En un mensaje, el purpurado norteamericano aboga por la celebración de los sacramentos y anima a los fieles a entronizar el Sagrado Corazón de Jesús en sus casas.
«Así como hemos encontrado maneras de proveer alimentos, medicinas y otras necesidades en plena crisis sanitaria, sin arriesgar irresponsablemente de propagar del virus, así también podemos encontrar maneras de satisfacer las necesidades de nuestra vida espiritual», dice el cardenal Raymond Leo Burke en su mensaje sobre el coronavirus.
El prelado estadounidense asegura que se puede proporcionar «más oportunidades» para la misa y las devociones en las que pueden participar los fieles «sin violar las precauciones necesarias contra la propagación del contagio».
«Muchas de nuestras iglesias y capillas son muy grandes», dice Burke, haciendo posible que «un grupo de fieles se reúna para orar y rendir culto sin violar los requisitos de la “distancia social”.
También se atreve a sugerir ideas para celebrar el sacramento de la confesión. «El confesionario con la pantalla tradicional generalmente está equipado o, si no, puede equiparse fácilmente con un velo delgado que puede tratarse con desinfectante, de modo que el acceso al Sacramento de la Confesión sea posible sin grandes dificultades y sin peligro de transmitir el virus», propone Burke.
«Si una iglesia o capilla no tiene suficiente empleados como para poder desinfectar regularmente los bancos y otras superficies, no tengo dudas de que los fieles, en agradecimiento por los dones de la Sagrada Eucaristía, la Confesión y la devoción pública, ayudarán con mucho gusto», asegura.
Mensaje sobre el combate contra el coronavirus-COVID-19
Queridos amigos,
Desde hace algún tiempo, hemos estado en combate contra la propagación del coronavirus, COVID-19. Por todo lo que podemos decir, y una de las dificultades del combate es que aún queda mucho por aclarar sobre la peste, la batalla continuará por algún tiempo. El virus involucrado es particularmente insidioso, ya que tiene un período de incubación relativamente largo, algunos dicen 14 días y otros 20 días, y es altamente contagioso, mucho más contagioso que otros virus que hemos experimentado.
Uno de los principales medios naturales para defendernos contra el coronavirus es evitar cualquier contacto cercano con los demás. Es importante, de hecho, mantener siempre una distancia, algunos dicen que una yarda (metro) y otros dicen seis pies (dos metros) – lejos del otro, y, por supuesto, evitar reuniones de grupo, es decir, reuniones en las que las personas están muy cerca unas de otras. Además, dado que el virus se transmite por pequeñas gotas emitidas cuando uno estornuda o se suena la nariz, es fundamental lavarse las manos con frecuencia con jabón desinfectante y agua tibia durante al menos 20 segundos y usar desinfectante para manos y toallitas. Es igualmente importante desinfectar las mesas, sillas, repisas, etc., sobre las cuales estas gotitas pueden haber caído y desde las cuales son capaces de transmitir el contagio por algún tiempo. Si estornudamos o nos sonamos la nariz, se nos aconseja usar un pañuelo facial de papel, descartarlo de inmediato y luego lavarnos las manos. Por supuesto, aquellos que son diagnosticados con el coronavirus aquello a los cuales se les ha diagnosticado el virus deben ser puestos en cuarentena, y aquellos que no se sienten bien, incluso si no se les ha diagnosticado que padecen el coronavirus, deben, por caridad hacia los demás, permanecer en casa, hasta que se siente mejor
Viviendo en Italia, en donde la propagación del coronavirus ha sido particularmente letal, especialmente para los ancianos y para aquellos que ya se encuentran en un estado de salud delicada, me siento edificado por el gran cuidado que los italianos toman para protegerse a sí mismos y a los demás del contagio. Como ya habrán leído, el sistema de salud en Italia está puesto severamente a prueba en su esfuerzo de proporcionar la hospitalización necesaria y el tratamiento de cuidados intensivos para los más vulnerables. Les ruego rezar por los italianos y, en modo especial, por aquellos para quienes el coronavirus puede ser fatal, bien como por aquellos encargados de su asistencia. Como ciudadano de los Estados Unidos, he estado siguiendo la situación de la propagación del coronavirus en mi tierra natal y sé que las personas que viven en los Estados Unidos están cada vez más preocupadas de detener su propagación, por temor que una situación como la de Italia se repita en casa.
