He dedicado buena parte del tiempo libre del que he gozado en la última semana a leer un libro que me ha gustado mucho y que no puedo dejar de recomendarte. Se trata de Tomás Moro. La luz de la conciencia, un ensayo con tintes hagiográficos escrito por el académico italiano Miguel Cuartero Samperi y prologado, además, por el cardenal Robert Sarah.
Comprendo que a priori te dé pereza leer una biografía —¡una más!— de santo Tomás Moro, un personaje sobre el cual versan cientos de libros y un buen puñado de series y de películas. Pero, en este caso concretísimo, no debes dejar que la pereza te venza. En primer lugar, porque el ensayo que nos regala Miguel Cuartero es bien distinto a cuantos se han escrito sobre Moro; en segundo lugar, porque, en esta época en que se promulgan leyes inicuas por doquier, hay pocas figuras históricas más relevantes que este mártir inglés.
Detengámonos en la primera observación. Efectivamente, Tomás Moro. La luz de la conciencia no es una biografía al uso. No encontramos en ella ni una (fatigosa) sucesión de acontecimientos ordenados cronológicamente ni una abrumadora profusión de datos. Muy al contrario: las vicisitudes existenciales de Tomás Moro aparecen entremezcladas con sutiles reflexiones sobre la naturaleza y las exigencias de la conciencia, esa voz interior de origen como divino que, debidamente formada, nos conmina a hacer el bien y evitar el mal, a elegir la virtud y rehuir el vicio.
La vida de Tomás Moro, como la de Sócrates y la de Antígona, estuvo marcada por una continua sumisión a este eco de origen divino. De hecho, en la hora más oscura de su existencia, cuando tuvo que elegir entre la obediencia a un soberano enceguecido por la avidez de poder —Enrique VIII— y la lealtad al Dios que amaba, entre la ley humana y la ley divina, Moro obró como siempre había obrado. Aun sabiendo que al hacerlo firmaba su propia condena de muerte, siguió los dictados de esa voz que se alzaba límpida desde las profundidades de su ser para advertirle de una verdad tan rotunda como incómoda: que más vale perder la vida que cometer una injusticia para preservarla.
En esta época en que los parlamentos han degenerado en sórdidas fábricas de leyes injustas y en las que los hombres se someten con pasmosa docilidad a las arbitrariedades del poder, el ejemplo de Tomás Moro se torna alegremente luminoso.
Ayuda a Infovaticana a seguir informando
La conciencia de Moro es una conciencia bien formada, no la de quien se deja llevar por sus pasiones y acaba pensando como vive, con la bendición de la Amoris Laetitia 303.
Disculpe que esto es secundario, pero: el tuteo del artículo, lejos de hacérmelo «más cercano», me chirría tanto que parece hasta una errata
«Inglaterra se acostó católica y se despertó protestante.»
Excepto Tomás Moro y alguno más,todos los Obispos ,sacerdotes y laicos vendieron la Verdad,por cobardes y guardar la vida,justo lo que pasa ahora.
Por eso,muchos son los llamados ,POCOS los escogidos.
Por eso cuánto me alegra estar en el bando de los poquíiiiisimos católicos «rígidos «.El bando de los que darían su vida por Cristo,por no quemar incienso al César,como los primeros cristianos y mártires.
Congratulations
Saludos