Sobre la canonización de Pablo VI

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Sin compartir parte de su contenido, y reconociendo el gran acto profético de Pablo VI que fue Humanae Vitae, publicamos a continuación un artículo, publicado originalmente en OnePeterFive y traducido para InfoVaticana, que aclara algunos de los puntos más controvertidos de la canonización del Papa Montini.


Muchos de los que han estudiado la vida y el pontificado del Papa Pablo VI están convencidos de que su figura como pastor distaba mucho de ser ejemplar; que no sólo no poseía ninguna virtud heroica, sino que le faltaban algunas virtudes clave; que su promulgación de una titánica reforma litúrgica era incompatible con su deber papal de gestionar lo que había recibido; que ofrece el retrato de un gobierno fracasado y de una tradición traicionada. En resumen, para nosotros es imposible aceptar que un Papa como este sea canonizado. Por lo tanto, no es de extrañar que nos sintamos enojados por la canonización, el próximo 14 de octubre, de Giovanni Battista Montini, y que tengamos grandes dudas de conciencia sobre su validez o credibilidad.

Ahora bien, ¿se nos permite tener estas dudas? Seguramente (habrá gente que lo sostenga), la canonización es un ejercicio infalible del magisterio papal y, por lo tanto, vinculante en todo -desde luego, el lenguaje utilizado en la ceremonia es lo que indica-; por consiguiente, debemos aceptar que Pablo VI es un santo en el Cielo y que debemos honrarle, imitarle y abrazar todo lo que hizo y enseñó como Papa.

No vayamos tan rápido. En realidad, la situación es mucho más complicada. En este tiempo tormentoso, es justo que conozcamos su complejidad en lugar de buscar refugio en simplismos ingenuos. En este artículo desarrollaré siete temas: (1) el valor de las canonizaciones; (2) el objeto de las canonizaciones; (3) el proceso de canonización; (4) ¿qué tiene de cuestionable Pablo VI?; (5) ¿qué se puede admirar de Pablo VI?; (6) las limitaciones del significado de la canonización y (7) las consecuencias prácticas.

  1. El valor de las canonizaciones

Aunque históricamente la mayoría de los teólogos han defendido el punto de vista de la infalibilidad de las canonizaciones -sobre todo los teólogos neoescolásticos, que tienden a ser ultramontanos extremos [1]-, la propia Iglesia, de hecho, nunca ha enseñado que sea una doctrina vinculante [2]. El valor exacto de las canonizaciones sigue siendo un tema legítimo de debate teológico, y lo es aún más dadas las expectativas, los procedimientos y las motivaciones cambiantes del acto de canonización mismo (puntos sobre los que volveré más adelante).

La infalibilidad de las canonizaciones no forma parte de la enseñanza de la Iglesia, ni está necesariamente implícita en ninguna doctrina de fide de la Fe. Los católicos, por lo tanto, no están obligados a creer en ella como materia de fe y pueden incluso, por razones serias, dudar o cuestionar la veracidad de determinadas canonizaciones. Esta conclusión está rigurosamente establecida y defendida por John Lamont en “The Authority of Canonisations” (Rorate Caeli, 24 de agosto de 2018) en lo que es, en mi opinión, la mejor explicación publicada sobre este tema hasta el momento y que vale la pena leer íntegra, sobre todo por quienes tienen problemas de conciencia por esta cuestión [3].

  1. El objeto de las canonizaciones

Tradicionalmente, una canonización no es meramente el reconocimiento de que una determinada persona está en el Cielo; es el reconocimiento de que dicha persona vivió una vida de tal virtud heroica (sobre todo, las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad), que vivió de manera tan ejemplar los deberes de su estado de vida (y esto incluiría, para un sacerdote, los deberes de su ministerio) y que practicó de tal modo el ascetismo como corresponde a un soldado de Cristo, que la Iglesia universal debe rendirle veneración pública (incluso litúrgica), y que su ejemplo es un modelo a seguir (cf. 1 Cor 11, 1) [4]. Podemos ver todos estos aspectos brillando en los santos «clásicos», que gozan de gran devoción popular.

En los pontificados recientes, hemos visto un cambio en el motivo por el que se canoniza a las personas, o por lo menos, a ciertas personas. Donald Prudlo observa: «Como historiador de la santidad, mi gran duda sobre los actuales procesos deriva de las canonizaciones realizadas por el propio Juan Pablo II. Por muy laudable que fuera su intención de proporcionar modelos de santidad de todas las culturas y estados de vida, tenía la tendencia a distanciar la canonización de su propósito original y fundamental, que era legitimar un culto existente entre los fieles, confirmado por el testimonio divino de los milagros. El culto precede a la canonización y no al revés. Corremos el peligro, por lo tanto, de utilizar la canonización como instrumento para promover intereses y movimientos, en lugar de que sea el reconocimiento y la aprobación de un culto ya existente«[5]

Prudlo indica algo tan evidente como que la beatificación y la canonización son la respuesta de la Iglesia a una fuerte devoción popular por una determinada persona, cuya intercesión ha sido respaldada por Dios,  realizando, por así decirlo, varios milagros verificables. No que el Vaticano ponga su sello para aprobar tal o cual persona que desea promover. No hay un cultus serio de Pablo VI, nunca lo ha habido, y es incierto que un decreto papal pueda crear un cultus ex nihilo.

En realidad, lo que vemos es que el Papa Francisco ha llevado al extremo la «politización» del proceso, para que la persona que debe ser beatificada o canonizada sea instrumentalizada según un plan preciso. Como observa el padre Hunwicke: «Desde hace algún tiempo ha surgido en algunos ámbitos la incómoda sospecha de que las canonizaciones se han convertido en un modo de aprobar los criterios de algunos papas. Si estos criterios son polémicos y dividen, promover la idea de que las canonizaciones son infalibles se convierte en otro elemento que entra en el conflicto. Alguno me recordará que una canonización no implica la aprobación teológica de todo lo que he hecho o dicho un santo. Al menos no formalmente. Pero la sospecha que tienen muchas personas es que de facto y humanamente, este parece ser el objetivo. Lo confirma la opinión generalizada de que las canonizaciones de los ‘Papas Conciliares» conllevan algún tipo de significado o mensaje».

