Schneider: «La mayor parte de los obispos ha reaccionado de forma precipitada y por pánico»

Athanasius Schneider

«Estos obispos reaccionaron más como burócratas civiles que como pastores». Entrevista al obispo Athanasius Schneider sobre la gestión del coronavirus por parte de la Iglesia. La entrevista fue realizada por Diane Montagna para The Remnant.

Excelencia, ¿cuál es su impresión general sobre cómo la Iglesia está gestionando la epidemia de coronavirus?

Mi impresión general es que la mayor parte de los obispos ha reaccionado de forma precipitada y por pánico al prohibir todas las misas públicas y -lo que es aún más incomprensible-  al cerrar las iglesias. Estos obispos reaccionaron más como burócratas civiles que como pastores. Al centrarse exclusivamente en las medidas de protección higiénica, han perdido la visión sobrenatural y han abandonado la primacía del bien eterno de las almas.

La diócesis de Roma suspendió rápidamente todas las misas públicas para cumplir con las directivas del gobierno. Los obispos de todo el mundo han tomado medidas similares. Los obispos polacos, por otro lado, han pedido que se celebren más misas para que haya menos aglomeración. ¿Cuál es su opinión sobre la decisión de suspender las misas públicas para evitar la propagación del coronavirus?

Mientras los supermercados estén abiertos y accesibles y mientras las personas tengan acceso al transporte público, no vemos una razón plausible para prohibir que las personas asistan a la Santa Misa en una iglesia. Se podrían garantizar en las iglesias las mismas y mejores medidas de protección higiénica. Por ejemplo, antes de cada misa, se podrían desinfectar los bancos y las puertas, y todos los que entran a la iglesia podrían desinfectarse las manos. También se podrían tomar otras medidas similares. Se podría limitar el número de participantes y aumentar la frecuencia de la celebración de la misa. Tenemos un ejemplo inspirador de una visión sobrenatural en tiempos de epidemia con el presidente de Tanzania, John Magufuli. El presidente Magufuli, católico practicante, dijo el domingo 22 de marzo de 2020 (domingo de Laetare), en la Catedral de San Pablo, en la capital tanzana de Dodoma: Les insisto, hermanos míos cristianos e incluso musulmanes: no tengan miedo, no dejen de reunirse para glorificar a Dios y alabarlo. Por eso, como gobierno, no cerramos iglesias o mezquitas. En cambio, deben estar siempre abiertas para que la gente encuentre refugio en Dios. Las iglesias son lugares en los que las personas pueden buscar la verdadera curación, porque allí reside el Dios verdadero. No tengan miedo de alabar y buscar el rostro de Dios en las iglesias.

Refiriéndose a la Eucaristía, el Presidente Magufuli también pronunció estas palabras alentadoras: El coronavirus no puede sobrevivir en el cuerpo Eucarístico de Cristo; pronto se quemará. Precisamente por eso no entré en pánico mientras recibía la Sagrada Comunión, porque sé que con Jesús en la Eucaristía, estoy a salvo. Este es el momento de construir nuestra fe en Dios.

¿Cree que es responsabilidad de un sacerdote celebrar una misa privada con unos pocos fieles laicos presentes, siempre que se tomen las precauciones sanitarias necesarias?

Es responsabilidad suya, y también mérito, y sería un acto pastoral auténtico, siempre que el sacerdote tome las precauciones higiénicas necesarias.

Los sacerdotes en esta situación se encuentran en una posición difícil. Algunos buenos sacerdotes están siendo criticados por obedecer las instrucciones de su obispo de suspender las misas públicas (mientras continúan celebrando la misa de manera privada). Otros buscan formas creativas de escuchar las confesiones mientras buscan salvaguardar la salud de las personas. ¿Qué consejo daría a los sacerdotes para vivir su vocación en estos tiempos?

Los sacerdotes deben recordar que, ante todo, son pastores de almas inmortales. Deben imitar a Cristo, quien dijo: Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen. (Juan 10, 11-14). Si un sacerdote observa de manera razonable todas las precauciones sanitarias necesarias y es prudente, no tiene que obedecer las instrucciones de su obispo o del gobierno y suspender la misa para los fieles. Estas directivas son una ley meramente humana; sin embargo, la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las almas. Los sacerdotes en esta situación tienen que ser extremadamente creativos para ofrecer a los fieles, incluso a un grupo pequeño, la celebración de la Santa Misa y los sacramentos. Este fue el comportamiento pastoral de todos los confesores y mártires sacerdotes en tiempos de persecución.

