Alerta monseñor Javier Martínez, arzobispo de Granada, en una carta pastoral y a propósito de las elecciones, contra la tentación de votar a un partido que no cita, pero del que da pistas suficientes como para que podamos adivinar de cuál se trata.
Dice, por ejemplo, que la «miopía de ese catolicismo es tal que ni siquiera se da cuenta de que quién tiene más interés en el crecimiento y el (relativo) éxito de esas propuestas de las que hablo, y que coquetean con él, son precisamente los grupos dispuestos a todo con tal de fracturar al pueblo español y desarraigarlo total y definitivamente de su tradición cristiana. Por muy paradójico que parezca, votar a una cierta “derecha” es votar a una cierta “izquierda”, hasta el punto de que esa “derecha” parece a veces casi subvencionada. Desde luego, es esa “cierta” izquierda quien la provoca y la hace crecer y la alimenta gustosamente. Y es necesario que eso se sepa. Y es necesario que un pastor de la Iglesia lo diga».
Nos parece de una enorme clarividencia y valentía que Martínez se desmarque de modo tan radical de la línea invariable todos estos años de la Conferencia Episcopal Española al disuadir al electorado de su diócesis de que vote al Partido Popular.
En efecto, si hay un partido en España al que pueda definirse como cierta «derecha», con esas comillas que deletan que se trata de una adscripción falsa, que equivale a votar a la izquierda es, sin duda, el PP. El partido lleva toda su existencia posando ante sus votantes como derecha, como defensor de ciertos valores sociales conservadores, para, al llegar al poder, incluso con mayoría absoluta, dejar intacta la estructura legislativa del anterior gobierno socialista, especialmente las iniciativas más aberrantes de ingeniería social, e incluso afianzarla y convertirla en ‘opinión universal’ inamovible.
Pero no, nos cuesta creer la explicación evidente, aunque la descripción cuadre de modo tan perfecto. La iglesia española es en general lenta como la estructura funcionarial en que se ha convertido, pero sabe reaccionar con asombrosa celeridad cuando alguno de los suyos cuestiona su deprimente alianza implícita con el Partido Popular. Y, visto que ni en COPE ni en La Trece han saltado al cuello del arzobispo, pese haberse convertido en medios lacayunos al servicio del PP, nos tememos que Martínez debe de estar refiriéndose a algún otro grupo. Y como cuando nos falla lo de ser cándidos como palomas optamos por el Plan B, ser astutos como serpientes, deducimos que Martínez se apunta a la corriente en boga de darle palos a Vox, no vaya a ser que España tenga una derecha de verdad. Al final, todo es tristemente previsible.
No hay nada en toda la confusa carta, casi autocontradictoria, que ataque nada de los que Vox dice representar. Vox tiene aún todo por demostrar, es desde ayer que ha dado el gran salto sus propuestas futuras, no digamos su actividad de gobierno o su evolución, son una perfecta incógnita. Pero precisamente por eso haríamos bien, por el momento, juzgándole por lo que él mismo dice de sí, y no por fantasías conspiranoicas interesadas e injuriosas asociaciones, estas sí más que ‘subvencionadas’ por el Poder con mayúsculas.
Pero Martínez no hace eso. Martínez se pasa el resto de la carta atacando a un hombre de paja, al muñeco que otros han construido y en el que el arzobispo parece creer con fe conmovedora. Por ejemplo, trata a Vox como a un partido confesional, cosa que sus líderes han dejado claro en toda ocasión que no es. Aunque imagino que Martínez no pondrá pegas importantes en el hecho de que muchos de sus líderes sean católicos practicantes y de que la fe pueda animar su conducta y sus ideas. Sería un poco raro en un arzobispo, pero cosas más raras hemos visto.
Escribe el arzobispo: “Sí, no hay un partido “cristiano”. ¡Pues claro! ¿Qué esperábamos? No estamos en un mundo cristiano. ¿O es que no nos habíamos dado cuenta? ¿Y qué pasa?”.
Nada, monseñor, no pasa nada. Está muy bien que no haya un partido explícitamente cristiano, aunque la jerarquía, e incluso la Curia, se hartaron de trastear en la Democracia Cristiana italiana, donde ahora acaba de surgir un partido, la Unión Católica, diseñado en el mismo Vaticano y presidido por el íntimo del secretario de Estado, Pietro Parolin. O aunque de la asociación católica Comunión y Liberación, a la que pertenece o pertenecía el propio Martínez, surgiera, también en Italia, el Partito Popolare.
Eso, como el propio arzobispo señala en uno de sus bandazos, no significa un “de perdidos, al río” para el votante católico, ni que dé igual ocho que ochenta o que se pueda votar dejando la fe aparcada en algún compartimento estanco del alma. Significa solo que ningún grupo político puede ‘inmanentizar el escatón’, pretender representar la verdad católica o aspirar a construir el Reino desde la Moncloa y por decreto. Nada de lo cual pretende Vox, cuyas propuestas podrán gustar más o menos, pero son estrictamente laicas.
Sigue Martínez tratando de salir del berenjenal conceptual en el que se ha metido él solito, en sus “sí, pero no” y en sus “no, pero sí”, hablando de un Vox que no existe para evitar hablar de un PP que no solo existe, sino que ha sido tratado por la iglesia española de un modo tan obsequioso que roza lo servil.
Estamos con Martínez en su afirmación de que un pastor no puede evitar ‘meterse en política’, es decir, recordar a sus fieles que no todo es igual a todo y que la fe debe iluminar su decisión política como condiciona sus decisiones cotidianas. Por eso quizá hubiera sido más oportuno que el prelado pidiera a su grey que, a la hora de votar, se fijase simplemente en qué tipo de sociedad quieren y cuál es más compatible con la práctica católica. No sé, quizá poner coto a la plaga del aborto podría colarse por algún resquicio de su conciencia, se me ocurre.
En sus extrañas vueltas y revueltas, el texto del arzobispo nos habla de las épocas de persecución en la Roma pagana, de atroces emperadores que acosaban a los cristianos, añadiendo: “ La verdad es que jamás la Iglesia creció tanto como en aquellos primeros siglos. Tanto y tan libremente”. Lo que parece una abierta invitación al ‘aceleracionismo’, al “cuanto peor, mejor”.
No hay, claro, nada de eso. Simplemente, el arzobispo se ha hecho un lío, ya que toda la carta, de principio a fin, es un intento de defender un ‘status quo’ indefendible, la alianza antinatural de la que hablábamos al principio. Y eso, naturalmente, solo puede llevar a la confusión y a Hitler y a Mussolini.
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