Asimismo, el padre «Pio Pace» escribe: «Hay que decirlo: al canonizar a todos los Papas del Concilio Vaticano II, se está canonizando al Concilio mismo. Esto devalúa el propio acto de la canonización al convertirse en una especie de medalla a título póstumo. Tal vez un concilio que fue ‘pastoral’ y no dogmático merece canonizaciones que sean ‘pastorales’ y no dogmáticas». [6]

De manera más profunda, el prof. Roberto de Mattei observa: «Para el papólatra, el Papa no es el vicario de Cristo en la tierra, que tiene el deber de transmitir la doctrina que ha recibido, sino que es el sucesor de Cristo que perfecciona la doctrina de sus predecesores, que adapta a los cambios de cada época. La doctrina del Evangelio está en perpetúa evolución, porque coincide con el magisterio del pontífice reinante. El magisterio ‘vivo’ sustituye al magisterio perenne, expresado por la enseñanza pastoral que cambia cada día, y que tiene su regula fidei (la regla de fe) en el sujeto de la autoridad y no en el objeto de la verdad transmitida.

Una consecuencia de la papalatría es el pretexto de canonizar a todos y cada uno de los Papas del pasado, para que así, retroactivamente, cada una de sus palabras, cada uno de sus actos de gobierno se conviertan en ‘infalibles’. Sin embargo, esto atañe sólo a los Papas posteriores al Vaticano II y no a los que precedieron dicho concilio.

Surge entonces una cuestión: la edad dorada de la historia de la Iglesia es la Edad Media y, sin embargo, los únicos Papas canonizados por la Iglesia fueron Gregorio VII y Celestino V. En los siglos XII y XIII hubo grandes Papa, pero ninguno fue canonizado. Durante setecientos años, entre los siglos XIV y XX, sólo fueron canonizados San Pío V y San Pío X. ¿Acaso los otros Papas no lo merecían o eran pecadores? Ciertamente no. Pero el heroísmo de gobernar la Iglesia es una excepción, no la regla, y si todos los Papas fueran santos, entonces nadie sería santo. La santidad lo es cuando es excepcional y pierde su sentido si se convierte en regla». [7]

Vale la pena resaltar este último párrafo: debería causar asombro y escepticismo que a lo largo de 700 años la Iglesia haya canonizado exactamente a dos papas [8], mientras que en los últimos años ha «canonizado» a tres papas que vivieron en poco más de 50 años; medio siglo que, por arte de birlibirloque, coincide con la preparación, la celebración y las consecuencias del más mágico de todos los concilios, el Vaticano II. Debe ser efecto de ese “nuevo Pentecostés”. Si esto no basta para que una persona desconfíe, no sé que más hace falta. [9]

  1. El proceso de canonización

Juan Pablo II introdujo muchos cambios significativos en el proceso de canonización, que se mantenía estable desde la época de Prospero Lambertini (1734-1738), más tarde Papa Benedicto XIV (1740-1758). Este proceso se basaba, a su vez, en normas que se remontaban a la época del Papa Urbano VIII (1623-1644). Fue nada menos que Pablo VI quien, en este ámbito como en muchos otros, inició a simplificar el procedimiento en 1969, proceso que completó Juan Pablo II en 1983.

Resulta esclarecedor comparar el antiguo proceso con el nuevo. El portal Unan Sanctan Catholicam ofrece un cuadro comparativo. Tras observar el hecho obvio de que el antiguo proceso es considerablemente más complicado y exhaustivo, Unam Sanctam Catholicam hace esta valoración: «La diferencia entre los procedimientos antiguo y nuevo no está sólo en su duración, sino también en su carácter. En el procedimiento anterior a 1969 se protege la integridad del proceso. La Sagrada Congregación debía dar fe de la validez de la metodología utilizada por los tribunales diocesanos. El Promotor Fidei debía firmar el formulario canónico de cada acto del Postulador y de la Congregación. Se examinaba exhaustivamente la validez de las investigaciones de los milagros obrados por el candidato. Hay una atención muy rigurosa a la forma y la metodología en el procedimiento anterior a 1969 que falta en el sistema posterior a 1983. … Fundamentalmente, mientras el procedimiento moderno de canonización mantiene los mecanismos concretos del sistema anterior a 1969, los mecanismos de control que caracterizaban el procedimiento anterior a 1969 se han debilitado. En el sistema moderno falta ese control tan estricto». [10]

El papel del promotor fidei, conocido como «el abogado del diablo» ha sido drásticamente reducido. En el antiguo sistema, el papel crucial de esta persona era: «evitar cualquier decisión precipitada relacionada con los milagros o virtudes de los candidatos a los altares. Tenía que examinar todos los documentos del proceso de beatificación y canonización, y debía exponer a la Congregación las dificultades y dudas que albergaba sobre las virtudes y milagros, que debían resolverse para poder seguir adelante el proceso. Su deber era sugerir explicaciones naturales a los milagros, e incluso dar motivaciones humanas y egoístas a los actos presentados virtudes heroicas[.]… Su deber le exigía poner por escrito todas las posibles argumentaciones, aunque parecieron superficiales, para evitar la elevación a los altares del candidato. El interés y el honor de la Iglesia conllevaba prevenir que recibiera dicho honor nadie cuya muerte no pudiera demostrarse jurídicamente que había sido «preciosa a los ojos de Dios». [11]

Vale la pena leer varias veces este párrafo. Decisiones precipitadas relacionadas con milagros o virtudes… examinar todos los documentos… exponer contra las virtudes virtudes… el interés y el honor de la Iglesia debían ser defendidos a toda costa…

La relajación en el procedimiento, junto al caos imperante que se observa a menudo en el Vaticano en los años del posconcilio, suponen que no hay nada comparable al exigente papel del «abogado del diablo» desde 1983 (y, probablemente, desde 1969, cuando se empezó a introducir la inestabilidad en el procedimiento).

Entre otras cosas, se daba por sentado que todos los archivos de los documentos asociados con un candidato a la beatificación o la canonización tenían que ser estudiados con detalle en busca de cuestiones doctrinales, morales o psicológicas que pudieran hacer saltar las alarmas.