Toda esta situación ciertamente nos conduce a una profunda tristeza y también al temor. Nadie quiere contraer la enfermedad relacionada con el virus o que alguien la contraiga. Especialmente no queremos que nuestros seres queridos mayores u otras personas que sufren de salud corran peligro de muerte por la propagación del virus. Para luchar contra la propagación del virus, todos estamos en una especie de retiro espiritual forzado, confinados entre paredes, y privados de la posibilidad de mostrar señales habituales de afecto a familiares y amigos. Para quienes están en cuarentena, el aislamiento es claramente aún más severo, al no poder tener contacto con nadie, ni siquiera a distancia.
Como si la enfermedad asociada con el virus no fuera suficiente para preocuparnos, no podemos ignorar la devastación económica que ha causado la propagación del virus, con sus graves efectos en los individuos y las familias, y en aquellos que nos sirven de muchas maneras en nuestro vida diaria. Por supuesto, nuestros pensamientos no pueden evitar incluir la posibilidad de una devastación aún mayor de la población de nuestras patrias e, incluso, del mundo.
Ciertamente, tenemos razón en informarnos y en emplear todos los medios naturales para defendernos del contagio. Es un acto fundamental de caridad utilizar todos los medios prudentes para evitar contraer o propagar el coronavirus. Sin embargo, los medios naturales para prevenir la propagación del virus deben respetar lo que necesitamos para vivir, por ejemplo, el acceso a alimentos, agua y medicamentos. El Estado, por ejemplo, en su imposición de restricciones cada vez mayores sobre el movimiento de las personas, permite que las personas puedan ir al supermercado y a la farmacia, respetando las precauciones de distanciamiento social y el uso de desinfectantes por parte de todos los involucrados.
Al evaluar lo que se necesita para vivir, no debemos olvidar que nuestra primera consideración ha de ser nuestra relación con Dios. Recordamos las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio según Juan: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él» (14, 23 ) Cristo es el Señor de la naturaleza y de la historia. Él no està ni distante ni se ha desinteresado de nosotros y del mundo. Nos ha prometido: «he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). En el combate al mal del coronavirus, nuestra arma más efectiva es, por lo tanto, nuestra relación con Cristo a través de la oración y de la penitencia, de las devociones y de la sacra adoración. Nos volvemos a Cristo para liberarnos de la peste y de todo daño y Él nunca deja de responder con amor puro y desinteresado. Por eso mismo nos es esencial en todo momento, y sobre todo en tiempos de crisis, tener acceso a nuestras iglesias y capillas, a los sacramentos, a las oraciones y devociones públicas.
De la misma manera que podemos comprar alimentos y medicinas con cuidado de no propagar el coronavirus al hacerlo, también debemos poder orar en nuestras iglesias y capillas, recibir los sacramentos y participar en actos de oración pública y devoción, para que reconozcamos la cercanía de Dios con nosotros y permanezcamos cerca de Él, invocando en modo adecuado Su ayuda. Sin la ayuda de Dios, estamos de veras perdidos. Históricamente, en tiempos de pestilencia, los fieles se reunían en fervientes oraciones y participaban en procesiones. De hecho, en el Misal Romano promulgado por el Papa San Juan XXIII en 1962, hay textos especiales para la Santa Misa a ser ofrecida en tiempos de pestilencia, la Misa votiva para la liberación de la muerte en tiempos de pestilencia (Missae Votivae ad Diversa , n. 23). Del mismo modo, en la letanía tradicional de los santos, rezamos: «¡De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos, oh Señor!».
A menudo, cuando nos encontramos en un gran sufrimiento e incluso debiendo enfrentar la muerte, nos preguntamos: «¿Dónde está Dios?» Pero la verdadera pregunta es: «¿Dónde estamos nosotros?» En otras palabras, Dios está seguramente con nosotros para ayudarnos y salvarnos, especialmente en el momento de una prueba severa o de la muerte, pero con frecuencia nosotros estamos muy lejos de Él debido a nuestra incapacidad para reconocer nuestra total dependencia de Él y, por lo tanto, para rezarle diariamente y ofrecerle nuestra adoración.
En estos días he escuchado tantos católicos devotos que están profundamente tristes y desanimados por no poder rezar y adorar en sus iglesias y capillas. Entienden la necesidad de observar las distancias físicas y seguir las otras precauciones, y respetan estas prácticas prudenciales, lo que pueden hacer fácilmente en sus lugares de culto. Pero, frecuentemente tienen que aceptar el profundo sufrimiento de ver sus iglesias y capillas cerradas, y de no tener acceso a la Confesión y a la Santísima Eucaristía.
