McCarrick y el vademecum

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Es significativo que la publicación del vademecum para tratar casos de abusos sexuales clericales coincida con el segundo aniversario de la suspensión de funciones del ex cardenal Theodore McCarrick, acusado de eso mismo y cuyo ‘historial’ reservado iba a hacer público el Vaticano “de modo inminente” hace más de medio año.

No era difícil. El Vaticano solo tenía que abrir los archivos, sacar la ficha McCarrick y dársela a los periodistas. Incluso si hubiera que omitir algo porque afectara a terceros o a su fuero interno, es difícil creer que se necesite tanto tiempo para hacer la selección, sobre todo cuando la propia Santa Sede anunció como ‘inminente’ la publicación de todo lo que guardan sobre el ex cardenal pedófilo. Y, sin embargo, los periodistas destacados en el Vaticano ya se han cansado de preguntar por el dichoso informe, que ha caído en ese limbo de silencio en el que parece complacerse la Curia Romana.

Lo que sí ha salido es un vademecum de la Congregación para la Doctrina de la Fe para investigar casos de abusos sexuales por parte de clérigos, quizá sin advertir que el silencio sobre McCarrick pone el dedo en la llaga sobre la limitación de esa y otras soluciones meramente técnicas.

Permítanme explicarlo con una digresión. A pesar de que la derrota del bloque comunista en la Guerra Fría sacó a la luz, sin posibilidad alguna de duda, la pesadilla de asesinatos políticos, represión, miseria y opresión de esa nefasta ideología, el comunismo sigue gozando de una fama relativamente buena, especialmente entre los jóvenes. ¿Cómo es posible? Imagino que las respuestas son muy numerosas, pero quiero centrarme en una con la que me he topado a menudo en redes sociales: la Constitución Soviética.

Miles de jóvenes occidentales a los que el sistema educativo y el mundo cultural no han preparado precisamente para desconfiar de la izquierda se encuentra con la Constitución Soviética y se maravillan. ¿Quién puede decir que el régimen que describe no es democrático? ¡Pero si garantiza todos los derechos imaginables! Y su nivel de protección social debía de ser la envidia del mundo entero.

Es difícil convencerles de que la Ley de Leyes de Moscú era tan real como esos prósperos pueblecitos de cartón, mera fachada, que Potemkin, el primer ministro de Catalina la Grande, construía al paso de la Zarina para que creyera gobernar un país próspero. El papel, como se suele decir, lo aguanta todo.

Es decir, el mejor de los documentos normativos es tan bueno como la voluntad de cumplirlo por parte de quien tiene el poder.

Su Santidad el Papa acertó de pleno cuando identificó el ‘clericalismo’ como causa, si no de los abusos en sí, al menos de la cultura eclesial que los hizo posible y los ocultó. Pero ‘clericalismo’ significa, al menos, dos cosas. La primera es una influencia indebida del estamento clerical sobre el resto de los fieles; un abuso de poder, digamos. Pero la segunda es sencillamente una ‘profesionalización’ del clero. Lo que es una vocación se vuelve profesión, con su triste correlato de gremialismo, que lleva a ‘lavar en casa los trapos sucios’. Entre bomberos no nos pisamos la manguera.

El caso McCarrick dio el pistoletazo de salida para la segunda gran oleada de escándalos de abusos sexuales en la Iglesia Católica, coincidiendo la primera con los últimos años del pontificado de San Juan Pablo II. Centrada en Estados Unidos, afectó a obispos y cardenales, deterioró la imagen de la Iglesia y dejó en la ruina a algunas diócesis. ¿No se reaccionó? Sí, claro, se dictaron normas muy estrictas. ¿Saben quién se ocupó de ello en Estados Unidos, foco principal del problema? El prelado más poderoso e influyente de Norteamérica y arzobispo de su capital, Washington, el cardenal Theodore McCarrick.

Esto no pretende ser una crítica al vademecum en absoluto, ni siquiera un desprecio a la necesidad de elaborar soluciones técnicas. Pero sí es un recordatorio de que toda la normativa del mundo es impotente si el poder que tiene que aplicarla no lo hace o las retuerce a conveniencia. Y el silencio en torno a McCarrick -entre otras preocupantes noticias, como el tratamiento al obispo Zanchetta- nos permiten dudar de que exista verdadera voluntad.