Aquí tengo que compartir una información inquietante. Una persona que trabaja en el Vaticano, en la Congregación para la Causa de los Santos, me ha confiado que se habían recibido ordenes «desde arriba» para que el proceso de canonización de Pablo VI se acelerara lo más posible; el resultado ha sido que la Congregación no ha examinado todos los documentos redactados por Pablo VI o relacionados con él custodiados en los archivos vaticanos. Este vacío es aún más grave si recordamos que Pablo VI fue acusado de ser un homosexual activo, una acusación que fue tomada suficientemente en serio en su día como para ser desmentida [12]. Es también grave debido a su implicación en las negociaciones secretas con los comunistas y su apoyo a la Ostpolitik, al amparo de la cual se cometieron muchas injusticias [13]. Lo lógico hubiera sido pensar que el deseo por una verdad transparente sobre cualquier aspecto de Montini llevaría a una examen detallado de los documentos relevantes. Sin embargo, no ha sido así. Huelga decir que esta falta de diligencia es, en sí misma, suficiente para poner en duda la legitimidad de la canonización.

Probablemente, el peor cambio en el proceso es el número de milagros necesarios. En el antiguo sistema se requerían dos milagros tanto para la beatificación como para la canonización; es decir, un total de cuatro milagros investigados y ratificados. El sentido de esta exigencia era dar a la Iglesia suficiente certeza moral de que Dios aprobaba la beatitud o santidad del candidato probándolo mediante el ejercicio de su poder ante la intercesión de dicha persona. Además, los milagros tradicionalmente tenían que ser excepcionales en su carácter innegable; es decir, no podían atribuirse a causas naturales o científicas.

El nuevo sistema reduce el número de milagros a la mitad. Alguien podría decir que también se reduce a la mitad la certeza moral. Y como muchos han observado, los milagros presentados a menudo parecen ser de poca monta, lo cual lleva a preguntarnos: ¿realmente fue un milagro, o se trató sólo de un hecho sumamente improbable? Los dos milagros atribuidos a Pablo VI (se puede encontrar información sobre ellos aquí) son, para ser francos, insignificantes. Es decir: es bonito que dos bebés «sanaran» o «fueran protegidos» de la forma descrita, pero no hay evidencia clara de que la intervención sobrenatural de Pablo VI sea inexplicable por causas naturales. Cuatro milagros relevantes y convincentes, como la restitución de la vista a un ciego o la resurrección de un muerto, serían mucho más convincentes.

Entre el creciente número de canonizaciones; la reducción a la mitad del número de milagros exigidos (exigencia que a veces se anula [14]); la ausencia del relevante papel del advocatus diaboli; y la precipitación con que se estudia, en ocasiones, la documentación (o incluso se omite su estudio, como parece ser que ha sucedido con el caso de Pablo VI), no sólo me parece imposible afirmar que las canonizaciones actuales exigen siempre nuestro consentimiento, sino que puede haber algunas que estaríamos obligados a no aprobar.

  1. ¿Qué tiene de cuestionable Pablo VI?

Más allá de estudiar la validez de las canonizaciones, del fin que se oculta traseras y los procedimientos que garantizan su fiabilidad o falta de esta, debemos considerar también los méritos concretos del caso en cuestión. ¿Por qué se oponen los católicos tradicionales a la canonización de Pablo VI?

Durante su pontificado, Montini demostró una falta de virtud heroica en la asunción de sus solemnes responsabilidades como pastor de la grey universal. Demostró también una perenne incapacidad de imponer una disciplina eficaz, ya que pasaba de la extrema indulgencia a la extrema severidad (por ejemplo, rara vez castigó a los más detestables teólogos heréticos, pero trató al arzobispo Lefebvre como si fuera peor que Martín Lutero, o recibía constantemente a Annibale Bugnini y le apoyó en todas sus reformas litúrgicas, hasta que de pronto lo desterró a Irán). Las señales contradictorias que daba: animar el modernismo y, después, restringirlo; intervenir en temas controvertidos para, después, retirarse; ser o no ser, como Hamlet (personaje con el que se comparó en una nota privada de 1978), lo único que hicieron fue agravar la confusión y anarquía de ese periodo. Lo que se necesitaba era un capitán firme en medio de la tormenta, no un modernista dudoso y blandengue que sufría una crisis existencial.

Los ámbitos problemáticos más graves incluían la reforma litúrgica, en la que Pablo VI dio amplia demostración de estar actuando bajo los principios racionalistas del Sínodo de Pistoia, incompatibles con el catolicismo, y de grave negligencia en la revisión de los textos. (Parece ser que firmó una serie de documentos de los que apenas conocía los detalles). Sus acuerdos  con los comunistas en favor de una Ostpolik, incluyendo su desobediencia a Pío XII, son bien conocidos. Aunque Pablo VI llegó a una conclusión acertada respecto al control de la natalidad, su fracaso en el modo de responder al bombardeo de los medios de comunicación sobre la Comisión Pontificia sobre Población, Familia y Natalidad, así como que no disciplinase a quienes no estaban de acuerdo con la Humanae Vitae, permitiendo que se marginara a quienes sostenían la enseñanza del pontífice, contribuyó a que todos conspiraran para socavar la eficacia de la doctrina. La dureza irracional con la que trató a los católicos tradicionales fue una vergüenza, como cuando rechazó la petición de más de seis mil sacerdotes españoles [15] que deseaban seguir celebrando el Rito Romano inmemorial de San Gregorio y San Pío V (aunque más tarde concedió este permiso a sacerdotes en Inglaterra y Gales, demostrando de nuevo su indecisión, propia de un Hamlet). Abusó de su autoridad papal para descartar lo que debía ser reverenciado y para tratar como prohibido lo que nunca debería estar prohibido.

El Papa tiene la solemne obligación de mantener y defender las tradiciones y ritos de la Iglesia; no tiene la autoridad moral de modificarlos hasta el punto de hacerlos irreconocibles. Ningún Papa en los dos mil años de historia de la Iglesia católica ha modificado más tradiciones y ritos, y de manera tan extensa, como hizo Pablo VI. Sólo esto debería hacerle sospechoso para siempre a ojos de cualquier creyente ortodoxo. O bien este Papa fue el gran libertador que libró a la Iglesia de siglos, incluso de un milenio, de esclavitud a una liturgia perjudicial, en cuyo caso al Espíritu Santo se le habría ido el santo al cielo y los protestantes tendrían razón al decir que la verdadera Iglesia de Cristo habría desaparecido o se habría vuelto «clandestina»; o fue el gran destructor que derribó lo que la Divina Providencia había construido amorosamente, vendiendo a la Iglesia como esclava de la moda intelectual, mucho más humillante que la esclavitud física a la que fueron sometidos los israelitas.

