«Me asusta cuando escucho algunos discursos de ciertos líderes de las nuevas formas de populismo»

Vatican Media
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«Se me hace estar oyendo discursos que sembraron miedo y luego odio en la década de los años 30 del siglo pasado».

Lo dijo ayer el Papa Francisco en el marco del viaje que emprendió a Bari, para clausurar el encuentro de obispos del Mediterráneo que ha tenido lugar estos días en la ciudad italiana.

Les ofrecemos el discurso del Santo Padre, publicado en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

Queridos hermanos:

Me alegra encontraros y os agradezco a cada uno de vosotros el haber aceptado la invitación de la Conferencia Episcopal Italiana para participar en este encuentro que reúne a las Iglesias del Mediterráneo. Y mirando hoy esta iglesia [la Basílica de San Nicolás], recuerdo el otro encuentro, el que tuvimos con los jefes de las Iglesias cristianas – ortodoxas, católicas … – aquí en Bari. Es la segunda vez en pocos meses que se tiene un gesto de unidad como este: aquella fue la primera vez, después del gran cisma, en que estábamos todos juntos; y ésta es la primera vez de todos los obispos de las costas del Mediterráneo. Creo que podríamos llamar a Bari la capital de la unidad, de la unidad de la Iglesia ―¡si Monseñor Cacucci lo permite!― Gracias por la acogida, Excelencia, gracias.

Cuando, en su momento, el cardenal Bassetti me presentó la iniciativa, la acepté inmediatamente con alegría, viendo en ella la posibilidad de iniciar un proceso de escucha y diálogo, mediante el cual contribuir a la construcción de la paz en esta zona destacada del mundo. Por esta razón, quería estar presente y dar testimonio del valor que tiene el nuevo paradigma de fraternidad y colegialidad, del cual vosotros sois expresión. Me gusta esa palabra que habéis agregado al diálogo: convivialidad.

Considero significativa la decisión de celebrar este encuentro en la ciudad de Bari, tan importante por los lazos que mantiene tanto con Oriente Medio como con el continente africano, signo elocuente de cuán arraigadas están las relaciones entre pueblos y tradiciones diferentes. Además, la diócesis de Bari siempre ha mantenido vivo el diálogo ecuménico e interreligioso, trabajando incansablemente para establecer lazos de estima y de fraternidad mutua. No es casualidad que haya elegido reunirme aquí, hace un año y medio, ―como ya dije― con los responsables de las comunidades cristianas de Oriente Medio, para un momento importante de diálogo y comunión, que ayudase a las Iglesias hermanas a caminar juntas y a sentirse más cercanas.

En este contexto particular, os habéis reunido para reflexionar sobre la vocación y el destino del Mediterráneo, sobre la transmisión de la fe y la promoción de la paz. El Mare nostrum es el lugar físico y espiritual en el que se formó nuestra civilización, como resultado del encuentro de diferentes pueblos. Precisamente en virtud de su conformación, este mar obliga a las culturas y a los pueblos costeros a una proximidad constante, invitándolos a hacer memoria de lo que tienen en común y a recordar que sólo viviendo en armonía pueden disfrutar de las oportunidades que ofrece esta región desde el punto de vista de los recursos, de la belleza del territorio y de las diversas tradiciones humanas.

En nuestros días, la importancia de esta región no ha disminuido como consecuencia de las dinámicas determinadas por la globalización; al contrario, esta última ha acentuado el rol del Mediterráneo como encrucijada de intereses y acontecimientos relevantes desde un punto de vista social, político, religioso y económico. El Mediterráneo sigue siendo un área estratégica, cuyo equilibrio también manifiesta sus efectos en otras partes del mundo.

Se puede decir que sus dimensiones son inversamente proporcionales a su tamaño, lo que nos lleva a compararlo, más que a un océano, a un lago, como ya lo hizo Giorgio La Pira. Llamándolo “el gran lago de Tiberíades”, sugirió una analogía entre el tiempo de Jesús y el nuestro, entre el ambiente en que Él se movía y el que viven los pueblos que hoy lo habitan. Y así como Jesús obraba en un contexto heterogéneo de culturas y creencias, nos situamos en un marco multiforme y poliédrico, golpeado por divisiones y desigualdades, lo que aumenta su inestabilidad. En este epicentro de profundas líneas de ruptura y de conflictos económicos, religiosos, confesionales y políticos, estamos llamados a ofrecer nuestro testimonio de unidad y paz. Lo hacemos a partir de nuestra fe y de la pertenencia a la Iglesia, preguntándonos qué contribución podemos ofrecer, como discípulos del Señor, a todos los hombres y mujeres de la zona mediterránea.

