Rémi Brague: «Juan Pablo II tuvo la valentía de dar algunos pasos memorables»

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(National Catholic Register)- El filósofo francés, ganador del premio Ratzinger en 2012, habla sobre el legado de san Juan Pablo II con ocasión de la apertura del nuevo instituto cultural en Roma que lleva su nombre.

 

El primer centenario del nacimiento de san Juan Pablo II ha sido la ocasión para que todo el mundo católico recuerde la extraordinaria contribución de este pontificado a la Iglesia, como también la influencia decisiva que tuvo en la escena política de su tiempo. Mientras se rinde homenaje a su trabajo y testimonio de vida en muchas partes del mundo, su valioso legado será inmortalizado gracias a la creación de un nuevo instituto cultural cuya sede estará ubicada en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino (Angelicum), en la que el papa Juan Pablo II estudió.

El Instituto de Cultura San Juan Pablo II, que también será una cátedra universitaria, ofrecerá la posibilidad de estudiar más profundamente las enseñanzas de Karol Wojtyła, «como un punto de referencia inicial y continuo sobre los problemas a los que se enfrenta la Iglesia en el mundo moderno». Cada curso ofrecerá, anualmente, conferencias de intelectuales prominentes de todo el mundo, y un programa de becas para jóvenes investigadores.

Rémi Brague, que será uno de los famosos conferenciantes del año académico 2020-2021, pronunció el 18 de mayo pasado, por la tarde, el discurso inaugural.

Brague, que enseñará Antropología Cultural Cristiana en el nuevo instituto, es un filósofo e historiador francés, profesor emérito de Filosofía Medieval y Árabe en la Sorbona. Ha recibido numerosos premios, incluyendo el prestigioso Premio Ratzinger en 2012. A la vez que aborda el tema de la dimensión poliédrica del legado de Juan Pablo II, Brague explica que la profunda evolución de las sociedades occidentales en las últimas tres décadas no ha dañado la relevancia de su enseñanza.

 

En la inauguración del Instituto de Cultura Juan Pablo II, en el Angelicum de Roma, usted dio una conferencia virtual. ¿Hay una cultura particular que emerge del pontificado de Juan Pablo II? ¿Cuál es, en su opinión, la esencia particular de su enseñanza?

Hablar de cultura es centrar la cuestión, puesto que la cultura es el centro del pensamiento de Juan Pablo II. Él no promovió un nuevo tipo, o estilo, de lo que se conoce como cultura. Abundan las culturas, o supuestas culturas, en nuestro mundo. No puedes dar un paso sin tropezarte con una de ellas. He dicho supuestas culturas, porque es imposible crear una cultura totalmente nueva, ya que la cultura es el resultado de un proceso muy largo, de años, de sedimentación, aceptación y transmisión de lo que hemos recibido de una tradición.

Juan Pablo II hizo algo más profundo y, seguramente, más relevante, más adecuado en todo caso, para lidiar con los desafíos a los que tenemos que enfrentarnos. Resaltó el papel decisivo que la cultura tiene para la humanidad y, especialmente, para las personas que quieren llevar una vida civilizada. En el breve discurso de apertura al que usted ha hecho alusión, he mencionado el hecho de que Polonia, el país natal de Juan Pablo II, sobrevivió a dos particiones durante un siglo y medio gracias a su cultura: su lengua, su fe y su folclore.

En mi opinión, su mérito más grande es haber puesto el acento en la lucha entre dos culturas. Es curioso que, de las dos expresiones que él acuñó, la primera, «cultura de la vida», sea una tautología y la segunda, «cultura de la muerte», un oxímoron. Cada cultura protege la vida y ayuda a que florezca. La frase opuesta es contradictoria porque la realidad que capta es, en sí misma, autodestructiva.

 

En su opinión, ¿podemos decir que su pontificado cambió el rostro del catolicismo, como afirma mucha gente?

Juan Pablo II seguramente odiaría entrar en los récords históricos como el hombre que cambió el rostro de la Iglesia católica. Él sólo quería que este rostro brillara más, de manera más convincente, no para venderlo mejor, sino porque estaba convencido de que la fe en Cristo es buena para la humanidad en general. La limpieza que él empezó aún no ha sido ultimada; sus sucesores se están ocupando de concluirla. Tendremos que esperar al Último Día para que el trigo y la cizaña se separen cuidadosamente. Sea como fuere, Juan Pablo II tuvo la valentía de dar algunos pasos memorables: entablar una nueva relación con nuestras raíces en la fe de Israel; reconocer y confesar los crímenes pasados y pedir perdón por ellos; desafiar al comunismo exponiendo las mentiras en la que está basado.