Pablo VI no sólo contempló indefenso la «autodemolición» de la Iglesia (palabra que él mismo acuñó para hacer referencia al colapso posconciliar); no sólo se limitó a presidir el mayor éxodo hasta la fecha de laicos, clero y religiosos católicos desde la revuelta protestante, sino que ayudó e instigó esta devastación interna con sus propias acciones. Al impulsar a velocidad vertiginosa la «reforma» radical litúrgica e institucional que no dejó nada indemne, multiplicó cien veces las fuerzas desestabilizadoras que estaban en acción desde los años 60. Cualquier cabeza que razonara bien se habría dado cuenta que era peligroso, no sólo impío, tanto cambio, tan rápido. Pero no: Pablo VI era un devoto incondicional de la ideología de la modernización, el sumo sacerdote del progreso, que intrépidamente se adentró en terrenos en los que sus predecesores no se han adentrado antes.

Es irónico que sea precisamente el Papa Francisco el voluntarioso impulsor de la canonización de Pablo VI, que ha demostrado claramente la trayectoria autodestructiva del catolicismo posconciliar cuando impone sus propias tendencias sin freno alguno (como hizo también Theodore McCarrick).

Muchos católicos están lógicamente preocupados con el Papa Francisco. Pero lo que él ha hecho en los últimos cinco años no es probablemente nada comparado con lo que Pablo VI tuvo la audacia de hacer: substituir el antiguo rito de la Misa y los ritos sacramentales con la nueva liturgia, causando la mayor ruptura interna que la Iglesia católica ha tenido en toda su historia. Es como si hubiera dejado caer una bomba atómica sobre el Pueblo de Dios que hubiera aniquilado su fe o le hubiera causado cáncer con las radiaciones. Fue la firme negación de la paternidad, de la función paternal del papado de conservar y transmitir la herencia familiar. Todo lo que ha sucedido después de Pablo VI no es más que el eco de esta violación del templo sagrado. Una vez que lo más sagrado ha sido profanado, nada está ya a salvo, nada es ya estable.

Ahora bien, alguien podría objetar: «Vale, de acuerdo, ¿y qué más da si Pablo VI no era bueno como Papa? Seguramente podría ser un santo hombre en su interior. Vivió en una época ardua, en la que todos estaban confundidos, y él lo hizo lo mejor que pudo. Debemos admirar sus intenciones y sus grandes deseos, incluso si criticamos, a posteriori, algunas de sus decisiones y acciones. La santidad no es una aprobación global de todo lo que una persona dice o hace».

El problema con esta objeción es que fracasa en reconocer que el modo de vivir de un católico su vocación primera es parte integrante de su santidad. Cómo un obispo de la Iglesia -y sobre todo un Papa-, ejerce su oficio eclesial no es secundario, sino esencial para su santidad (o falta de ella). Imaginémoslo así: ¿se podría canonizar a un hombre que, a pesar de golpear a su mujer y descuidar a sus hijos, participa diligentemente en la misa diaria, reza el rosario y da limosna a los pobres? Sería absurdo, porque justamente diríamos: «Un hombre casado con hijos tiene que ser santo como  marido y como padre, no a pesar de ser un marido y un padre». No es menos absurdo decir: «Este y este Papa fue negligente, irresponsable, indeciso, imprudente y revolucionario en sus decisiones papales, pero su corazón era justo y luchaba por la gloria de Dios y la salvación de los hombres». Un Papa es un santo porque «hacia bien de Papa». Demostraba fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza, etc., heroicas en su actividad de gobierno de la Iglesia. No se puede mantener de un modo razonable que Pablo VI lo hiciera.

Si se supone que tenemos que venerar a Pablo VI, entonces la incoherencia, la ambigüedad, la pusilanimidad, la injusticia, los continuos cambios, la negligencia, la indecisión, las señales confusas, el desaliento, la vana ilusión, la irritabilidad, el desdén y el menosprecio de la Tradición no sólo serán virtudes, sino virtudes que se pueden ejercer en grado heroico hasta el punto de ser fuente de gracia santificante, merecedoras de admiración, veneración y emulación. Lo siento, no lo acepto. Estos siempre han sido vicios, y siempre lo serán. Montini fue un gobernante terrible para la Iglesia, y si el cumplimiento virtuoso de la propia responsabilidad en el propio estado de vida es constitutivo de santidad, podemos concluir que no hay peor modelo de gobernante que Montini.

Para saber más sobre los errores de Pablo VI como Papa, recomiendo las siguientes lecturas:

  1. ¿Qué se puede admirar de Pablo VI?

¿Admiran los católicos tradicionalistas algo de Pablo VI? Sí, ciertamente. Seriamos insensatos si no reconociéramos el bien que hizo. Pero ese bien no basta para borrar los muchos y serios problemas enunciados en el punto anterior. La historia del pontificado de Montini es una clara demostración de la diferencia entre la persona y el cargo. En el caso de papas santos, la gracia del cargo parece superar y envolver a la persona, transformándola en el luminoso icono de San Pedro y de Cristo. En el caso de malos papas, o de papas mediocres, la gracia del cargo es algo que brota ocasionalmente, que surge de su escondite en situaciones de emergencia, pero que no transforma al titular de la misma manera. Esto es lo que vemos en Pablo VI, tal como astutamente expresó un editorial de Rorate Caeli (el énfasis es mío): «La mayoría de los historiadores describen al Papa Pablo VI como una especie de figura trágica, que intenta controlar el torbellino de acontecimientos que le rodean, pero que no puede hacer mucho. Probablemente es por esto, porque se veía que Montini a menudo se plegaba a las opiniones del mundo, que con frecuencia aceptaba las nociones y los textos (con pocas modificaciones por su parte) que le enviaban los falsos sabios de los comités, por lo que en los momentos en que no se doblegaba brillaba tan claramente con el fulgor de Pedro. La Nota Prævia a Lumen Gentium, su enérgica defensa de las doctrinas eucarísticas tradicionales (en Mysterium Fidei) y de las enseñanzas sobre las Indulgencias (en Indulgentiarum Doctrina) y el Credo del Pueblo de Dios son los pilares que permanecen en pie en un edificio que se cae, signos de una protección sobrenatural. En medio del colapso moral de los años 60, y contra la comisión creada por su predecesor para reexaminar la cuestión, Pedro habló a través del [Papa] Pablo en la Humanæ Vitae: «No es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien».

