| 16 mayo, 2020
«O seguimos a Jesucristo y aceptamos el odio del mundo y pagamos ese precio o renunciamos al seguimiento de Cristo».
Les ofrecemos la homilía del sábado de la V semana de Pascua, 16 de mayo, de Santiago Martín, fundador de los Franciscanos de María.
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Bueno, yo también soy del mundo, aunque procuro no ser mundano, y amo con locura a Jesucristo. Las generalizaciones nunca son buenas.
Totalmente de acuerdo. -O estas conmigo o estás contra mi; el que no siembra desparrama. -Dice el Cristo.
Por no querer ser ni pertenecer al mundo Jesús el Cristo sufrió hasta morir. Quien quiere entender que entienda.
El mundo y su circunstancia es mitad vida-mutad muerte limitada y todo lo que es limitado está obligado a desaparecer
Rastri, me ha resultado interesante su comentario.
Mundo, en sentido teológico, significa todas aquellas realidades (valores, moral, situaciones, estructuras, sistemas, etc) que se oponen al Reino de Dios.
Los cristianos estamos en el mundo (en sentido sociológico), pero no somos del mundo. En la práctica, cuando tienes que lidiar con tantas realidades que te rodean en el ámbito del trabajo, el ocio, la familia, las relaciones humanas, etc , es difícil no contaminarte algo con los criterios de este «mundo», y a veces lo hace como una lluvia fina, que te va empapando sutilmente, inconscientemente y no te vas enterando-
Por eso hay que estar siempre muy alerta y vigilando (y vigilándote a ti mismo), para detectar el mal.
Pero estar siempre en plan contracorriente es muy duro, por eso es bueno tener una comunidad como referencia o un buen acompañamiento espiritual.
Interesante, Alberto. Muy interesante.
Pero el mundo también incluye maravillas, gracias a Dios creador.
Alberto: muy acertado en su comentario,que comparto por experiencia,vivir la Fé en Comunidad,es infinitamente deseable,por muchos motivos,entre ellos poder amar a Dios,y al prójimo,formando parte de la Iglesia,y también evitar caer en el autorreferentismo.
Por eso hay que pedir a Jesús que nos ayude a salvarnos de ese enemigo que es el mundo y, tantas veces, de nosotros mismos.
Amen.
Esta verdad tan consoladora y profunda, esta significación escatológica de la Eucaristía, como suelen denominarla los teólogos, podría, sin embargo, ser malentendida: lo ha sido siempre que se ha querido presentar la existencia cristiana como algo solamente espiritual espiritualista, quiero decir, propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo, o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu, mientras vivimos aquí.
Cuando se ven las cosas de este modo, el templo se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana; y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino.
La doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sin encontrarse con él.
En esta mañana de octubre, mientras nos disponemos a adentrarnos en el memorial de la Pascua del Señor, respondemos sencillamente que no a esa visión deformada del Cristianismo. Reflexionad por un momento en el marco de nuestra Eucaristía, de nuestra Acción de Gracias: nos encontramos en un templo singular; podría decirse que la nave es el campus universitario; el retablo, la Biblioteca de la Universidad; allá, la maquinaria que levanta nuevos edificios; y arriba, el cielo de Navarra…
¿No os confirma esta enumeración, de una forma plástica e inolvidable, que es la vida ordinaria el verdadero lugar de vuestra existencia cristiana?
Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres.
Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno (Cfr. Gen 1, 7 y ss.).
. Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios.
Por el contrario, debéis comprender ahora con una nueva claridad que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.
Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.
Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser en el alma y en el cuerpo santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.
No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.
El auténtico sentido cristiano que profesa la resurrección de toda carne se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu.
¿Qué son los sacramentos huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos sino la más clara manifestación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales? ¿Qué es esta Eucaristía ya inminente sino el Cuerpo y la Sangre adorables de nuestro Redentor, que se nos ofrece a través de la humilde materia de este mundo vino y pan, a través de los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, como el último Concilio Ecuménico ha querido recordar? (Cfr. Gaudium et Spes, 38).
Se comprende, hijos, que el Apóstol pudiera escribir: todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios (1 Cor 3, 22-23). .
Se trata de un movimiento ascendente que el Espíritu Santo, difundido en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desde la tierra, hasta la gloria del Señor. Y para que quedara claro que en ese movimiento se incluía aun lo que parece más prosaico, San Pablo escribió también: ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios (1 Cor 10, 31)..
