¿Qué es “la Iglesia de Francisco”?

¿Qué es “la Iglesia de Francisco”?

Publica Vatican News, el órgano vaticano online, un comentario sobre un artículo escrito por el teólogo y jesuita catalán Víctor Codina, y lo presentan con el preocupante titular -que explica bastante más que lo que cuenta Codina- de ‘Los opositores a la Iglesia de Francisco’.

Porque ese es el punto, que el autor nos concede de entrada cortésmente: la idea misma de que el de Francisco no es un pontificado más, dedicado, como todos ellos con mayor o menor fortuna, a conservar fielmente un depósito de la fe que no pasará cuando hayan pasado el cielo y la tierra y, en todo caso, permitir su desarrollo orgánico.

No, aquí hablamos de “la Iglesia de Francisco”, igual que la evangélica puede denominarse legítimamente “la Iglesia de Lutero”. Solo con eso el autor tendría respondido lo que se plantea como pregunta, las causas de que exista una oposición a la línea de este papado.

Pero, naturalmente, eso sería esperar demasiado. En la Iglesia, e incluso dentro de la doctrina, hay y habido siempre suficiente margen para la discusión, para que cuestiones concretos no definidas o insuficientemente delimitadas se discutan y surjan, al menos, dos bandos al respecto, como sucedió en el asunto de la relación entre las obras y la gracia que dividió a dominicos y agustinos, manteniéndose ambos en el terreno de la ortodoxia y en perfecta unidad eclesial.

Pero lo que permite precisamente estas controversias -además, naturalmente, del respeto a lo que no puede ponerse en duda- es una especie de lealtad elemental en el debate, que exige el reconocimiento en el otro, o la presunción, como poco, de intenciones igual de legítimas que las propias. Y aquí es donde, en primer lugar, se produce la quiebra.

Me refiero a que el bando, por llamarlo honestamente, que más machaconamente hace hincapié en la necesidad de no juzgar, extremando incluso las palabras de Cristo hasta un límite rayano en la estupidez, es precisamente el que se arroga el derecho, no solo a juzgar la postura del contrario -lo que es perfectamente razonable-, sino también sus intenciones, que es claramente abusivo. Eso es precisamente a lo que se referían las palabras de Cristo, quien naturalmente no nos estaba pidiendo que renunciáramos a la capacidad intelectual de elaborar juicios, sino a no judicializar los comportamientos ajenos ignorando el fuero privado, del que nada podemos presumir con certeza.

Para que el diálogo sea posible entre dos bandos, entre dos posturas legítimas, las dos deben reconocer lealmente que tienen sus razones para creer lo que creen y que lo mismo suponen de entrada en los otros. Es imposible dialogar siquiera si una de las partes ve necesario explorar motivaciones tácitas y ocultas en los otros, partiendo de que su propia postura no precisa de tal cosa por ser evidente por sí misma.

Es esa misma negación que se ve en los regímenes totalitarios, tan convencidos de que su ideología es la correcta que cualquiera que se oponga a ella debe hacerlo por fines inconfesables que hay que aventurar y diagnosticar con aplomo. Así, en la extinta URSS, negar la intrínseca bondad del comunismo se tenía por tan disparatado que, en muchos casos, se internaba a los disidentes en hospitales psiquiátricos, porque solo la locura podía justificar su oposición.

Es el juego al que juegan los defensores a ultranza de la ‘renovación’ con todo fiel que exprese dudas o alarmas ante lo que, correcta o equivocadamente, se les antoja un malbaratamiento del depósito de la fe: como es imposible que sus objeciones sean realmente las que plantean -o, puestos a ser maliciosos, como no tenemos respuestas coherentes y con base firme a sus objeciones- recurramos al argumento ad hominem, al hombre de paja y a las intenciones ocultas, saltándonos a la torera ese principio básico según el cual del fuero interno ni la Iglesia puede opinar.

Así, por dos veces encontramos en el resumen que ofrece Vatican News sobre la crítica de Codina la delatora expresión “en el fondo”, ese fondo del alma ajena que el jesuita presume de conocer.

“Lo que en el fondo molesta a sus detractores es que su teología parta de la realidad, de la realidad de la injusticia, pobreza y destrucción de la naturaleza y de la realidad del clericalismo eclesial”, primera.

“En el fondo la oposición a Francisco es una oposición al Concilio Vaticano II y a la reforma evangélica de la Iglesia que Juan XIII quiso promover. Francisco se sitúa en la línea de todos los profetas que quisieron reformar la Iglesia, junto a Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Catalina de Siena y Teresa de Jesús, Angelo Roncalli, Helder Cámara, Dorothy Stang, Pedro Arrupe, Ignacio Ellacuría y el nonagenario obispo Casaldáliga”, segundo.

¿Cómo sabe eso Codina? ¿Cómo sabe cuál es el ‘fondo’ de las motivaciones? ¿No tienen ellos ‘fondo’, es todo perfectamente transparente y obvio, sin intereses ideológicos o de poder de ningún tipo; sin confusiones, falacias, inercias, adoctrinamientos, tendencias políticas, y otros motivos no expresos que haya que explicar, o eso solo sucede con sus contrarios?

