«Convertíos y abandonad la corrupción»

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«Convertíos y abandonad la corrupción». Una intervención en el Sínodo.

Fernando Lacalle

Recientemente el cardenal Ouellet ha dirigido al obispo Viganò una sentida llamada a la conversión y a la reconciliación, porque se ha puesto en situación de conflicto público con el Santo Padre, fundamento de la unidad y de la comunión de la Iglesia.

La corrección fraterna no exige ser jerárquicamente superior. Sobre todo, no exige ser moralmente superior o intachable. Solo exige la valentía y la lealtad de decir a la cara lo que debe ser corregido, a la luz del mensaje de Jesucristo, sin voluntad de levantar polvareda, al menos en un primer momento en que conviene que suceda.

En ese sentido esta intervención en el sínodo, queridos padres, no es una corrección fraterna. Y no lo es porque me falta información: no me consta ningún mal concreto que pudiera corregir a solas. Quizá es un mal sermón, que agita a los que sí asisten a la eucaristía dominical, por los pecados de los que no pasan por la Iglesia. Pero dado el estado de corrupción en muchos ambientes clericales, considero que es una llamada que el Sínodo debe hacer explícitamente en su documento final, dirigida a todos los pastores: la exigencia de la ejemplaridad. El abandono de lo que nuestro Santo Padre llama la corrupción, como estado habitual de pecado autojustificado y mantenido para perpetuarse en situaciones de poder.

Así pues, hermanos en el episcopado, queridos sacerdotes y laicos con responsabilidades públicas en la curia romana y en todo el mundo:

Aquellos que no es veáis capaces de vivir conforme a la moral católica, después de discernir vuestra situación en la presencia de Dios, deberíais presentar vuestra dimisión al Papa o a vuestros superiores, con discreción y prudencia. Especialmente cuando vuestras debilidades sean en materias que comportan escándalo o que por incluir a otras personas y situaciones vergonzosas pueden ser motivo de chantaje.

Nuestro buen ejemplo es lo primero que necesitan los jóvenes para no verse escandalizados, heridos a veces de modo irreparable en su confianza en la Iglesia y en Dios.

No os inquietéis por quién os sustituirá. No os inquietéis por qué será de vosotros. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventaynueve justos que no necesitan penitencia -y todos la necesitamos. Dios proveerá. La Iglesia no crece por persuasión, por estructuras que funcionan, sino por la atracción de bautizados que reflejan el rostro de Cristo, y de pastores que viven de acuerdo a lo que predican, en medio siempre de sus limitaciones, pero sin caer en la corrupción.

¡Hacen falta tantos sacerdotes entregados en las periferias existenciales! ¡Sería tan bonito ver el ejemplo de sacerdotes y obispos que, arrepentidos, abandonan toda mundanidad y todo peligro de dañar el nombre de la Iglesia para servir a sus hermanos en los sitios más apartados y menospreciados! Un verdadero ejemplo de misericordia y de santidad, que no condena a nadie para siempre, pero llama a las cosas por su nombre, evitando en lo posible el escándalo. Esos sacerdotes serían predilectos de las Iglesias locales, de sus comunidades. Su vida pasaría de ser un infierno de doble vida y maniobras de supervivencia, de autojustificación y sacrilegio, a una vida entregada con sencillez en las manos de Dios y de su Pueblo Santo.

Convertíos. Convirtámonos todos y hagamos penitencia. ¡Señor, ten misericordia de nosotros! ¡Ven Señor Jesús!

NOTA: este artículo es un desiderátum, no una verdadera intervención en el Sínodo. Pero sería triste que no se dijera nada así.

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Comentarios
4 comentarios en “«Convertíos y abandonad la corrupción»
  1. El autor de este escrito parece tener sólo un ojo. Olvida que siempre ha sido así: santos, consagrados y laicos, pocos; pecadores, consagrados y laicos, muchos.
    “Cráteres”, incesantemente, desde la revolución sexual de finales del siglo xx, vomitan la más fluida y ardiente lava: pornografía con ideología nihilista, que abrasa y corrompe a cuánto toca: consagrados y laicos.
    Que los que tienen voz identifiquen y denuncien esos “cráteres” para apagar el fuego de la corrupción, y no la tomen injustamente sólo con los que tal vez por ignorancia y debilidad, han sido víctimas quemadas.
    La buena voluntad que no tiene en cuenta primero la gratuidad y el poder del Salvador, se convierte en voluntarismo farisaico y criminal.

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