La transmisión de la fe sólo puede sacar fruto del patrimonio del que el Mediterráneo es depositario. Es un patrimonio custodiado por las comunidades cristianas, que se reaviva a través de la catequesis y la celebración de los sacramentos, la formación de conciencias y la escucha personal y comunitaria de la Palabra del Señor. De modo particular, la experiencia cristiana encuentra en la piedad popular una expresión tan significativa como indispensable: de hecho, la devoción del pueblo es principalmente una expresión de fe sencilla y genuina. Y sobre esto, me gusta mencionar a menudo esa joya que es el número 48 de la Evangelii nuntiandi sobre la piedad popular, donde san Pablo VI cambia el nombre de “religiosidad” en “piedad”, y donde se presentan sus riquezas y también sus carencias. Ese número debe servirnos de guía para el anuncio del Evangelio a todos los pueblos.

En esta región, un depósito de gran potencialidad es también el artístico, que combina los contenidos de la fe con la riqueza de las culturas y con la belleza de las obras de arte. Es un patrimonio que atrae continuamente a millones de visitantes de todo el mundo y que debe preservarse cuidadosamente, como un legado precioso que ha sido recibido “en préstamo” y que debe entregarse a las generaciones futuras.

En este contexto, el anuncio del Evangelio no puede separarse del compromiso por el bien común y nos empuja a actuar como perseverantes constructores de la paz. Hoy el área del Mediterráneo está amenazada por muchos focos de inestabilidad y guerra, tanto en Oriente Medio como en varios Estados del norte de África, y también entre diferentes grupos étnicos o grupos religiosos y confesionales. Tampoco podemos olvidar el conflicto, aún sin resolver, entre israelíes y palestinos, con el peligro de soluciones no equitativas y, por lo tanto, amenazantes de nuevas crisis.

La guerra, que destina los recursos a la compra de armas y la fuerza militar, desviándolos de las funciones vitales de una sociedad, como el apoyo a las familias, a la salud y a la educación, es contraria a la razón, según la enseñanza de san Juan XXIII (cf. Carta enc. Pacem in terris, 114, 126). En otras palabras, es una locura, porque es irracional destruir casas, puentes, fábricas, hospitales, matar personas y aniquilar recursos en vez de construir relaciones humanas y económicas. Es un sinsentido al que no podemos resignarnos: la guerra nunca puede confundirse con la normalidad, ni ser aceptada como una forma ineludible para regular las divergencias y los intereses opuestos. Jamás.

El objetivo final de toda sociedad humana sigue siendo la paz, tanto que se puede reiterar: «No hay alternativa posible a la paz».[1] No existe una alternativa sensata a la paz, porque cada proyecto de explotación y supremacía degrada a quien golpea y a quien es golpeado, y revela una concepción miope de la realidad, puesto que priva del futuro no sólo al otro, sino también a uno mismo. La guerra se presenta como el fracaso de todo proyecto humano y divino: basta con visitar un lugar o una ciudad, escenarios de conflicto, para darse cuenta de cómo, a causa del odio, el jardín se convierte en una tierra desolada e inhóspita y el paraíso terreno en un infierno. Y a esto me gustaría agregar el grave pecado de hipocresía, cuando en las conferencias internacionales, en las reuniones, muchos países hablan de paz y luego venden armas a los países que están en guerra. Esto se llama la gran hipocresía.

La construcción de la paz, que la Iglesia y todas las instituciones civiles deben sentir siempre como prioridad, tiene la justicia como premisa esencial. Esta es pisoteada cuando se ignoran las necesidades de las personas y prevalecen los intereses económicos partidistas sobre los derechos de los individuos y de la comunidad. La justicia se ve obstaculizada, además, por la cultura del descarte, que trata a las personas como si fueran cosas, y que genera y aumenta las desigualdades; así que, de modo escandaloso, en las costas del mismo mar viven sociedades de la abundancia y otras en las que muchos luchan por la supervivencia. Las innumerables obras de caridad, educación y capacitación realizadas por las comunidades cristianas contribuyen decisivamente a contrastar esta cultura. Y cada vez que las diócesis, parroquias, asociaciones, voluntarios ―el voluntariado es uno de los grandes tesoros de la pastoral italiana― o particulares trabajan para sostener a quienes están abandonados o necesitados, el Evangelio adquiere una nueva fuerza de atracción.