¿Es legítimo para los sacerdotes desafiar a la autoridad, especialmente a la autoridad eclesial? (Por ejemplo, si se le dice a un sacerdote que no vaya a visitar a los enfermos y moribundos).

Si una autoridad eclesial prohíbe al sacerdote visitar a los enfermos y moribundos, este no puede obedecer. Tal prohibición es un abuso de poder. Cristo no le dio al obispo el poder de prohibir visitar a los enfermos y moribundos. Un verdadero sacerdote hará todo lo posible para visitar a una persona moribunda. Muchos sacerdotes lo han hecho incluso si eso significaba poner sus vidas en peligro, ya sea en el caso de una persecución o de una epidemia. Tenemos muchos ejemplos de sacerdotes así en la historia de la Iglesia. San Carlos Borromeo, por ejemplo, puso con sus propias manos la Sagrada Comunión en la lengua de personas moribundas, infectadas con la peste. Hoy en día, tenemos el conmovedor y edificante ejemplo de sacerdotes, especialmente de la ciudad de Bérgamo, en el norte de Italia, que han sido infectados y han muerto porque cuidaban a los pacientes moribundos de coronavirus. Un sacerdote de 72 años con coronavirus murió hace unos días en Italia, después de haber cedido el ventilador, que necesitaba para sobrevivir, a un paciente más joven. No ir a visitar a los enfermos y moribundos es un comportamiento más de asalariado que de buen pastor.

Usted pasó sus primeros años en la iglesia clandestina soviética. ¿Qué análisis o enfoque le gustaría compartir con los fieles laicos que no pueden asistir a misa y, en algunos casos, ni siquiera pueden pasar tiempo ante el Santísimo porque todas las iglesias de su diócesis han sido cerradas?

Animaría a los fieles a hacer frecuentes actos de comunión espiritual. Podrían leer y meditar las lecturas diarias de la misa y todo el ordinario de la misa. Podrían enviar a su santo ángel de la guarda a adorar a Jesucristo en el tabernáculo en su nombre. Podrían unirse espiritualmente con todos los cristianos que están en prisión por el amor a su fe, con todos los cristianos que están enfermos y postrados en cama, con todos los cristianos moribundos que se ven privados de los sacramentos. Dios llenará este tiempo de privación temporal de la Santa Misa y del Santísimo Sacramento con muchas gracias.

El Vaticano anunció recientemente que las liturgias de Pascua se celebrarán sin la presencia de los fieles. Después especificó que está estudiando formas de implementación y participación que respeten las medidas de seguridad puestas en marcha para prevenir la propagación del coronavirus. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Debido a la estricta prohibición de aglomeraciones por parte de las autoridades gubernamentales italianas, es fácil comprender que el papa no pueda celebrar las liturgias de la Semana Santa con la presencia de un gran número de fieles. Creo que el papa podría celebrar las liturgias de la Semana Santa con toda solemnidad y sin restricciones, por ejemplo, en la Capilla Sixtina (como era costumbre de los papas antes del Concilio Vaticano II), con la participación del clero (cardenales, sacerdotes ) y un grupo seleccionado de fieles, sometidos previamente a medidas de protección higiénica. No vemos la lógica de prohibir encender el fuego, bendecir el agua y bautizar en la Vigilia Pascual, como si estas acciones propagaran un virus. El miedo casi patológico ha superado el sentido común y una visión sobrenatural.

Excelencia, ¿qué revela la gestión de la epidemia del coronavirus por parte de la Iglesia acerca del estado actual de la misma y, especialmente, de su jerarquía?

Revela la pérdida de la visión sobrenatural. En las últimas décadas, muchos miembros de la jerarquía de la Iglesia han estado inmersos predominantemente en asuntos seculares, mundanos y temporales y, por tanto, se han vuelto ciegos ante las realidades sobrenaturales y eternas. Sus ojos se han llenado con el polvo de las ocupaciones terrenales, como dijo San Gregorio Magno (ver Regula pastoralis II, 7). Su reacción al manejar la epidemia de coronavirus ha revelado que le dan más importancia al cuerpo mortal que al alma inmortal del hombre, olvidando las palabras de nuestro Señor: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?» (Marcos 8, 36) Los mismos obispos que ahora tratan de proteger (a veces con medidas desproporcionadas) los cuerpos de sus fieles de la contaminación de un virus material, permitieron tranquilamente que el virus venenoso de las enseñanzas y prácticas heréticas se extendiera entre su rebaño.

