Alberto Fernández, presidente de Argentina, debe de ser uno de los casos previstos por la exhortación papal Amoris Laetitia, porque comulgó junto a su tercera pareja, la periodista y actriz Fabiola Yáñez, en una misa celebrada en el Vaticano por su compatriota el obispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.
Caso por caso y discerniendo, suponemos. La ironía de este caso en concreto, señalada por Bruno M. en su blog de Infocatólica, es que ese mismo día Su Santidad dedicaba su homilía a lamentar el caso de quienes asisten a Misa los domingos y se llaman a sí mismos cristianos, pero han “perdido la conciencia del pecado”. Añadió que esos cristianos necesitan tener a alguien que les dijera la verdad y deseó que el Señor les enviara “un profeta” que los “abofetee un poco” cuando se deslizan “en esta atmósfera donde todo parece ser legítimo».
Para mayor abundamiento, la primera lectura correspondía al pasaje en el que el rey David se encapricha con la mujer de su general Urías y planea su muerte para quedarse con su viuda.
Si el peronista Fernández es uno de esos casos especiales en los que el adulterio no solo no es pecado, sino algo ‘querido’ por Dios, también lo es de esos mandatarios a los que Su Santidad rodea de gestos de simpatía y cariño. No en vano los responsables del partido de Fernández presumían de contar con el apoyo del Santo Padre en las recientes elecciones en las que salió derrotado el ex presidente Macri.
Pese a recibir el Sacratísimo Cuerpo y la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo junto a la tumba del primer Papa, el Apóstol San Pedro, el presidente Fernández prepara como una de las primeras medidas de su gobierno la legalización del aborto en uno de los últimos países de Occidente donde aún era ilegal. Pero, ¿quiénes somos nosotros para juzgar?
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