La purga del JPII moviliza «la ciencia y la conciencia»

La purga del JPII moviliza «la ciencia y la conciencia»

Aldo María Valli publica en su blog una carta anónima pero que -lo comprenderán ustedes cuando la lean- llega de una persona muy bien informada sobre los hechos y la historia del Instituto Juan Pablo II.

Una contribución importante para enmarcar toda esta cuestión, captando el espesor de lo que está en juego y para conocer mejor a algunos de los protagonistas de la revolución que hay en marcha.


Estimado Sr. Valli:

El increíble caso del prestigioso Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia (suprimido por el motu proprio Summa familiae cura del papa Francisco Francesco del 8 de septiembre de 2017, y formalmente sustituido por el mismo pontífice con el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia), ha visto implicado gravemente al cuerpo docente y ha dado un cambio drástico al plan de estudios y a la orientación de la investigación académica. Lo que ha sucedido en estas últimas semanas está generando, no sólo un estremecimiento que crece cada día más en el alma y en la mente, sino también una reacción en el pueblo de Dios y entre algunos de sus pastores (los que no están preocupados por «hacer carrera eclesiástica» y sí en servir con amor y abnegación a la Iglesia de Cristo y al bien de sus fieles) que no tiene precedentes, ni por intensidad ni por duración, en el pontificado del papa Francisco. Una «movilización de la ciencia y de la conciencia» del amor, del matrimonio, de la familia y de la vida humana que crece cada día más; un incendio que a los «bomberos del nuevo rumbo», aun disponiendo de poderosos medios de contención por parte de los medios de comunicación y de disuasión amenazadora (algunos periodistas han sido obligados por los directores de sus respectivos periódicos a renunciar a escribir artículos sobre este caso cuando estos han recibido llamadas apremiantes al respecto…), les cuesta apagar.
Ni la preocupación (y, en no pocos casos, ni la indignación) por el despido «injustificado» de algunos cargos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el «despido antes de la jubilación» del prefecto de la misma, el cardenal Gerhard Ludwig Müller (el 1 de julio de 2017); o por la humillación injustificada del prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el cardenal Robert Sarah (en ocasión de una interpretación «excesivamente ortodoxa» del motu proprio Magnum principium por parte del purpurado guineano); o por la intervención de algunos institutos de vida consagrada «demasiado fieles» a su carisma originario y con una gran abundancia de vocaciones jóvenes, habían generado una respuesta tan intensa y duradera tanto dentro como fuera de la Iglesia, a nivel privado y público, cuyo eco aún persiste gracias a algunos periódicos y publicaciones online italianos e internacionales, entre los cuales Duc in altum.
Bastaría releer con atención lo que han declarado en las entrevistas, o han escrito directamente los protagonistas -muy a su pesar- de esta «purga» (palabra pronunciada también por un ex Rector del mismo Instituto, el cardenal Angelo Scola, que habitualmente suele ser una persona bastante prudente en lo que atañe a las disputas eclesiales) de docentes y planes de estudio, pero sobre todo del propio Magisterio sobre la familia y la vida humana del fundador de esta institución académica eclesial que lleva su nombre -san Juan Pablo II-, para preguntarse cómo es posible que el Gran Canciller, el arzobispo Vincenzo Paglia, el decano mons. Pierangelo Sequeri, y sus superiores de la curia romana aún no hayan dado marcha atrás.
Son los hombres verdaderos, leales y valientes, los que tienen grandes almas movidas por la caridad, la justicia y la verdad (por no hablar del amor a Cristo y a su Iglesia) los que vuelven sobre sus pasos con loable humildad, los que admiten sus errores e inician un diálogo con todas las partes implicadas: el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, estrechamente vinculado al Instituto Teológico Juan Pablo II, los docentes del mismo, los estudiantes y sus obispos diocesanos y superiores generales de todas partes de la Iglesia que los han enviado a a Roma, no para inscribirse a los cursos de una universidad cualquiera en la que se tratan las cuestiones del amor, la sexualidad, la vida y el matrimonio según la antropología y la ética «laica», aunque estén en diálogo con la «católica», sino para que puedan aprender y profundizar la belleza y la verdad inherentes en el corpus del Magisterio romano sobre estos aspectos fundamentales de la existencia del creyente, que encontró su punto álgido en la enseñanza de san Juan Pablo II. En cambio, al menos por el momento, no: parece que las dos autoridades académicas están preparando un texto de respuesta a las críticas porque, en lugar de valorar la verdad y el bien que hay en ellas (más allá de algunos tonos desabridos y de acentos polémicos, inevitables por otra parte para quien ha sido herido en su carne y en su alma por medidas unilaterales y coercitivas), denigra y descalifica las tesis adversas contra cualquier evidencia y razonabilidad que puedan tener, y que están a la vista de todos: «Sólo un ciego no lo vería», como dijo en otras circunstancias el cardenal Carlo Caffarra.
Añado sólo tres consideraciones que, por otra parte, no son ajenas a las argumentaciones expuestas hasta ahora, pero que deseo puedan ayudar a quien corresponda replantear el Instituto Juan Pablo II (por lo menos esto: si no una re-decisión, lo que sería justo y obligatorio).

