar nunca la primera huella de Dios, una huella de bondad que Dios ha puesto en el mundo, en la naturaleza humana, en todos nosotros: la capacidad de bendecir y el hecho de ser bendecidos. Dios no se ha equivocado con la creación y tampoco con la creación del hombre. La esperanza del mundo reside completamente en la bendición de Dios: Él sigue queriéndonos, Él el primero, como dice el poeta Péguy[1], sigue esperando nuestro bien.

La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos. Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido «siendo nosotros todavía pecadores» (Rm 5,8) dice san Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz.

San Pablo proclama con emoción el plan de amor de Dios y dice así: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1,3-6). No hay pecado que pueda cancelar completamente la imagen del Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede cancelar esa imagen que Dios nos ha dado a nosotros. La imagen de Cristo. Puede desfigurarla, pero no puede quitarla de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en sus errores durante mucho tiempo, pero Dios es paciente hasta el último instante, esperando que al final ese corazón se abra y cambie. Dios es como un buen padre y como una buena madre, también Él es una buena madre: nunca dejan de amar a su hijo, por mucho que se equivoque, siempre. Me viene a la mente las muchas veces que he visto a la gente hacer fila para entrar en la cárcel. Muchas madres en fila para entrar y ver a su hijo preso: no dejan de amar al hijo y ellas saben que la gente que pasa en el autobús dice “Ah, esa es la madre del preso”. Y sin embargo no tienen vergüenza por esto, o mejor, tienen vergüenza pero van adelante, porque es más importante el hijo que la vergüenza. Así nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos.

Una experiencia intensa es la de leer estos textos bíblicos de bendición en una prisión, o en un centro de desintoxicación. Hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien. Si incluso sus parientes más cercanos les han abandonado, porque ya les juzgan como irrecuperables, para Dios son siempre hijos. Dios no puede cancelar en nosotros la imagen de hijo, cada uno de nosotros es hijo, es hija. A veces ocurren milagros: hombres y mujeres que renacen.  Porque encuentran esta bendición que les ha ungido como hijos. Porque la gracia de Dios cambia la vida: nos toma como somos, pero no nos deja nunca como somos.

Pensemos en lo que hizo Jesús con Zaqueo (cfr. Lc 19,1-10), por ejemplo. Todos veían en él el mal; Jesús sin embargo ve un destello de bien, y de ahí, de su curiosidad por ver a Jesús, hace pasar la misericordia que salva. Así cambió primero el corazón y después la vida de Zaqueo. En las personas marginadas y rechazadas, Jesús veía la indeleble bendición del Padre. Zaqueo es un pecador público, ha hecho muchas cosas malas, pero Jesús veía ese signo indeleble de la bendición del Padre y de ahí su compasión. Esa frase que se repite tanto en el Evangelio, “tuvo compasión”, y esa compasión lo lleva a ayudarlo y cambiarle el corazón. Es más, llegó a identificarse a sí mismo con cada persona necesitada (cfr. Mt 25,31-46). En el pasaje del “protocolo” final sobre el cual todos nosotros seremos juzgados, Mateo 25, Jesús dice: “Yo estaba hambriento, yo estaba desnudo, yo estaba en la cárcel, yo estaba en el hospital, yo estaba ahí…”.

Ante la bendición de Dios, también nosotros respondemos bendiciendo —Dios nos ha enseñado a bendecir y nosotros debemos bendecir—: es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias. El Catecismo escribe: «La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición» (n. 2626). La oración es alegría y reconocimiento. Dios no ha esperado que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos, sino que nos ha amado primero, cuando todavía estábamos en el pecado.

No podemos solo bendecir a este Dios que nos bendice, debemos bendecir todo en Él, toda la gente, bendecir a Dios y bendecir a los hermanos, bendecir el mundo: esta es la raíz de la mansedumbre cristiana, la capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de bendecir. Si todos nosotros hiciéramos así, seguramente no existirían las guerras. Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no maldecir, sino bendecir.  Y aquí solamente una palabra para la gente que está acostumbrada a maldecir, la gente que tiene siempre en la boca, también en el corazón, una palabra fea, una maldición. Cada uno de nosotros puede pensar: ¿yo tengo esta costumbre de maldecir así? Y pedir al Señor la gracia de cambiar esta costumbre para que nosotros tengamos un corazón bendecido y de un corazón bendecido no puede salir una maldición. Que el Señor nos enseñe a no maldecir nunca sino a bendecir.

[1] Le porche du mystère de la deuxième vertu, primera ed. 1911. Ed. es. El pórtico del misterio de la segunda virtud.

Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a responder al amor de Dios Padre, que nos ha amado en su Hijo Jesucristo, con la alegría de bendecirlo y de darle gracias, y a aprender de su bondad a no responder jamás al mal con el mal, sino a bendecir siempre, porque para eso fuimos llamados, para heredar una bendición. Gracias.

Llamamiento

Deseo asegurar mi oración por Nigeria, lamentablemente una vez más ensangrentada por una masacre terrorista. El sábado pasado, en el noreste del país, fueron brutalmente asesinados más de cien campesinos. Dios les acoja en su paz y consuele a sus familiares; y convierta los corazones de quien comete tales horrores, que ofenden gravemente su nombre.

Hoy es el cuadragésimo aniversario de la muerte de cuatro misioneras norteamericanas asesinadas en El Salvador: las monjas de Maryknoll Ita Ford y Maura Clarke, la monja ursulina Dorothy Kazel y la voluntaria Jean Donovan. El 2 de diciembre de 1980 fueron secuestradas, violadas y asesinadas por un grupo de paramilitares. Prestaban su servicio a El Salvador en el contexto de la guerra civil. Con empeño evangélico y corriendo grandes riesgos llevaban comida y medicinas a los desplazados y ayudaban a las familias más pobres. Estas mujeres vivieron su fe con gran generosidad. Son un ejemplo para todos para convertirse en fieles discípulos misioneros.

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Comentarios
6 comentarios en “«No hay pecado que pueda cancelar la imagen de Cristo presente en cada uno de nosotros»
  1. Deja de copiar a otros y argumenta por ti, no es tan difícil.
    Siempre hablando del pecado y de la maldad.
    No hace falta que lo recuerdes, lo sabemos todos, de lo que no hablas es del Amor de Dios, solo del castigo, claro que el capítulo 25 de San Mateo no existe en tu versión del Evangelio…
    Un saludo,

  2. Cuando uno ama de verdad, trata de no ofender al amado. Eso pasa en nuestra relación con Dios nuestro Padre y Señor. Amar equivale también a no ofender al Amor por antonomasia

  3. ¿Qué diferencia hay entre “No hay pecado que pueda cancelar la imagen de Cristo presente en cada uno de nosotros” a afirmar que «a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio”. Si alguno lo sabe, que me lo diga.

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