El cardenal Vincent Nichols ha dicho recientemente que tendremos un nuevo deseo de Eucaristía una vez que pase la epidemia de coronavirus. ¿Está de acuerdo?

Espero que estas palabras se demuestren verdaderas para muchos católicos. Suele suceder con frecuencia que la privación prolongada de una realidad importante lleve a los corazones de las personas a anhelar esa realidad. Esto se aplica, por supuesto, a aquellos que realmente creen y aman la Eucaristía. Esta experiencia también ayuda a reflexionar más profundamente sobre el significado y el valor de la Sagrada Eucaristía. Quizás aquellos católicos que estaban tan acostumbrados al Sancta Sanctorum al que llegaron a considerar como algo ordinario y común experimentarán una conversión espiritual y comprenderán y tratarán la Sagrada Eucaristía como extraordinaria y sublime.

El domingo 15 de marzo, el papa Francisco fue a rezar ante la imagen de la Salus Populo Romani en Santa María la Mayor y ante el Crucifijo Milagroso de la iglesia de San Marcelo al Corso. ¿Cree que es importante que los obispos y los cardenales realicen actos de oración pública como este para que termine la pandemia?

El ejemplo del papa Francisco puede alentar a muchos obispos a actos similares de testimonio público de fe y oración, y a signos concretos de penitencia que imploren a Dios el fin de la epidemia. Podríamos recomendar que obispos y sacerdotes recorran regularmente sus ciudades, pueblos y aldeas custodiando el Santísimo Sacramento, acompañados por un pequeño número de clérigos o fieles (uno, dos o tres), según las normas gubernamentales. Estas procesiones con el Santísimo transmitirían a los fieles y a los ciudadanos el consuelo y la alegría de que no están solos en tiempos de tribulación, que el Señor está verdaderamente con ellos, que la Iglesia es una madre que no ha olvidado ni abandonado a sus hijos. Podría lanzarse una cadena mundial de custodias que lleven al Santísimo por las calles de este mundo. Estas mini procesiones eucarísticas, incluso si llevadas a cabo solo por un obispo o un solo sacerdote, implorarán la gracia de curación y de conversión física y espiritual.

El coronavirus estalló en China poco después del Sínodo sobre la Amazonia. Algunos en los medios hablan convencidos de que se trata de un castigo divino por la presencia de la Pachamama en el Vaticano. Otros creen que es un castigo divino por el acuerdo Vaticano-China. ¿Cree que alguna de estas teorías es válida?

La epidemia del coronavirus es sin duda, en mi opinión, una intervención divina para castigar y purificar al mundo pecador y también a la Iglesia. No debemos olvidar que Nuestro Señor Jesucristo consideró las catástrofes físicas como castigos divinos. Leemos, por ejemplo: En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». (Lucas 13, 1-5).

La veneración al ídolo pagano de la Pachamama dentro del Vaticano, con la aprobación del papa, fue sin duda un gran pecado de infidelidad al Primero de los Diez Mandamientos, fue una abominación. Todo intento de minimizar este acto de veneración no puede hacer frente a la avalancha de evidencias y razones obvias.

Considero que estos actos de idolatría fueron la culminación de una serie de actos de infidelidad a la salvaguardia del depósito divino de la fe por parte de muchos miembros de alto rango de la jerarquía de la Iglesia en las últimas décadas. No tengo la certeza absoluta de que el brote del coronavirus sea una respuesta divina a los eventos de la Pachamama en el Vaticano, pero considerar esa posibilidad no sería descabellado. Ya al comienzo de la Iglesia, Cristo reprendió a los obispos (ángeles) de las iglesias de Pérgamo y Tiatira por su connivencia con la idolatría y el adulterio. La figura de Jezabel, que sedujo a la iglesia llevándola a la idolatría y el adulterio (véase Apocalipsis 2, 20), también podría entenderse como un símbolo del mundo moderno, con el que muchos cargos de responsabilidad en la Iglesia actual están coqueteando.

