Fabrice Hadjadj: «Si hay algo que no puede ser virtual es el rito cristiano»

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(Le Figaro)- «El confinamiento puede hacer que nos sumerjamos en las tabletas, pero es también una ocasión para reinventar la mesa familiar y redescubrir el sentido de  una cultura que es cada día más nueva que nuestras innovaciones, del mismo modo que la primavera siempre será más nueva que nuestros últimos dispositivos electrónicos». Les dejamos la última entrevista a Fabrice Hadjadj.

Una de las primeras representaciones de la peste la encontramos en Edipo rey, de Sófocles. El coronavirus, para Occidente, ¿es el «retorno de la tragedia», como oímos a menudo?

Efectivamente, Edipo rey empieza con la peste que asola Tebas. El pueblo muere y el oráculo declara que este flagelo ha sido enviado porque el asesino de Layo sigue estando a la fuga. Edipo, entonces, decide investigar la muerte de su predecesor en el trono. Sófocles, en la Antigüedad, inventó una «historia de detectives» ultramoderna, en la que el investigador descubre que él es también el asesino, y que el asesino es peor de lo que se imaginaba al principio, puesto que es un parricida y un incestuoso. Sin embargo, esto no basta para entrar en la tragedia.

Del absurdo y la maldad de una historia como esta se pueden sacar distintas conclusiones. Lo que hace que una situación sea trágica no son los hechos como tales, sino la manera que tengamos de interpretarlos. La epidemia puede ser considerada desde un punto de vista estadístico o melodramático. Es lo que oímos con más frecuencia: un discurso que oscila entre el cálculo y la emoción. También hay, es evidente, los «vídeo-gags» sobre el confinamiento, que transforman todo en broma; o, en el extremo opuesto, el trabajo de los microbiólogos, para los que es un desafío terapéutico. No menosprecio estas perspectivas, puesto que cada una tiene su tiempo y su necesidad.

Sólo digo que lo trágico implica otra cosa y lo primero es un camino del exterior al interior. Edipo intenta resolver el problema de la peste, pero no se limita a tomar medidas sanitarias, sino que entra en sí mismo, medita sobre su propio destino. Lo trágico supone, también, enfrentarse a un mal irreductible: no basta con señalar a los culpables, puesto que el culpable, en este caso, es también una víctima. La peste golpea a todo el mundo y los que están protegidos, como Edipo, descubren en sí mismos un mal aún más grande.

Por último, y este es el punto más importante, dado que el rey se muestra frágil como nunca y ningún progreso podrá acabar con el drama, no hay solución definitiva, sólo nos queda una súplica sin respuesta, una imploración al cielo y a los dioses, al borde de la rabia y el abandono. La tragedia, por último, nos dice que la dignidad más grande del hombre está en el sufrimiento vertical, que nos lleva a plantearnos las preguntas fundamentales de la vida. 

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Acaba usted de hablar de la interpretación estadística. Cada día, al final de la jornada, tenemos derecho a un recuento macabro de los muertos en todo el mundo. ¿Qué pensar de esta epidemia de las cifras y la relación que instituye con la muerte?

Lo que vivimos no es sólo una pandemia mundial, sino una pandemia digital, en la que los efectos del virus son reemplazados por una información que, se dice, es viral. Estamos confinados como peces rojos, pero en las paredes de nuestra pecera no dejamos de consultar las cifras del exceso del índice de mortalidad, esperando que el anzuelo de la enfermedad nos atrape y nos haga caer en otro  mundo.

De repente, nos damos cuenta de que lo que era sólo una unidad en un recuento de cifras es un nombre propio con un rostro. Pasamos, de golpe, de la profilaxis a la asfixia, de la estadística al drama. En la Biblia, la peste se abate sobre Israel porque David ha querido hacer un censo de su pueblo, es decir, no considerarlo ya en la singularidad de las personas, las familias y las tribus que lo forman, sino como un gran conjunto manipulable. Hoy en día, es la peste misma la que induce a censos ilimitados, a la vez hipnóticos y ansiogénicos.

