San Gregorio y el coronavirus de su tiempo

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Por Roberto de Mattei.

(Correspondencia Romana)- El coronavirus, también conocido como COVID-19 y cuyo origen desconocemos, así como los verdaderos datos en cuanto a su difusión y posibles consecuencias, está envuelto en un halo de misterio. Lo que sí sabemos es que las pandemias siempre se han considerado a lo largo de la historia como flagelos divinos, y que el único remedio que ofrece la Iglesia es la oración y la penitencia.

Así sucedió en Roma en el año 590, cuando San Gregorio Magno, de la familia senatorial de la gens Anicia, fue elegido papa con el nombre de Gregorio I (540-604).

Italia se hallaba convulsionada por enfermedades, carestía, agitación social y la devastadora invasión lombarda. Entre los años 589 y 590, una epidemia de peste, la temible lues  inguinaria, tras haber devastado el territorio de Bizancio en Oriente y el de los francos en Occidente, se desencadenó sobre la ciudad de Roma. Los habitantes de la urbe vieron en dicha epidemia un castigo divino por la corrupción de la ciudad.

La primera víctima que segó la peste en Roma fue el papa Pelagio II, que falleció el 5 de febrero del año 590 y fue sepultado en San Pedro. El clero y el senado romanos eligieron como sucesor a Gregorio, que tras haber sido prefectus urbis, vivía en su celda monástica del monte Celio. Después de ser consagrado el 3 de octubre, el nuevo pontífice tuvo que afrontar el flagelo repentino de la peste. San Gregorio de Tours (538-594), contemporáneo y cronista de aquellos sucesos, cuenta que en un memorable sermón predicado en la iglesia de Santa Sabina Gregorio invitó a los romanos a imitar, contritos y penitentes, el ejemplo de los ninivitas: «Mirad a vuestro alrededor y ved la espada de la ira de Dios desenvainada sobre todo el pueblo. La muerte nos arrebata repentinamente del mundo sin concedernos un instante de tregua. ¡Cuántos en este mismo momento están  en poder   del mal a nuestro alrededor sin poder pensar siquiera en la penitencia!»

Así pues, el Papa los exhortó a alzar la mirada a Dios, que permite tan tremendos castigos para corregir a sus queridos hijos. A fin de aplacar la cólera divina mandó celebrar una letanía septiforme, es decir, una procesión de toda la población romana, dividida en siete cortejos con arreglo a su sexo, edad y condición social. La procesión partió de las diversas iglesias romanas en dirección a la basílica vaticana entonando las letanías en su recorrido por la Ciudad Eterna. Éste es el origen de las letanías mayores o rogaciones de la Iglesia, con las que imploramos a Dios que nos salve de adversidades. Los siete cortejos avanzaban entre los edificios de la antigua urbe, descalzos, a paso lento y con la cabeza cubierta de ceniza. Mientras avanzaban en medio de un silencio sepulcral, la epidemia se agravó al extremo de que en el breve espacio de una hora ochenta personas cayeron muertas al suelo. Con todo, San Gregorio no dejó por un momento de exhortar al pueblo para que siguiese rezando y pidió que un cuadro de Nuestra Señora de Araceli, pintada por el evangelista San Lucas, encabezara la procesión (Gregorio de Tours, Historiae Francorum, libro X, 1).

La Leyenda Áurea, compendiode tradicionestransmitidas desde los primeros siglos de la era cristiana compilado por Jacobo de la Vorágine, narra que a medida que avanzaba la imagen, el aire se iba volviendo más limpio y saludable y se disolvían los pestíferos miasmas, como si no pudieran soportar la sagrada presencia. Cuando llegaron al puente que comunica la ciudad con el mausoleo de Adriano, conocido en el Medioevo como Castellum Crescentii, de repente, se oyó a un coro de ángeles que cantaban: «¡Regina Cœli, laetare, Alleluja / Quia quem meruisti portare, Alleluja / Resurrexit sicut dixit, Alleluja!» A lo que San Gregorio respondió en voz alta: «¡Ora pro nobis rogamus, Alleluia!» Fue así como nació el Regina Cœli, la antífona con la que en el tiempo pascual saluda la Iglesia a María Reina con motivo de la resurrección del Salvador.