Las siguientes palabras de Cristo también son válidas para nuestro tiempo: Mira, voy a postrarla en cama, y a los que adulteren con ella los someteré a una gran tribulación, si no se convierten de sus obras; y a sus hijos los heriré de muerte; y todas las iglesias conocerán que yo soy el que sondea entrañas y corazones, y os daré a cada uno según vuestras obras. (Apocalipsis 2, 22-23). Cristo amenazó con castigar y llamó a las iglesias a la penitencia: Pero tengo algo contra ti: tienes ahí a los que profesan la enseñanza de Balaán, el que enseñó a Balac a poner tropiezos a los hijos de Israel, a comer de lo sacrificado a los ídolos y a fornicar. De la misma manera también tú tienes a los que profesan igualmente la doctrina de los nicolaítas. Conviértete, pues; si no, vendré pronto a ti y combatiré contra ellos con la espada de mi boca. (Apocalipsis 2, 14-16). Estoy convencido de que Cristo repetiría las mismas palabras al papa Francisco y a los obispos que permitieron la veneración idólatra de la Pachamama y que aprobaron implícitamente las relaciones sexuales fuera de un matrimonio válido, al permitir que los llamados divorciados y vueltos a casar sexualmente activos reciban la Sagrada Comunión.

Ha hecho referencia a los Evangelios y al Libro del Apocalipsis. ¿La forma en que Dios trató a su pueblo elegido en el Antiguo Testamento nos da alguna idea de la situación actual?

La epidemia de coronavirus ha causado una situación dentro de la Iglesia, por lo que yo sé, única, es decir, una prohibición casi mundial de todas las misas públicas. Esto es en parte análogo a la prohibición del culto cristiano en casi todo el Imperio Romano de los tres primeros siglos. Sin embargo, la situación actual no tiene precedentes, porque en nuestro caso la prohibición del culto público ha sido emitida por obispos católicos, e incluso antes de los mandatos gubernamentales pertinentes.

De alguna manera, la situación actual también puede ser comparada con el cese del culto sacrificial del Templo de Jerusalén durante el cautiverio babilónico del pueblo elegido de Dios. En la Biblia, el castigo divino se consideraba una gracia, p. ej.: Dichoso el mortal a quien Dios corrige: no rechaces la lección del Todopoderoso, porque hiere y pone la venda, golpea y cura con su mano (Job 5, 17-18) y Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete (Apocalipsis 3, 19). La única reacción adecuada a las tribulaciones, catástrofes, epidemias y situaciones similares -que son todos instrumentos en la mano de la Divina Providencia para despertar a las personas del sueño del pecado y la indiferencia hacia los mandamientos de Dios y la vida eterna- es la penitencia y la conversión sincera a Dios. En la siguiente oración, el profeta Daniel da a los fieles de todos los tiempos un ejemplo de la verdadera forma de pensar que deben tener y de cómo deben comportarse y orar en tiempos de tribulación: Todo Israel faltó a tu ley y se desvió sin escuchar tu voz; por eso han caído sobre nosotros la maldición y el juramento escritos en la ley de Moisés, siervo de Dios, pues hemos pecado contra él. Ay, mi Señor, inclina tu oído y escúchame; abre los ojos y mira nuestra desolación y la ciudad que lleva tu nombre; pues, al presentar ante ti nuestras súplicas, no confiamos en nuestra justicia, sino en tu gran compasión. Escucha, Señor; perdona, Señor; atiende, Señor; actúa sin tardanza, Señor mío, por tu honor, pues tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo. (Daniel 9, 11, 18-19).

San Roberto Belarmino escribió: Señales seguras de la venida del Anticristo … la mayor y última persecución, y también el Sacrificio de nuestros altares (de la Misa) será proscrito, en todas partes prohibido (La Profecía de Daniel, páginas 37-38). ¿Cree que se refiere aquí a lo que ahora estamos presenciando? ¿Es el comienzo del gran castigo profetizado en el libro del Apocalipsis?

