El Papa ‘entra en campaña electoral’ contra Salvini

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“El soberanismo es una actitud de aislamiento”, ha dicho Su Santidad en una entrevista con la Stampa, justo cuando Salvini anuncia elecciones anticipadas. “Estoy preocupado porque se oyen discursos que se parecen a los de Hitler en 1934. “Nosotros primero, nosotros, nosotros”. Son pensamientos que dan miedo”.

«El soberanismo es encerrarse”, insiste el Santo Padre. “Un país debe ser soberano, por no cerrado. La soberanía se defiende, pero se defienden y promueven las relaciones con otros países, con la Comunidad Europea».

¿Conoce Su Santidad, fuera de Corea del Norte, algún país que quiera cerrarse, que no defienda y promueva las relaciones con otros países? Nos sorprendería infinito conocerlo en el siglo XXI; en cualquier siglo, en realidad.

¿Y por qué especialmente con la Unión Europea? ¿Por qué ni el Papa ni nadie reconoce el hecho visible de que, si la UE fomenta el libre comercio entre los países que la conforman, es el cambio una fortaleza proteccionista frente al resto del mundo?

Que Su Santidad cumpla la Ley de Godwin tan pronto, citando ya al habitual coco en estos casos, Hitler, da idea de que está dispuesto a sacar la artillería en su malhadada batalla política. Y sigue: «El soberanismo es una exageración que siempre termina mal: lleva a la guerra».

A la guerra llevan muchas, muchas cosas a lo largo de la historia; podría decirse, sin más, que una de las consecuencias más obvias del Dogma del Pecado Original. Como hace ya siglos que las sociedades humanas se establecen en estados soberanos, y como estos libran guerras, es un tanto difícil poner un contraejemplo. Pero lo hay: el internacionalismo socialista. ¿Este no lleva a la guerra, Su Santidad?

El momento elegido no es casual. El viceprimer ministro de Italia Matteo Salvini ha afirmado este jueves que no hay forma de resolver las diferencias en el seno de la coalición gubernamental y ha apostado por celebrar «rápidamente» nuevas elecciones.

Y de todos es sabido que el Vaticano de Francisco -y, con él, la Conferencia Episcopal Italiana- es cualquier cosa menos neutral en la vida política del país que rodea el diminuto Estado. La Curia se tomó como una derrota propia la victoria de la Liga de Salvini en las pasadas europeas, y va a hacer lo imposible para que no vuelva a suceder.

Este entusiasmo político del Pontífice, apoyando posturas ideológicas muy concretas, está ampliando la división de la cúpula eclesial con unos fieles que siguen votando a la contra, es decir, por Salvini.

La semana pasada nos enterábamos de que para la mitad de los católicos practicantes norteamericanos, la Sagrada Eucaristía era “un símbolo”, no la Presencia Real de Cristo. Siendo un dogma absolutamente central en la práctica de nuestra fe, esto debería haber desatado todas las alarmas, pero no ha merecido el menor comentario del Pontífice, que está más a gusto hablando de política.