Benedicto XVI: «Juan Pablo II no es un rigorista moral»

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«Esta sensación de que no había nada seguro, de que todo estaba en cuestión, fue alimentada por la forma en que se implementó la reforma litúrgica».

(Aciprensa)- San Juan Pablo II “se nos presenta como el padre que nos deja ver la misericordia y la bondad de Dios”, afirmó el Papa Emérito Benedicto XVI en una carta escrita por los cien años del nacimiento de su predecesor.

Se trata de una carta que el Papa Emérito envió al Cardenal Stanisław Dziwisz, que durante 40 años fue secretario personal del santo polaco.

Como se recuerda, Benedicto XVI también tuvo una relación estrecha con San Juan Pablo II, de quien fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe entre 1981 y 2005, como Cardenal Joseph Ratzinger.

En la carta con fecha 4 de mayo y escrita originalmente en alemán, Benedicto XVI hace un recuento de la vida de San Juan Pablo II, su formación para el sacerdocio durante la ocupación soviética de Polonia, el Concilio Vaticano II, su llamado apenas fue elegido Papa a no temer miedo y abrir las puertas a Cristo, pero en especial su amor por la Divina Misericordia.

Además de destacar “la humildad de este gran Papa”, Benedicto XVI recordó que en su funeral muchos clamaron “santo súbito” y también que fuera proclamado “Magno”.

“Dejamos abierto si el epíteto «magno» prevalecerá o no. Es cierto que el poder y la bondad de Dios se hicieron visibles para todos nosotros en Juan Pablo II. En un momento en que la Iglesia sufre una vez más la aflicción del mal, este es para nosotros un signo de esperanza y confianza”, escribe el Papa Emérito.

A continuación la carta completa que Benedicto XVI escribió por el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II:

Ciudad del Vaticano

4 de mayo del 2020

El 18 de mayo, se cumplirán 100 años desde que el papa Juan Pablo II nació en la pequeña ciudad polaca de Wadowice.

Polonia, dividida durante más de 100 años por las tres grandes potencias vecinas – Prusia, Rusia y Austria –, había recuperado su independencia al final de la Primera Guerra Mundial. Fue una época llena de esperanza, pero también de dificultades, ya que la presión de las dos grandes potencias, Alemania y Rusia, siguió pesando sobre el Estado que se estaba reorganizando. En esta situación de angustia, pero sobre todo de esperanza, creció el joven Karol Wojtyla, que perdió muy pronto a su madre, a su hermano y, finalmente, a su padre, de quien había aprendido una piedad profunda y cálida. El joven Karol era particularmente apasionado de la literatura y el teatro, y después de estudiar para sus exámenes de secundaria, comenzó a dedicarse más a estas materias.

«Para evitar la deportación, en el otoño de 1940, comenzó a trabajar en una cantera que pertenecía a la fábrica química de Solvay» (cf. Don y Misterio). «En Cracovia, había ingresado en secreto en el Seminario. Mientras trabajaba como obrero en una fábrica, comenzó a estudiar teología con viejos libros de texto, para poder ser ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946» (cf. Ibid.). Por supuesto, no solo estudió teología en los libros, sino también a partir de la situación específica que pesaba sobre él y su país. Es una especie de característica de toda su vida y su trabajo. Estudia con libros, pero experimenta y sufre las cuestiones que están detrás del material impreso. Para él, como joven obispo – obispo auxiliar desde 1958, arzobispo de Cracovia desde 1964 – el Concilio Vaticano II se convirtió en una escuela para toda su vida y su trabajo. Las grandes preguntas que surgieron especialmente sobre el llamado Esquema 13 – luego Constitución Gaudium et Spes – fueron sus preguntas personales. Las respuestas desarrolladas en el Concilio le mostraron el camino a seguir para su trabajo como obispo y luego como Papa.