Si estas buenas acciones y enseñanzas hubieran sido habituales, normales y características de Pablo VI, y hubieran estado impregnadas por las virtudes cristianas que santo Tomás comenta en la segunda parte de la Summa; y si además hubiera surgido un cultus popular alrededor de la figura del amado pontífice, que hubiera culminado en muchos e indiscutibles milagros, entonces -y sólo entonces- hubiéramos tenido razones para elevar a Pablo VI a los altares.

Vale la pena mencionar aquí que el tiempo demostrará, como ya hemos empezado a ver, que el bien del que fue responsable Pablo VI no es en absoluto el motivo de su canonización. De hecho, todo lo que se ha enumerado antes como «ocasiones felices» es contrario a las tendencias predominantes del círculo Bergoglio. Somos, por lo tanto, testigos de primera mano del caso más cínico de «promoveatur ut amoveatur» jamás visto en la historia de la Iglesia, a saber: promocionar a alguien a otro puesto, normalmente más distante, para así alejarlo del puesto más influyente que tiene en ese momento. He discutido este punto aquí.

  1. Las limitaciones del significado de la canonización

En todo esto hay, como es habitual, una divina ironía. Incluso si la canonización de Pablo VI resultara ser legítima -obviamente, se pueden tener serias dudas al respecto, pero no se puede eliminar tampoco esta posibilidad-, no cumpliría, estrictamente hablando, con lo que sus defensores políticos pretenden. Al canonizar a Pablo VI, su pretensión es efectivamente canonizar todo el programa del Vaticano II y, sobre todo, la reforma litúrgica. Pero como observa Shawn Tribe, del Liturgical Arts Journal: «Cualquiera que utilice la canonización de Pablo VI para proponer seriamente que todas las reformas eclesiásticas y litúrgicas que se llevaron a cabo durante su pontificado tienen que ser canonizadas y, por lo tanto, no pueden ser cuestionadas (y menos aún reformadas/derogadas), o es intencionada y falsamente manipulador, o está lamentablemente desinformado o insuficientemente catequizado. La santidad personal no significa infalibilidad; es frecuente que los santos tengan diferencias con otros santos; no todo lo que afirma, hace, decide u opina un santo resiste la prueba del tiempo o el juicio posterior de la Iglesia, ni es tampoco dogmático. Por no mencionar que las reformas conciliares y litúrgicas no son posesión personal de Pablo VI, sino más bien de toda una serie de personas».

Gregory DiPippo amplía el mismo tema en New Liturgical Movement: «La canonización de un santo no cambia los hechos de su vida terrena. No rectifica los errores que haya podido hacer, ya sea consciente como inconscientemente. No cambia sus fracasos en éxitos, ya sean el  resultado de él mismo o de otros…

Los méritos o deméritos intrínsecos de una reforma posconciliar, y su estatus como éxito o fracaso, no cambian de ninguna manera o forma si el Papa Pablo VI es canonizado. Nadie puede honestamente decir lo contrario, y nadie tiene el derecho a criticar, atacar, silenciar u obligar a callar a otros católicos que estén en desacuerdo con esa reforma. Si esa reforma fue más allá del espíritu y la letra de lo que el Vaticano II pidió en Sacrosanctum Concilium, como sus creadores abiertamente alardearon; si estaba basada en una mala erudición y un grado significativo de incompetencia fundamental, lo que llevó a muchos cambios que ahora se reconocen como errores; si fracasó totalmente en propiciar el florecimiento de la devoción litúrgica que los padres conciliares deseaban, ninguna de estas cosas cambiará si Pablo VI es canonizado. Del mismo modo que las canonizaciones de Pío V y Pío X, y la futura canonización de Pío XII, no han impedido el debate en relación a sus reformas litúrgicas, tampoco la de Pablo VI hará indiscutibles sus reformas, y nadie tiene derecho a decir lo contrario».

  1. Consecuencias prácticas

Dado todo lo anterior, ¿cuáles son las consecuencias prácticas para el clero, los religiosos y los laicos que dudan de la validez de esta canonización?

Este tema tal vez necesite ser tratado de una manera más completa aparte, pero brevemente, yo diría que cualquiera que tenga una duda o dificultad no debería rezar a Pablo VI; tampoco debería invocarle públicamente en oración, ni responder a dicha invocación, ni ofrecer misa en su honor ni participar en ninguna misa en su honor, y no debería llevar a cabo ni financiar nada que promociones su «cultus» artificial. Por el contrario, sería aconsejable que permaneciera silencioso y si las circunstancias lo permiten y la prudencia lo dicta, que ayudara a otros católicos a ver los problemas reales que implica esta canonización, como también otras beatificaciones y canonizaciones que pueden estar en conflicto con los principios católicos.

Estamos todos obligados a rezar por la salvación del Santo Padre y por la libertad y exaltación de nuestra Santa Madre Iglesia en el mundo. Esta intención implica una petición para que el papado, la curia romana, la Congregación para la Causa de los Santos y los procesos para las causas de beatificación y canonización sean reformados a su debido tiempo, para que puedan servir mejor a las necesidades de los fieles en Cristo y den gloria a Dios Todopoderoso, que es «formidable en Su santuario» (Sal 67, 36).

Publicado originalmente en OnePeterFive. Traducción de Elena Faccia para InfoVaticana

NOTAS

[1] Por ejemplo, argumentando que todos los actos disciplinarios del papa que afecten a la iglesia deben ser infalibles y deben favorecer, ciertamente, el bien común, una postura que podría haber sido defendible en otros momentos de la historia, pero que en el momento actual es sumamente irrisoria.

[2] Es por lo tanto perjudicial que los propagandistas escriban cosas como: «La beatificación requiere por lo menos un milagro verificado y permite que la persona beatificada sea venerada en su iglesia local. La canonización requiere dos milagros verificados y permite la veneración del santo por la Iglesia universal. La canonización es una declaración infalible por parte de la Iglesia de que el santo en cuestión está en el cielo» (https://www.catholic.com/qa/what-is-the-difference-between-saints-and-blesseds).

[3] Para que mi artículo no sea excesivamente largo, no resumiré este tema aquí; sencillamente diré que responde plena y ampliamente a las objeciones normalmente levantadas por quienes proponen la infalibilidad de las canonizaciones. Entre otros, Lamont rebate la afirmación según la cual el uso de ciertos términos latinos en el rito de canonización establece de manera adecuada su naturaleza infalible. Se pueden leer aportaciones válidas adicionales a este tema aquí y aquí.