Del mismo modo, una persona de fe no puede considerar la actual calamidad en la que nos encontramos sin considerar también cuán distante está nuestra cultura popular de Dios. No solo es indiferente a Su presencia en medio de nosotros, sino que es abiertamente rebelde hacia Él y hacia el buen orden con el que nos ha creado y nos sostiene en el ser. Basta pensar en los ataques violentos generalizados contro la vida humana, masculina y femenina, que Dios ha hecho a su propia imagen y semejanza (Gn 1, 27), ataques contra los no nacidos inocentes e indefensos y contra aquellos que deben ocupar el primer lugar en nuestros cuidados, aquellos que están fuertemente atribulados por enfermedades graves, años avanzados o necesidades especiales. Somos testigos cotidianos de la propagación de la violencia en una cultura que no respeta la vida humana.
Del mismo modo debemos pensar en el ataque generalizado contra la integridad de la sexualidad humana, nuestra identidad como hombre o mujer que, con el pretexto de poder definirla nosotros mismos, la pretendemos distinta de la que Dios nos ha dado, y ello, a menudo, empleando medios violentos. Somos testigos con una cresciente preocupación del efecto devastador en los individuos y las familias de la llamada «teoría de género».
También somos testigos, incluso dentro de la Iglesia, de un paganismo que rinde culto a la naturaleza y a la tierra. Hay quienes dentro de la Iglesia se refieren a la tierra como a nuestra madre, como si viniéramos de la tierra y ésta fuera nuestra salvación. Pero venimos de las manos de Dios, Creador del Cielo y la Tierra. Solo en Dios encontramos la salvación. Decimos con las palabras divinamente inspiradas del salmista: “Solo [Dios] es mi roca y mi salvación; él es mi protector. ¡Jamás habré de caer!” (Sal 62 [61], 6). Vemos cómo la propia vida de la fe se ha vuelto cada vez más secularizada y, por lo tanto, ha comprometido el señorío de Cristo, Dios Hijo encarnado, Rey del Cielo y de la Tierra. Somos testigos de muchos otros males que proceden de la idolatría, de la adoración a nosotros mismos y a nuestro mundo, en lugar de adorar a Dios, la fuente de todo ser. Tristemente vemos en nosotros mismos la verdad de las palabras inspiradas de San Pablo “contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia”: “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén” (Rom 1, 18. 25).
Muchos con quienes estoy en comunicación, reflexionando sobre la actual crisis de salud mundial con todos sus efectos concomitantes, me han expresado la esperanza de que ella nos llevará, como individuos, familias, y sociedad, a reformar nuestras vidas, a recurrir a Dios que seguramente está cerca de nosotros y que es inconmensurable e incesante en Su misericordia y amor hacia nosotros. No hay duda de que grandes males como las pestes son efecto del pecado original y de nuestros pecados actuales. Dios, en su justicia, debe reparar el desorden que el pecado introduce en nuestras vidas y en nuestro mundo. De hecho, él cumple las demandas de la justicia con su misericordia superabundante.
Dios no nos ha dejado en el caos y la muerte, que el pecado ha introducido en el mundo, sino que ha enviado a Su Hijo unigénito, Jesucristo, a sufrir, morir, resucitar de entre los muertos y ascender en gloria a Su diestra, para permanecer con nosotros siempre, purificándonos del pecado e inflamándonos con su amor. En su justicia, Dios reconoce nuestros pecados y la necesidad de su reparación, mientras que en su misericordia nos derrama la gracia de arrepentirnos y reparar. El profeta Jeremías oró: “Reconocemos, oh Señor, nuestra impiedad, la iniquidad de nuestros padres, pues hemos pecado contra ti», pero inmediatamente continúa su oración: «por amor a tu nombre, no deshonres el trono de tu gloria; acuérdate, no anules tu pacto con nosotros”(Jer 14, 20-21).