En la búsqueda del bien común —que es otro nombre de la paz— se debe asumir el criterio indicado por el mismo La Pira: dejarse guiar por las «expectativas de los pobres».[2] Este principio —que jamás puede ser identificable en base a cálculos o a razones de conveniencia—, si se toma en serio, permite un cambio antropológico radical, que hace a todos más humanos.

Por otra parte, ¿para qué sirve una sociedad que siempre logra nuevos resultados tecnológicos, pero que se vuelve menos solidaria con quien pasa necesidad? En cambio, con el anuncio del Evangelio, nosotros transmitimos la lógica por la cual no hay últimos y nos esforzamos por garantizar que la Iglesia, las Iglesias, a través de un compromiso cada vez más activo, sea signo de la atención privilegiada a los pequeños y los pobres, porque «los miembros que parecen más débiles son necesarios» (1 Co 12,22) y, «si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26).

Entre los que más sufren en el área del Mediterráneo, están los que huyen de la guerra o dejan su tierra en busca de una vida humana digna. El número de estos hermanos —obligados a abandonar sus seres queridos y la patria, y a exponerse a condiciones extremadamente precarias— ha aumentado a causa del incremento de los conflictos y las dramáticas condiciones climáticas y ambientales de zonas cada vez más grandes. Es fácil predecir que este fenómeno, con su dinámica histórica, marcará la región mediterránea, por lo que los Estados y las comunidades religiosas no pueden encontrarse desprevenidos. Están involucrados los países transitados ​​por los flujos migratorios y los de destino final, pero también los gobiernos y las iglesias de los Estados de origen de los migrantes, que con la partida de muchos jóvenes ven empobrecido su futuro.

Somos conscientes de que en diferentes contextos sociales existe un sentido de indiferencia e incluso de rechazo, que hace pensar en la actitud, estigmatizada en muchas parábolas evangélicas, de aquellos que se cierran en su propia riqueza y autonomía, sin darse cuenta de quién está pidiendo ayuda con palabras o simplemente con su estado de indigencia. Se abre paso una sensación de miedo que lleva a elevar las defensas frente a lo que se presenta de manera instrumentalizada como una invasión. La retórica del choque de civilizaciones sólo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio. El incumplimiento o, en cualquier caso, la debilidad de la política y el sectarismo son causas del radicalismo y del terrorismo. La comunidad internacional se ha quedado en intervenciones militares, mientras que debería construir instituciones que garanticen la igualdad de oportunidades y lugares donde los ciudadanos tengan la posibilidad de asumir el bien común.

Por nuestra parte, hermanos, alcemos la voz para pedir a los gobiernos que defiendan las minorías y la libertad religiosa. La persecución, cuyas víctimas son sobre todo —pero no sólo— las comunidades cristianas, es una herida que nos desgarra el corazón y no puede dejarnos indiferentes.

Al mismo tiempo, no aceptemos nunca que quien busca la esperanza cruzando el mar muera sin recibir ayuda o que quien viene de lejos sea víctima de explotación sexual, sea explotado o reclutado por las mafias.

Por supuesto, la hospitalidad y la integración digna son etapas de un proceso difícil; sin embargo, es impensable poder enfrentarlo levantando muros. Me asusta cuando escucho algunos discursos de ciertos líderes de las nuevas formas de populismo, se me hace estar oyendo discursos que sembraron miedo y luego odio en la década de los años 30 del siglo pasado. Como dije, este proceso de hospitalidad y digna integración es impensable poder afrontarlo levantando muros. De esta manera, más bien se impide el acceso a la riqueza que trae el otro y que siempre constituye una oportunidad de crecimiento. Cuando se renuncia al deseo de comunión, inscrito en el corazón del hombre y en la historia de los pueblos, se va en contra del proceso de unificación de la familia humana, que ya se está abriendo camino a través de mil adversidades. La semana pasada, un artista de Turín me envió un cuadrito, hecha con la técnica de la quemadura de la madera, de la huida a Egipto y había un san José, no tan tranquilo como estamos acostumbrados a verlo en las estampitas religiosas, sino un san José con la actitud de un refugiado sirio, con el niño sobre sus hombros: muestra el dolor, sin endulzar el drama, del Niño Jesús cuando tuvo que huir a Egipto. Es lo mismo que está sucediendo hoy.