Durante este tiempo, debido al aislamiento de los ancianos y a las normas de distanciamiento social, la persona moribunda se ve despojada de su familia en beneficio de la asistencia química y las máquinas, y la muerte se ve privada de los ritos fúnebres en beneficio del horno crematorio. Bajo este punto de vista, la epidemia no hace más que intensificar y revelar una estructura que ya estaba ahí, y que podríamos calificar de estructura tecno-emocional: ante la muerte, no sabemos hacer otra cosa más que pasar de una gestión tecnológica que nos permite flotar, a una emoción que nos ahoga bruscamente.

Estamos confinados y, al mismo tiempo, nunca hemos estado tan conectados como ahora. ¿Es esta crisis el triunfo de lo virtual sobre lo carnal?

Una crisis no produce efectos unívocos. En términos de medicina, esta crisis es el estado transitorio del paciente, que puede ser feliz o funesto, porque desemboca o en la curación o en la muerte. Los frikis informáticos ya vivían confinados detrás de sus pantallas. ¿Es una victoria por su parte, o la prueba de que ya vivían como enfermos? La industria de las aplicaciones para móvil está en plena forma y el dueño de Netflix puede frotarse las manos; sin embargo, también descubrimos, con los problemas de abastecimiento, que la agricultura es más necesaria que las altas finanzas, y la labor del personal sanitario más que la de los cracs.

Ayer hablamos mucho de transhumanismo. La epidemia nos devuelve a la condición humana, a nuestra mortalidad, a la precariedad de nuestra existencia. De repente, Tucídides se convierte en nuestro contemporáneo, porque sufrió la peste de Atenas. Sófocles, Boccaccio, Manzoni, Giono o Camus se revelan más actuales que nuestra actualidad, porque testimonian lo que pertenece de manera insuperable a la carne del hombre. El confinamiento puede hacer que nos sumerjamos en las tabletas, pero es también una ocasión para reinventar la mesa familiar y redescubrir el sentido de  una cultura que es cada día más nueva que nuestras innovaciones, del mismo modo que la primavera siempre será más nueva que nuestros últimos dispositivos electrónicos.

Estamos entrando en el Triduo Pascual, esos tres días que van desde la misa vespertina del Jueves Santo al domingo de Resurrección. ¿Que los ritos sean virtuales no nos hace sentir mejor el valor de la comunión y de las iglesias?*

Si hay algo que no puede ser virtual es el rito cristiano. Los sacramentos exigen una proximidad física. Comunican la gracia por contagio, por cercanía, porque el amor de Dios es inseparable del amor del prójimo. Es el motivo por el que, al propagarse la epidemia de la misma manera, los fieles han sido privados de la eucaristía…

Como la Iglesia normalmente exige que se comulgue por lo menos en Pascua, algunos han juzgados positivo discutir esta medida, e incluso desafiarla. Prefiero meditarla. Vivir la Pascua con esta privación es también reconocer que el cristianismo no es un espiritualismo, sino que es la religión de la Encarnación, donde lo más espiritual se encuentra con lo más carnal, donde el don de la gracia pasa por un sacerdote palurdo, tener un vecino de banco en la iglesia antipático y masticar un insípido trozo de pan.

El año pasado, a inicios de la Semana Santa, ocurrió el incendio de Notre-Dame: ese edificio incomparable ardía, pero el ritual se mantenía intacto. Ahora, de manera discreta, pero más profunda, es el ritual mismo el que padece. El drama es mayor, aunque se vea menos. Pero por muy grande que sea el drama, es de esto de lo que habla el sacrificio de la Cruz. Bajo este punto de vista, no del rito, sino de eso a lo que él nos remite, en esta hora en la que el ángel de la muerte pasa por nuestras ciudades, la Pascua nos alcanza con toda su potencia. Judas transmite la muerte con un beso. Pilato se lava las manos con gel desinfectante. Jesús pregunta: «Dios mío, ¿por qué?». Y no obtiene respuesta.

Pero si nosotros gritamos así en lo que concierne al mal, es porque antes hemos visto la bondad de la vida. Como expresa Rilke en estos versos que no dejo de repetir: «Sólo la alabanza abre un espacio a la queja». Sólo gemimos ante lo que nos destruye porque celebramos lo que nos trae. El reverso del grito, por desesperado que sea, es una llamada a la esperanza. La noche nos horroriza porque hemos gustado de la belleza del día; pero la pérdida de esta luz, que nos causa dolor, nos sugiere también que al final de la oscura noche la aurora acaba despuntando, más conmovedora que nunca.

*Esta entrevista ha sido realizada con motivo de la Pascua antes de la misma.