Dios nunca nos da la espalda; Él nunca romperá su pacto de amor fiel y duradero con nosotros, a pesar de que con tanta frecuencia somos indiferentes, fríos e infieles. Mientras el sufrimiento actual nos revela tanta indiferencia, frialdad e infidelidad de nuestra parte, estamos llamados a recurrir a Dios y rogar por su misericordia. Debemos estar seguros de que nos escuchará y nos bendecirá con sus dones de misericordia, perdón y paz. Debemos unir nuestros sufrimientos a la Pasión y Muerte de Cristo y así, como dice San Pablo, «completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). Viviendo en Cristo, conocemos la verdad de nuestra oración bíblica: “La salvación de los justos viene de Yahveh, él su refugio en tiempo de angustia” (Sal 37 [36], 39). En Cristo, Dios nos ha revelado completamente la verdad expresada en la oración del salmista: “Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan” (Sal 85 [84], 10).
En nuestra cultura totalmente secularizada, hay una tendencia a ver la oración, las devociones y la adoración como cualquier otra actividad, por ejemplo, ir al cine o a un partido de fútbol, lo cual no es esencial y, por lo tanto, puede cancelarse por precaución para frenar la propagación de un contagio mortal. Pero la oración, las devociones y la adoración, sobre todo, la Confesión y la Santa Misa, son esenciales para que podamos mantenernos sanos y fuertes espiritualmente, y para que busquemos la ayuda de Dios en un momento de gran peligro para todos. Por lo tanto, no podemos simplemente aceptar las determinaciones de gobiernos seculares que consideran la adoración a Dios al par que ir a un restaurante o a una competencia deportiva. De lo contrario, las personas que ya sufren tanto por los resultados de la peste se ven privadas de esos encuentros abiertos con Dios, que está en nuestro medio para restaurar la salud y la paz.
Nosotros, obispos y sacerdotes, debemos explicar públicamente la necesidad que los católicos tienen de rezar y de rendir culto en las iglesias y capillas, de hacer procesiones por las calles pidiendo la bendición de Dios sobre el pueblo que sufre tan intensamente. Tenemos que insistir en que las medidas tomadas por el Estado, aunque sean también por el bien del Estado, reconozcan la importancia única de los lugares de culto, especialmente en tiempos de crisis nacional e internacional. En el pasado, los gobiernos han entendido la importancia de la fe, de la oración y de la devoción para superar una situación de peste.
Así como hemos encontrado maneras de proveer alimentos, medicinas y otras necesidades en plena crisis sanitaria, sin arriesgar irresponsablemente de propagar del virus, así también podemos encontrar maneras de satisfacer las necesidades de nuestra vida espiritual. Podemos proporcionar más oportunidades para la Santa Misa y para las devociones en que los fieles pueden participar sin violar las precauciones necesarias contra la propagación del contagio. Muchas de nuestras iglesias y capillas son muy grandes. Permiten que un grupo de fieles se reúna para orar y rendir culto sin violar los requisitos de la “distancia social”. El confesionario con la pantalla tradicional generalmente está equipado o, si no, puede equiparse fácilmente con un velo delgado que puede tratarse con desinfectante, de modo que el acceso al Sacramento de la Confesión sea posible sin grandes dificultades y sin peligro de transmitir el virus. Si una iglesia o capilla no tiene suficiente empleados como para poder desinfectar regularmente los bancos y otras superficies, no tengo dudas de que los fieles, en agradecimiento por los dones de la Sagrada Eucaristía, la Confesión y la devoción pública, ayudarán con mucho gusto.
Incluso si, por alguna razón, no podemos tener acceso a iglesias y capillas, debemos recordar que nuestros hogares son una extensión de nuestra parroquia, una pequeña Iglesia en la que podemos acoger a Cristo, preparando el encuentro con Él en la Iglesia más grande. Dejemos que nuestros hogares, durante este tiempo de crisis, reflejen la verdad de que Cristo es el invitado de honor en cada hogar cristiano. Volvamos a Él a través de la oración, especialmente el Rosario, y de otras devociones. Si la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, junto con la imagen del Inmaculado Corazón de María, aún no está entronizada en nuestro hogar, ahora sería el momento de hacerlo. El lugar de la imagen del Sagrado Corazón será para nosotros un pequeño altar doméstico, en el que nos reunimos, conscientes de que Cristo vive con nosotros a través del Espíritu Santo en nuestros corazones. Coloquemos nuestros corazones, a menudo pobres y pecaminosos, en Su glorioso Corazón perforado, siempre abierto para recibirnos, sanarnos de nuestros pecados y llenarnos de amor divino. Si desea entronizar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, le recomiendo el manual «La Entronización del Sagrado Corazón de Jesús», disponible a través del Apostolado Catequista Mariano. También está disponible en polaco y eslovaco.
