«La palabra Padre no puede ir sin decir ‘nuestro'»

"Ayúdanos a vencer la tentación de sentirnos como hijos mayores, que a fuerza de estar en el centro se olvidan del don que es el otro" Vatican Media
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El Papa Francisco, en su Viaje Apostólico a Rumanía, ha rezado el Padre Nuestro junto a los ortodoxos en la Nueva Catedral ortodoxa de Bucarest. Les dejamos el discurso que precedió al rezo ofrecido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Santidad, querido Hermano,
Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera expresarles mi gratitud y mi emoción al encontrarme en este templo santo, que nos reúne en unidad. Jesús invitó a los hermanos Andrés y Pedro a abandonar las redes para convertirse en pescadores de hombres (cf. Mc 1,16-17). La llamada de uno de ellos no está completa sin la de su hermano. Hoy queremos elevar, los unos junto a los otros, desde el corazón de este país, la oración del Padrenuestro. En ella está contenida nuestra identidad de hijos y, hoy de manera particular, de hermanos que rezan uno al lado del otro. La oración del Padrenuestro contiene la certeza de la promesa hecha por Jesús a sus discípulos: «No os dejaré huérfanos» (Jn 14,18), y nos brinda la confianza para recibir y acoger el don del hermano. Por eso, quisiera compartir algunas palabras como preparación para la oración que pronunciaré por nuestro camino de fraternidad y para que Rumania siempre pueda ser hogar de todos, tierra de encuentro, jardín donde florezca la reconciliación y la comunión.

Cada vez que decimos “Padre nuestro” reiteramos que la palabra Padre no puede ir sin decir nuestro. Unidos en la oración de Jesús, nos unimos también en su experiencia de amor y de intercesión que nos lleva a decir: Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro (cf. Jn 20,17). Es la invitación a que lo “mío” se transforme en nuestro y lo nuestro se haga oración. Ayúdanos, Padre, a tomar en serio la vida del hermano, a hacer nuestra su historia. Ayúdanos, Padre, a no juzgar al hermano por sus acciones y sus límites, sino a acogerlo sobre todo como hijo tuyo. Ayúdanos a vencer la tentación de sentirnos como hijos mayores, que a fuerza de estar en el centro se olvidan del don que es el otro (cf. Lc 15,25-32).

A ti, que estás en el cielo, un cielo que abraza a todos y en el que haces salir el sol sobre buenos y malos, justos e injustos (cf. Mt5,45), te pedimos aquella concordia que en la tierra no hemos sabido custodiar. Te la pedimos por intercesión de tantos hermanos y hermanas en la fe que viven juntos en tu Cielo, después de haber creído, amado y sufrido mucho, incluso en nuestros días, por el simple hecho de ser cristianos.

Como ellos, también nosotros queremos santificar tu nombre, poniéndolo en el centro de todos nuestros intereses. Que sea tu nombre, Señor, y no el nuestro el que nos mueva y despierte a vivir la caridad. Cuántas veces, mientras oramos, nos limitamos a pedir gracias y a enumerar peticiones, olvidándonos que lo primero es alabar tu nombre, adorarte, para poder reconocer en la persona del hermano que nos has puesto al lado tu vivo reflejo. En medio de tantas cosas que pasan y por las que nos afanamos, ayúdanos, Padre, a buscar lo que permanece: tu presencia y la del hermano.

Estamos a la espera de que venga tu reino: lo pedimos y lo deseamos porque vemos que las dinámicas del mundo no lo facilitan. Dinámicas orientadas por la lógica del dinero, de los intereses, del poder. Cuando nos encontramos sumergidos en un consumismo cada vez más desenfrenado, que cautiva con resplandores deslumbrantes pero efímeros, ayúdanos, Padre, a creer en lo que imploramos: a renunciar a las cómodas seguridades del poder, a las engañosas seducciones de la mundanidad, a las vanas presunciones de creernos autosuficientes, a la hipocresía de guardar las apariencias. De esta manera no perderemos de vista ese Reino al que tú nos llamas.

Hágase tu voluntad, no la nuestra. «La voluntad de Dios es que todos se salven» (S. Juan Casiano, Colaciones, IX, 20). Necesitamos, Padre, ampliar nuestros horizontes para no reducir a nuestros límites tu misericordiosa voluntad de salvación, que quiere abrazar a todos. Ayúdanos, Padre, enviándonos como en Pentecostés al Espíritu Santo, autor de la valentía y del gozo, para que nos aliente a anunciar la alegre noticia del evangelio más allá de los límites de nuestra pertenencia, lenguas, culturas y naciones.