Publicado por Eugénie Bastié en Le Figaro.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
14 comentarios en “Fabrice Hadjadj: «Si hay algo que no puede ser virtual es el rito cristiano»
  1. De la iglesia en salida a la iglesia en estampida y, ahora, on line; cualquier cosa menos Iglesia. Gracias Fabrice Hadjadj. Has dado en el clavo.

  2. Ocasión para reinventar la mesa familiar? Desde ya, mi abuelita, mi madre, mi padre, mis tias, todos son pacientes de riesgo asique las visitas se volvieron on-line, es cierto no reemplaza los abrazos o una mesa con comida casera, pero es lo que hay! La semana pasada festejaron un cumpleaños por zoom y una prima se hizo la graciosa presentando una tarta de chocolate por la camarita. La misa virtual no reemplaza participar en una misa en persona, pero si es una forma de mantenernos «conectados» de alguna forma.

  3. En el extraordinario «La fe de los demonios» el autor nos ilumina que el diablo tiene un conocimiento perfecto, pero que de lo que carece perfectamente, es de Caridad.

    Tengámoslo en cuenta, y examinémonos

    1. No. El diablo no tiene un conocimiento perfecto, no es omnisciente; afirmar eso es una herejía. Puede conjeturar pero no sabe todas las cosas. Y las mismas Escrituras lo dejan de manifiesto cuando Cristo dice:

      «Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre».

      Y el maligno es un ángel caído, todavía menos que los ángeles del cielo. De modo que si algo no lo sabe un ángel del cielo, menos lo puede conocer el diablo.

  4. La unidad de culto que son los ritos, la puso Jesucristo, no Pablo VI y sus fantasías ecuménicas ritualísticas ilegales. Pues el dogmático Trento afirma que el canon de la misa es de Tradición apostólica y por tanto definitivo. Benedicto XVI afirmó que el misal de Trento nunca fue abrogado. El misal de Trento comienza con un documento llamado Quo Primum Tempore, que según Benedicto XVI sigue vigente. Si Quo Primum Tempore sigue vigente porque nadie lo abrogó, significa que el Novus Ordo es ilegal e ilegítimo. Partiendo de esta base es cuando se puede opinar sobre lo virtual.

    1. Unidad en los ritos, jamás hubo.
      Ritos católicos actuales (occidentales): romano, ambrosiano, mozárabe, también las órdenes religiosas los tenían (dominicano, cartujo, carmelita…).
      Ritos católicos orientales actuales: copto, maronita, siro-malabar, caldeo, melquita….
      La realidad, es que en la Iglesia, siempre ha habido multitud de ritos y de formas de celebrar.
      Me gustaría recordar aquella frase atribuida a San Agustín: «En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad».
      De lo último, por desgracia aquí, falta bastante.

  5. ¿De Francia? Yo lo extendería un poquito más…sobre todo teniendo en cuenta que esa mirada transversal de Hadjadj es muy peculiar. Hay pocas miradas así, la tuvo Chesterton, Castellani y quizá alguno más, pero no es la usual. Sin embargo, dado que los Evangelios son paradójicos, ayudan muchísimo en la comprensión de las cosas. Hadjadj incide mucho en la carnalidad del Catolicismo, que usa todos los sentidos y que, por eso, nunca puede ser virtual. En el Evangelio hay gente que toca (la Hemorroisa), gente que vende con un beso (Judas Iscariote), gente que derrama perfumes (María), gente que recuesta su cabeza en el pecho de Jesús (el Discípulo Amado), y hasta el que metió el dedo en el costado de Cristo (Tomás). En cuanto al mismo Jesucristo también tocaba en muchísimas ocasiones, un Jesús que no toca no es Jesús. Nosotros no somos gnósticos que desprecian la materia, somos cristianos que aman espíritu y materia porque son creación de Dios.

  6. Estimados comentaristas: todo RITO, por definición, es presencial.
    Exige que todos los participantes en los actos y prácticas se encuentren en el mismo tiempo y el mismo espacio.
    El ritual de la consagración de la misa católica (transustanciación) exige: 1) celebrante legitimado, 2) palabras exactas y 3) pan y vino legitimados.
    El resto de los detalles puede formar parte de un circo profano, alejado de la verdadera esencia del catolicismo.
    Buen domingo, día del Señor.

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