Defensores de la fe: San Ignacio y la Contrarreforma

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El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavó sus famosas noventa y cinco tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, en una acción que ha sido considerada tradicionalmente el inicio de la Reforma protestante.

En respuesta al protestantismo y a los problemas que éste planteaba, la Iglesia inició la conocida como Contrarreforma. Uno de los frutos de esta renovación fue el establecimiento de la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola. Así lo explica el sacerdote Charles P. Connor en su libro Defensores de la fe, en el que presenta algunas de las grandes figuras de la Historia de la Iglesia que se convirtieron en baluartes de la fe.

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El fundador de la Compañía de Jesús nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Azpeitia. Hombre dado en su juventud a las vanidades del mundo y dedicado al ejercicio de las armas impulsado por un fuerte deseo de ganar honra, se vio obligado a abandonar la vida militar tras ser herido en el campo de batalla. A causa de esta herida, durante semanas permaneció convaleciente en el castillo de Loyola. En este periodo, se acercó a la lectura de la vida de Cristo y de los santos. Estas historias le llevaron a preguntarse por el sentido de su vida y el hambre de Dios comenzó a apoderarse de él.

Después de un tiempo, decidió peregrinar al santuario de Nuestra Señora de Montserrat y más tarde a Tierra Santa. A su regreso estudió en Barcelona, Alcalá y, finalmente, en la Universidad de París. Entre sus compañeros en aquella época se encontraban algunos de los más destacados miembros de la futura Compañía de Jesús: Francisco Javier, Fabro, Laínez, Salmerón, Rodrigues, Bobadilla. Ellos formarían el primer grupo de jesuitas, defensores de la fe en tiempos de herejía.

El 15 de agosto de 1534, fiesta de la Asunción de la Virgen, estos hombres profesaron sus votos en la capilla de Saint Denis de la colina de Montmartre en París. También decidieron en aquel entonces, según se recoge en las páginas de Defensores de la fe, que si alguien les preguntaba por el nombre de su asociación responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús porque estaban decididos a luchar contra el error bajo el estandarte de Cristo.

Asimismo, San Ignacio quiso que los miembros de la Compañía se comprometiesen a ponerse al servicio del Santo Padre, dispuestos a ir a cualquier rincón del mundo para llevar el Evangelio:

«Todos los que Su Santidad nos mandare respecto al provecho de las almas o la propagación de la fe, estaremos obligados a cumplir, sin tergiversaciones ni excusas, inmediatamente y en cuanto estará de nuestra parte, a cualquier parte adonde nos quiera enviar, o a los turcos, o a los nuevos mundos, o entre los luteranos, o a cualesquiera otra tierras de fieles o infieles […] Este voto nos podrá dispersar por las diversas partes del mundo.»

San Ignacio también insistía particularmente en la prevalencia de la caridad como se muestra en este escrito recogido en las páginas de Defensores de la fe:

«Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores.»

La defensa de la fe que los primeros jesuitas llevaron a cabo fue de especial importancia en un momento en el que la Iglesia Católica se enfrentaba a la propagación del protestantismo. Entre las aportaciones de la orden durante esta época se encuentra la apertura del Collegio Romano y el Collegium Germanicum en Roma. Este último se convirtió en un auténtico bastión formativo al que acudían estudiantes de los países a los que había llegado la Reforma.

Siglos después, el cardenal arzobispo de Westminster Henry Edward Manning describía así la actuación de la Compañía de Jesús en esta época, tal como recoge Charles P. Connor en su obra:

«La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más sólida cohesión. […] Los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y obediencia de las almas.»