San Carlos Borromeo y la reforma del clero

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En una época tan necesitada del ejemplo de los mártires y de cuantas personas hayan reivindicado la fe verdadera en contextos hostiles, Bibliotheca Homo Legens publica Defensores de la fe, un ensayo en el que el sacerdote norteamericano Charles P. Connor resume lo fundamental de las vidas de grandes personalidades de la historia de la Iglesia: san Agustín, santo Tomás Moro, san Ignacio de Loyola, Joseph Ratzinger…

El quinto capítulo versa sobre la precaria situación que vivía la Iglesia en los albores del S.XVI y sobre una persona que contribuyó, con su esfuerzo, a mejorarla: san Carlos Borromeo.

La Iglesia en la época de la ruptura protestante

Porque a nadie le sorprenderá que aseveremos que el cisma luterano, más que el causante de una crisis, fue el síntoma que evidenció que algo no marchaba bien, que la Iglesia se había desviado del camino. El P. Connor retrata vigorosamente la esencia de estos tiempos:

Es tentador pensar que la Reforma era la única preocupación de la Iglesia en el siglo XVI. En realidad, la debilidad interna había alcanzado cotas considerables, la llama de la fe no resplandecía más que tenuemente en algunas áreas y urgía que prendiera espiritual tanto a nivel individual como a nivel colectivo.

Esta renovación que requería la Iglesia comenzó con el Concilio de Trento, en el que sobresalieron personalidades tales como san Pío V, san Ignacio de Loyola, san Felipe Neri o san Carlos Borromeo. Ordenado sacerdote en 1563, este último participó activamente en la redacción del catecismo conciliar y de no pocos libros litúrgicos.

Arzobispo de Milán

En 1566, san Carlos Borromeo, sobrino de san Pío V, fue designado como arzobispo de Milán. La dimensión del cometido que tenía ante sí era enorme. En aquella época, el estado de la diócesis oscilaba entre lo penoso y lo lamentable: buena parte del clero diocesano no vivía en las casas parroquiales, vestía a la manera propia de la época – de paisanos –, portaba armas, mantenía abiertamente relaciones con mujeres y concebía el sacramento de la penitencia como algo ajeno a él.

Como señala el P.Connor, la situación del laicado no era mejor:

Sólo en la ciu­dad de Milán, muchísimas personas no habían tenido contacto alguno con la religión durante años. Muchos estaban bautizados, pero no habían recibido el resto de sacramentos, y los que no habían recibido los sacramentos de la penitencia y la eucaristía, llevaban años sin frecuentarlos. San Carlos se topaba con frecuen­cia con hombres de mediana edad o ancianos que nunca habían confesado o con otros que no le daban ninguna importancia a no haberlo hecho en diez o quince años. También estaban aquellos a los que nunca les enseñaron las oraciones católicas más básicas, como el padrenuestro o el avemaría, o los no tenían ni la menor idea de cómo persignarse -y mucho menos de lo que significa la señal de la cruz-.

No obstante, esto no desanimó a san Carlos, que se afanó por devolver el bien, la verdad y la belleza a una diócesis que había perdido incluso el sentido de ellos. Consciente de que para sanar al laicado había antes que curar al clero, acometió una exhaustiva reforma de éste. Tal fue la magnitud de su obra, que el Papa Gregorio XIV lo apodó ‘el nuevo san Ambrosio de Milán’.

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Comentarios
2 comentarios en “San Carlos Borromeo y la reforma del clero
  1. Casas mas, casas menos, igualito a mi Santiago !!!

    Dios proveerá a Su Iglesia de verdaderos Pastores, y dará su merecido a los Perros Mudos.

  2. Dice parte del articulo: «“En realidad, la debilidad interna había alcanzado cotas considerables».

    La Iglesia no se mide por sus errores que haya cometido en el pasado. Los escándalos no destruyen la Iglesia. Ni siquiera al mismo Lutero le importaba el escándalo moral de los obispos, sacerdotes, clero, etc.
    Saludos

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