 

Las controversias recientes sobre las nuevas políticas puestas en marcha en el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia sugieren que, para algunos líderes religiosos, las enseñanzas del papa polaco acerca de la familia y la sexualidad se han quedado obsoletas. Sin embargo, muchos estudiantes de este instituto han defendido en primera línea su legado, ahora en peligro. ¿Qué opina de estas controversias?

He seguido esta historia desde lejos; más concretamente, desde el otro lado del charco. Tengo muchos amigos en este lado del Atlántico que están profundamente comprometidos con el instituto tal como se había creado en origen; algunos de ellos incluso forman parte del grupo de los padres fundadores, en especial Stanislaw Grygiel y David Schindler. Ambos temían una desviación de su espíritu a manos de personas para las cuales la enseñanza de Juan Pablo II es algo del pasado.

Lo que es verdad es que las costumbres actuales de la gente, respaldadas por las administraciones de muchos países, se alejan cada vez más de una actitud sensata hacia el cuerpo, la diferencia sexual, el simple hecho de que tenemos que engendrar hijos si queremos que nuestro país, es más, nuestra especie, sobreviva.

Defender el respeto al cuerpo, a las mujeres, a la vida desde su concepción hasta su muerte natural no es, o no debería ser, algo que atañe sólo a la Iglesia. Lo que la Iglesia defiende es la humanidad en general. Algunas prácticas actuales llevan, a largo plazo, debido a la lógica interna de su desarrollo, a la muerte. Ahora bien, la Iglesia no está sólo para bendecir los coches fúnebres. Debe advertir a la gente de los peligros que nos amenazan.

 

Una conferencia internacional que reunió a personalidades destacadas para abordar el tema: «Is the freedom of nations still desirable?» [«¿Sigue siendo deseable la libertad de las naciones?»], cuestionó la relevancia del espíritu de libertad política y económica infundido por Juan Pablo II en su época, es decir, en un mundo que aún estaba lidiando con el proyecto comunista. Actualmente, algunos observadores perciben que este enfoque y visión no es adecuado para la realidad social, económica y política del mundo actual. ¿Qué opina usted?

El término «liberalismo» es equívoco. Primero, porque su color cambia cuando cruza el Atlántico: cuando viaja hacia Occidente, sufre un «cambio rojo». Segundo, porque aunque la libertad política y el libre comercio se pertenecen mutuamente, no es suficiente conseguir el último para que la primera surja automáticamente.

En lo que respecta a la libertad, también es una muletilla peligrosa. En líneas generales, la confundimos con el hecho de que nos dejen en paz, a disposición de nuestros caprichos, incluso si estos son peligrosamente estúpidos. Esta es la concepción de libertad que tienen los críos de 6 ó 7 años de edad. Dar rienda suelta al consumismo hace que esta idea se generalice. En una ocasión, el filósofo ruso Nikolai Berdyaev habló del «derecho a la servidumbre» del hombre moderno. La verdadera libertad es el libre acceso al Bien. Lo que es una amenaza para nosotros no es la demasiada libertad, sino al contrario, la perversión de la libertad, que le proporciona demasiados objetivos endebles.

 

La famosa expresión de Juan Pablo II: «¡No temáis!», pronunciada durante su homilía de inauguración de pontificado, en 1978, parece particularmente apropiada en estos tiempos de pandemia, en los que Occidente, de repente, se ha tenido que enfrentar a su finitud, algo que mucha gente había ignorado hasta este momento. ¿Qué lecciones podemos extraer de este mensaje de esperanza?

Para estar seguro, el recién elegido papa quiso que su famosa frase fuera comprendida con la mayor amplitud posible. Probablemente pensó en el terror comunista, rampante en la época de Brezhnev. Pero creo que en lo que pensaba era en el miedo que sentimos cuando nos damos cuenta de lo que implica una conversión real a Cristo. A diferencia del inglés, que tiene una sola palabra [para esperanza], hope, mi lengua materna, el francés, distingue entre espoir, la apuesta optimista por una mejoría repentina de nuestra situación, y espérance, una de las tres virtudes teologales, junto a la fe y la caridad.

No soporto el «optimismo», esa idea naíf de que las cosas acabarán teniendo un resultado positivo independientemente de si actuamos de manera inteligente, o de si nos metemos en un callejón sin salida.

La actual experiencia de la pandemia nos demuestra, en una escala inferior a, digamos, la gripe española o la peste negra, que lo que llamamos «preguntas mortales» realmente merecen este nombre y son algo serio. Hace décadas que nuestra civilización está confabulando con la muerte. Los intelectuales deconstruyen mientras la gente común aborta. Es como si la muerte fuera nuestro dios último y oculto. El mero hecho de que la acallemos, de que no la llamemos por su nombre, nos demuestra que es palabrería pagana. Con esta pandemia, la muerte nos está tomando la palabra: ¡Acepto!

 

Publicado por Solène Tadié en National Catholic Register.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.