[4] Por ejemplo: «La canonización… es un decreto oficial del Papa que declara que el candidato vivió una vida santa y se encuentra en el Cielo con Dios. El decreto autoriza la conmemoración pública del santo en la liturgia de la Iglesia. Significa también que se le pueden dedicar iglesias sin la autorización expresa del Vaticano. … ‘Además de garantizarnos que el siervo de Dios vive en comunión con Él en el cielo, los milagros son la confirmación divina del juicio emitido por las autoridades eclesiásticas sobre la vida virtuosa del candidato’, declaró el Papa Benedicto en un discurso a los miembros de la Congregación para la Causa de los Santos en 2006″ (http://www.catholicnews.com/services/englishnews/2011/holy-confusion-beatification-canonization-are-different.cfm, énfasis añadido).

[5] Citado por Christopher Ferrara en “The Canonization Crisis”.

[6] https://rorate-caeli.blogspot.com/2018/02/guest-note-paul-vi-pastoral.html. El padre Hunwicke ha señalado con anterioridad: «Como si no hubiese ya creado bastantes divisiones en la Iglesia militante, el Papa Francisco tiene la intención de hacer algo que provoca tanta división como canonizar al Beato Pablo VI. Él mismo, a juzgar por lo que dijo al dar esta información al clero de la Urbe, se da cuenta de que este tema de la canonización se ha convertido en un chiste absurdo: «Y ahora Benedicto y yo estamos en la lista de espera», bromeó. Deliciosamente gracioso. Un chiste muy ingenioso. Muy divertido, Soberano Pontífice. Sin embargo opino, como hacen muchas otras personas, que es un chiste malo, en la medida que esta posible canonización es, fundamentalmente, una acción política vinculada a la aparente convicción del Papa Francisco de que él es el paladín y beneficiario del trabajo del Beato Pablo VI durante el Vaticano II y después».

[7] http://www.robertodemattei.it/en/2018/04/11/tu-es-petrus-true-devotion-to-the-chair-of-saint-peter/; énfasis añadido.

[8] Desde luego no será por falta de hombres heroicos en este periodo de 700 años; pero, como hemos dicho, si no había un cultus popular que daba paso a milagros indiscutibles, la Iglesia seguramente no se dedicaba a buscar en sus archivos a posibles candidatos, impulsando sus causas de beatificación y canonización.

[9] Quisiera añadir que nuestro escepticismo debe extenderse también a la canonización de Juan Pablo II, puesto que su gobierno de la Iglesia fue extremamente problemático en muchos aspectos. He señalado algunos de ellos en mi reciente artículo «RIP Vatican II Catholicism (1962–2018)«. Ver también: «The Pennsylvania Truth: John XXIII, Paul VI, and John Paul II were no saints«.

[10] http://www.unamsanctamcatholicam.com/theology/81-theology/555-canonization-old-vs-new.html

[11] Del artículo “Promotor Fidei” en la antigua Catholic Encyclopedia. Para saber más sobre el «abogado del diablo», leer este artículo de información.

[12] Wikipedia hábilmente resume la información básica: «Roger Peyrefitte, que ya había escrito en dos de sus libros que Pablo VI había tenido una larga relación homosexual, repitió sus acusaciones en una entrevista concedida a una revista gay francesa que, reimpresa en italiano, hizo que los rumores llegaran a un público más amplio, causando un revuelo. Dijo que el Papa era un hipócrita que hacía tiempo que tenía una relación sexual con un actor de cine. Los rumores identificaron al actor como Paolo Carlini, que había tenido un breve papel en la película Vacaciones en Roma, con Audrey Hepburn (1953). En un breve discurso a una multitud de aproximadamente veinte mil personas en la plaza de San Pedro, el 18 de abril, Pablo VI dijo que las acusaciones eran ‘difamaciones horribles y escandalosas’ y pidió que rezaran por él. Estas acusaciones surgen periódicamente. En 1994, Franco Bellegrandi, ex ayuda de cámara pontificio y corresponsal del periódico vaticano L’Osservatore Romano, declaró que Pablo VI había sido chantajeado y había promovido a hombres homosexuales a posiciones de poder dentro del Vaticano. En 2006, la revista L’Espresso confirmó la historia del chantaje basándose en los documentos privados del comandante de la policía, el general Giorgio Manes. También se informaba de que se había pedido ayuda al primer ministro italiano, Aldo Moro». Por muy increíble que parezca esta historia, hoy somos más inclines a creerla debido a la indiscutible evidencia que tenemos del Papa Francisco promoviendo a homosexuales a posiciones de poder dentro del Vaticano.

[13] Ver George Weigel on Ostpolitik. De nuevo, vemos que Bergoglio está siguiendo los pasos de Montini en sus negociaciones y compromisos con la China comunista.

[14] O se cambia la definición, como se puede leer en este revelador artículo de John Thavis. El Papa Francisco renunció al requisito de un segundo milagro para la «canonización» de Juan XXIII. Por consiguiente, increíblemente, un Papa que no destaca por su notable santidad y cuyo cultus nunca fue particularmente fuerte o difundido ha sido elevado a los altares sobre la base de un milagro. En esto podemos ver un claro ejemplo del craso abuso de la autoridad pontificia del que depende Francisco para consolidar su ideología.

[15] A saber: «la Hermandad Sacerdotal Española de San Antonio Mª Claret y San Juan de Ávila», formada por la «Hermandad Sacerdotal Española», fundada en 1969 por sacerdotes españoles para defender la tradición ante los cambios en la Iglesia, y por otro grupo similar, con base en Cataluña, llamado «Asociación de Sacerdotes y Religiosos de San Antonio Maria Claret». En 1969, enviaron una carta al Vaticano solicitando la autorización para seguir utilizando el antiguo misal romano; Pablo VI se negó rotundamente. Por desgracia, el tradicionalismo español e italiano estaba caracterizado por una total obediencia a Roma, por lo que el Novus Ordo fue aceptado sin objeciones y, hasta ahora, la tradición ha tenido gran dificultad para entrar en cualquiera de estas dos esferas culturales.

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Comentarios
36 comentarios en “Sobre la canonización de Pablo VI
  1. Ni Pablo VI ni Romero fueron santos de altar. Todos sin excepción lo saben, pero consienten y callan.

