Desde temprana edad, la beata Ana Catalina Emmerick tuvo numerosas visiones religiosas en las que contempló la vida de Cristo y de la Sagrada Familia. Entre los episodios descritos por Ana Catalina Emmerick en el relato de sus visiones se encuentra la llegada de San José y la Virgen María a Belén poco antes del Nacimiento de Jesús. A continuación, les ofrecemos el relato que hace la beata Ana Catalina Emmerick de este momento, recogido en las páginas del libro Secretos de la Biblia:
(…) Entraron en Belén. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. Entraron por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida. María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más dentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado. Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias veces, y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes decían que el sitio estaba ya tomado, y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar. Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se dirigieron hacia el mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José condujo a María bajo este árbol, y le arregló un asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol. María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, le caía en pliegues alrededor. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin se sentó sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja. José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era. Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando ella estuviera tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado. Salieron, pues, de Belén por el este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un montículo, y los condujo en algunos minutos al este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como las del boj.
(…)
Era bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la gruta. La borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada Familia en la casa paterna de José había desaparecido corriendo en torno de la ciudad, corrió entonces a su encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de ellos. Viendo esto la Virgen dijo a José: «¿Ves?, seguramente es la voluntad de Dios que entremos aquí». José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta; preparó un asiento para María, la cual se sentó mientras él hacia un poco de luz y penetraba en la gruta. La entrada estaba obstruida por atados de paja y esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la gruta había diversos objetos que dificultaban el paso. José la despejó, preparando un sitio cómodo para María, por el lado del oriente. Colgó de la pared una lámpara encendida e hizo entrar a María, la cual se acostó sobre el lecho que José le había preparado con colchas y envoltorios. José le pidió humildemente perdón por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría. Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue a la pradera, donde corría una fuente, y llenándola de agua volvió a la gruta. Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos los forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en las esquinas de algunas calles con los alimentos más indispensables para la venta. Creo que había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos y frutas cocidas. Después de haber comido y rezado, José preparó un lecho para María Santísima. Sobre una capa de juncos tendió una colcha semejante a las que yo había visto en la casa de Ana y puso otra enrollada por cabecera. Luego metió al asno y lo ató en un sitio donde no podía incomodar; tapó las aberturas de la bóveda por donde entraba aire, y dispuso en la entrada un lugarcito para su propio descanso.
(…)
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Qué hermoso!, Ahora la Virgen María estaba únicamente con Jesús, y José, que más iba ella a querer, y
San José, cuánto se apenaria, y cuánto se alegraría después. Gracias a Dios, que aún hay familias que se aman, deben ser ellas, las que detienen el justo enojo de Dios, pues seguimos rechazandolo , o ignorándolo, que es aún peor. Que ésta Navidad , todos recibamos al Niñito Dios en nuestro corazón y venga un año mejor que éste
Mil veces he pensado q eso tenía que ser así.El nacimiento de Jesús no fue un parto normal , y no podían llamar a la comadrona del pueblo ni a nadie….Dios lo había pensado así desde toda la eternidad…
Bonito cuento de Navidad. Está claro que la Beata no conocía Belén ni el paraje llamado «Campo de los Pastores», ni tenía muy claras las palabras del Evangelio. Parece que leía más bien los evangelios apócrifos. Y la vaca, ¿dónde se la dejaron? El día de Navidad un prelado dijo que «a Jesús hay que amarlo como inmigrate que era». Posiblemente había leído estas «¿revelaciones?».