La situación actual proporciona suficientes motivos razonables para pensar que estamos al comienzo de un tiempo apocalíptico, que incluye castigos divinos. Nuestro Señor se refirió a la profecía de Daniel: Cuando veáis la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que lee que entienda) (Mateo 24, 15). El Libro del Apocalipsis dice que la Iglesia tendrá que huir por un tiempo al desierto (ver Apocalipsis 12, 14). El cese casi general del sacrificio público de la Misa podría interpretarse como un vuelo a un desierto espiritual. Lo que es lamentable en nuestra situación es el hecho de que muchos miembros de la jerarquía de la Iglesia no ven la situación actual como una tribulación, como un castigo divino, es decir, como una visita divina en sentido bíblico. Estas palabras del Señor son aplicables también a muchos miembros del clero en medio de la actual epidemia física y espiritual: Te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita. (Lucas 19, 44). El papa y los obispos deben tomarse en serio la situación actual de esta prueba de fuego (ver 1 Pedro 4, 12) para, así, llevar a una conversión profunda a toda la Iglesia. Si esto no ocurre, entonces el mensaje de la siguiente historia de Soren Kierkegaard también se aplicará a nuestra situación actual: En un teatro se produjo un incendio detrás del escenario. El payaso salió a advertir al público; pensaron que era una broma y aplaudieron. Él lo repitió; la aclamación fue aún mayor. Creo que así es como el mundo llegará a su fin: con el aplauso general de quienes creen que es una broma.

Excelencia, ¿cuál es el significado más profundo detrás de todo esto?

La situación de prohibición pública de la Santa Misa y del sacramento de la Sagrada Comunión es tan única y grave que podemos descubrir detrás de todo esto un significado más profundo. Este evento se ha producido casi cincuenta años después de la introducción de la Comunión en mano (en 1969) y de una reforma radical del rito de la Misa (en 1969/1970) con sus elementos protestantes (oraciones del Ofertorio) y su estilo de celebración horizontal e instructivo (momentos de improvisación, celebración en círculo cerrado y hacia las personas). La praxis de la Comunión en la mano durante estos cincuenta años ha llevado a una profanación con y sin intención del cuerpo eucarístico de Cristo a un nivel sin precedentes. Durante más de cincuenta años, el Cuerpo de Cristo ha sido (en su mayor parte involuntariamente) pisoteado por el clero y los laicos en las iglesias católicas de todo el mundo. El robo de hostias consagradas también ha aumentado a un ritmo alarmante. La práctica de tomar la Sagrada Comunión directamente con las manos se asemeja cada vez más al gesto habitual de comer. En no pocos católicos, la práctica de recibir la comunión en la mano ha debilitado la fe en la Presencia Real, en la transubstanciación y en el carácter divino y sublime de la Sagrada Hostia. La presencia eucarística de Cristo, con el tiempo, se ha convertido inconscientemente para estos fieles en una especie de pan sagrado o símbolo. Ahora el Señor ha intervenido y ha privado a casi todos los fieles de asistir a la Santa Misa y de recibir la Sagrada Comunión de forma sacramental.

Los inocentes y los culpables están soportando esta tribulación juntos, ya que en el misterio de la Iglesia todos están mutuamente unidos como miembros: Y si un miembro sufre, todos sufren con él (1 Cor 12, 26). El cese actual de la Santa Misa y la Sagrada Comunión de manera pública podría ser entendido por el papa y los obispos como una amonestación divina por los últimos cincuenta años de profanaciones y trivializaciones eucarísticas y, al mismo tiempo, como un llamamiento misericordioso a una auténtica conversión eucarística de toda la Iglesia. Que el Espíritu Santo toque el corazón del papa y los obispos y los mueva a emitir normas litúrgicas concretas para que la adoración eucarística de toda la Iglesia pueda purificarse y orientarse nuevamente hacia el Señor.

Podríamos sugerir que el papa, junto con cardenales y obispos, lleve a cabo un acto público de reparación en Roma por los pecados contra la Sagrada Eucaristía y por el pecado de los actos de veneración religiosa a las estatuas de la Pachamama. Una vez que la tribulación actual haya pasado, el papa debería emitir normas litúrgicas concretas, en las que invite a toda la Iglesia a volver al Señor en forma de celebración, es decir, celebrante y fiel en la misma dirección durante la oración eucarística. El papa también debería prohibir la práctica de la comunión en mano, ya que la Iglesia no puede continuar sin castigo por tratar de una manera tan minimalista y superficial al Santo de los Santos en la pequeña Hostia consagrada.

Esta oración de Azarías en la hoguera, que todo sacerdote dice durante el rito del ofertorio de la misa, podría inspirar al papa y a los obispos a acciones concretas de reparación y restauración de la gloria del sacrificio eucarístico y el Cuerpo Eucarístico del Señor: Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que este sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos, y buscamos tu rostro; no nos defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor. (Daniel 3, 39-43, Septuaginta).

Publicado por Diane Montagna en The Remnant.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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