Terminado el canto, los ángeles se colocaron en círculo en torno al cuadro y San Gregorio Magno, alzando los ojos, vio en lo alto del castillo a un ángel exterminador que, tras limpiar la espada chorreante de sangre la enfundaba en señal de haber cesado el castigo. «TuncGregorius vidi super Castrum Crescentiiangelum Domini qui glaudiumcruentatumdetergens in vagina revocabat: intellexitque Gregorius quod pestisilla cessasset et sic factum est. Unde et castrum illud castrum Angeli deincepsvocatum est». Comprendio San Gregorio que la peste había llegado a su fin, y desde entonces el castillo fue conocido como Castillo del Santo Ángel (Leyenda Áurea, Jacobo de la Vorágine).

El papa Gregorio fue más tarde canonizado y proclamado Doctor de la Iglesia, y pasó a la historia con el sobrenombre de Magno. Después de su muerte los romanos comenzaron a llamar al mausoleo de Adriano con el nombre de Castillo del Santo Ángel, y en recuerdo del prodigio instalaron en lo alto una estatua de San Miguel enfundando su espada. En el Museo Capitolino se conserva todavía una piedra circular con la impronta de los pies que, según la tradición, habría dejado el Arcángel cuando se detuvo para anunciar el fin de la epidemia. El cardenal César Baronio, conocido por su rigor uno de los mayores historiadores de la Iglesia, confirma la aparición del Arcángel en el techo del castillo (Odorico Ranaldi, Annali ecclesiastici tratti da quelli del cardinal Baronio, anno 590, Appresso Vitale Mascardi, Roma 1643, pp. 175-176).

Es preciso señalar que el Ángel, gracias a la invocación de San Gregorio, envainó la espada. Esto quiere decir que la había desenvainado antes para castigar los pecados del pueblo romano. Los ángeles son en realidad ejecutores de los castigos de Dios sobre los pueblos, como nos recuerda la dramática visión del Tercer Secreto de Fátima, exhortándonos al arrepentimiento: «Vimos un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda que despedía unas llamas que parecía que fueran a incendiar el mundo. Pero se apagaron al entrar en contacto con el esplendor que irradiaba hacia él desde la mano derecha de Nuestra Señora. Y señalando a la Tierra con la mano derecha, el ángel exclamó con voz sonora: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”»

¿Guarda alguna relación la propagación del coronavirus con la visión del Tercer Secreto? Ya se verá. En todo caso, la exhortación a la penitencia sigue siendo el remedio primordial que nos garantiza la salvación, tanto en el tiempo como en la eternidad. Las palabras de San Gregorio Magno deben seguir resonando en nuestro corazón: «¿Qué decir de los terrible sucesos que hemos presenciado sino que son presagio de la ira futura? Meditad, pues, carísimos hermanos, con suma atención en aquel día. Enmendad vuestra vida. Cambiad vuestras costumbres. Venced con todas vuestras fuerzas la tentación del mal. Expiad con lágrimas los pecados cometidos».

De estas palabras, y no del sueño de la Amazonia felix, tiene hoy necesidad la Iglesia, que se nos muestra tal como la veía San Gregorio en su tiempo: «Nave vetusta y tremendamente desvencijada: las olas penetran por todas partes, las maderas están podridas, y es zarandeada por la violenta y diaria tempestad, presagiando el naufragio» (Registrum I, 4 ad Ioann. episcop. Constantinop.). Entonces la Divina Providencia suscitó un piloto que, como afirma San Pío X, supo «llevarla a puerto entre aquel oleaje proceloso, guardándola de futuras tormentas.»  (Encíclica Jucunda sane del 12 de marzo de 1904).