Cuando el cardenal Wojtyla fue elegido sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1978, la Iglesia estaba en una situación desesperada. Las deliberaciones del Concilio se presentaban al público como una disputa sobre la fe misma, lo que parecía privarla de su certeza indudable e inviolable. Un pastor bávaro, por ejemplo, comentando la situación, decía: «Al final, hemos acogido una fe falsa». Esta sensación de que no había nada seguro, de que todo estaba en cuestión, fue alimentada por la forma en que se implementó la reforma litúrgica. Al final, todo parecía factible en la liturgia. Pablo VI había cerrado el Concilio con energía y determinación, pero luego, una vez terminado, se vio confrontado con más asuntos, siempre más urgentes, lo que finalmente puso en tela de juicio a la Iglesia misma. Los sociólogos compararon la situación de la Iglesia en ese momento con la de la Unión Soviética bajo Gorbachov, cuando toda la poderosa estructura del Estado finalmente se derrumbó en un intento de reformarla.

Una tarea que superaba las fuerzas humanas esperaba al nuevo Papa. Sin embargo, desde el primer momento, Juan Pablo II despertó un nuevo entusiasmo por Cristo y su Iglesia. Primero lo hizo con el grito del sermón al comienzo de su pontificado: «¡No tengan miedo! ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo!» Este tono finalmente determinó todo su pontificado y lo convirtió en un renovado liberador de la Iglesia. Esto estaba condicionado por el hecho de que el nuevo Papa provenía de un país donde el Concilio había sido bien recibido: no el cuestionamiento de todo, sino más bien la alegre renovación de todo.

El Papa ha viajado por el mundo en 104 grandes viajes pastorales y proclamó el Evangelio en todas partes como una alegría, cumpliendo así su obligación de defender el bien, de defender a Cristo.

En 14 encíclicas, volvió a exponer completamente la fe de la Iglesia y su doctrina humana. Inevitablemente, al hacerlo, provocó oposición en las iglesias del Occidente llenas de dudas.

Hoy, me parece importante enfatizar sobre todo el verdadero centro desde el cual debe leerse el mensaje de sus diferentes textos. Este centro vino a la atención de todos nosotros en el momento de su muerte. El Papa Juan Pablo II murió en las primeras horas de la nueva fiesta de la Divina Misericordia. Permítanme agregar primero un pequeño comentario personal que revela un aspecto importante del ser y el trabajo del Papa. Desde el principio, Juan Pablo II se sintió profundamente conmovido por el mensaje de Faustina Kowalska, una monja de Cracovia, que destacó la Divina Misericordia como un centro esencial de la fe cristiana y deseaba una celebración con este motivo. Después de todas las consultas, el Papa había escogido el domingo in albis. Sin embargo, antes de tomar la decisión final, le pidió a la Congregación de la Fe su opinión sobre la conveniencia de esta fecha. Dijimos que no porque pensamos que una fecha tan antigua y llena de contenido como la del domingo in albis no debería sobrecargarse con nuevas ideas. Ciertamente no fue fácil para el Santo Padre aceptar nuestro no. Pero lo hizo con toda humildad y aceptó el no de nuestro lado por segunda vez. Finalmente, hizo una propuesta dejando el histórico domingo in albis, pero incorporando la Divina Misericordia en su mensaje original. En otras ocasiones, de vez en cuando, me impresionó la humildad de este gran Papa, que renunció a las ideas de lo que deseaba porque no recibió la aprobación de los organismos oficiales que, según las reglas clásicas, había de consultar.

Mientras Juan Pablo II vivió sus últimos momentos en este mundo, la Fiesta de la Divina Misericordia acababa de comenzar tras la oración de las primeras vísperas. Esta celebración iluminó la hora de su muerte: la luz de la misericordia de Dios se presenta como un mensaje reconfortante sobre su muerte. En su último libro, Memoria e Identidad, publicado en la víspera de su muerte, el Papa resumió una vez más el mensaje de la Divina Misericordia. Señaló que la hermana Faustina murió antes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, pero que ya había dado la respuesta del Señor a este horror insoportable. Era como si Cristo quisiera decir a través de Faustina: «El mal no obtendrá la victoria final. El misterio pascual confirma que el bien prevalecerá, que la vida triunfará sobre la muerte y que el amor triunfará sobre el odio».