  1. Admitido (y no concedido, al no tener el beneficio de haber recurrido a una confrontación ante la autoridad eclesiástica superior, hecho que hasta ahora no ha sucedido) que los docentes despedidos del Instituto hayan expresado tesis y propuesto enseñanzas que plantearan críticas respecto a la exhortación apostólica Amoris Laetitia de Su Santidad el papa Francisco, esta acusación a su actitud (a) no constituye, de por sí, un ultraje ni una desobediencia y tampoco un falta de respeto hacia la persona y el ministerio eclesial supremo del papa (desde siempre, en la Iglesia, disentir sobre algunas argumentaciones del Magisterio no infalible es discernible y, de hecho, en numerosos casos se distingue de la desobediencia o de la incitación a la desobediencia hacia la autoridad constituida, incompatible con el papel de docente de una institución académica pontificia); (b) es parte reconocida y obligatoria del trabajo de un estudioso y de un profesor que trabaja en una universidad o en un instituto docente superior en el que hay disciplinas fundamentales como la teología, la filosofía y las ciencias afines (por lo que es llamado a una interpretación más profunda de las fuentes de la Divina Revelación y del Magisterio) el ejercicio de un escrutinio de la razón en relación a la coherencia interna y externa de cuanto se afirma en los textos magisteriales y respecto a la continuidad en el desarrollo de la doctrina en materia de fe y moral; y (c) esto nunca ha sido causa de una acción disciplinaria tan drástica e inapelable, sobre todo teniendo en cuenta que no se ha faltado al respeto a la persona del Santo Padre y a la aceptación de lo que ha afirmado de manera concorde la doctrina católica en su conjunto desde el punto de vista histórico y sistemático, expresado sobre todo en la síntesis del Catecismo de la Iglesia católica, en los concilios y en todo el corpus de los textos magisteriales.
  2. Resulta aún más escandaloso el hecho de que los teólogos que han apoyado esta «censura» respecto a sus compañeros del Instituto Juan Pablo II, culpables de no haber reconsiderado radicalmente sus investigaciones y su enseñanza a la luz (única) de Amoris Laetitia, sean precisamente los que, en un pasado no muy lejano, no se dignaron prestar atención y valor a los documentos magisteriales en materia de moral fundamental y especial (sobre todo sexual, familiar y de la vida humana). Es más, los han criticado ferozmente y los han denigrado ante sus estudiantes. Monseñor Sequeri podría testificar con facilidad cómo precisamente en la Facultad Teológica de Italia del Norte (Facoltà Teologica dell’Italia Settentrionale, FTIS sus siglas en italiano, Milán), de la que fue decano, fueron tachados de Denzinger Theologie (en referencia a la conocida publicación de los textos del Magisterio originariamente editados por Heinrich Joseph Dominicus Denzinger y que lleva el nombre Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum) los estudios, las enseñanzas y las tesis de bachiller, licenciado y doctorado que asumían como fundamento o profundizaban de manera sistemática los documentos magisteriales, puesto que este enfoque era considerado no digno de una teología científica rigurosa, fecunda y pastoralmente útil. Entre los críticos más duros de las encíclicas Veritatis splendor (sobre la teología moral fundamental) y Evangelium vitae (sobre la ética de la vida humana) y de la exhortación apostólica Familiaris consortio (sobre la teología y la moral del matrimonio) de san Juan Pablo II, y de la encíclica Humanae vitae de san Pablo VI, por no hablar de otros documentos magisteriales publicados durante