Publicado por Roberto de Mattei en Correspondencia Romana.

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Comentarios
12 comentarios en “San Gregorio y el coronavirus de su tiempo
    1. Pero esto es injusto. El coronavirus ¿no es hermano nuestro de la naturaleza? Si mata ¿no es que cumple con fidelidad su finalidad? ¿Por qué odiamos, tememos y rechazamos a un hijo de la Pachamama? Felices deberíamos de estar porque un hijo de nuestra Gran Madre nos visita, tal es el gran honor que merecemos, y gustosos damos nuestra vida por ello… adiós paella, adiós cervecita, adiós pincho de tortilla… 😂 😂 😂

  1. Excelente y muy oportuno artículo. Quiera Dios que el mundo comience a tomar conciencia de tantos pecados que estamos cometiendo. Oración y penitencia.

  2. Cómo me gustan los historiadores rigurosos que dan cuenta de las marcas de pisada angelicales.
    De cierto, la mayor parte de los historiadores de la Iglesia son así de rigurosos, empezando por Eusebio, patrono y numen de todos ellos.

    1. Creo que es el momento de rezar muchísimo las cuentas del Santo Rosario deben pasar por nuestras manos muchas veces al día, hay que asistir a la Santa Misa lo más seguido que se pueda y recibir al Señor en la comunión pidiéndole a El y a su Santísima Madre por la conversión de los pecadores.
      También hay que hacer penitencia

  3. Lo curioso es que Roma si sabía de Cristo, gran diferencia. China NO quiere saber de Cristo, por lo que los cristianos que contraigan la epidemia sabrán a quién encomendarse, los que no creen, empezando por el gobierno, pues ahí verán que pueden seguir haciendo…

  4. Si fuese un castigo en cierta zona del Trastevere romano no quedarían ni las moscas… No iba a empezar por China.
    Pero igual es interesante como esperan un castigo inmenso sin darse cuenta de que puede empezar por ustedes.
    Sin comentarios esto de asociar la enfermedad a un castigo divino.

  5. Don Roberto de Mattei, siempre fabuloso. Es importante recordar que la historia se repite. No hay otra : como Jonas anunciando PENITENCIA Y CONVERSION… Esperemos Que en esta próxima Cuaresma muchos nos comprometamos a hacer penitencia. Son tiempos muy duros de APOSTASIA y desórdenes morales de todo tipo. Si puede ser que las epidemias, guerras, revoluciones y tanto odio sean consecuencia de que los Mandamientos de Dios son olvidados y que se hayan invertido los fundamentos de la moral. Dios perdona y es misericordioso pero tenemos que poner de nuestra parte.

  6. Es interesante la imagen de Dios que tienen algunos parece que fuera un viejito bonachon que le diera lo mismo cualquier cosa el bien y el mal y que deja a la humanidad a su suerte sin correccion ni guia

  7. Se nos ha olvidado rezar, aunque, si rezamos, se nos ridiculiza desde arriba diciendo que nuestra oración es la del fariseo, como si conocieran el interior de nuestros corazones. En compensación se nos invita a acoger, discernir, integrar .., a todos, menos a los católicos, cuya rigidez es parodiada y condenada. ¡ Bendita y salvífica rigidez, que rechaza las tragaderas vigentes a todo tipo de aberraciones !

  8. Nuestros antepasados sufrieron peores males, como la peste y normalmente veían en esos males como una prueba de Dios. Lo primero que hacían era hincar las rodillas para pedir por aquellos que padecían el mal y también pedir a Dios que les apartara de ese mal. Luego no dejaban la caridad, ayudando a quienes padecían el mal; y no ahora, que se alejan y solo buscan su seguridad. Estamos en un mundo que se está deshumanizando y no estamos al lado del que sufre. Eso muy triste. A rezar más y a vivir más la caridad con los enfermos.

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