La «renovación» del Instituto JPII es una purga. Y todo el mundo lo sabe (I)

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En los próximos días iremos publicando las tres partes de un ensayo de Christopher R. Altieri, publicado en The Catholic World Report, en el orden como lo ha publicado su autor.


Es difícil decir si los poderes del Instituto JPII lo están intentando con todas sus fuerzas, o apenas lo están intentando.

Massimo Faggioli tiene razón. El papa ahora es Francisco, por lo que Francisco es quien tiene la última palabra. Si el papa Francisco quiere refundir y reorganizar una institución romana y adaptarla al fin que él quiere, puede hacerlo. Y guste o no guste, es lo que ha hecho el papa Francisco con el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia.
Es fácil ver que la «renovación» del instituto es, realmente, una purga. Todos, desde cualquier ángulo desde el que lo miren, están de acuerdo en esto, excepto la gente a la que el papa Francisco ha nombrado para gestionarlo. Insisten en que no hay nada de esto. «El proyecto académico del nuevo Instituto, aprobado por la Congregación para la Educación Católica, se ha configurado como una ampliación de la reflexión sobre la familia, y no como una sustitución de temas y argumentos», ha asegurado un comunicado de prensa emitido por el Instituto JPII a finales del mes pasado.
La declaración era una respuesta a los críticos, pero no era más que un intento de controlar el mensaje. «Dicha ampliación», seguía la declaración, «que demuestra más que nunca el papel central que tiene la familia en la Iglesia y la sociedad, confirma y relanza con renovada fuerza la fecunda intuición original de san Juan Pablo II». Nadie se lo ha creído.
Para empezar, la explicación de las autoridades sobre los principales puntos conflictivos no pasa la prueba.
A modo de ejemplo, las razones que se han dado para justificar el despido efectivo de dos profesores altamente considerados y vinculados desde hace tiempo con el Instituto, mons. Livio Melina (que fue durante muchos años presidente del Instituto en Roma) y el padre José Noriega DCJM, han sido muy poco convincentes. Ambos han sido despedidos porque las cátedras que habían ocupado hasta ese momento -teología moral fundamental y teología moral especial respectivamente- no encajaban en el renovado Instituto.
Como mucho, equivale a decir que no han sido despedidos, sino que sus cargos han sido eliminados. Es la típica jerga corporativa, como la utilizada por mons. Sequeri, con términos como «crecimiento selectivo» en el personal docente y «nuevas herramientas» para sus instrumentos didácticos, en la entrevista concedida el 19 de julio al periódico oficial de la Conferencia episcopal italiana, Avvenire. «Nuestros objetivos incluyen el crecimiento selectivo en el número de facultades y nuevas herramientas para la adaptación individual de programas de grado», explicó Sequeri..
Fortalecer el lado científico social del Instituto está bien, pero se había prometido que se conservaría el aspecto teológico central del Instituto, que se fortalecería junto a las ciencias sociales. «Añadir algo no significa eliminar lo que había antes», había dicho mons. Sequeri a Crux en septiembre de 2017, poco tiempo después de anunciar que se había planificado la revisión del Instituto.
«Me he comprometido a trabajar con este coche y con esta gente», había dicho, refiriéndose al Instituto -al que Sequeri había comparado con un coche que básicamente va bien, pero que necesita una gran reparación-, su administración y su personal docente. «Lo he dicho, lo garantizo. Estoy trabajando con estas personas».
En esa misma entrevista, el arzobispo Paglia se cubrió las espaldas declarando: «Si algo en el Instituto ya no funciona, o se ha convertido en vago o inútil, hay que cambiarlo; esto es verdad en cualquier institución del mundo». De Melina y Noriega se pueden decir muchas cosas, pero no que sean vagos o inútiles. Por lo tanto, está claro que Paglia no podía estar refiriéndose a ellos.
En cualquier caso, los profesores Melina y Noriega están fuera, y los cursos fundamentales de teología en los planes de estudio han sido bruscamente reducidos a la mitad.
En el caso de Noriega, se había aducido, además, a otra razón para su exclusión del nuevo Instituto: no podía en absoluto continuar como profesor estable (como profesor titular) dada su posición actual de superior de su congregación religiosa, los Discípulos de los Corazones de Jesús y María, incompatible con su trabajo en el Instituto.
Dejando de lado por ahora que la reglas invocadas por las autoridades del Instituto JPII -canon 152 del Código de Derecho Canónico de 1983- tienen que ver con cargos que son incompatibles por su propia naturaleza, como fiscal y abogado defensor (que nadie puede, justamente, puede desempeñar al mismo tiempo), Noriega ha guiado a los DCJM desde 2008 -dos años después de convertirse en profesor estable en el antiguo Instituto JPII- y su mandato como superior de los DCJM acaba en enero del año que viene. Hagan ustedes el cálculo.
Es difícil decir si los poderes del Instituto JPII lo están intentando con todas sus fuerzas, o apenas lo están intentando.
Una cosa está clara: los poderes responsables de este negocio lo quieren de ambas maneras. Quieren su purga, y quieren poder decir -con un mínimo de plausibilidad- que no están purgando el Instituto. El proverbial elefante en la cacharrería es la Exhortación apostólica postsinodal del papa Francisco Amoris Laetitia. Pero este es el tema de otra parte de este ensayo.

Publicado por Christopher R. Altieri en The Catholic World Report.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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