sus pontificados y por ellos aprobados (como la declaración Persona humana y la instrucción Donum vitae de la Congregación para la Doctrina de la Fe) figura precisamente ese don Maurizio Chiodi al que muchos indican como docente estrella de la «nueva teología moral» que hay que profundizar y enseñar en el «nuevo Instituto» del que ahora es Gran Canciller monseñor Paglia. El decano Sequeri, renegando de su pasado reciente en los vértices de la FTIS en la que imparte la docencia don Chiodi y que se había distinguido por un rigor metodológico-teológico que no admitía ninguna Denzinger Theologie, ¿tiene acaso ahora la intención de avalar una Amoris Laetitia Theologie, que debería parecer, según la misma lógica de la teología impartida en la FTIS, aún más inaceptable, ya que asume como punto de partida de la inteligencia de la fe y de la moral sobre el matrimonio y la familia no todo el corpus del Magisterio, interpretado en su coherencia interna y externa y en su desarrollo orgánico, sino un único documento pontificio, cuya nota teológica no es ciertamente la de la infalibilidad de un pronunciamiento ex cathedra?
  3. Desde el punto de vista de la justicia (que no es una perspectiva secundaria para la vida de la Iglesia y de las relaciones entre sus miembros y con la jerarquía de los Superiores) es escandaloso el hecho de que teólogos que en el pasado, durante los pontificados de san Pablo VI a Benedicto XVI, aun siendo públicamente críticos respecto al Magisterio por sus intervenciones doctrinales, en sus cursos enseñaron que algunos de sus textos no serían aceptables por una presunta falta de coherencia y de rigor teológico, o de fundamento bíblico, no hayan sufrido ninguna medida disciplinaria ni hayan sido obligados a dejar la docencia en universidades, facultades o institutos eclesiásticos, y ahora callan o incluso aprueban los castigos infligidos a sus compañeros del Instituto Juan Pablo II. Asimismo, resulta incomprensible que un decano que siempre ha sido un paladín de la libertad en la investigación y en la enseñanza de sus profesores en la FTIS, ahora se preste a una operación de este calibre que implica a no pocos docentes, de cuyas legítimas expectativas académicas el debería ser el primer garante. ¿Cómo olvidarse de que entre los firmantes del famoso Documento de disentimiento respecto al Magisterio figuran, entre los sesenta y tres teólogos italianos (15 de mayo de 1989), Gianantonio Borgonovo, Tullio Citrini, Mario Serenthà, Roberto Dell’Oro y Franco Giulio Brambilla, todos de la FTIS y del Seminario Arzobispal de Venegono, el último de los cuales se ha convertido incluso en obispo de Novara y el penúltimo en miembro de la Pontificia Academia para la Vida? Dos pesos y dos medidas para quienes han expresado posiciones críticas académicas y públicas respecto al Magisterio anterior al papa Francisco y para quienes interpretan y enseñan la Amoris Laetitia a la luz de todo el corpus del Magisterio católico, incluido el del actual Santo Padre. Dos instituciones eclesiásticas y dos comunidades de docentes, la FTIS de Milán y el Instituto Juan Pablo II en el Laterano que, por acusaciones que no son en absoluto comparables en lo que atañe a la gravedad de la materia, han sido tratadas disciplinarmente de manera claramente discriminatoria.
    Y me detengo en la justicia: si tuviéramos que examinar la misericordia, no sabría realmente qué escribir.
    Gracias por la atención y un cordial saludo.
    Carta firmada

Publicado en el blog de Aldo Maria Valli, Duc in altum.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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