Todos los días necesitamos de él, nuestro pan de cada día. Él es el pan de vida (cf. Jn 6,35.48), que nos hace sentir como hijos amados y que alivia toda nuestra soledad y orfandad. Él es el pan del servicio: que partiéndose para hacerse nuestro siervo nos pide que nos sirvamos los unos a los otros (cf. Jn 13,14). Padre, mientras nos das el pan de cada día, alimenta en nosotros el anhelo por nuestro hermano, la necesidad de servirlo. Pidiéndote el pan de cada día, te imploramos también el pan de la memoria, la gracia de que fortalezcas las raíces comunes de nuestra identidad cristiana, indispensables en este tiempo en el que la humanidad, y las jóvenes generaciones en particular, corren el riesgo de sentirse desarraigadas en medio de tantas situaciones líquidas, incapaces de cimentar la existencia. Que el pan que pedimos, con su larga historia, que va desde la siembra hasta la espiga, de la cosecha hasta la mesa, nos inspire el deseo de ser pacientes cultivadores de comunión, que no se cansan de hacer germinar semillas de unidad, de dejar crecer el bien, de trabajar siempre al lado del hermano: sin sospechas y sin distancias, sin forzar y sin uniformar, en la convivencia de las diferencias reconciliadas.

El pan que pedimos hoy, es también el pan del que muchos carecen cada día, mientras que unos pocos poseen lo superfluo. El Padrenuestro no es una oración que tranquiliza, sino un grito ante las carestías de amor de nuestro tiempo, ante el individualismo y la indiferencia que profanan tu nombre, Padre. Ayúdanos a tener hambre de darnos. Recuérdanos, cada vez que rezamos, que para vivir no tenemos necesidad de conservarnos, sino de partirnos; de compartir, en vez de atesorar; de sustentar a los demás, en lugar de saciarnos a nosotros mismos, porque el bienestar es tal si pertenece únicamente a todos.

Cada vez que rezamos pedimos que nuestras ofensas sean perdonadas. Se necesita valor, porque al mismo tiempo nos comprometemos a perdonar a los que nos han ofendido. Debemos, por tanto, encontrar la fuerza para perdonar de corazón al hermano (cf. Mt 18,35) como tú, Padre, perdonas nuestros pecados, para dejar atrás el pasado y abrazar juntos el presente. Ayúdanos, Padre, a no ceder al miedo, a no ver la apertura como un peligro; a tener la fuerza para perdonarnos y caminar, el valor de no contentarnos con una vida tranquila, y a buscar siempre, con transparencia y sinceridad, el rostro del hermano.

Y cuando el mal, agazapado ante la puerta del corazón (cf. Gn 4,7), nos induzca a encerrarnos en nosotros mismos; cuando la tentación de aislarnos se haga más fuerte, ocultando la sustancia del pecado, que es alejamiento de ti y de nuestro prójimo, ayúdanos nuevamente, Padre. Anímanos a encontrar en el hermano el apoyo que tú pusiste a nuestro lado para caminar hacia ti, y tener el valor de decir juntos: “Padre nuestro”. Amén.

Y ahora recitamos la oración que el Señor nos enseñó.

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Comentarios
22 comentarios en “«La palabra Padre no puede ir sin decir ‘nuestro'»
  1. Nuestro, por tanto también de los católicos, a quienes difamas y persigues, por una supuesta rigidez en nuestras convicciones, cuando es mucho más dogmático el pensamiento único, con dogmas laicistas que se van imponiendo con tu entusiasta colaboración.

  2. Demasiado mental. Es una oración especulativa, desde el punto de vista de la dualidad. Dios allí, yo aquí. Dios en el cielo? Dios es el cielo! El vacío. Yo, donde estoy yo, cuando rezo? Fuera del cielo? Eso es imposible. Todo está en el cielo. El cielo es espacio infinito. Hasta el infierno, si existiese, estaría en el cielo. No oasa nada si se reza de vez en cuando, pero las oraciones bocales no son las mejores. Podeis usar una corta. Yna sola palabra, como Jesús, o María, o Padre… Unidla a la inspiración mentalmente: Mariaaaaaa…… Y a la espiracion: Maríaaaaaa…. Es sencillo. Mentalmente, ya digo. Vereis que is da paz?

    1. Te lo voy a explicar despacio.
      Un bebé que está en el seno de su madre, está envuelto por ella, aunque él no pueda verla. Da igual si el niño es inconsciente, de igual manera se alimenta se ella y nada puede hacer si no es en ella.
      Así somos nosotros, que dirijamos la oración donde sea, Él nos escucha.
      Y el infierno no puede estar dentro, igual que el aborto provocado, no está en la madre.
      Es una amenaza exterior. Las tinieblas exteriores que llama Jesús.