A lo largo de su vida, el Papa buscó apropiarse subjetivamente del centro objetivo de la fe cristiana, que es la doctrina de la salvación, y ayudar a otros a apropiarse de ella. A través de Cristo resucitado, la misericordia de Dios es para cada individuo. Aunque este centro de la existencia cristiana solo nos lo da la fe, también es importante filosóficamente, porque si la misericordia de Dios no es un hecho, debemos encontrar nuestro camino en un mundo donde el poder último del bien contra el mal es incierto. Después de todo, más allá de este significado histórico objetivo, es esencial que todos sepan que, al final, la misericordia de Dios es más fuerte que nuestra debilidad. Además, en esta etapa actual, también se puede encontrar la unidad interior entre el mensaje de Juan Pablo II y las intenciones fundamentales del Papa Francisco: Juan Pablo II no es un rigorista moral, como algunos lo intentan dibujar en parte. Con la centralidad de la misericordia divina, nos da la oportunidad de aceptar el requerimiento moral del hombre, aunque nunca podemos cumplirlo por completo. Sin embargo, nuestros esfuerzos morales se hacen a la luz de la divina misericordia, que resulta ser una fuerza curativa para nuestra debilidad.

Cuando murió el Papa Juan Pablo II, la Plaza de San Pedro estaba llena de personas, especialmente jóvenes, que querían encontrarse con su Papa por última vez. No puedo olvidar el momento en que Mons. Sandri anunció el mensaje de la partida del Papa. Sobre todo, el momento en que la gran campana de San Pedro repicó, hizo que este mensaje resultara inolvidable. El día del funeral, había muchas pancartas diciendo «¡Santo súbito!». Eso fue un grito que, de todos lados, surgió a partir del encuentro con Juan Pablo II. No solo en la plaza, sino también en varios círculos intelectuales, se discutió la idea de darle el título de «Magno» a Juan Pablo II.

La palabra «santo» indica la esfera de Dios y la palabra «magno» la dimensión humana. Según el reglamento de la Iglesia, la santidad puede ser reconocida por dos criterios: las virtudes heroicas y el milagro. Los dos criterios están estrechamente vinculados. La expresión «virtud heroica» no significa una especie de hazaña olímpica; al contrario, en y a través de una persona se revela algo que no proviene de él, sino que se hace visible la obra de Dios en y a través de él. No es una competencia moral de la persona, sino renunciar a la propia grandeza. El punto es que una persona deja que Dios trabaje en ella, y así el trabajo y el poder de Dios se hacen visibles a través de ella.

Lo mismo se aplica a la prueba del milagro: aquí tampoco se trata de un evento sensacional sino de la revelación de la bondad de Dios que cura de una manera que va más allá de las meras posibilidades humanas. El santo es un hombre abierto a Dios e imbuido de Dios. El que se aleja de sí mismo y nos deja ver y reconocer a Dios es santo. Verificar esto legalmente, en la medida de lo posible, es el significado de los dos procesos de beatificación y canonización. En los casos de Juan Pablo II, ambos procesos se hicieron estrictamente de acuerdo a las reglas aplicables. Por lo tanto, ahora se nos presenta como el padre que nos deja ver la misericordia y la bondad de Dios.

Es más difícil definir correctamente el término «magno». Durante los casi 2.000 años de historia del papado, el título «Magno» solo prevaleció para dos papas: León I (440-461) y Gregorio I (590-604). La palabra «magno» tiene una connotación política en ambos, en la medida en que algo del misterio de Dios mismo se hace visible a través de la actuación política. A través del diálogo, León Magno logró convencer a Atila, el Príncipe de los Hunos, para que perdonara a Roma, la ciudad de los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo. Desarmado, sin poder militar o político, sino por el solo poder de la convicción por su fe, logró convencer al temido tirano para que perdonara a Roma. El espíritu demostró ser más fuerte en la lucha entre espíritu y poder.