    «La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira».
    (Jean-François REVEL)

    1. Lector: No hace falta invocar al intelectual Revel para hacer esa afirmación; el «señor de este mundo» es calificado reiteradamente por Jesús como «el padre de la mentira»; uno de los de los dos caballos que tiran del carro del mundo, junto con el miedo. Esta oleada de canonizaciones es una inflación innecesaria para deslumbrar y, creo, impedir una crítica serena de los actos papales, ergo de los del actual papa. Pero a veces el Espíritu lanza un soplo, o más bien un soplido: Juan XXIII promulgó muy poco antes de la convocatoria del Concilio, el documento Veterum sapientia, que prácticamente vetaba el conocimiento teológico a todos los que no estuvieran versados en el latín, aunque fuera el eclesiástico, no virgiliano, y luego, no se sabe qué pasó, ocurrió el Vaticano II. Quizá estemos en vísperas de algo análogo, quizás.

  2. Creo que las Sagradas Escrituras y la tradicion,con la interpretacion de la Madre Iglesia nos muestran el Camino, seria ridiculo pensar que el Espiritu ,nos propusiera como ejemplares a las personas que no lo son,que no lograron seguir ese camino heroicamente, . Para eso existen los procesos ¿,por que .los que estan muy seguros de la falta de virtud y tienen argumentos solidos, no se presentaron en Roma para sumar datos a las causas?,hoy dia,es muy sencillo de hacer.

      1. También a San Cristobal, a Santa Ursula y las vírgenes, a San Jorge (otro mítico, quizás por el dragón,…hasta que aparecieron las ruinas de su martyrium del sg. III confirmando la tradición), a Santa Filomena (a pesar de la devoción de muchos santos de la talla del santo Cura de Ars…), a San Clemente Alejandrino le quitaron la santidad no se sabe por qué a pesar de ser su culto tradicional desde hace siglos (puede que manía a Alejandría), también a los santos hermanos macabeos y eso que aparecen en las Santas Escrituras… por no hablar de su negativa de iniciar los procesos de los martires españoles, archiprobados y con miles de testigos. Una cosa es limpiar de muchos santos inventados por el orgullo terruñero pero otra cosa es eliminar santos de tan larga tradición, muy famosos, rezados por muchos santos y místicos que los conocieron a traves de la Comunion de los santos y que dieron testimonio de ello.

    1. ¿Qué entiende por catolicidad, Quique? Me gustaría saberlo.

      El artículo a mí me ha parecido muy bueno. Es de un comentarista particular, no de Infovaticana, pero lo suscribo enteramente. Me parece que, en todo él, brilla precisamente la catolicidad de los argumentos, tanto para criticar el proceso actual de canonizaciones, como las causas que hicieron poco ejemplar el pontificado de Pablo VI. Estaría bien que fuera capaz de refutarlas, y no meramente etiquetas de catolicidad.

  3. Es muy interesante la tesis general del artículo que recoge Infovaticana, obviamente haciéndolo suyo. Da para reflexionar. A quienes aportan comentarios personalistas y a menudo inanes, habría que decirles que la cosa es seria. Y recordarles que, como ocurre con el BOE. lo que se promulga desde arriba, con oposición masiva o no, acaba imponiéndose y su remoción es difícil o a menudo imposible. Lo que estamos viviendo puede interpretarse de muchos modos, pero las decisiones de Roma, o sus indecisiones, acaban condicionando todo. La opinión lícita debe pasar el filtro de la conciencia y el estudio; opinar simplemente, no llega al nivel que exige la comunidad de los salvados por Cristo, si no renunciamos a ello por el pecado mortal, que en español castizo se llama Iglesia, toda entera.

  4. Interesante como este sitio ha asumido una postura claramente cismática, lo bueno que ya no ocultan su ideología, como antes que la simulaban un poco. lo siento están destinados al fracaso

  5. Ya lo dice el refrán, no es santo de mim devoción, pues eso, hay muchos santos y santas en la Iglesia como modelo de la práctica de las virtudes teologales y heroícas y como tenemos muchísimos donde elegir pues uno tiene devoción a Santa Genma, a San Cucufate o a San Veremundo, sin más.
    Pablo VI fue un Papa controvertido, al final de su pontificado y como era inteligente se dió cuenta de muchos errores y praxis que él había contribuído a crear cuando casi ya no había remedio, seguramente sufrió mucho por ello y por como se recibió la Humanae Vitae por el propio clero y jerarquía que era `peor que la de hoy en su mayoría y estaban por la demolición, pero falló en el Gobierno de la Iglesia. Sus escritos son teológicamente ricos.
    Tengo entendido que hacen falta dos milagros o intervenciones milagrosas y quie el Papa decidió que con uno ya vale. Eso lo dice todo cuando quien tiene que cumplir las normas se las salta es un arbitrario y es normal las dudas.

  6. Si Pablo VI descanonizó a quien quiso trastocando el martirologio, otro Papa podrá descanonizarlo a él. Y con respecto a Juan Pablo II, Asis ya es motivo suficiente.

  7. Las acusaciones sobre la homosexualidad de Pablo VI tienen mucho peso.
    Concuerda con esa posibilidad el hecho de crecer el lobby gay vertiginosamente en la Iglesia desde su época.
    No obstante, algún día todo se aclarará y saldrá a la luz.

  8. Con todo respeto, Paulo VI no pidió ser declarado Santo, es totalmente ajeno a esa declaración. Fue el Papa 262. Murió en 1978 de infarto agudo de miocardio. Un sabio Cardenal anciano amigo mío sostenía que murió de «concilitis». A otra persona muy querida le aconsejó «nunca vacile en pedir». Afirmó con claridad profética que «De entre alguna fisura el humo de Satanás entró en el templo de Dios». Sus Encíclicas: Humanae Vitae (25 de julio de 1968), Sacerdotalis Caelibatus (24 de junio de 1967), Populorum Progressio (26 de marzo de 1967), Christi Matri (15 de septiembre de 1966), Mysterium fidei (3 de septiembre de 1965), Mense Maio (29 de abril de 1965), Ecclesiam Suam (6 de agosto de 1964), son textos incuestionables de Doctrina. Ciertamente debe haber sido un hombre pecador y espero que haya muerte en Paz con Dios. Con todo respeto por los «procesos de canonización» prefiero esperar al Juicio Final, vayamos a la Sixtina a pedir sin vacilar…..