Como en estas páginas he criticado a menudo lo que, respetuosamente, considero una deriva peligrosa y, por tanto, podría sin problema situarme entre aquellos cuyo ‘fondo’ tan milagrosamente conoce Codina, responderé personalmente a sus presuntuosas afirmaciones sobre lo que nos “molesta”.

“No molesta que abrace a niños y enfermos, pero sí molesta que visite Lampedusa y campos de refugiados y migrantes como Lesbos, molesta que diga que no hay que construir muros contra los refugiados sino puentes de diálogo y hospitalidad; molesta que, siguiendo a Juan XXII, diga que la Iglesia ha de ser pobre y de los pobres, que los pastores han de oler a oveja, que ha de ser una Iglesia en salida que vaya a los márgenes y que los pobres son un lugar teológico”.

Pues no, padre: molesta -no es ese el verbo, pero lo aceptaré por ser el que utiliza- que su preocupación no sea meramente por el destino de los migrantes, sino por una política de migración muy concreta y, me permitirá, más que discutible, que nunca Papa o doctor de la Iglesia antes de ahora ha defendido como medida de Estado. En cuanto a los muros y los puentes, no dejan de ser metáforas de varia aplicación cuya machacona repetición vuelve cansinas y vacía de sentido.

No molesta -no me molesta, al menos, al contrario- que diga que la Iglesia ha de ser pobre y de los pobres, sino que lo diga y no lo haga, pudiendo disponer, digamos, de la espectacular riqueza de la APSA y sus inmuebles sin significado particularmente religioso; o que parezca prestar una especial preferencia a las preocupaciones doctrinales de una iglesia -la alemana y, por extensión, la occidental- singularmente rica y poco periférica, mientras ignora sistemáticamente la periferia africana o a los abandonados fieles chinos, probablemente juzgados como demasiado rígidos. En cuanto al ‘olor a oveja’, no sabría decirle a qué huelen los prelados más allegados al Pontífice, pero apostaría por algún aroma algo más costoso.

“Molesta que diga que el clericalismo es la lepra de la Iglesia y que enumere las14 tentaciones de la Curia vaticana que van del sentirse imprescindibles y necesarios hasta el ansia de riquezas, la doble vida y el Alzheimer espiritual”.

Una vez más: no molesta en absoluto que lo diga; molesta que se quede en simples palabras y que precisamente este insólito espíritu de “prietas las filas” en la jerarquía que lleva a imitar hasta la última muletilla u ocurrencia papal en el último obispo hiede, precisamente, al clericalismo del peor tipo.

“Molesta a grupos conservadores el que Francisco haya agradecido sus aportes teológicos a Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, José María Castillo y haya anulado las suspensiones “a divinis” a  Miguel d´Escoto y Ernesto Cardenal; disgusta a algunos que Hans Küng, destituido de su cátedra por Pablo VI por el tema de la infalibilidad papal, haya escrito a Francisco sobre la necesidad de repensar infalibilidad y Francisco le haya contestado llamándolo “querido compañero” (lieber Mitbruder)…”

Mire, ahí se acerca más al blanco: sí, molesta que se apoye y homenajee con preferencia a aquellos que se opusieron en abierta rebeldía a sus inmediatos predecesores, como si de algún modo místico Francisco fuera más Papa que todos ellos -algo, por cierto, que es fácil leer entre líneas en muchos de sus acérrimos defensores-, y como si esto supusiera una apertura al disenso y no una coincidencia de líneas, sabiendo como sabemos todos que esta Curia, como la que más, defenestra, excomulga, disciplina y ‘comisaría’ a sus propios disidentes. Y, ya que estamos en este punto, no deja de ser, digamos, curioso que todos los que ahora invocan la primacía petrina para callar a los críticos fueron los que durante décadas se dedicaron a cuestionarla y atacarla. He aquí, paradójicamente, el único dogma que no puede ponerse en duda ni matizarse de un pontificado que predica que no nos ‘obsesionemos’ con la pureza de la doctrina. Un punto, me parece, que bien valdría un “en el fondo”.

“Molesta que diga que él no es quién para juzgar a los homosexuales, que afirme que la Iglesia es femenina y que, si no se escucha a las mujeres, la Iglesia quedará empobrecida y parcializada”.

Molesta en esto que insista en lo que ya predica a voz en grito el siglo, como si en vez de ser la Iglesia la depositaria de una verdad eterna y una Buena Nueva para los hombres fuera una asociación envejecida que intenta ganar simpatías repitiendo lo que todos dicen. La Iglesia, por cierto, es de las instituciones más feminizadas que existen; podríamos jurar que su excesiva virilidad no es exactamente el problema que le aqueja hoy.

La renovación auspiciada por Francisco abre muchos y muy serios debates. Si quienes la procuran sienten que esta es la suya y que esta es la hora de aplicar desde el poder su apolillada eclesiología sesentaiochista, adelante, poco es lo que los fieles podemos hacer. Si, en esa posición se niegan a dialogar -y, pese a sus palabras, esa parece ser la opción elegida- y prefieren imponer, qué remedio. Pero permítannos, al menos, saber por qué defendemos lo que defendemos frente a la “Iglesia de Francisco”. En el fondo, padre.

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