Aunque Gregorio I no tuvo un éxito tan espectacular, también logró proteger a Roma contra los lombardos, de nuevo al oponerse el espíritu al poder y alcanzar la victoria del espíritu.

Si comparamos la historia de los dos Papas con la de Juan Pablo II, su similitud es evidente. Juan Pablo II tampoco tenía poder militar o político. Durante las deliberaciones sobre la forma futura de Europa y Alemania, en febrero de 1945, se observó que la opinión del Papa también debía tenerse en cuenta. Entonces Stalin preguntó: «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?». Es claro que el Papa no tiene divisiones a su disposición. Pero el poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo. Es indiscutible que la fe del Papa fue un elemento esencial en el derrumbe del poder comunista. Así que la grandeza evidente en León I y Gregorio I es ciertamente visible también en Juan Pablo II.

Dejamos abierto si el epíteto «magno» prevalecerá o no. Es cierto que el poder y la bondad de Dios se hicieron visibles para todos nosotros en Juan Pablo II. En un momento en que la Iglesia sufre una vez más la aflicción del mal, este es para nosotros un signo de esperanza y confianza.

Querido San Juan Pablo II, ¡ruega por nosotros!

Benedicto XVI

Publicado en Aciprensa.

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Comentarios
32 comentarios en “Benedicto XVI: «Juan Pablo II no es un rigorista moral»
  1. Los medios de régimen están asustados por el poco seguimiento de las iniciativas papales. Ayer teníamos anunciado el ‘pacto educativo global’, desparecido por la epidemia, y la convocatoria del ‘alto comité’ para la hermandad universal ha tenido muy poco eco, incluso en los medios del régimen, y nulo seguimiento. Esto ha hecho saltar todas las alarmas de los ideólogos del nuevo orden mundial y de la creación de una autoridad universal religiosa. Se están dando cuenta de los pocos que los siguen y de los muchos y crecientes que están en contra.

    1. No es posible vender a Bergoglio como autoridad máxima planetaria y ver cómo los suyos lo abandonan y los ajenos lo ignoran. La peste ha hecho desaparecer el formato impreso de los grandes periódicos, o reducirlo a la casi nada. No nos darán nunca los datos, pero se han dado cuenta de que no los leen tantos como dicen y que en el mundo virtual los hay mucho más seguidos. Algo se está moviendo y el dinero ya no puede tapar la desnudez del monarca. El mensaje de Viganò ya ha rebasado las cuarenta mil adhesiones, afortunadamente.

  2. Es una carta hermosa que describe a la perfección todo cuanto San Juan Pablo II hizo, o mejor dicho, Cristo y María hicieron en, con y por medio de él, para bien de la Iglesia y la conversión de muchos. Una carta no puede abarcar todos los aspectos de la fecunda acción de San Juan Pablo II, porque en 26 años hizo una labor de evangelización global, sin parangón.
    Demos gracias a Dios por este santo hombre, el de los 10 talentos de la parábola, que supo trabajarlos y hacerlos crecer y fructificar, siempre apoyado y ayudado por santa María y la gracia omnipotente de Jesucristo.
    Demos gracias también por Benedicto XVI, otro apóstol grande, diferente a San Juan Pablo, más de igual modo profundamente benéfico para la Iglesia y el mundo.

  3. Juan pablo II, te quiere todo el mundo porque a todo el mundo le predicabas la salvación universal. Puesto que la sangre de Cristo a todos llega y a todos salva, no solo a muchos, invalidando la intención de la misa y prohibida la cruz sobre el altar… empecemos con las citas a ver si se os baja este mito fantasioso de la cabeza.

  4. No me importa ponerlo otra vez, decir la verdad nunca cansa.
    Juan Pablo II, Homilía, 6 de junio de 1985: “La eucaristía es el sacramento de la alianza del cuerpo y sangre de Cristo, de la alianza que es eterna. Esta es la alianza que incluye a todos. Esta sangre llega a todos y a todos salva”. (Extraido de vatican. va).
    ¿pero no dice Benedicto que es por muchos y no por todos? ¿en qué quedamos?¿quien se equivoca?

