Francisco compara a Trump con Herodes

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En la tertulia con jesuitas durante su último viaje apostólico, el Santo Padre hizo una transparente referencia a Trump, sin citarlo, comparándolo con el rey Herodes, responsable de la Matanza de los Inocentes, en un juicio que contrasta tanto con sus enseñanzas sobre la maledicencia como con su total ausencia de críticas a líderes políticos bastante más asimilables al monarca idumeo.

A estas alturas de la película, creo que ya queda bastante claro que Su Santidad tiene cierta tendencia a adaptar su mensaje a las audiencias de cada momento, y que podría establecerse una especie de ‘ranking’ de comunicaciones alarmantes o, si se prefiere, ‘noticiosas’. Hasta hace poco, pensaba que la cota máxima estaba en las ruedas de prensa en vuelo, esos ‘ad libitum’ papales en los que Francisco improvisa para la prensa religiosa internacional con resultados frecuentemente ambiguos.

Pero hay un foro en el que el Santo Padre es todavía más audaz en sus planteamientos, menos sujeto por la prudencia, por encontrarse más en confianza o por suponer en sus oyentes un mayor entusiasmo por la ‘revolución’: las tertulias con jesuitas en sus diferentes viajes apostólicos.

La última, en su viaje a Tailandia y Japón, no ha decepcionado en este sentido: pueden leerla íntegra aquí, cortesía del padre Antonio Spadaro, director del órgano jestuita La Civiltà Cattolica.

Hay tanto ahí que siempre se hace necesario un artículo distinto para analizar cada asunto del que trata, pero aquí voy a referirme a un comentario muy breve. Dice el Santo Padre: Debo reconocer que ciertas narrativas sobre las fronteras que escucho en Europa me escandalizan. El populismo está tomando fuerza. Por otra parte, hay muros que separan incluso a los hijos de sus padres. Me viene a la mente Herodes.

No es muy difícil reconocer la referencia, porque solo hay un líder que aparezca de continuo en los grandes medios como el responsable de una política de control de fronteras que separa a los hijos de los padres. Es, por lo demás, una de sus personales ‘bestias negras’, de quien dijo en su día que no era cristiano: Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

Por supuesto, es una caricatura de las muchas que venden los grandes medios, no tanto porque la política de deportaciones de Trump no produzca casos de separación de padres e hijos cuanto porque es en este resultado idéntica a la de Barak Obama, a quien nadie -empezando por Su Santidad- acusa de semejante ‘crimen’.

El Papa no es solo Vicario de Cristo, sino también jefe de un Estado reconocido en el concierto internacional. En ese sentido, comparar al mandatario del país más poderoso de la tierra con el ‘malo’ por excelencia del relato evangélico navideño parece de una torpeza inaudita. Pero ese no es nuestro terreno, e incluso aplaudiríamos su valentía de ser mínimamente justa.

Pero no lo es. Es un juicio terrible para venir de un Papa, comparar con el rey que quiso matar a Jesús, y en el proceso masacró a la población infantil de Belén, al líder democráticamente electo de un país con abundancia de católicos que aportan, por cierto, desproporcionadamente a los gastos del Vaticano. Buena o mala, la política que aplica Trump no es excepcional, ni en el espacio -comparada con la de otros países- ni en el tiempo, como hemos visto en la referencia a Obama. Sobre todo, contrasta un juicio moral tan inusitadamente duro hacia Trump con la resuelta negativa a condenar regímenes y líderes bastante más opresivos, arbitrarios y represivos que el americano, como el chino, el venezolano, el cubano o el nicaragüense, por no hablar de los fundamentalismos islámicos de los que nunca ha dicho una mala palabra.

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