Obispo alemán sugiere acabar con el ‘impuesto religioso’, base de su riqueza

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El ‘Kirchensteuer’, el impuesto que todos los alemanes creyentes tienen que pagar -o apostatar-, hace enormemente rica a la Iglesia alemana. Ahora, Gregor Maria Hanke, obispo de Eichstätt, sugiere que se debería abolir para convertirse en la «Iglesia pobre para los pobres» que ha pedido el Papa.

La Iglesia está más necesitada de renovación espiritual que de agenda política, asegura el obispo de Eichstätt, Gregor Maria Hanke, informa el periódico católico británico The Tablet. «Por eso deberíamos dar el paso y convertirnos en una Iglesia más pobre», dijo Hamke en su discurso de Año Nuevo al consejo diocesano el pasado 19 de enero. «La verdadera reforma surge de seguir a Cristo más de cerca, dando más testimonio y, posiblemente, menos institución».

Las consecuencias de hacer caso a Hanke serían colosales. La Iglesia alemana, como puede comprobar quien siga la información eclesiástica con alguna atención, tiene un peso desproporcionado sobre las líneas maestras de la pastoral universal, pese a las palabras de Su Santidad sobre la necesidad de atender más a las periferias, en buena medida porque es una Iglesia muy rica, gracias al Kirchensteuer o impuesto religioso.

En pocas palabras, este sistema supone que si usted es alemán, debe confesar a qué religión pertenece, y según eso, el Estado le quita un porcentaje de sus ingresos -entre el 8% y el 9% del impuesto sobre la renta- y se lo da a la organización religiosa de su elección. No es moco de pavo, sino mucho, mucho dinero, porque los sueldos en Alemania son sustanciosos y los católicos vienen a ser la mitad de la población confesional. Ahora, en España tenemos la X de la Iglesia en el IRPF, pero si no me da la real gana de marcarla, no por eso dejo de ser católico. En Alemania, en cambio, no hay X, y para dejar de pagar hay que negar la fe, es decir, apostatar. Y eso son palabras mayores.

Esto tiene dos efectos perversos. El primero es el propio efecto corruptor del exceso de riqueza, contra el que nos ha advertido reiteradamente el Santo Padre al desear «una Iglesia pobre para los pobres». Pero el segundo es quizá peor, y es que el sistema convierte a la Iglesia en una especie de ‘empresa de servicios’ y a los fieles en ‘clientes’ cuyas demandas hay que atender para no perderlos, especialmente a través de sustanciales ‘rebajas’ morales y doctrinales, como la reciente decisión de permitir la comunión a los cónyuges luteranos de fieles católicos.

Y ese es el mecanismo con el que Hanke parece querer acabar, al menos gradualmente. Como se preguntaba retóricamente, «¿no supone el actual sistema fiscal de la iglesia que la misericordia está estrechamente asociada al dinero?».

Ciertamente, las ‘rebajas’ eclesiales no han ayudado mucho a mantener la ‘clientela’ -23 millones de alemanes- o, al menos, a hacerle tomarse en serio su fe. El número de ordenaciones es alarmantemente bajo. Según un estudio de la Katholische Nachrichten-Agentur (KNA) de todas las diócesis, en 2017 se ordenaron 76 sacerdotes (de 27 diócesis), frente a las 82 del año anterior. Por comparar, en fecha tan cercana como 1995 se ordenaron 186 sacerdotes. Hay dos diócesis que ese año no ordenaron a un sólo sacerdote, Osnabrück (por primera vez en un siglo) y Mainz. La diócesis de Trier, la más antigua de toda Alemania (y patria de Karl Marx, por cierto), cerró en 2017 casi todas sus parroquias, 903 concretamente, un 96%.

Aunque lo vemos improbable, hacemos fervorosos votos para que la voz de Hanke sea escuchada.

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