El Vaticano ha anunciado cuál será el asunto a tratar en el próximo sínodo general de obispos previsto para 2022: la sinodalidad.
En la página oficial del Vaticano, el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los obispos, ha anunciado que el Papa ha convocado para el mes de octubre de 2022 la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos bajo el epígrafe: ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’.
Un sínodo sobre los sínodos, pues, aunque nunca se sabe, porque el Sínodo de la Juventud, que durante las ruedas de prensa de las sesiones parecía tratar de aspectos que tenían que ver solo tangencialmente con la juventud, acabó consistiendo en algo que tampoco tenía nada que ver con ella y ni siquiera con lo tratado en las sesiones, sino con esta misma sinodalidad a la que ahora se va a dedicar un ¿segundo? sínodo. Eso lleva a que sea legítimo preguntarse sobre qué tratará realmente.
Pero es cierto que la ‘sinodalidad’, la idea de una Iglesia descentralizada en la que los episcopados nacionales tenga una mayor participación y un mayor peso en las decisiones, y mayor autonomía en el diseño de la acción pastoral ha sido una de las ideas fuerza de este pontificado casi desde el primer día. El sínodo del 2022 podría usarse para ‘ponerle patas’ a esta idea, concretar su alcance y su funcionamiento concreto. Podría.
El problema es que llevamos ya algunos años en esta sinodalidad incoada y el resultado parece ser exactamente el contrario a una descentralización o a una participación. De hecho, si los Papas anteriores ejercían su obligada potestad sobre la doctrina y la disciplina eclesiástica, Francisco impone incluso su estilo, sus frases, sus latiguillos y sus obsesiones políticas sobre los obispos del mundo entero. Nunca, que recuerde, ha existido tal uniformidad en la jerarquía o, al menos, al frente de las conferencias episcopales.
La excepción es Alemania, pero este caso es síntoma de otro fallo del sistema: la falta de comunión. El ‘camino sinodal’ emprendido por la Iglesia en Alemania, que se prevé dure tres años, aborda asuntos de moral sexual y disciplina eclesiástica que están absolutamente fuera de sus competencias y cuyas conclusiones pretenden explícitamente hacer vinculantes.
En los próximos años, pues, deberá ir perfilándose qué idea tiene el Santo Padre en la cabeza al elegir este tema para el sínodo de 2022, que será, como ha sido en todos los sínodos anteriores, la que acabe imponiéndose. Surgida, naturalmente, de las discusiones libres de los obispos.
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