Desde su incógnito refugio, el arzobispo Carlo Maria Viganò ha vuelto a romper su silencio, esta vez en defensa de su buen nombre. En un escueto comunicado, el hombre más buscado por el Vaticano aclara, punto por punto, su verdadera situación procesal y su absoluta inocencia.
Monseñor Viganò ha hecho pública una nota en la que, en diez puntos, sale al paso de las acusaciones vertidas contra su persona en medios y redes sociales, en el sentido de que habría robado o estafado a su hermano Lorenzo, también sacerdote, parte de la herencia recibida de sus padres, empresarios industriales de cierto éxito.
Los puntos son irrebatibles, porque hacen referencia, en su mayoría, a cuestiones de hecho fácilmente comprobables para cualquiera que se preocupe por acceder a los datos judiciales en el tribunal milanés que se ocupa del caso, una trivial disputa por un testamento.
Lo que hace de una información tan personal y pasablemente aburrida y técnica una noticia de indudable interés es, sencillamente, que determinados periodistas y comentaristas han tratado de usar este caso judicial para impugnar el carácter del prelado y sugerir así que lo que cuenta en su célebre testimonio no es fiable.
Desde el mismo momento en que el ex nuncio en Estados Unidos hizo público su explosivo testimonio este verano, en el que acusa al propio Santo Padre y a buena parte de la Curia de conocer las malandanzas homosexuales de McCarrick y aun así no hacer nada al respecto, levantando además una sanción privada sobre el ex cardenal impuesta por Benedicto XVI para emplearle en delicadas misiones diplomáticas, los ataques contra el testimonio han ido dirigidos menos a impugnar los hechos que cuenta Viganò que a manchar su imagen y, con ella, su credibilidad.
Su Santidad, cuando se le preguntó por las acusaciones vertidas por Viganò en el avión de vuelta de Dublín, donde había concluido el Encuentro Mundial de las Familias, no las desmintió sino que declaró que no diría una sola palabra sobre el particular. Esto dejó a sus entusiastas defensores con un estrecho margen de maniobra, así que centraron sus ataques en el mismo tipo de ‘argumento ad hominem’ que el Papa estaba en esos precisos momentos condenando en sus homilías de Santa Marta. Se le pintó desde un primer momento como un hombre ambicioso y rencoroso que lanzaba su testimonio no tanto para que brillara la luz como para perjudicar al Papa que le había cesado de su puesto de representación diplomática en Estados Unidos.
En cuanto a los hechos denunciados, curiosamente, no solo no se desmintieron esencialmente -solo algunos se embrollaron en disquisiciones bizantinas sobre si la orden de Benedicto contaba o no como ‘sanción’-, sino que se vinieron a confirmar con un intento de extraño desmentido del cardenal canadiense Ouellet, interpelado por el propio Viganò. Ouellet atacó con inusual ferocidad al prelado italiano, pero al tiempo dejó claro en el ataque que la acusación central de Viganò -que en la Curia estaban al cabo de la calle- era cierto.
Pero la guinda llegó cuando se hizo pública una demanda de Lorenzo Viganò, hermano del arzobispo y también sacerdote, en la que este alegaba ante el tribunal que Carlo María le había estafado millones que le correspondían de la herencia de sus padres. Para qué más: los medios áulicos se lanzaron sobre tan sabrosa presa y sin rubor titularon que el prelado había ‘robado’/’estafado’ millones a su propio hermano.
A cualquiera se le ocurre que en un tribunal civil no se derimen delitos, y que una demanda, más en el caso de una herencia, es más un embrollo jurídico que un dilema moral en blanco y negro. En el caso que nos ocupa, Viganò hace una exhaustiva labor aclaratoria sobre el caso, explicando sus pormenores más relevantes, en la que su conducta queda perfectamente clara y su imagen, impoluta: Viganò ha pagado lo que el tribunal ha decidido, ha definido su actuación y la de su familia, y ha acabado (punto 10) advirtiendo que sus abogados tienen instrucciones para emprender demandas a cualquiera que vierta falsedades contra él a este respecto.
Si el lector desea profundizar en los puntos de la nota, aquí puede consultar la versión original en italiano, incluida en un artículo de Marco Tosatti. Consideramos, por lo demás, indignante que se haga necesario publicar un asunto tan personal e irrelevante para el gran público para contrarrestar la labor de quienes, contra las advertencias papales fulminando al Gran Acusador, han caído en la vileza de tratar de descalificar un testimonio calumniando a su autor.
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Viganô sabe que está limpio de pecado ante los altos de Roma, los pecadores del Gran Acusador.
¿El hombre más buscado por el Vaticano? ¿Pero qué clase de organización es ésta, que alguien tiene que esconderse tras opinar sobre el tema que sea? Impresionante.
Este es un diablo con sotana, que credibilidad puede tener este infeliz que roba a su hermano
Aquí Houston, llamando a Leonardo. El artículo dice precisamente que Viganó sacó un comunicado aclarando el asunto. Cambio y fuera.
Otro chisme estre los miles: «el hombre más buscado del Vaticano»
Este Carlos Esteban…!!!! Estoy esperando (en vano desde luego) que sea un buen periodista, no el chismoso de última que es…
O será que ha visto demasiadas películas de miedo….!!!!
jijijiji.
Veo, don Carlos, que usted no modera,sino que censura. Es un misterio para mí que usted tenga por intocable al Sr. Boo ,que es uno de los más destacados difamadores del arzobispo Viganó.
Si un lector critica, ¿usted qué tiene que temer? Pero sigo sin entender su drástica censura y su protección de facto de Juan Vicente Boo. Esto es verdaderamente extraño.