      1. El infierno esta fuera de Dios? Eso es imposible. Si existe tal lugar, ha salido de Dios y , como todo lo que ha salido del Él, Ella, Ello, está dentro de Dios, pues no hay nada fuera de Dios. Por tal motivo, el infierno no existe salvo en vuestra imaginación. Y creeis en él para sentiros mejor que aquellos que, supuestamente, irán allí. Y en el fondo, solo os sirve para vivir amargados.

        1. Yo creo sobre el infierno lo que está escrito en los Evangelios, demás libros neotestamentarios y en lo que dice la Santa Madre Iglesia. Tú puedes creer lo que te de la gana.

          1. Las creencias son simples sustitutos de la realidad. No es necesario creer cuando se sabe, pero cuando no se sabe, creer es necesario. Pero al menos elije creencias que no te amarguen la vida.

          2. A mí no me amarga la vida saber que hay infierno porque creo en la salvación de Jesús. Murió por mí para librarme del infierno, así que bien tranquila y agradecida estoy por ello.

  3. Es la única oración que Cristo nos dejó, por lo tanto es la oración por excelencia. Que en ella se le hacen siete peticiones a Dios, Nuestro Señor, y ese número representa la perfección.
    Para un musulmán resulta heretica, pues no comprenden un Dios Padre,
    Y para uno, de cristiano, no le queda más que agradecer infinitamente, tan gran regalo: que se nos permita llamarle Padre, al que solo es Padre de Uno, y Éste, tan generoso, nos hizo sus hermanos, para compartir con Él, la gloria inmensa de decir:
    Padre Nuestro.

    1. Yo no digo que este mal. Pero , puedes pasarte el día rezando padtes nuestros? No. En cambio te pasas el día y la noche respirando. Si cada inhalación y cada exhalación se convierte en oración, vivirás en oración continua?

        1. No se trata de pensar en el aire. La oración no es pensar, es ser consciente. Y no, no puedo ser consciente todo el tiempo. Por eso dedico tres horas a la práctica formal. El resto del tiempo me conformo con seguir la respiración de vez en cuando.

      1. Algo parecido decía Santa Teresita de Lissieux,pero con los latidos del corazon,cuando ya estaba muy enferma,le decía a Dios que le alababa y oraba con cada latido de su corazón,precioso verdad!.

        1. Y la Teresona, como la llamaba san Josemaría Escrivá a Teresa de Ávila, decía » Vivo sin vivir en mí y tan larga vida espero, que muero porque no muero » y a un Niño que se tropezó en las escaleras del convento le preguntó quien era, a lo que el Niño le respondió con otra pregunta:

          – ¿ Y tú ?

          – Yo soy Teresa de Jesús.

          – Pues yo Jesús de Teresa.

        2. Exacto! Ahí lo tienes! En el cristianismo, debido a que no se llegó a captar la importancia de la respiración en la oración, hubo místicos que se centraron en el latidovdel corazón. También el Peregrino Ruso lo hacía. Esa es la segynda opción: los latidos del corazón. Os sugiero que lo probeis. Yo también lo he hecho, y lo hago a veces. Cada latido es una oración, o una sílaba de la misma. Me alegro que lo hayas dicho, Spes?

  4. Es dificil, si no, imposible que cada respiración la transformáramos en oracion. Es mejor dedicarle a Dios el día, ponernos en sus manos, y que el mundo ruede, ya nada más podemos hacer, actuar con naturalidad. Un Padre nuestro abarca cada instante.

    1. Es muy difícil, efectivamente. Por eso, es necesaria una práctica formal de una o más horas al día. Esa práctica influye muchísimo en el resto del día.

      1. Si, ponernos en manos de Dios, encomendarle el día, y a trabajar.
        Decía un letrero en una ferretería : Señor, estoy trabajando, por lo tanto, me distraeré y me olvidaré de ti, pero tú Señor, no te olvides de mi.
        Eso es todo, solo enfermo como dicen de Sta, teresita, se podrá pensar en El solamente, Pero somos humanos, y al pan pan, y al vino vino. «Tú Sr. no te olvides de mí.»

  5. Dios no se olvida de ti, pero si tú te olvidas de él, el que él no se olvide no te sirve de mucho. Acordarse de Dios con cada respiración es una meta casi impisible, si, por eso hay quien pone ciertos signos para acordarse. Yo en mi casa tengo pequeñas imágenes, que sólo yo reconozco. Cada cez que me cruzo con ellas, junti las manos y hago una leve inclinación.?

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