El Mediterráneo tiene una vocación peculiar en este sentido: es el mar del mestizaje, «culturalmente siempre abierto al encuentro, al diálogo y a la inculturación mutua».[3] La pureza de las razas no tiene futuro. El mensaje del mestizaje nos dice mucho. Mirar al Mediterráneo, por lo tanto, representa un potencial extraordinario: no dejemos que una percepción contraria se difunda a causa de un espíritu nacionalista; es decir, que los Estados menos accesibles y geográficamente más aislados sean privilegiados. Sólo el diálogo nos permite encontrarnos, superar prejuicios y estereotipos, hablarnos y conocernos mejor. El diálogo y la otra palabra que escuché hoy: convivialidad. Una oportunidad particular, en este sentido, está representada por las nuevas generaciones, cuando se les garantiza el acceso a los recursos y se les coloca en las condiciones para convertirse en protagonistas de su camino; entonces se revelan como la savia capaz de generar futuro y esperanza. Este resultado es posible sólo cuando hay una acogida no superficial, sino sincera y compasiva, practicada por todos y en todos los ámbitos, en lo cotidiano de las relaciones interpersonales, así como en lo político e institucional, y promovida por aquellos que crean cultura y tienen una responsabilidad más relevante ante la opinión pública.

Para quien cree en el Evangelio, el diálogo no sólo tiene un valor antropológico, sino también teológico. Escuchar al hermano no es solamente un acto de caridad, sino también una forma de disponernos para oír al Espíritu de Dios, quien ciertamente actúa en el otro y habla más allá de las fronteras, donde a menudo estamos tentados a encadenar la verdad. Además, conocemos el valor de la hospitalidad: «Por ella algunos, sin saberlo hospedaron a ángeles» (Hb 13,2).

Es necesario desarrollar una teología de la acogida y del diálogo que reinterprete y vuelva a proponer la enseñanza bíblica. Puede elaborarse sólo si se hace todo lo posible por dar el primer paso y no se excluyen las semillas de la verdad que los otros también tienen. De esta manera, la comparación entre los contenidos de las diferentes religiones puede referirse no sólo a las verdades creídas, sino a temas específicos, que se convierten en puntos relevantes de toda la doctrina.

Con demasiada frecuencia, la historia ha conocido contrastes y luchas, basados ​​en la persuasión distorsionada de que estamos defendiendo a Dios ante quien no comparte nuestra creencia. En realidad, los extremismos y los fundamentalismos niegan la dignidad del hombre y su libertad religiosa, causando una decadencia moral y alentando una concepción antagónica de las relaciones humanas. Además, es por esta razón que se necesita con urgencia un encuentro más vivo entre las diferentes religiones, impulsado por un respeto sincero y por una apuesta por la paz.

Dicho encuentro surge de la conciencia, establecida en el Documento sobre la fraternidad, firmado en Abu Dabi, de que «las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común». Incluso, con referencia a la ayuda a los pobres y a la acogida a los migrantes, se puede lograr una colaboración más activa entre los grupos religiosos y las diferentes comunidades, de modo que el diálogo esté animado por propósitos comunes y acompañado por un compromiso activo. Los que juntos se ensucian las manos para construir la paz y la acogida, ya no podrán combatir por razones de fe, sino que recorrerán los caminos del diálogo respetuoso, de la solidaridad mutua y de la búsqueda de la unidad. Y lo contrario es lo que sentí cuando fui a Lampedusa, esa actitud de indiferencia: en la isla había hospitalidad, pero luego en el mundo la cultura de la indiferencia

Estos son los deseos que quiero comunicarles, queridos hermanos, al concluir el encuentro fructuoso y vivificante de estos días. Os encomiendo a la intercesión del apóstol Pablo, que cruzó por primera vez el Mediterráneo, afrontando peligros y adversidades de todo tipo para llevar a todos el Evangelio de Cristo. Que su ejemplo os muestre los caminos para continuar el compromiso alegre y liberador de transmitir la fe en nuestro tiempo.

