Un párroco italiano cierra su iglesia en Navidad en protesta contra Salvini

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Un párroco genovés ha decidido cerrar ‘su’ iglesia por Navidad en protesta por una ley de inmigración del nuevo gobierno italiano, convirtiéndose así en el ejemplo perfecto de eso que tanto deplora Su Santidad: el clericalismo.

Cada día que pasa se comprueba más y más cuánta razón tenía Su Santidad cuando identificó el ‘clericalismo’ como uno de los problemas centrales de la Iglesia de hoy. En realidad, Francisco se estaba refiriendo específicamente a los casos de encubrimiento de la pederastia clerical, en una carta al pueblo de Dios de la que muchos echaron de menos una referencia a la homosexualidad, presente en más de un ochenta por ciento de los casos de abusos.

Pero, obviando ese pequeño detalle, apenas puede caber duda de que el clericalismo, esa tendencia del clero a constituirse en casta profesional y ‘secuestrar’ la fe como si fuera posesión propia, es rampante y hace un considerable daño a la Iglesia. El ejemplo notable e indignante es el del padre (?) Paolo Farinella, párroco de San Torpete, en Génova, que ha decidido cerrar su iglesia en Navidad en protesta contra la ‘Ley Salvini’, que endurece la política contra la inmigración ilegal masiva y facilita las expulsiones.

Ya hemos hablado antes de los rumores sobre la creación desde la Curia de un partido ‘para católicos’, Insieme (Juntos), y no hace falta aventurarse mucho en la historia para observar el daño que ha hecho siempre mezclar las churras de la ideología mundana con las merinas de la fe. Las opiniones políticas de un cura, por respetables que sean, debería guardárselas para su propio coleto y no castigar con ellas a su feligresía, que ni le importan ni tiene por qué comulgar con ellas.

Pero lo peor no es, con ser triste, que Don Farinella haga política con la religión, que en eso andamos ya curados de espanto, sino que ordene el cierre de la iglesia como si fuera una tienda; concretamente, su tienda. Si esa no es la perfecta imagen, la foto de poster del clericalismo, entonces la palabra no significa nada.

Parece evidente que Farinella, en el caso dudoso de que conserve la fe, la tiene más bien confusa, porque si tanto le indigna que Salvini cierre la puerta a los miles de subsaharianos que llegan en patera a las costas italianas, más debería indignarle su propia decisión de cerrar las puertas de una iglesia que ni es suya ni existe para él y sus pataleos infantiles a sus feligreses, inocentes de lo que causa la ira de su párroco.

Con más motivo debería abrirlas si tal inquina tiene a quienes las cierran a los inmigrantes, y muy especialmente en Navidad, cuando recordamos a un Niño nacido en un pesebre para animales porque a sus padres les cerraron todas las puertas. La iglesia no es de los curas, ni San Torpete pertenece a Farinella, y abrirla y celebrar en ella la Santa Misa, tanto más en tiempo tan solemne y de precepto, no una afición que se le permita al párroco cuando le venga en gana y esté de humor, sino un gravísimo deber.

El sacerdote justifica este caprichoso desmán como «objeción de conciencia» en su blog, asegurando que  «si Jesús, con María y José se presentaran hoy para celebrar su nacimiento, con el decreto inmundo de Salvini serían detenidos en la frontera y mandados de vuelta».

Me ahorro la molestia de amontonar citas de Papas y teólogos sobre el derecho de los gobernantes a controlar sus fronteras y decidir, en atención al bien común, quiénes y cuántos y en qué condiciones pueden entrar en sus países. Es indiferente. A los efectos que nos interesan, tanto da que fuera una ley tan injusta e inhumana como la que permite matar niños en el seno de sus propias madres (¿hubo entonces muchos Farinellas cerrando parroquias?). Los católicos hemos vivido y, en algunos casos, seguimos viviendo bajo los regímenes más adversos y tiránicos; durante tres siglos fue la nuestra en todas partes una ‘religión ilícita’. Pero la respuesta de los sacerdotes ante la persecución y la injusticia nunca fue dejar a los suyos sin el consuelo de la Sagrada Eucaristía, nunca fue cerrar los templos, sino abrirlos de par en par.