La nómina de participantes en el Sínodo de la Amazonía, que incluye no cristianos y ateos, ha convencido a muchos de que el Instrumentum laboris no es en absoluta una excentricidad, sino que recoge fielmente lo que va a significar esta reunión como ‘revolución’ dentro de la Iglesia.
Si uno entiende la ‘tradición’, no como la define la Iglesia, sino como la presentan los entusiastas de la ‘renovación’, como un apego enfermizo a usos pasados y superados en la Iglesia, hay que reconocer que no ha habido pontificado tan ‘tradicional’ como este en mucho tiempo.
Naturalmente, Tradición, como una de las fuentes de la Revelación, no significa eso; significa las verdades inmutables transmitidas que no cubre por completo o claramente la Escritura. Pero en ese otro sentido, en el de meros usos superados del pasado, comportamientos de la jerarquía que se creía haber dejado definitivamente atrás, tenemos casos sorprendentes en este papado.
Por ejemplo, esto de invitar a Ban ki-moon, secretario general de esas Naciones Unidas a las que los católicos, al decir del Santo Padre, “debemos obediencia” pese a su entusiasmo abortista y anticristiano, a un sínodo de obispos católicos, ¿no recuerda al emperador Constantino convocando el Concilio de Nicea? ¿Qué pinta Ban ki-moon en una reunión en la que se definirán cuestiones internas de disciplina y pastoral católicas? Al menos, Constantino, aunque no se bautizara sino en su lecho de muerte, profesaba la fe. Pero, ¿el economista americano Jeffrey Sachs? ¿Qué tiene que decirle a los fieles? ¿Y el profesor ateo Hans J. Schellnhuber?
Parece una vuelta al cesaropapismo, cuando los poderes civiles ejercían su influencia en la Iglesia. Aunque en esas épocas felizmente superadas el césar era, al menos nominalmente, cristiano y compartía la misma fe.
Otro uso condenado que ha vuelto es el Patronato Regio: el derecho del rey o de algún noble de intervenir en la elección de un prelado. Una vez más, en el pasado se trataba, al fin, de autoridades que compartían con los clérigos una misma fe. Hoy es distinto. Hoy es al Partido Comunista Chino, militantemente ateo, al que se le da la facultad de proponer al Papa una terna en la elección de obispo. Es obvio que todos los que proponga serán fidelísimos de la hasta hace poco cismática Iglesia Patriótica China, controlada por el gobierno. Ciertamente, el Papa puede rechazar los candidatos propuestos, pero se nos perdonará si no creemos que vaya a darse el caso con alguna frecuencia.
Incluso en la obsesión de Su Santidad por el Cambio Climático es fácil ver una reminiscencia del embarazoso Caso Galileo. Después de todo, el gran error entonces no fue otro que poner el poder eclesiástico al servicio del ‘consenso científico’ de la época, el modelo ptolomaico. Como Galileo tenía (en parte) razón, es fácil olvidar que la oposición original a sus teorías no procedía de la Iglesia (Copérnico, sacerdote, publicó en esas épocas la misma tesis central sin incurrir en censura alguna), sino de los astrónomos de la época. También solemos olvidar que el problema de Galileo en su famosísimo juicio fue que no pudo demostrar sus tesis.
Por unánime que sea el consenso científico tras la Teoría del Cambio Climático (y no lo es, y cada día menos), ni la ciencia avanza con ‘consensos’ o apelaciones a la autoridad, ni la Iglesia debería basar su predicación en la aceptación de una tesis científica, que está fuera de su área de conocimiento.
Hemos vuelto, en fin, a un Papado implicado en cuestiones políticas y en luchas de poder, como en un extraño regreso a la Curia del Renacimiento.
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