Para aquellos que no pueden tener acceso a la Santa Misa y a la Sagrada Comunión, recomiendo la práctica devota de la Comunión Espiritual. Cuando estamos en condiciones de recibir la Sagrada Comunión, es decir cuando estamos en estado de gracia, cuando no somos conscientes de ningún pecado mortal que hayamos cometido y por el que aún no hemos sido perdonados en el Sacramento de la Penitencia, y deseamos recibir a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión, pero estamos incapacitados de hacerlo, nos podemos unir espiritualmente al Santo Sacrificio de la Misa, rezando a Nuestro Señor Eucarístico con las palabras de San Alfonso Marí Liguori: “Como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente en mi corazón”. La comunión espiritual es una hermosa expresión de amor por Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. No dejará de traernos abundantes gracias.
Asimismo, cuando somos conscientes de haber cometido un pecado mortal y no podemos tener acceso al Sacramento de la Penitencia o Confesión, la Iglesia nos invita a realizar un acto de contrición perfecta, es decir de pena por el pecado, que “Surge de un amor por el cual Dios es amado por encima de todo”. Un acto de contrición perfecta “obtiene el perdón de los pecados mortales si incluye la firme resolución de recurrir a la confesión sacramental lo antes posible” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1452). Un acto de contrición perfecta dispone nuestra alma para la comunión espiritual.
Come siempre, fe y razón trabajan juntas para proporcionar una solución justa y correcta a un desafío difícil. Debemos usar la razón, inspirada por la fe, para encontrar la manera correcta de enfrentar esta pandemia mortal. Esa manera debe dar prioridad a la oración, a la devoción y a la adoración, a la invocación de la misericordia de Dios sobre su pueblo que tanto sufre y está en peligro de muerte. Hechos a imagen y semejanza de Dios, disfrutamos de los dones del intelecto y del libre albedrío. Usando estos dones dados por Dios, unidos a los dones, también dados por Dios, de la Fe, la Esperanza y el Amor, encontraremos nuestro camino en estos tiempos de prueba universal que tanta tristeza y miedo está causando.
Podemos contar con la ayuda y la intercesión de la gran hueste de nuestros amigos celestiales, con quienes estamos íntimamente unidos en la Comunión de los Santos: la Virgen María Madre de Dios, los santos Arcángeles y Ángeles Guardianes, San José, verdadero Esposo de la Virgen María y Patrono de la Iglesia Universal, San Roque, a quien invocamos en tiempos de epidemia, y los otros santos y beatos a quienes recurrimos regularmente en oración. Todos están a nuestro lado. Nos guían y nos aseguran constantemente que Dios nunca dejará de escuchar nuestra oración. Él responderá con su inconmensurable e incesante misericordia y amor.
Queridos amigos, les ofrezco estas breves reflexiones, profundamente consciente de cuánto están sufriendo por la pandemia de coronavirus. Espero que ellas puedan serles de ayuda. Sobre todo, espero que les inspiren a recurrir a Dios en oración y adoración, cada uno según sus posibilidades, y así experimenten Su cura y su paz. Con las reflexiones les envío la promesa que los recordaré todos los dias en mis oraciones y penitencias, especialmente en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
Les pido por favor que se acuerden de mí en sus oraciones.
Vuestro en el Sagrado Corazón de Jesús, en el Inmaculado Corazón de María y en el más puro Corazón de San José,
Raymond Leo Cardenal BURKE
21 de marzo de 2020
Fiesta de San Benito Abad
Ayuda a Infovaticana a seguir informando
Enfermos, es para denunciaros! lo de Infovaticana no me lo puedo creer. todos sois unos carcas viejos, ojalá vayáis y os infectéis pero haced el favor de moriros en casa y no ocupar camas en un hospital
Vale, todo lo que quieras tú. Pero suéltalo poniéndote el codo, hombre, que nos rocías, caramba…
Pues venga, denuncia. Atrevete. Flatus vocis…, miles gloriosus….
«pedro», no sé lo enfermos que estaremos pero tu desde luego estás enfermo de odio y miedo irracional. ¿Son enfermos los que van a por el pan o el periódico, a la compra necesaria o a trabajar bajo condiciones? ¿Poniendo los medios adecuados se pueden hacer unas cosas y no otras?
