El Santo Padre acertaba: era el clericalismo lo que le protegía

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En su carta al pueblo de Dios, como respuesta, con cierta insólita demora, al escándalo de los abusos sexuales de clérigos en Estados Unidos, Su Santidad puso el dedo en la llaga, identificó la raíz misma del mal que aquejaba a la Iglesia en aquel país y muchos otros y que había que extirpar a toda costa.

No, no era la homosexualidad, aunque más del 80% de los casos descritos en el informe del gran jurado de Pensilvania tuvieran por víctimas a varones, en su abrumadora mayoría adolescentes. De hecho, la palabra no aparece en toda la carta.

Ni siquiera la falta de castidad, otra palabra ausente en la carta. Tampoco la vileza de los obispos, una tercera palabra que brilla por su ausencia en un mensaje que nos culpabiliza a todos los fieles en una conveniente ‘socialización’ de la responsabilidad.

No: la causa raíz, el gran pecado, es el ‘clericalismo’, que define como esa actitud que «no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente».

Admito que, personalmente, no es una definición que me aclare demasiado el concepto, como cualquiera que define una realidad por sus consecuencias, así que entenderé por clericalismo lo que comúnmente se entiende, es decir, una excesiva e indebida influencia del estamento clerical sobre la vida de la Iglesia.

Y no me queda otro remedio que concluir que Su Santidad, aunque haya dejado fuera de su carta tanto parte esencial de las causas concretas como toda mención a medidas específicas, tiene razón. El clericalismo, sino el causante de la crisis, ha sido, sin duda, un factor que ha impedido atajarla a tiempo y que ha permitido que la enfermedad se extienda.

Y ese mismo clericalismo, por ejemplo, es que ha hecho que prácticamente toda la Curia romana, que conocía bien los devaneos homosexuales de McCarrick, no solo callara, sino levantara silenciosamente el retiro de oración y penitencia que le había impuesto Benedicto XVI.

Es ese clericalismo el que lleva a la cúpula de la jerarquía eclesiástica a reaccionar como cualquier otra oligarquía, tapándose mutuamente los trapos sucios y perdonándose los ‘pecadillos’.

Es clericalismo que un arzobispo que «hace olas», como las hizo el Arzobispo Viganò cuando denunció la escandalosa corrupción económica en el Gobernorado de la Santa Sede, sea apartado del puesto en el que ‘molesta’ a sus colegas y enviado lejos.

Es clericalismo que el Cardenal Donald Wuerl continúe al frente de la Archidiócesis de Washington, pese a ser citado casi doscientas veces en el informe del gran jurado de Pensilvania, como es clericalismo que McCarrick ‘colocara’ en el episcopado a sus pupilos Farrell, Cupich y Tobin, como lo es que este último haya sido elegido por Su Santidad para participar en el Sínodo de la Juventud.

Confieso que me animaría mucho más esa diatriba contra el ‘clericalismo’ si no recordara la ‘Tolerencia Cero’ decretada a principios del pontificado de Francisco, que ha quedado en menos que nada; o la ‘Iglesia pobre para los pobres’, de la que no se ve la menor señal, salvo en los cuatro o cinco detalles fotogénicos del propio Santo Padre.

A la larga, uno tiene que fiarse de sus ojos más que sus oídos; la fe no está para ‘creer en el Papa’, lo que sería una forma de idolatría y, sí, clericalismo, por mucho que sicofantes de cámara como el Padre Rosica quieran convencernos de que Su Santidad está por encima de la Tradición y la Escritura. Y por eso me resulta inane tanta palabra contradicha continuamente por los hechos: por los gestos, los nombramientos, las felicitaciones, los silencios, las omisiones, los ceses y las críticas veladas.

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Comentarios
2 comentarios en “El Santo Padre acertaba: era el clericalismo lo que le protegía
  1. Si es verdad, la verdad no puede dañar la Iglesia. Lo que ha dañado gravemente la Iglesia fue tapar la verdad para no causar escándalo – o para proteger los hechores del mal. Y así se han producido escándalos aún más grandes.

    Pienso que la explosión de la pústula puede ser gracia, tiempo y oportunidad de depuración. Quizás de arrepentimiento y conversión de la curia romana. Sería como si el discurso del Papa a los cardenales – aquello áspero del inicio de su pontificado – cayera ahora del cielo. Incluso en su propia cabeza.

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