Fabrice Hadjadj no es un filósofo al uso, todo hay que decirlo. Siguiendo aquella tesis de Chesterton de que los asuntos serios son los únicos que deben tomarse a broma, le gusta hacer filosofía entre juegos de palabras, chistes y símiles estrambóticos. Pero eso no resta ni un ápice de profundidad a sus afirmaciones, que se cuelan en lo más íntimo de los lectores a través de una carcajada.
’99 lecciones para ser un payaso’, publicada por Bibliotheca Homo Legens, muestra al Hadjadj más atrevido. La obra constituye en sí una broma (en el mejor sentido del término) que permitirá al lector mofarse del hombre que tiene demasiado presentes sus logros y admirar al hombre que, con la abnegación del felpudo, deja de lado sus presuntos méritos y permite que todos se rían de él. Porque en esto último estriba precisamente la esencia del payaso: ‘Una vez que seas payaso, te prestarás a reír – pero será siempre a tus expensas. Dejarás que aparezca a la vista de todos lo risible de tu sustancia’.
Un payaso es, en definitiva, alguien que no pierde el tiempo en disimular su ridiculez, esa ridiculez que compartimos todos los hombres. Se toma a sí mismo a broma, y eso le permite disfrutar. Mientras otros viven en perpetua autocontemplación, el payaso reduce su ‘yo’ a cero para que su gozo pueda aumentar hasta el infinito: sabe – aunque quizá no sea un saber teórico – que sólo olvidándonos de nuestro ombligo podremos levantar la cabeza y descubrir la grandeza de lo que nos rodea.
Quién sabe. Quizá desee ser tan altivo como los demás, pero tiene que ser consecuente. Ha descubierto que el único camino posible es la postración: ‘Te gustaría burlarte de los demás, pero adivinas que, en tal caso, tendrías que empezar por ti mismo. Y te gustaría mucho burlarte de ti, pero presientes que, entonces, tendrías que comenzar admirando a los demás. Así que, payaso, los admirarás, y tu admiración será mucho más estimulante que los sarcasmos bufonescos’.
La maravilla de lo real
De este modo, el payaso contempla postrado la belleza de la creación. Y no termina de comprender a ésos que acuden a espectáculos de magia en busca de acontecimientos estimulantes: ‘En eso consiste el vicio de su virtuosismo (…) En su creencia de que es necesario hacer magia para que lo maravilloso se haga presente. Según él [el mago], la realidad sería muy tediosa sin que él arrojara polvo a los ojos. Ahora bien, ¿es que el conejo, con sus orejas de burro y sus dientes de conejo, no es ya un prodigio en sí mismo? (…) Sus prestidigitaciones [las del mago] nos hacen olvidar inmediatamente el esplendor de una simple mano’.
Quizá el mayor rival del payaso, que se compromete con el mundo que ya existe, sea el ideólogo, que quiere construir un mundo nuevo para afirmarse a sí mismo. El segundo jamás podrá disfrutar de una cerveza, pues no es obra suya; el primero llegará a gozar incluso de una babosa.
La clave, nos enseña Hadjadj, está en asentir: ‘No te tomes a ti mismo por Dios, sino mejor por un papel de calco, por un enamorado transparente. La única potencia requerida es la del consentimiento. Sólo tienes que decir que sí. Sólo tienes que repetir amén’.
99 lecciones para ser un payaso es un libro que no deben dejar de leer. Porque reirán a carcajadas. Y porque, a través de esa boca abierta por la carcajada, penetrará en lo más íntimo de ustedes el soplo de esperanza que tanto necesitan. Que tanto necesitamos todos.
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