Que sigues saliendo a por pan y a por el periodico? Pero que entiendes tu por no salgas de casa y sal solo a por lo imprescindible!
Los estancos, quioscos y panaderías están abiertos por el mismo decreto que declara cerradas las tiendas de ropa (por ejemplo). Insustancial.
Alejandro , que te quedes en tu pu casa, me niego a seguir discutiendo con un encefalograma plano
El que no tiene el Espíritu no puede aceptar lo que viene del Espíritu de Dios, pues le parece una locura. Y tampoco las puede entender, porque solo los que son espirituales pueden entender lo que el Espíritu de Dios quiere decir.
(1 Corintios 2:14)
Pobre Pedro, estas muerto de miedo, parece que la misa por internet no te está haciendo efecto. Lo único que quieres es asegurarte una cama en el hospital. Bueno pues otros lo que quieren es asegurarse una Eucarístia, ¿ porque ?, porque es nuestra vida, recibir al Señor, nos da la Vida, nos quita el miedo, no nos sentimos sólos, y sobre todo nos da la fuerza para amar a los demás.
Los obispos deberían saber que hay gente como tu y gente como yo, lo mismo en el caso de los sacerdotes, ojalá hubieran dejado libertad a los sacerdotes para elegir si quieren celebrar la misa con fieles o nó. Siempre guardando las medidas preventivas, no habria ningún problema, porque seguramente seriamos pocos. Prefiero que te quedes tu con la cama y yo con la Eucaristía.
Y usted, arrepiéntase y vaya a confesarse después de escribir esto. Juicios temerarios son pecado.
Gracias cardenal burke por sus palabras
Es un consuelo que siga habiendo pastores fieles que guien el rebaño
Cuando se quiere se encuentra la forma de hacer las cosas
por favor, salga a la calle, vaya a misa por mi, a poder ser varias veces al día…yo dejaré que Darwin actúe, pero no se preocupe, que usted irá al cielo, y con un poco de suerte, bastante rápido, eso si, no vaya al hospital, y después de ir a misa, visite a sus amigos, que necesitarán de sus palabras
un saludo afectuoso en el señor
¡Cómo amas a tu prójimo, pedro, es impactante tu deseo de bien! Date cuenta que toda tu ira al que más perjudica es a ti mismo, pues no hallarás verdadera paz en tu corazón, hasta que no ames como Jesús quiere. Lo tuyo es pose, pedro. Cuando aprendas a amar de verdad, podremos ponerte una P mayúscula en tu nombre. Hasta ese día estarás lleno de ira. Tú eliges.
Muchas gracias pedro tu comentario viniendo de ti es un elogio.
Procura llegar tu tambien al cielo
«yo dejaré que Darwin actúe,»
De gloria se ha cubierto el sujeto este. Darwin actúa en la enfermedad. Le pone velitas? De traca.
I R E S P O N S A B L E
A falta de una erre es menos, ¿no?
Muchas gracias pedro tu comentario viniendo de ti es un elogio.
Procura llegar tu tambien al cielo
Claro que sí. Pero aquí nos encontramos con pastores fariseos y cobardes
Falso canali, según creo: tienes mente dicotómica, a veces muy propia de falta de fe verdadera. La mente dicotómica suele ser racionalista y , si acepta la fe, lo hace con muchas reticencias y adaptándola. No se trata de Fe o de razón, la religión católica es la de las ilativas: Fe y razón, Dios y hombre (Cristo), Escritura y Tradición, etc. etc. Ya lo decía muy bien Nicolas de Cusa: Dios es unión de contrarios (aparentes).-
Muchas gracias. Me has recordado al converso Vittorio Messori, al que gusta recordar que el Catolicismo no es la religión del aut aun, sino del et et, las ilativas que has citado y otras como naturaleza y gracia, cuerpo y alma, persona y sociedad, trinidad y unidad, tradición y progreso, papado y episcopado, filiación y fraternidad, justicia y misericordia, teología y magisterio, sacerdocio común y sacerdocio ministerial, matrimonio y celibato, nación y recepción, sonrisas y lágrimas, oración y acción, alegría y cruz, fiesta y penitencia, hijos y padres, etc etc. Todas las ideologías cojean porque niegan algunas de esas ilaciones.
Perdón, aut aut.
Burke viejo ridículo. Con tal de desafiar a su Conferencia Episcopal es capaz de condenar a otros. Cuanta irresponsabilidad Dios mío. Menos mal la mayoría de nuestros obispos tienen sentido común y están haciendo las cosas bien.
