Potencias del alma y ofuscación del entendimiento

Potencias del alma y ofuscación del entendimiento
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Toda persona, por estar dotada de memoria, entendimiento y voluntad, debería plantearse estas tres cuestiones: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?

 

(Thomas S. Crown) La presente reflexión viene motivada porque a un servidor le resultaba difícil entender cómo personas católicas con amplio conocimiento de la Doctrina y el Evangelio podían justificar y hasta defender que los divorciados o separados en nueva unión more uxorio (vivir como si estuvieran casados, incluidas las relaciones sexuales), pudieran acceder a la Comunión eucarística. Aquello, lo reconozco, me sobrepasaba. No sólo eso, también me quitaba el sueño, toda vez que esas personas corren el riesgo de perder su alma para siempre. Pero entremos en materia y comencemos por desgranar cuál es la causa de esa aparente contradicción. ¿Qué sucede cuando vemos a un amigo o familiar cercano fracasar en su matrimonio e iniciar una nueva relación? Se trata de algo que por desgracia está a la orden del día. Aportaremos alguna respuesta.

Tras el sufrimiento vivido con anterioridad mostramos una gran empatía, a la vez que somos incapaces de reconocer el flagrante pecado de adulterio en el que ahora vive esa persona. Esto acontece porque el entendimiento quedó ofuscado ante el deseo vehemente de verle feliz de nuevo, a lo que se suma el dolor de pensar que mañana podría ser yo. Ante semejante disyuntiva el católico bien formado en la fe descubre con claridad el pecado de adulterio existente. Sin embargo, el deseo ardiente de algunos por buscar la felicidad del ser querido hace que la memoria (conocimiento adquirido a partir del Evangelio, el Catecismo, y el Magisterio) quede como eclipsada, en un segundo plano, dejando tocado el entendimiento y su capacidad de raciocinio. Se trata, en definitiva, de auto-convencernos de que el fin (felicidad temporal) justifica los medios: ignorar el pecado (desdicha eterna). A tan erróneo comportamiento de tantos creyentes no es ajena la inmoralidad reinante, todo lo cual arrastra a la laxitud moral de tantos cristianos de buena fe.

Entre las causas más frecuentes de que el entendimiento esté dañado es que uno de sus tres enemigos: la ignorancia, el error o la mentira, haya realizado bien su trabajo. Así es como nuestra capacidad de razonar se ve afectada. Y lo hace hasta el punto de «borrar» de la memoria ese pasaje donde Cristo nos advierte con claridad meridiana:

«Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 11-12).

No sólo eso, la persona ofuscada justificará su postura con argumentos que esquiven la verdad: «Ahora son felices». ¿Le suena familiar la frase al lector? Probablemente sí. ¡Ah!, pero sabemos que nadie puede lograr la felicidad lejos de Dios, y el pecado de adulterio constituye el rechazo del amor de Dios manifestado en Cristo-Jesús. No se trata de que el adulterio sea malo porque Dios lo prohíba (sexto mandamiento de la Ley de Dios), no, al contrario: Dios lo prohíbe porque es malo y daña al corazón del hombre, no lo olvidemos. Así, quienes violan los Mandamientos de la Ley de Dios, tarde o temprano terminan pagándolo. Pero vayamos al fondo del asunto, que no es otro que las consecuencias de tener dañadas las potencias del alma.

Las potencias del alma —según san Agustín— son tres, siendo exclusivas de los seres humanos. A saber: memoria, entendimiento, y voluntad. Todo el bien y el mal que penetra en nosotros lo hace a través de estas tres potencias o puertas.

Memoria. Nos permite saber quiénes somos, al recordar aquello que más ha influido en nosotros, para bien o para mal, proveniente del testimonio de personas, lectura de libros, visionado de imágenes… Recordar lo bueno nos hace bien, mientras que hacerlo con lo malo nos provoca dolor. Los enemigos que dañan la memoria son tres: la superficialidad, la obsesión con el mal, y el olvido del bien recibido.

Entendimiento. Nos permite descubrir la verdad, distinguiéndola del error y la mentira. El entendimiento debe orientarnos y conducirnos hacia la salvación. Los enemigos que acechan al entendimiento son también tres: la ignorancia, el error, y la mentira.

Voluntad. Nos permite desear y elegir el bien, además de rechazar el mal, es decir, el pecado que nos aleja de Dios y nos conduce a la muerte eterna. La voluntad fue hecha para el amor y para lograr la santidad que nos lleva al cielo. Los enemigos que hieren la voluntad son: la pereza, la idolatría, y el odio.

Toda persona, por estar dotada de memoria, entendimiento y voluntad, debería plantearse, al menos, estas tres cuestiones: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Si tú o yo, mi querido lector, con las inquietudes propias por encontrar la verdadera felicidad, hemos pasado por alto esas tres interrogantes, entonces tendríamos que cuestionarnos si no las habremos sustituido por éstas otras: ¿quién me ofrece lo que yo deseo?, ¿qué me pide a cambio?, ¿cuánto me va a durar? En nosotros está elegir las tres cuestiones correctas, así como sus respuestas verdaderas. De ellas dependerá acertar o errar el camino. ¿Queremos SER, o preferimos TENER? Es decir, ¿nos decantamos por la puerta estrecha que lleva al cielo, o preferimos el camino ancho que conduce a la perdición? Ahí está la clave del hombre, pues de su respuesta va a depender en gran medida su felicidad, la presente y la futura.