Como envío, os entrego las palabras del profeta Isaías, para que os den esperanza y valentía, como también a vuestras respectivas comunidades. Ante la desolación de Jerusalén después del exilio, el profeta no dejó de vislumbrar un futuro de paz y prosperidad: «Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones» (Is 61,4). Esta es la tarea que el Señor os confía para esta amada zona del Mediterráneo: reconstruir los lazos que se han roto, levantar las ciudades destruidas por la violencia, hacer florecer un jardín donde hoy hay terrenos áridos, infundir esperanza a quienes la han perdido y exhortar a los que están encerrados en sí mismos a no temer a su hermano. Y contemplar esto, que ya se ha convertido en un cementerio, como lugar de futura resurrección para toda el área. Que el Señor acompañe vuestros pasos y bendiga vuestra obra de reconciliación y de paz. Gracias.


[1] Discurso como conclusión del diálogo con los responsables de las Iglesias y de las comunidades cristianas de Oriente Medio, Bari, 7 julio 2018.

[2] G. La Pira, «Le attese della povera gente», en Cronache sociali 1/1950.

[3] Ibíd.

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Comentarios
24 comentarios en “«Me asusta cuando escucho algunos discursos de ciertos líderes de las nuevas formas de populismo»
  1. Francisco. Bienvenido al mundo de los sustos. A mí también me horroriza el proselitismo del pachamamismo, del ecumenismo, de todos tus «ismos» y mira…lo voy llevando, aunque mal. No te vas a morir por oír cosas contra Soros o la Greta.
    ¿No hay que aceptar a todos? Pues ánimo y a predicar con el ejemplo, qué se te tiene que notar mas la universidad que el sectarismo.

  2. Si está escrito que el primer mandamiento dice que amaras al Señor tu Dios con toda tu alma y con toda tu mente.
    Y me pregunto yo: ¿Me puede quedar tiempo y lugar en mi alma y en mi mente para amar a otros dioses que no sean mi Dios y Señor?

    El segundo mandamiento semejante al primero, pero no igual, dice: Amaras al prójimo como a ti mismo. Y aquí el dilema, no ya en saber quién es mi prójimo; sino en saber cómo me amo yo para que así pueda yo amar a mi prójimo, sin quitar o poner sea, al primero o al segundo.

    Y si digo: Yo me amo en modo y manera de terminar con este mi triste peregrinar en este mundo que mi Dios y Señor rechaza; pues sabido es que en la justicia del bien amar, mi Dios y Señor, me ofrece otro mejor.

    En la justicia de dejar de sufrir de éste mi mal caminar que, es la contraria a la del Dios mi Señor: ¿Puedo yo hacer lo que esté en mi deseo y poder, en justicia del justo amar, terminar con este mi doloroso peregrinar?

  3. ¿Cómo es que nunca mencionas la tira nía bru tal de Ma duro ó la del régi men chi no al que has entregado a la Iglesia católica china, que ahora padece su perse cución y mal trato? ¿Cómo no lo ves, Pa pa Fran cisco? ¿Cómo nadie de tu entorno te dice que debes purificar tu mente de la influencia ideológica en la que vives? ¿No te das cuenta que la doc trina de Jesu cristo queda muy por encima de cualquier doctrina humana?
    ¡Señor, ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad!

  4. Yo sólo veo odio por parte de la izquierda. Y de eso ni mu. En cuanto a lo de la inmigración, con lo del coronavirus lo lleva claro. Y lo del mestizaje mediterráneo, debe referirse al imperio romano y sus legiones e terminando indígenas.

  5. Francisco, hipocritón, no te acuerdas de haber recibido a Lula, el gan populista, a Evo Morales, narcopopulista, y a Maduro, el narcopopulista totalitario,

  6. Si se extiende el Coronavirus, lo primero que hay que detener es la emigración descontrolada. Como de costumbre, Francisco en su burbuja monotemática de mariposas y unicornios multicolores. ¿Qué te hace la Agenda Global para que vayas contra toda lógica?