    1. Ninguno de los dos está equivocado.
      Es evidente que la voluntad salvadora de Dios es universal: «Dios quiere que TODOS los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad».
      Pero también es evidente que NO TODOS aceptan esa oferta de Gracia salvadora que en Cristo nos ha sido ofrecida.
      Si no hay conversión del corazón y, consecuentemente, reforma de la propia vida, la salvación gratuitamente ofrecida es abiertamente rechazada.
      Recordemos el episodio acontecido en casa de Zaqueo. Si solo se hubiese reducido a una comida de cortesía, contento Zaqueo por tener a su mesa a un personaje importante, ¿hubiera dicho el Señor «hoy ha sido la salvación de esta casa»?

      1. Telémaco, interesante. Pero no se puede negar que hay gente en la Iglesia que vende desde entonces ‘cielo gratis para todos’, sin conversión ni arrepentimiento. Lo que me llama poderosamente la atención es que de eso se está pasando a ‘cielo para nadie’. Gente cada vez más descreída. Mis primos mucho más descreídos que mis tíos. Y así todo. No resulta atractivo ni creíble con el paso del tiempo (solo al principio) lo del cielo para todos. Curioso. Comento de lo que veo a mi alrededor.
        Dios le bendiga.

        1. Desgraciadamente tienes toda la razón. Yo lo paso fatal cada vez que oigo a algún sacerdote en un funeral decir del difunto que ya está disfrutando con Dios, que ya está en el Cielo, y otras frases parecidas. Siempre que oigo eso pienso que ya hemos canonizado al difunto.
          Y si ya está en el Cielo ¿qué necesidad tiene de un funeral en el que rogamos el perdón y la misericordia en favor de un hermano que ha concluido su peregrinación terrenal?
          Si ya está en el Cielo, no necesita de nuestros sufragios. Al contrario, tendríamos que solicitarle su intercesión ante el Padre, como hacemos con los santos verdaderamente canonizados tras un largo -a veces larguísimo- proceso en el que se comprueban la vivencia heroica de las virtudes o el hecho del martirio.

        2. En cuanto a la otra postura (el cielo para nadie) es de un rigorismo inaceptable para un cristiano porque supone una injuria contra la Misericordia divina. Cuando San Pedro le pregunta al Señor «Entonces, ¿quien puede salvarse?», Cristo le responde «Es imposible para los hombres, pero no para Dios. Dios lo puede todo». Ahí está el Señor aludiendo sin duda a la obra que hace en nosotros el Espíritu Santo, cuando le dejamos, cuando no resistimos a la Gracia. En definitiva, cuando, arrepentidos verdaderamente de nuestros pecados, nos convertimos y hacemos penitencia.
          A todos se ofrece la salvación. Otra cosa es que no todos la quieran aceptar. Por eso el Señor, al tiempo que habla del Banquete del Reino de los Cielos, también habla de «llanto y rechinar de dientes» y de «fuego del infierno»

        3. Pero el Cielo,no puede ser un Club prive,donde entran solo los que también en la tierra se mueven de club prive en club prive,porque si eso es así,no tiene ninguna gracia,ni interés,a mi no me interesa,ser miembro de ninguna élite burguesa,que se rige por unas normas que rezuman éxitos mundano_espirituales_moralistas.A mi lo que me atrae de la Iglesia,es su propuesta redentora,salvadora,restauradora,de lo que estaba perdido,desechado,por el mundo,lo que Cristo viene a Salvar,al que no puede salvarse por si mismo,sino que necesita ser Salvado,en eso fundó mi Esperanza,porque si tuviera que hacerlo en mis propias fuerzas,les aseguro que no ,encontraría sentido,porque voy a reconocer a un Salvador,si yo mismo puedo salvarme?.Pero no yo no puedo salvarme,es Cristo el que ha venido a Salvar,no a los sanos,sino a los enfermos