  9. La canonización de Pablo VI es puramente instrumental. Poco importan sus virtudes heroicas o no ni los milagros. Lo que verdaderamente importa es canonizar al concilio Vaticano II. Por eso se viene canonizando a todos los papas desde Juan XXIII, hasta tal punto que sería más sencillo y ahorraría tiempo que en adelante elección papal y canonización en vida se aprobaran simultáneamente. ¡Santo súbito!
    Pero de Dios nadie se burla. Esta huida hacia adelante, esta muestra palmaria de debilidad que consiste en acumular canonización forzada tras canonización forzada, no salvará a la Iglesia conciliar (así bautizada en 1977, bajo Pablo VI, por el arzobispo Benelli) del hundimiento irremediable. Cuando haya terminado de desplomarse esa fachada que lo oculta y deforma, volverá a resplandecer el rostro sereno de la Iglesia católica y no quedará ni memoria de estas canonizaciones en serie.

  10. LUCAS: «La opinión lícita debe pasar el filtro de la conciencia y el estudio; opinar simplemente, no llega al nivel que exige la comunidad de los salvados por Cristo, si no renunciamos a ello por el pecado mortal, que en español castizo se llama Iglesia, toda entera» GASTÓN responde: ¿por qué no lee el artículo antes de opinar? Aquí el da su opinión sin filtrarla por el estudio -en este caso del artículo que comenta- es Vd.

    1. Por favor debes dar un ejemplo de qué no exigía en la práctica ? de qué Encíclica ?, una conducta concreta que debía haber exigido y sabiendo no lo hizo.

  11. Este excelente artículo fue escrito por Peter Kwasniewski y está tomado del blog OnePeterFive. Existe otra traducción publicada a primeras horas de esta madrugada en Adelante la Fe, en la que los enlaces a los artículos citados o mencionados en el texto, cuando estos están publicados en español, llevan a la traducción. Las prisas ante la inminente «canonización» por un lado, y la tremenda extensión del artículo por otro, han podido llevar al gazapo de omitir el autor y la fuente original. Es normal que a veces artículos tan importantes aparezcan en varias versiones, ya que lógicamente tienen que publicarse cuanto antes; no se trata de ver quién tiene la primicia, sino de que es un texto valioso que hay que difundir. Es preferible que haya más de una versión (a veces llega a haber tres o cuatro) a que quede sin publicarse, y más cuando son traducciones de calidad como en este portal, en Adelante la Fe y otros por el estilo.

  12. Listo,ya esta ,solamente hace falta para ser santo,cumplir con ciertas formas,todos los demas afuera¡¡¡¡Si juan pablo 2 no es santo,yo,estoy en el horno¡¡¡Ya todo es relativo.Tal vez todo esto sea pq ustedes estan pretendiendo que los hombres sean mas santos y ceremoniosos que el Hijo de Dios.

  13. Ya he dicho en un breve comentario en el artículo anterior que yo, que soy muy tradicional y conservador y nada sospechoso de progre o izquierdoso, ESTOY MUY CONTENTO POR LA CANONIZACIÓN DE S. PABLO VI. Basar el 90% de la argumentación para estar en contra de su canonización en el tema de la Reforma Litúrgica me parece una barbaridad… La Reforma fue necesaria. Otra cosa es cómo algunos la han interpretado o lo que han hecho con ella, poco menos que desacralizándola. Pero, en mi humilde opinión, estuvo bién hecha. la pregunta que nos deberíamos hacer más bien sería ¿Qué hubiera sido de la Iglesia y cómo estaría la Iglesia HOY sin dicha reforma?

    1. Cómo estaría la Iglesia sin la Liturgia del Misal Romano no lo sabremos nunca ya que es una pregunta en abstracto. Eso lleva a preguntarse muy seriamente si lo que se denomina Nuevo Ordo (Misal Romano vigente y especialmente La Instrucción General del Misal Romano, los documentos del Dicasterio a cargo hoy del Cardenal Sarah) contienen algo que pueda molestar a las verdades de Fe de las que la Iglesia es depositaria. La pregunta concreta es la siguiente: alguien cree sinceramente que Cristo el Liturgo está molesto por la forma en que se lo hace presente en el Altar aplicando las disposiciones que he mencionado ?. Que no está conforme con la Plegaria Eucarística llamada normalmente Canon Romano ?. Ustedes creen que cuando el Celebrante en la Misa opera la Epíclesis no ocurre nada ?.

  14. Yo esto de las canonizaciones, la verdad, siendo Católico, Apostólico y Romano de «toda la vida». me creo las que me creo, desde Fernando III hasta …Por ejemplo, todos saben que la canonización de José María Escrivá fue porque tocó que estaba JP II en la silla de Pedro, Con la Obra en pleno haciendo «pushing» hasta que lo consiguieron ¿Yo lo considero santo? para nada, no fue ejemplo. ¿Lo hubiera hecho santo este Papa?, pues no lo creo. Ahora sí, los del Opus, tienen ya su santo para vestirlo, desvestirlo y vestirlo otra vez, porque para ellos sólo parece que existiese él …. y Portillo, claro que va camino de lo mismo… cuando se muera este Papa, digo …

  15. 1. Cristo no está molesto con nada que sea bueno.
    2.Está conforme con el Canon Romano y con el resto de Plegarias Eucarísticas, que son una gran riqueza litúrgica.
    3.Con la Epíclesis y las palabras de Consagraciín se da la TRANSUSBSTANCIACIÓN. Mire se ocurre!
    4
    .Y quédese tranquilo con ese tema. En este momento hay otros (y muchos, por desgracia) que sí son preocupantes y graves.

    1. Pablo VI, el primero, quiso anular el contenido del Concilio Vaticano II. El siguente Papa Pablo VI no tenía la misma cara, como el primero. ¿A quien han canonisado?

    2. Me tranquiliza mucho que se reconozcan la coincidencia entre los textos que se usan cotidianamente y la Doctrina, le agradezco mucho más que lo haga expresamente es una muestra de generosidad y la valoro completamente. El problema de la realidad (que está mencionado como otras cuestiones) es verdaderamente alarmante, sobre todo la falta de formación en general a partir de los Seminarios. Sin una nueva y muy fuerte formación catequística nada se podrá hacer. Tome en sus manos un libro cualquiera de catequesis en uso y mire, cuántas personas recurren al CATIC o al Código de Derecho Canónico, antes de manifestar «sus derechos y las obligaciones de los demás». Por eso prefiero volver a los Textos, lo que debe y no debe hacerse en la Misa y otras pequeñeces a las que no se le presta atención.

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