  7. efectivamente, Papa Francisco. A mi también me asustan los discursos populistas, básicamente, como los tuyos. Me asustan, más exactamente, me enfadan, por no decir otra palabra. Porque tus discursos son buena muestra del populismo y mundonismo, y globalismo socialista (dicen progresismo), pasos por un camino por el que estás metiendo a la Iglesia. Solo añado una cosa: quien da malos pasos acaba en malos caminos. Tú, papa Francisco, desaparecerás, y la Iglesia continuará y se reconstituirá después de tu populismo.

  8. Y a mí, y a muchísimos más, que nos asusta cada vez que abre la boca el …. el PAPA.
    Y antes, que las palabras del Papa eran mi alimento espiritual… ¡Quién lo iba a decir!

  9. Pero señor mío ,a que viene esta fijación contra Europa?.Que credibilidad tiene esta crítica obsesiva contra un conjunto de países donde todo el mundo quiere venir porque sus habitantes son las personas que mejor viven del planeta?.Acaso no debiera quien hace esta crítica corrosiva e irracional atender aunque sea por una sola vez a las razones que argumentan aquellas naciones quien más claro tienen el concepto o de solidaridad ?.
    Hombre ,se lo ruego,no sea usted así.No se fijo únicamente en quien mejor lo hace y vuelque sobre el toda insidia y sin embargo fíjese y azuze a otros que permiten que sus seguidores vidria mueran por las calles,tengan que rebuscar en basuras para comer etc etc.Mire tiene en quien fijarse:Venezuela,China,la India (lo de la India es terrible),Rusia,Corea del norte,Méjico,todas las dictaduras de Africa etc.Pienso que hay mucho donde corregir.Pero ,Europa?.Son ganas de hacer el ridiculo.

  10. En esta página se comenta así? Que nivel!!! Madre mía, claro está la libertad de expresión y cada uno se cree juez y dice estas cosas, seguiré la palabra de Dios, prefiero misericordia y no sacrificios. Y si hablas a favor eres de los nuestros si hablas en contra eres horrible. Que Nivel!!!! Que vocabulario. Gracias a Dios que no piensa como el hombre!!! Gracias

    1. Historia eclesial.
      Efectivamente. Lo ha entendido usted perfectamente. En esta página a todos los que apuestan por el primaverío eclesial, por el ecumenismo con quien sea y a costa de lo que sea, por el pachamamarrerío, pues le diremos que eso no es lo que predicó Jesús. Le guste o no.
      Y tiene razón. Gracias a que Dios no piensa como los primaverales ecuménico-pachamámicos.
      Saludos!

  11. Pues habrá que definir el término «populismo», pues suena a tener mucho que ver con «zeitgeist», «aggiornamento», «actualización», etc.

  12. Una pena que Francisco I no tenga una grabadora para escucharse a sí mismo. ¿Se asustaría? Porque está claro que los discursos que no asustan a Francisco I son los de los dictadores comunistas, como Maduro, el indio Morales (depuesto), Lula (depuesto), los sucesores de los Castro en Cuba… Tampoco le asustan los alegatos de los musulmanes. Pero lo que sí que le escandaliza de verdad son, por ejemplo, quienes rezan el Rosario, a los que él llama «cuenta rosarios»…

    Así, al porteño le deberían de preocupar más sus diarios desbarres, a cual más disparatado, en lugar de ver siempre la paja en el ojo ajeno…

    1. Eso de defender el mestizaje a la fuerza, no ya solo racial, sino religioso,es lo que no tiene futuro,espero que siga siendo opcional y no obligatorio, todo se andará, quizás pretenda por la vía del ecumenismo progre hacer un enjuague con el islam: Recordar que desde la época romana el Mediterráneo era el mar latino, el mare nostrum y después el mar cristiano, hasta que el islam arrasó todo el norte de África e invadió a la España visigoda y el sur de Italia.
      Dice que la paz es el bien absoluto, y eso es otra herejía mas a contabilizar, y que la alternativa a esta paz es la guerra y hay que decir que esta paz de los cementerios no es el bien absoluto, ya dijo Jesús que el vino a la tierra a provocar la división en la sociedad y en las familias. y es que era el símbolo de la contradicción, y ese símbolo no es otro que la Verdad, verdad que está siendo pisoteada por esta iglesia enferma.

  13. Os resumo a Grancisco: Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano (porque me niego a usar para este sujeto el término correcto de Iberoamericano y mucho menos Hispanoamericano). La miríada de complejos de inferioridad que asolan su cerebelo dan para una legión de Freuds.

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