          1. Para entender, lo único necesario es leer el Evangelio con sencillez, sin querer retorcer el significado de las palabras de Jesucristo. La palabra de un papa, sea quien sea, solo debe ayudar a comprender, no debe de ninguna manera sustituir y mucho menos contrariar la palabra de Dios. De modo que cuando algo no está claro del todo, hay que acudir a releer las Escrituras con sencillez. A lo largo de la historia ha habido muchos santos que no conocieron ni a Juan Pablo II ni el CV II ni otros concilios. Por tanto, todo lo que no sirve para comprender mejor la Escritura, bien sea porque hace interpretaciones dudosas, entra en contradicción con la doctrina secular o crea dudas e inquietudes malsanas, debe desecharse, es un estorbo. “Si tu ojo o tu brazo son motivo de escándalo, arrancártelos. Porque más te vale entrar manco o tuerto en la vida eterna, que con ambos brazos y ojos ser arrojado al fuego eterno”.

      2. Telemaco, tú di lo que quieras, las palabras no se pueden retorcer a tu gusto para que signifiquen otra cosa. El análisis gramatical es muy fácil para entender dónde está el error, solo va de sujeto, verbo y predicado: La Nueva Alianza no incluye a todos, la sangre de la cruz no llega a todos y no salva a todos. La papolatría ciega al que la profesa. Para tí la frase está diciendo lo que tu quieres que diga, sin embargo la frase de Juan Pablo dice exactamente lo que dice y lo que dice es un error doctrinal garrafal.

        1. ¿Qué podemos hacer ante una situación así? Lo único que se me ocurre y que está a nuestro alcance (salvo que seas Obispo o Cardenal) es aferrarnos a la Palabra de Cristo y rezar por el Papa. Eso mismo hizo Cristo: «Yo he rezado por tí», le dijo a Pedro. Y añadió «Cuando te recobres, confirma en la fe a tus hermanos». Ese es el oficio petrino. Si honestamente vemos que se está incumpliendo, imitemos a Cristo: recemos vivamente por el Papa. ¿Es esto papolatría?

  5. Preciosa carta que revela, una vez más, la grandeza de Juan Pablo II y la enormidad intelectual de Benedicto XVI, cuya renuncia al oficio petrino ha dejado huérfana de sana doctrina a toda la Santa Iglesia

    1. La iglesia católica nunca jamás a canonizado a personas que dijesen errores doctrinales tan claramente como que la nueva alianza incluye a todos y a todos salva. Porque si esto es así, entonces el condenado Orígenes también es Santo, pues predicaba la salvacion universal.
      Las canonizaciones post vaticano II son muy cuestionables y no son nada infalibles, se pueden y se deben suprimir. Ya veremos quien rie el ultimo.

  6. La parábola del deudor me recuerda a Uno que conozco. Dios en su generosidad, le perdona su millonaria deuda, y éste sale y se encuentra con SJPII, lo toma del cuello con alevosía, lo zarandea, y le recrimina insistentemente, los tristes centavos que le debe,,,, Álguien,,, va a ir a contarle a Dios 🏃‍♀️, lo que anda haciendo Uno,,, 😁,
    Y Dios,, bueno tiene compasión por él y lo envía 500000 años al purgatorio,, 😁,, bueno tantos no,, 10 menos, 😂.
    Ay Uno,, que un día le perdones a JPII,, sus calamitosos errores. No has de querer porque luego, ¿de qué hablarías?
    😘

  7. En general me gusta la carta, pero hay un punto que no comparto, lo que dice sobre: «unidad interior entre el mensaje de Juan Pablo II y las intenciones fundamentales del Papa Francisco.»
    Considero que tal unidad no existe.

    1. Así es. La misericordia de Juan Pablo II habla de conversión; la misericorditis bergoliante no se atreve a hablar de conversión, para no contristar al pensamiento único abortista y legetebero, del que es su apéndice religioso.

