Un monseñor italiano que trabaja en la Secretaría de Estado y vive desde hace tiempo en Santa Marta, la residencia papal, ha sido hospitalizado diagnosticado como infectado por Covid-19, informó ayer Marco Tosatti en Stilum Curiae.
Ya son cinco los contagios ‘oficiales’ en el Vaticano, un Estado tan diminuto que cabe dentro de una ciudad, y con lo que probablemente sea la población media más anciana del planeta, principal grupo de riesgo en esta pandemia.
Este último caso es más grave, y no solo porque haya necesitado hospitalización (en un hospital italiano: el Vaticano no cuenta con las instalaciones sanitarias adecuadas), sino porque el afectado vive en la misma casa que el Papa, la residencia Casa Santa Marta, y el pontífice, a sus 83 años y al que hemos visto estrechando manos y recibiendo a gente hasta hace muy poco, corre un riesgo considerable de contagio.
La entrada, ya innegable, de virus en la residencia papal debería tener consecuencias inmediatas y visibles. Siendo un hotel, de seguir las recomendaciones sanitarias que se aplican en la ‘vecina’ Italia y en buena parte del mundo, el edificio debería cerrarse inmediatamente. Pero, ¿cómo se hace eso cuando uno de los ‘huéspedes’ es el Vicario de Cristo, padre de los católicos de todo el mundo?
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