La misa se sigue por televisión o internet y debemos rezar más en nuestras casas.
Si tan responsable eres tu, supongo que no se te ocurrirá salír a comprar comida. O en realidad eres un hipócrita, que solo te preocupa tu barriga.
En frase acuñada: verdades como puños. Eso es lo que nos brinda el Cardenal Burke y que coincide con lo que muchos fieles piensan. Hay medios para poder hacer las cosas, la Eucaristía y la Confesión son necesarias. No vamos, como suelen decir los americanos, a los «servicios religiosos». Nuestro lugar de culto no es sólo un local, un templo, es un lugar habitado, un lugar en que Cristo está realmente presente. Cambia mucho. Finalmente un gran aplauso (pocos aplausos podemos dar hoy a los eclesiásticos, sin entrar a juzgarlos, por supuesto) al Cardenal, como a los sanitarios e, incluso más allá del mérito de estos: «…no temáis a los que matan el cuerpo…», por supuesto desde la prudencia y los medios adecuados.
Apuesta ……eso no es católico …
Los que piensan asi dudan de la obra divina. Los sacramentos son medios ordinarios, pero se les olvida que Dios tiene todos los medios extraordinarios para comunicar la gracia divina.
La Eucaristía no tiene nada de ordinario, es el milagro mas Extraordinario del mundo, si a Ud. le parece que un trozo de pan y un poco de vino se transformen en Dios es algo ordinario, o no cree en ello y entonces tendrá que hacerse protestante, o la otra opción prefiero no ponerla. Y el segundo milagro de la Eucaristía es que unos pobres seres mortales podamos comernos a Dios aunque sea con aspecto de pan, y recibir a Dios dentro de nosotros….
Miren, quedense todos Uds. con las camas, con los médicos, con los respiradores, yo me quedo con la Eucarístia.
Totalmente de acuerdo con ???
Pero vaya estos modernistas anquilosados en filosofías ambientalistas y demás; Entenderán el milagro eucarístico? Pienso que
no. Para ellos es mejor confíar en los hombres que en Dios.
Mil gracias por sus palabras Cardenal, ha sido de gran Consuelo para mi alma saber que usted habla por todos los que estamos sufriendo no sólo por el coronavirus sino sobre todo por el dolor en el alma al frjar de recibir los Sagrados Sacramentos que nos alimentan. Es un sufrimiento desolador y pido a Dios para que sean muchos más los que glorifoquen a Dios como usted lo hace.
Totalmente de acuerdo con ???
Pero vaya estos modernistas anquilosados en filosofías ambientalistas y demás; Entenderán el milagro eucarístico? Pienso que
no. Para ellos es mejor confíar en los hombres que en Dios.
Burle, de los pocos cardenales católicos que nos quedan! Sus palabras me traen sensatez en esta vorágine de miedo y pérdida del sentido sobrenatural en nuestra fe católica
Bien lo dijo Nuestro Señor Jesucristo, No solo de pan vive el hombre…. están matando lo poco que queda de fe y alejando gracias por la supresión del Santo Sacramento, la jerarquía eclesiástica ha enfrentado cobardemente la pandemia,
Hay tantas maneras de poder guardar un distanciamiento social adentro de una iglesia, se incrementan las misas hasta unas 4 diarias por sacerdote, las celebraciones se pueden limitar a pocas personas muy distantes, créanme estoy más cerca de otros en el supermercado que lo que estaría en una misa, en fin hay maneras, faltan verdaderos jerarcas, buenos pastores que cuiden del rebaño y no que lo abandonen, desacralizándo lo más santo qué hay, el mensaje que envían al rebaño que de por si está perdido en el mundo es aterrador, la verdadera Iglesia no debe ver El Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo en el Santo Sacrificio (VIVO Y ETERNO) como algo prescindible
Perfecto tu comentario ???. Pedo I El Cruel y Apestoso se quedará con la cama de hospital aunque tenga que empujar a una vieja para conseguirla y hará la danza del fuego alrededor del totem de Darwin (esperemos que por lo menos se ponga un taparrabos). Nosotros, como bien dice Burke con la separación exigida, acudiremos en persona a las Iglesias
En la epoca de la pesta negra, no era asi. Los Santos se quedaban en las cruces de calles a celebrar misas. La gente DENTRO sus casas a escuchar. Comunion espiritual.