  8. Pues claro que hay unidad interior entre el mensaje de Juan Pablo II de Asís y las intenciones fundamentales de Francisco, al modo de ver de Benedicto XVI ¡la hermenéutica de la continuidad o de la reforma en la continuidad! ¿o de la continuidad de la reforma? Como a su modo de ver hay perfecta continuidad hermenéutica entre la condena de la libertad religiosa por Pío IX en el Syllabus y su aprobación por Pablo VI en el contra-Syllabus (así llama Benedicto XVI a los documentos del Vaticano II, en particular la constitución pastoral Gaudium et spes). Para Benedicto XVI hay siempre unidad interior y perfecta continuidad hermenéutica. Son las ventajas de la dialéctica conciliar: tesis, antítesis, síntesis.

    1. Lee el «Contra-Syllabus» :
      «Ahora bien, puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo.»

      1. No soy yo quien ha llamado Contra-Syllabus a Dignitatis humanae, sino Ratzinger quien llama Contra-Syllabus a Gaudium et spes. Por otro lado, esa frase que Pablo VI incrustó de su propia mano en Dignitatis humanae en la recta final de la deliberación, y que logró sumar a la declaración conciliar el voto favorable de bastantes obispos reticentes como muchos españoles, es tan ajena al resto de la declaración que no ha tenido ningún efecto sobre su asimilación por pastores y fieles ¿quién cree hoy que las sociedades como la española tienen el deber moral de adherir como tales sociedades a la religión católica y someterse a la Iglesia? Casi nadie, desde luego ni el Papa ni ningún obispo. Feliz usted que se conforma con una frase aislada e ineficaz. Buenas noches,

        1. «¿quién cree hoy que las sociedades como la española tienen el deber moral de adherir como tales sociedades a la religión católica y someterse a la Iglesia?»
          Busca lo que significa la falacia del post hoc ergo propter hoc y por qué es importante que la aplicas en tu juicio sobre DH.

          1. Buenos días, yo no soy su alumno y usted no es mi profesor. Conozco la falacia que menciona, y también el abuso que se hace de ella por los irreductibles defensores del Vaticano II para eximirle de toda responsabilidad en la hecatombe posconciliar. Si la liturgia se desacralizó y llenó de banalidades y horrores, nada que ver con el concilio. Si la realeza social de Cristo dejó de predicarse y hasta se ha olvidado e incluso negado, nada que ver con el concilio. Si los actos escandalosos de Asís dieron un impulso nefasto al indiferentismo religioso práctico e incluso teórico, nada que ver con el concilio. En fin, un concilio inimputable que no es causa ni concausa de ninguno de los desastres que le han seguido.

  9. Ratzinger explica que el punto central del concilio Vaticano II fue la reconciliación con el mundo moderno y la aceptación de los valores del liberalismo, supuestamente originarios del cristianismo y purificados por el mismo. Pero el mundo moderno sigue degenerando, y el liberalismo decayendo. De manera que la reconciliación de la Iglesia tampoco acaba nunca, hay que seguir adaptándose sin fin. En ese sentido hay unidad interior entre el concilio Vaticano II, el mensaje de Juan Pablo II de Asís y las intenciones fundamentales de Francisco. La misma revolución, el mismo movimiento, distintas fases.

  10. No nos engañemos. Estamos donde estamos gracias a tantos nombramientos lamentables de obispos y cardenales por JPII y BXVI, que han posibilitado un ascenso, que nunca debió darse, de un inepto total para construir y aptísimo para destruir. Preparémonos para un Bergoglio II, salvo grandísimo milagro, que no es imposible para Dios y que pido desde ya. Esperemos que Dios rompa esa rigidez.

      1. Pero qué obsesión tienes tú con Belzunegui. Déjalo en paz. Que opine libremente. ¿O no tiene derecho? …
        Si no estás de acuerdo, expon tus razones, no tus descalificaciones. ¿Quién te ha constituido en juez y parte de lo que se ha de pensar u opinar? Deja de ser pesado, anda…

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