Esta doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra como sabéis en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra. ¡Qué bien cuadran aquí aquellos versos del poeta de Castilla!:
Despacito, y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas
Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios, Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria…
Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras me refiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano. Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!…, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor: mirad mis manos y mis pies, dijo Jesús resucitado: soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo( Luc 24, 39)
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Son muchos los aspectos del ambiente secular, en el que os movéis, que se iluminan a partir de estas verdades. Pensad, por ejemplo, en vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo y no sólo el templo es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional.
Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras me refiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano. Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!…, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor: mirad mis manos y mis pies, dijo Jesús resucitado: soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo( Luc 24, 39)
Son muchos los aspectos del ambiente secular, en el que os movéis, que se iluminan a partir de estas verdades. Pensad, por ejemplo, en vuestra actuación como ciudadanos en la vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo y no sólo el templo es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando con plena libertad sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida.
Pero a ese cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical que ha de llevar a tres conclusiones:
a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal;
a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen en materias opinables soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene;
y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas.
Se ve claro que, en este terreno como en todos, no podríais realizar ese programa de vivir santamente la vida ordinaria, si no gozarais de toda la libertad que os reconocen a la vez la Iglesia y vuestra dignidad de hombres y de mujeres creados a imagen de Dios. La libertad personal es esencial en la vida cristiana. Pero no olvidéis, hijos míos, que hablo siempre de una libertad responsable.
Interpretad, pues, mis palabras, como lo que son: una llamada a que ejerzáis ¡a diario!, no sólo en situaciones de emergencia vuestros derechos; y a que cumpláis noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos en la vida política, en la vida económica, en la vida universitaria, en la vida profesional, asumiendo con valentía todas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independencia personal que os corresponde.
Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de toda intolerancia, de todo fanatismo lo diré de un modo positivo, os hará convivir en paz con todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversos órdenes de la vida social.
San Josemaría Escrivá. Famosa homilía del campus de la Universidad de Navarra AMAR EL MUNDO APASIONADAMENTE 8 octubre 1967
Belzunegui:
Hoy en el mundo un artículo sobre el pasado falangista del Padre Ángel que seguro que le interesará. El otro día preguntaba a otra persona en el blog.
Que hay derechos de autor … a ver si te van a demandar!!
Gracias p.Martín, necesitaba mucho sus palabras en estos momentos.
Dios le bendiga 🙏🙏🙏
Preciosas, sentidas y transparentes palabras de éste auténtico siervo de Dios…
Belzunegui: De este mundo, y de tu esperanza masónica, no quedará piedra sobre piedra.
Dios no hizo este mundo de pecado, oscuridad y muerte lleno. Este mundo es consecuencia continuada de la Luz, refractada. Y esto tú no lo puedes entender.
Lo que de Dios nació, redimido des su oscuridad y muerte por el Hijo de Dios, volverá a Dios.
Lo que de Dios nació, EN ESPÍRITU REDIMIDO Y LIBRE de su oscuridad y muerte por el Hijo de Dios, volverá a Dios.
Si por mundo entendemos esas modas, pasarelas de ridiculeces y órdenes de que va de moda y la moda es bailar al son de ellos,,, resulta hasta un acicate luchar contra tanta vaciedad espiritual. Cuando duele el mundo, es cuando nuestros propios parientes están dominados por falsas y mundanas ideas,,, ¿Cómo quitar de sus corazones ésas malas yerbas,, ésas ideas nefastas? Ahí duele la fuerza mundana.
Veritas est.
Betsaida
Es que la palabra «mundo» tiene diferentes acepciones; me refería a mundo no en un sentido sociológico, geográfico, o natural o biológico; sino como realidad teologal que se opone Cristo y su Reino (los tres enemigos del hombre:mundo, demonio y carne).
Claro que en el mundo hay cosas maravillosas; pero aquí estaba empleando otra acepción. Esto había que aclararlo.
El mundo NO odia a Jesucristo. El mundo ODIA que le pongan una X en el IRPF a UNA religión concreta, y no al resto.
El mundo ODIA que exista una asignatura maría, en la que todo el mundo saca sobresalientes, y que quienes no quieren esa asignatura se vean obligados a coger una alternativa de perder el tiempo.
El mundo ODIA que una religión concreta la tome con los homosexuales y no paren de insultarles, diciéndoles que son unos degenerados, etc…
«El mundo ODIA que una religión concreta la tome con los homosexuales y no paren de insultarles, diciéndoles que son unos degenerados, etc…»
¿El Islam?